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| miércoles diciembre 11, 2024

A 20 años de la desaparición de Yasser Arafat, su legado fue la muerte del Estado palestino

En muchos sentidos, el fracaso de la causa palestina en las últimas dos décadas es resultado de las decisiones de Arafat durante los diez años que presidió la Autoridad Palestina


Yasser Arafat murió hace 20 años, el 11 de noviembre de 2004, a la edad de 75 años. Nació en 1929 en El Cairo, y participó activamente en el movimiento que llevó a la fundación del movimiento al-Fatah en 1959.

Al-Fatah se convirtió finalmente en una de las principales facciones palestinas que llevaron a la formación de la Autoridad Palestina en 1994.

Los años trascurridos desde la muerte de Arafat han visto algunos cambios importantes para los palestinos. Pero en muchos sentidos, el fracaso de su causa en las últimas dos décadas es resultado de las decisiones de Arafat durante la década en que presidió la AP.

Seguramente este no era el legado que esperaba dejar. Arafat probablemente pensó que estaba guiando a los palestinos hacia la creación de un Estado.

Explicando los fracasos de Arafat

Tras la masacre del 7 de octubre de 2023, es poco factible que los palestinos obtengan un Estado; es más probable que el futuro consista en un conflicto interminable que se intensifique y desescale cada pocos años.

¿Qué salió mal? En primer lugar, muchas personas probablemente no recuerden que han pasado dos décadas desde la muerte de Arafat, un testimonio de lo mucho que los acontecimientos actuales lo han eclipsado. Arafat fue alguna vez el centro de atención en esta región; se reunía con los principales líderes, se presentaba en reuniones internacionales con su kefiye y a veces con gafas de sol o con uniforme paramilitar, todo parte de un estilo muy en línea con los años 1960 y 1970 en que se formó. Para poner de relieve esa historia, Christiane Amanpour, de la CNN, presentó recientemente este segmento: “Veinte años después de la muerte de Yasser Arafat, repasamos su complejo legado, su impacto en la búsqueda palestina de un Estado, cómo reaccionaron los líderes mundiales a su muerte y lo que significó para la paz”.

¿Qué podemos concluir al mirar en retrospectiva el legado de Arafat? Como se señaló anteriormente, su ascenso a la prominencia se produjo en el contexto de los años 60 y 70. Arafat intentó canalizar el fervor por la “revolución” y la “lucha armada” internacionales en la región, con la esperanza de que la guerra argelina, que obligó a los franceses a abandonar ese país en 1962, también impulsara a los palestinos. Sin embargo, a diferencia de la Argelia francesa, los palestinos fueron divididos y ocupados en 1967 por Egipto y Jordania.

Inicialmente, la guerra librada por los palestinos era contra la existencia de Israel, no contra la “ocupación”, porque el movimiento nacional palestino era una herramienta de países como Egipto para desestabilizar a Israel. No fue concebido para “liberar” Jerusalén, porque Jordania gobernaba en ese momento Jerusalén Oriental y controlaba la mezquita de al-Aqsa.

Recién después de 1967 las cosas cambiaron, y Arafat y su movimiento adoptaron una nueva narrativa: afirmaron estar llevando a cabo una lucha contra Israel en Cisjordania y la Franja de Gaza.

Arafat había fundado al-Fatah con estudiantes y amigos que conoció en Kuwait y otros lugares entre la diáspora palestina. El movimiento logró más éxito después de 1967, cuando realmente empezó a luchar contra Israel, como en los enfrentamientos en Karameh, Jordania, en 1968.

Desestabilizando el Medio Oriente

Arafat y sus hombres intentaron desestabilizar el Reino de Jordania, llegando incluso a amenazar su existencia en 1970 durante los combates que llevaron a la Guerra Civil jordana.

Durante esa época, el líder de la Organización para la Liberación de Palestina surgió en el escenario internacional. Aparecía en fotos con gafas de sol, luciendo más como el jefe de un cártel que como un líder político. Pero ese era el estilo de la época, por ridículo, bufonesco y de matones que parezca en retrospectiva.

Para 1974, Arafat ya estaba hablando ante las Naciones Unidas. El 10 de noviembre de 1975, la Resolución 3379 de la Asamblea General de la ONU determinó que «el sionismo es una forma de racismo y discriminación racial».

