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| martes julio 2, 2024

Derechos y obligaciones con las víctimas judías


Hoy, (por la fecha) y el sábado por el día de la semana, se cumplen ocho meses del pogromo genocida de Hamas contra Israel y todo el pueblo judío. La memoria, grabada a sangre, fuego, odio y actos de barbarie, la sostenemos y sostendremos para siempre los judíos de Israel y del mundo, junto a muy pocos, y enfrentando a largas jaurías que vociferan guturalmente su clamor de acompañar a Hamas y su mentor Irán y forzar a que sobre el pogromo caiga el olvido. Ali Bakri Khani, Ministro de RREE de Irán, de visita esta semana a Siria y Líbano, fue muy claro cuando le dijo al asesino que encabeza Hizbola Hassan Nasrallah que Irán seguirá apoyando totalmente a las organizaciones de resistencia contra Israel, o sea, que así como Irán planificó y Hamas ejecutó el pogromo de octubre, los otros grupos que Irán entrena, apoya, protege y financia, desde Hizbola a la Yihad Islámica, también seguirán bajo su ala, porque el objetivo es claro: exterminar a Israel. Nadie, ni desde Europa o América del Norte o Lejano Oriente hicieron el más mínimo comentario ante las declaraciones públicas del iraní. Hace rato que han naturalizado que Irán puede jactarse de prometer un genocidio contra la nación judía. Y además, le dan todos los podios internacionales para que lo reitere una y otra vez.

En ese contexto de aberración que practican los Chamberlain y Daladier de hoy, resulta imprescindible no sólo enfrentarlos sino en momentos que se cumplen 8 meses de la barbarie de Hamas, gritar tan fuerte como lo hacen los israelíes en las calles de Tel Aviv,  Jerusalén y otras ciudades, para que los rehenes, vivos o no, regresen a Israel y que no haya (aunque parece muy utópico decirlo) impunidad tan obscena para los perpetradores de los secuestros.

Cuando el lunes de esta semana, Israel notificó públicamente que se hallaron los restos de cuatro de los secuestrados (tres de ellos octogenarios) se hizo con las formas y principios que se rigen por la ética y el respeto con los cuales se comparten esas trágicas informaciones. Pero no es que sus decesos ocurrieron 24 o 48 horas antes, sino meses después de ser arrastrados a Gaza. Fueron ejecutados. Y para saber quién era quien, hubo una tarea repetida desgraciadamente muchas veces en estos ocho meses, de estudio muy cuidadoso de lo que se encontró de cada uno de ellos.

En ese contexto, los testimonios de quienes fueron liberados en noviembre cada día cobran un valor mayor. Ante la hostilidad de los organismos de la ONU, de democracias y dictaduras, de partidos comunistas, socialistas y fascistas, de medios de difusión que no merecen llamarse así, por quitarle a Israel el derecho a la defensa y a poder hacer lo imposible para no sufrir otro 7 de octubre, hay que mostrar, exhibir, publicar y reiterar lo que cada secuestrado ha narrado, y ubicar a los asesinos en el lugar donde siempre están: en el océano de barro y odio.

Aunque Moran Stella Yanai ha contado su historia más veces de las que podría esperarse de una víctima del horror, ahora se siente obligada a hablar en nombre de quienes aún no son libres. Seis meses después de su liberación en noviembre pasado, Moran compartió su experiencia en el cautiverio de Hamas con The Washington Post, relatando la terrible experiencia que sufrieron su mente y su cuerpo. Ella espera que sirva para recordar a la opinión pública sobre los que están en los túneles o casas particulares o locales de UNWRA en Gaza. Moran ha estado en constante movimiento, reuniéndose con activistas, diplomáticos e incluso con el inefable secretario general de la ONU. Ha pronunciado discursos en Israel y en todo el mundo. Morán, diseñadora y artista, fue capturada tres veces el 7 de octubre. Había acudido al Festival de Música Nova, para vender sus trabajos artesanales hechos a mano. Cuando los hombres armados de Hamas descendieron sobre el lugar del concierto, corrió para salvar su vida, caminando cuando ya no podía correr. Durante cinco horas recorrió campos y desierto. Finalmente fue capturada por un grupo de terroristas, que retransmitieron en directo un video en el que se veía a Moran suplicando por su vida en una zanja. Moran dice que los convenció de que era árabe, utilizando su limitado vocabulario árabe y señalando su collar, en el que figuraba su segundo nombre, Stella, en caracteres árabes, regalo de una amiga egipcia. La dejaron marchar. Otro grupo de terroristas la encontró, pero ella utilizó la misma estrategia para negociar su liberación. Después se subió a un árbol, con la esperanza de encontrar un escondite, pero se cayó y se hizo doble fractura de tobillo. Rengueando y agotada, cayó en manos de un grupo de 13 hombres de Hamas que la agarraron y no la soltaron. Los hombres la tumbaron sobre sus regazos, como a un animal atrapado luego de una cacería. La golpearon en el trayecto a Gaza. Recuerda que intentó cerrar los ojos, pero el líder del grupo le tiró del pelo y le gritó que los mantuviera abiertos. La obligó a mirar a los habitantes de Gaza que se alineaban en las calles, vitoreando. La llevaron a un hospital, apareció un médico que le habló en hebreo y ella pensó que la pesadilla podía terminar.

