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| lunes diciembre 9, 2024

En el hospital: esto es el Israel que yo veo siempre, no las mentiras palestinas


Convivencia. Foto tomada por Dori Lustron en el Hospital Soroka de Beer Sheva. Esto sucede en todos los hospitales de Israel

Mi hija tuvo que operarse en el centro médico Sourasky de Tel Aviv, conocido también como hospital Ichilov (se pronuncia Ijilov) y a raíz de ello vuelvo a encontrarme – también aquí – con el verdadero Israel. Ese tan distinto de las demonizaciones de Hamas, tan sideralmente opuesto a los inventos de los enemigos.  Ese que nada tiene que ver con el que  insultan los antisemitas que lo odian sin conocerlo.

Aquí veo este  país multifacético e inclusivo en el que todos los que empujan para adelante tienen oportunidad y posibilidad de avanzar, llámense como se llamen y sea cual sea el nombre que le dan a Dios, que de todos modos es uno, para todos.

Apenas entré hoy al hospital, ubicado en el centro de Tel Aviv, vi junto al mostrador de informes a unas señoras musulmanas todas cubiertas,lo cual no es lo más común a tal grado salvo en determinados sectores de la población árabe, especialmente entre los beduinos del Negev.

Desconozco de dónde llegaron ellas y qué estaban haciendo. Estimo que esperaban a alguien y había venido a visitar a algún paciente. Ellas mismas evidentemente no estaban internadas.

A nadie le parecía raro verlas allí y a ellas era notorio que no les causaba incomodidad ninguna estar en el lugar.

Por los corredores, en las salas de internación, por doquier, se cruzan judíos de diversos colores y atuendos, con musulmanes también de distintos matices, alguna señora drusa identificable como tal por la conocida vestimenta de vestido negro y pañuelo blanco largo en la cabeza y muchos otros seguramente de variados orígenes que no necesariamente podemos reconocer. Distintos colores, idiomas y acentos en hebreo, así como también árabe.

Lo mismo con el personal médico y de enfermería. Colegas de trabajo que al volver a sus casas, puede que vivan mundos culturales muy distintos, pero aquí están todos con sus túnicas verdes y lo único que los diferencia unos de otros son los años de experiencia. El gran cirujano que operó a nuestra hija, Dr. Boaz Sagi, los otros médicos más jóvenes , que se hallan en distintos momentos de sus respectivas trayectorias profesionales, todos son parte de un gran equipo.

Por eso, cuando llegó un grupo de médicos que aún no habíamos visto a la visita del mediodía, en cuestión de dos minutos quedó claro cuál de ellos era el de mayor experiencia en ese grupo puntual. Era un médico alto, muy apuesto y de rostro joven,  quién no sólo preguntaba a mi hija diferentes cosas para poder tomar decisiones sino también preguntaba a otros como un docente a sus alumnos, para poder enseñar.  Y lo que determinaba evidentemente el respeto que los demás le tenían, no era un tono autoritario ni altanero, sino su conocimiento y posición. Al terminar la visita, me acerqué a preguntarle por su nombre. Sonrió y me dijo “Adam”. Supuse que es el nombre propio. Me lo confirmó. Sin formalismos, sin “Doctor fulanito”, me dio sólo su nombre propio. Luego le pregunté a Cristina, la enfermera de turno, siempre con su sonrisa amable, cómo es su apellido. “Abu Abid”, respondió. “Dr. Adam Abu Abid”.

La habitación de mi hija está justo frente a los mostradores de la estación de enfermeros/as. Se oye claramente los diálogos y la dinámica. Oigo los nombres que se dicen, los idiomas que se hablan, el hebreo, árabe, ruso usados según cuántos son en determinado momento los que hablan tal o cual idioma. Y todos son compañeros de trabajo abocados a ayudar a los pacientes.

Atendiendo juntos, dice el cartel

 

No soy ingenua. Estoy segura que de los muchos momentos complejos que vive el país, hay no pocos que inciden también en estas cosas. No necesariamente que arruinan la posibilidad de trabajar juntos, sino que  tensionan el ambiente. Es natural. Sería increíble si no pasara.

Pero tengo clarísimo que lo que lo supera todo es el encare profesional de Israel, que da lugar al que lo merece por su desempeño, que no bloquea por religión ni origen.

Pero no es sólo eso, es también el respeto a los pacientes todos  y a sus credos.En la punta del mostrador central vemos un cartel  especial. “Contactos con figuras religiosas por necesidad de apoyo religioso-espiritual”. Y allí aparece  el Rabino Abraham Reznikov con su número para los judíos que lo quieran contactar, el Imam Suleiman  Satal (esperamos estar escribiendo bien su nombre) para los musulmanes y el Padre Apolonari Tedeush Schwed para los cristianos. Mi hija reía diciendo que sólo yo me percato de algo así. Deformación profesional.

Me recordó una situación especial que viví años atrás en el hospital Hadassah de Jerusalem. Mi cuñada Claudia, enfermera en el  CTI de Neurocirugía me llamó a preguntar si tengo contacto con algún sacerdote, porque una señora brasileña de familia muy católica que había venido a Israel en peregrinación, estaba por morir  a raíz del estallido de una neurisma . Ya se habían contactado con un convento cercano porque el hijo quería que un cura haga la extremaunción junto a su lecho, pero no había allí ningún sacerdote que pudiera venir.

Me contacté con el Padre Rafiq Nahra, a quien había conocido tiempo antes. Lo fui a buscar  y le prometí que luego lo devolvería a su comunidad. En el camino conversamos – en muy buen hebreo – y me contó que había nacido en Líbano, donde le enseñaron a odiar a Israel, pero que cuando llegó a Jerusalem en 1993 en el marco de sus estudios para sacerdote, vio la realidad. “Vi un país normal como todos, no perfecto, sino un país con cosas buenas y cosas malas, como sucede en todos lados”. No el país que mereceía la demonización que inculcaban a la gente en el mundo árabe en general.

Llegamos a Hadassah, pregunté a Claudia si necesita que yo suba con el sacerdote y me dijo que sí, para poder traducir. Llegamos a la puerta de la señora brasilera, varios médicos y enfermeros de distintas religiones estaban allí aguardando expectantes. La mujer, toda entubada, el hijo sollozando con un libro del Nuevo Testamento en sus manos. El padre Rafiq Nahra, nacido en Líbano, que había crecido oyendo qué demonios había en Israel, saludó a todos con tono de reverente agradecimiento, se acercó a la mujer, se persignó, hizo la oración pertinente y luego sacó el Tanaj, la Biblia hebra, y comenzó a leer, en hebreo, un capítulo de los Salmos.

Y yo pensaba…si lo cuento, no me lo creen.

Eso es Israel.

 
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