Catedral de Santa Sofia convertida em mezquita. National geographic
La visión de Samuel Huntington sobre el «choque de civilizaciones» es brillante y verdadera, pero algunos detalles de su tesis podrían beneficiarse de una mínima actualización. Además, varios de sus críticos, especialmente los de la izquierda, tal vez deseen repensar algunas de sus propias conclusiones.
Según Huntington, desde 1989 el choque entre civilizaciones ha sido esencialmente cultural, más que económico o político. El colapso del Muro de Berlín marcó la transición de un mundo dominado por oposiciones ideológicas (entre el comunismo y el capitalismo, el imperialismo y su contramovimiento) a una era de divergencia cultural, en la que la escena política internacional comenzó a tender, al mismo tiempo, hacia la multipolaridad y la multiculturalidad.
Huntington, en apoyo de su conjetura, explicó que la decadencia de las ideologías ha coincidido con un resurgimiento de las aspiraciones identitarias, tanto en el mundo musulmán, que ha sido testigo de una revitalización del Islam radical, como en Asia y en Europa del Este, como en el caso de Polonia, donde se produjeron revoluciones en sintonía con su herencia nacional y cultural.
Se ha demostrado que la tesis de Huntington sobre el choque de civilizaciones es cierta. La oposición entre el Islam y Occidente es un ejemplo obvio. La masacre ininterrumpida de cristianos por parte de musulmanes es otro, y el despertar de China y del orgullo cultural chino es un tercero. Desde este punto de vista, Huntington tiene razón: vivimos en un mundo estructurado por tensiones entre culturas profundamente divergentes.
Huntington, sin embargo, puede haber pasado por alto que el núcleo económico y cultural del mundo es occidental. La globalización del comercio no derivó de manera equitativa de diferentes culturas, como si cada cultura hubiera aportado su parte. Aunque China y Egipto comerciaban antes de que existiera Occidente, la globalización moderna se basa únicamente en las categorías, modos y medios de la civilización occidental, hasta el más mínimo detalle. Por poner sólo un ejemplo, la nueva generación de películas de acción internacionales rusas o chinas es una simple iteración del concepto de Hollywood, con una ausencia de especificidad local que puede resultar embarazosa y que no hace justicia a los tres mil años de cultura china. Sin embargo, otras películas chinas, como las de Zhang Yimou y otros, son glorias de las que China debería estar inmensamente orgullosa.
No es cierto, por tanto, que el mundo esté dividido entre diferentes civilizaciones, como si hablásemos de socios iguales -o incluso desiguales- o de trozos de un pastel -uno con piña, otro con fresa-. El lenguaje común en nuestro mundo, que en realidad está mayoritariamente fragmentado, todavía parece estrictamente occidental. Quizás esa sea una de las razones por las que al presidente de la China comunista, Xi Jinping, le gustaría cambiarlo.
Esta circunstancia no altera la verdad de los hallazgos de Huntington, que residen en lo que los antiguos griegos llamaban el carácter antagónico u oposicionista del mundo. El mundo griego antiguo se definió tanto por el conflicto entre ciudades como por una cultura compartida.
Para muchos miembros de la llamada izquierda, a veces parece como si no hubiera un conflicto insuperable entre el Islam y Occidente, o entre culturas diferentes, sino sólo viejos fragmentos de conflictos heredados de un pasado oscuro que eventualmente serán superados por el alcance de una mayor igualdad material.
Esta tesis, que de hecho es marxista –según la cual cualquier conflicto es siempre causado por situaciones materiales desiguales– también se basa más en ilusiones que en evidencia histórica. Los musulmanes no masacran a cristianos, judíos e hindúes por su riqueza material, sino porque no son musulmanes. Al menos eso es lo que muchos asesinos en masa vienen afirmando desde hace más de diez siglos, empezando por el Corán:
«Pero cuando hayan pasado los meses sagrados, maten a esos idólatras dondequiera que los encuentren, captúrenlos, sítienlos y acéchenlos en todo lugar. Pero si se arrepienten [y aceptan el Islam], cumplen con la oración prescrita y pagan el zakat, déjenlos en paz. Dios es Absolvedor, Misericordioso.». – Surat At-Tawbah, 9:5
En su libro Histoire de l’Inde, Alain Danielou escribe:
«Desde el momento en que los musulmanes empezaron a llegar alrededor del año 632 d.C., la historia de la India se convierte en una larga y monótona serie de asesinatos, masacres, expoliaciones y destrucciones. Como siempre, en nombre de una «guerra santa» por su fe, por su único Dios, los bárbaros han destruido civilizaciones, aniquilado razas enteras».
¿Quizás deberíamos finalmente escucharlos?, ¿darles crédito por su honestidad? Lea el fiqh, la jurisprudencia islámica, donde todos coinciden en celebrar la futura hegemonía del Islam. Es difícil argumentar que Qatar y Arabia Saudita, que son extremadamente ricos, estén motivados por la envidia. La tesis económica marxista, desacreditada por la historia, ahora sólo es difundida por la izquierda. Detrás del «choque de civilizaciones» parece estar la religión, un tema que muchos en Occidente habían olvidado.
Volviendo a la tesis de Huntington, los valores del Islam y los de Occidente parecen, lamentablemente, irreconciliables. Incluso si los mundos árabe, turco y musulmán persa han sido bienvenidos a la cultura occidental, muchos inmigrantes conservan su propia identidad islámica, que aparentemente no pretenden atenuar ni negociar, como se puede ver en las muchas «no-go zones» de Europa.
Muchos musulmanes, o al menos una proporción significativa de ellos, no parecen tener la intención de integrarse o de descartar los valores que trajeron consigo y que parecen preferir a los occidentales.
Este movimiento para retornar al verdadero Islam parece, a veces, nada más que una ilusión. Sin petróleo ni gas, el Islam es a menudo, lamentablemente, una religión de pobreza, miseria y derrotas. Puede que exista el deseo de regresar al antiguo Islam, pero lo que estamos presenciando es la galvanización de una visión idealizada, un sueño del Islam de la primera conquista, del Taj Mahal, la Alhambra y el Imperio otomano.
Incluso esta reinvención del Islam radical parece incompatible con Occidente. Las zonas no-go zones de Europa (aquí, aquí y aquí), los ataques del 11 de septiembre, el de Londres el 7 de julio de 2005, el del mercado navideño de Berlín, la violencia desencadenada por las caricaturas de Mahoma, la matanza en Charlie Hebdo, el asesinato de Theo Van Gogh, la masacre en el Bataclán, la censura constante (leyes de blasfemia): una breve mirada a la historia reciente de los inmigrantes da testimonio de lo que parece una incapacidad generalizada, o una falta de deseo, para adaptarse a los valores de los nuevos países occidentales de acogida.
Ésta puede ser una de las lamentables razones por las que el multiculturalismo en Occidente ha sido un fracaso tan grande, un fracaso del propio Occidente. Cuando los occidentales dejaron de tener hijos, empezaron a importar gente en masa, de forma indiscriminada, como si todas las personas fueran iguales. Las personas no son todas iguales. Muchos musulmanes, o al menos una proporción significativa de ellos, no parecen tener intenciones de integrarse o de descartar los valores que trajeron consigo, que parecen preferir a los valores occidentales.
Hay 45 millones de musulmanes en Europa. Algunos han elegido y elegirán Occidente. Otros, posiblemente la gran mayoría, permanecerán fieles al Islam en caso de conflicto.
Traducción del texto original: Islam vs. The West: Conflict Unfortunately Seems Inevitable
Traducido por Voz Media
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