El médico le sonrió, le puso un fuerte vendaje y cuando la empezaron a trasladar de escondite en escondite, le quitaron la venda y la obligaron a bajar y subir escalones con zapatones que le hacían el dolor insoportable. Lo que más la atormenta son los relatos de primera mano de violaciones de otras rehenes.

Guarda sus secretos y no divulga sus nombres para proteger su intimidad. Describió la tortura psicológica como implacable y repetitiva. Cuando fue liberada en el canje de noviembre, Moran descubrió que era alérgica a los piojos que le habían infectado el cuero cabelludo. Había perdido casi 8 quilos y ahora está “medio sorda” por las constantes explosiones. Hoy trata de recuperar su tobillo y le diagnosticaron síndrome de dolor regional complejo, una enfermedad crónica poco frecuente. Esto es apenas una ínfima parte de lo que Moran ha narrado públicamente. Esta es sólo la narración de actos macabros contra una joven, lo que se reiteró contra niños, mujeres, ancianos. Y a ocho meses de comenzar este infierno no podemos olvidar ni por medio segundo porque el desprecio universal por todas las víctimas a través de todas las formas del antisemitismo desatado por doquier no sólo crece, sino que llega a límites que para muchos quizás sean insospechados.

Veamos un ejemplo latinoamericano de esa perversidad latente y vigente, que nos arrastra hacia la década de los 30 del siglo XX. También entonces se pensaba que hasta la maldad tiene límites, y los hechos demostraron lo contrario.

El lunes de esta semana, el presidente de Colombia Gustavo Petro, durante una ceremonia en Bogotá, en la que recibió el Gran Collar del Estado de Palestina, entregado por el canciller Riyad Al-Maliki en representación del presidente Mahmud Abbas, se pronunció, otra vez, con expresiones que empequeñecen los brulotes lanzados por Petro hasta ahora. Dijo Petro: “Los nazis están en el poder, ascienden a través del capital financiero, logran conducir el Gobierno de los Estados Unidos, así sea autodenominado demócrata, con corrientes progresistas. Pero ese progresismo juvenil, negro, árabe, diverso, latino, que hay allí, no logra cambiar la voluntad del Estado que sigue ayudando a disparar las bombas”.

Siguió: “estamos ya en una guerra, nos han convocado a una guerra, y es: o la extinción de la humanidad, o la revolución mundial por la vida, y lo que se está concentrando en Gaza, en tan pequeño espacio, es la condensación de ese conflicto. Lo que dispara no es Israel, es un medio, el que dispara es el gran capital mundial fósil y financiero contra un pueblo que no puede resistir, aguantar, porque ha sido resistente, porque les han enseñado a todos los pueblos del mundo que no hay otro camino que la resistencia, algo que ya sabíamos nosotros”.

¡Cuidado con confundirnos! Petro habla hoy siglo XXI. No es el nazismo, aunque su odio antisemita abraza su prédica; es uno de los voceros de una izquierda fascista que divide al planeta en buenos y malos, que demoniza todo lo que se oponga a su mesianismo político e invita a lo que él denomina la resistencia, que es la palabra que utilizan Irán, Hamas, Hizbola, el presidente de Turquía para respaldar sus crímenes. En manos de ese mesianismo atroz que convoca a resistir al diferente (que es todo aquel que piensa distinto) están no sólo gran parte de los países de nuestra región sino también gran parte de Europa y por supuesto, los que llegan desde Medio Oriente y condecoran a quienes dicen defender la vida cuando en la realidad cabalgan día y noche con los jinetes del apocalipsis.

 
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