Arafat parecía estar ganando, a pesar de que su movimiento había provocado una guerra en Jordania y también había llevado a cabo la brutal masacre de los Juegos Olímpicos de Múnich. Aparecieron libros que lo alababan por su visión, como Arafat: terrorista o pacificador de Alan Hart. Cuando estaba en la escuela secundaria, mi profesor de estudios sociales estaba entusiasmado con ese libro. Lo leí unos años después.

Para entonces, Arafat y su movimiento no solo habían desestabilizado a Jordania; después de trasladarse al Líbano, también ayudaron a desestabilizar y destruir ese país a partir de 1975, con la guerra civil. Originó las invasiones israelíes de 1978 y 1982, e Israel permaneció en el Líbano hasta el año 2000. Arafat abandonó Beirut en 1982 con destino a Túnez, llegando a Gaza en 1994 para un regreso triunfal a lo que él pensaba que sería un Estado palestino en ciernes.

Si el ambiente de los años 60 convirtió a Arafat en un “ícono” paramilitar que llevaba gafas de sol y kefiye, fue el fin de la Guerra Fría lo que lo convirtió en un líder real legitimado por la comunidad internacional.

Arafat regresó a los territorios palestinos el mismo año en que Sudáfrica celebró sus primeras elecciones plenas y libres con el fin del apartheid. En ese momento la democracia estaba triunfando en el mundo. El Muro de Berlín había caído y los conflictos estaban terminando. Estados Unidos era una potencia hegemónica global que presidía el nuevo orden mundial.

Hubo algunos indicios del fracaso que estaba por llegar, como el desastre de Black Hawk Down en 1993 en Somalia, el genocidio de Ruanda, el atentado con bomba a las Torres Khobar en Arabia Saudita, y el ataque de al-Qaeda a las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania.

Sin embargo, la década de 1990 dio a los palestinos la oportunidad de crear un Estado. En Gaza se construyó un aeropuerto internacional. En Abu Dis los palestinos querían construir una capital improvisada con vista a Jerusalén.

Todo iba bien. En mayo de 2000, Israel se retiró del Líbano.

Arafat tuvo la oportunidad de construir un Estado. En cambio, eligió la guerra. Probablemente creyó que la retirada de Israel del Líbano significaba que, si se presionaba a Israel un poco más mediante la violencia, se rendiría. En septiembre de 2000 apostó a que la visita de Ariel Sharon al Monte del Templo podía usarse como una chispa. Los enfrentamientos comenzaron en Gaza y se extendieron. Comenzó la Segunda Intifada.

No fue como la Primera Intifada, que trajo a Arafat de Túnez a Gaza y ayudó a crear la Autoridad Palestina. Esta fue sangrienta y, como la masacre del 7 de octubre, condujo al desastre a los palestinos.

Para 2002, Israel había vuelto a entrar en muchas ciudades palestinas; el aeropuerto de Gaza estaba en ruinas. Arafat murió en 2004, ni siquiera llegó a vivir para ver la “desconexión” de la Franja de Gaza en 2005.

Arafat dejó una Autoridad Palestina caótica y corrupta en manos de Mahmud Abbas. Con una victoria potencial a través de la “desconexión”, Abbas se tambaleó y dejó que Hamás ganara las elecciones palestinas. Luego dejó que Hamás expulsara a al-Fatah de Gaza.

Con el respaldo de las Fuerzas de Seguridad de la Autoridad Palestina entrenadas por Estados Unidos, Abbas se mantuvo en el poder, pero su régimen era un edificio que envejecía lentamente. En Gaza, la ONU y las ONG se asociaron con Hamás; en 2012, los dirigentes de Hamás estaban en Doha, Catar, preparándose para cosas más importantes.

Varias guerras después, Hamás estaba listo para lanzar la masacre del 7 de octubre, cuyo objetivo era acabar para siempre con el concepto de dos Estados y sumergir a Israel en guerras interminables para que Hamás pudiera apoderarse de Cisjordania.

El fracaso de Arafat en hacer realidad una visión para los palestinos en esa estrecha ventana de oportunidad de la década de 1990 ha permitido a Hamás ser un motor del movimiento y conducirlo al desastre.

*Principal corresponsal y analista sobre el Medio Oriente de The Jerusalem Post.
Fuente: The Jerusalem Post.
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.

 
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