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| sábado diciembre 21, 2024

JAIEI SARA 5785


B’H

Génesis 23:1-25:18

Sara fallece a la edad de 127 años y es enterrada en la Cueva de Majpelá en Jevrón, la cual Abraham adquiere de Efrón el Jití por 400 shekels de plata.

El sirviente de Abraham, Eliezer, es enviado, cargado de regalos, a Jarán, para buscar una esposa para Itzjak. En el pozo de agua del pueblo, Eliezer pide una señal a Di-s: cuando las doncellas vienen al pozo, él pedirá agua para beber; la mujer que ofrezca darle de beber a sus camellos también, será la mujer destinada para el hijo de su maestro.

Rivká, la hija del sobrino de Abraham, Betuel, aparece en el pozo y pasa «la prueba». Eliezer es invitado a su casa, donde repite la historia de los eventos del día. Rivká retorna con Eliezer a la tierra de Canaan, donde encuentran a Itzjak rezando en el campo. Itzjak se casa con Rivka, la ama, y es confortado por la pérdida de su madre.

Abraham toma una nueva esposa, Keturá (Hagar) y tiene seis hijos más, pero Itzjak es designado como su único heredero. Abraham muere a los 175 años y es enterrado al lado de Sara, por sus dos hijos mayores, Ismael e Itzjak.

TRES MATRIMONIOS

La Torá describe tres matrimonios que son emblemáticos.

El primero es cuando Di-s crea a Adán y Eva. Acá es Di-s el casamentero, Él escolta a la novia hasta el palio y oficia la ceremonia nupcial. Unos pocos versículos alcanzan para describir esta unión.

El tercero ocurre cuando es entregada la Torá. En este caso hay un casamentero, Moisés, quien también escolta al novio, Israel, hasta el palio nupcial, el Monte Sinaí, en tanto que Di-s oficia como acompañante de la novia, la Torá. Pero esta boda sólo se puede deducir por indicios.

¿Y qué pasa con el segundo matrimonio? Hay un casamentero, Eliezer, que viaja hasta Jaran, conoce a la novia, Rivká, y la escolta hasta Canaan, donde el novio, Itzjak, espera. Esta boda es descripta en detalle, y no sólo eso, sino que el viaje de Eliezer y su búsqueda son narrados ¡dos veces!

¿Cuál es la diferencia entre esta boda y las otras dos para que sea narrada con tanto detalle? La primera y la última son bodas realizadas en un plano netamente espiritual, sin intervención humana. En cambio la boda de Itzjak y Rivka es fruto del esfuerzo humano y nos enseña que para construir un hogar y, en un sentido más amplio, una morada para Di-s en este mundo, no alcanza con la intervención Divina, sino que nosotros mismos debemos esforzarnos, somos nosotros los que debemos construir ese edificio que se llama hogar, paso a paso, día a día.

 

La belleza constante de la inocencia

Todos pasamos por una etapa de inocencia. Miramos al mundo con generosidad y sencillez.

Por Tali Loewenthal

 

Una mujer noble fallece al comienzo de la parashá de esta semana (Génesis 23:1-25:18): se trata de Sará, la esposa de Abraham, ancestro del pueblo judío. Cuando murió tenía 127 años, que no es mucho si consideramos que tuvo a su primer y único hijo, Itzjak, a los 90.

La Torá nos dice su edad de una manera muy específica: su vida duró “cien años, veinte años y siete años”. Los sabios1 comentan que esto significa que, en términos de belleza e inocencia de cualquier tipo de pecado, cuando tenía cien años parecía de veinte y cuando tenía veinte parecía de siete.

Esta enseñanza sobre Sará nos dice algo sobre la belleza, la inocencia y la constancia.

Todos pasamos por una etapa de inocencia. Miramos al mundo con generosidad y sencillez. La pureza innata aún no ha sido enmascarada por el ego. Por desgracia, para la mayoría de las personas esta etapa en algún momento se termina. Comenzamos a preocuparnos demasiado por nosotros mismos, por nuestros deseos egoístas. El ego anuncia a los gritos su entrada: yo quiero, yo deseo, yo tengo… ¡y no voy a compartir nada contigo!

En el caso de Sará, esta edad de la inocencia nunca acabó. Duró toda su vida. Además, los sabios la relacionan con la belleza física. La pureza interior de Sará irradiaba cada aspecto de su ser.

Esto puede suceder como consecuencia de estar lejos del mundo, de estar apartado. Pero no fue el caso de Sará: ella estaba en el mundo, de una manera sagrada pero a la vez saludable e íntegra. No sólo su alma, su vida espiritual, expresaba su dedicación a Di-s, sino también su vida física.

Pero, ¿el cuerpo de Sará no envejecía? El Rebe de Lubavitch señala que, de hecho, la semana pasada la Torá contaba que había envejecido, tanto que no podía tener hijos. Entonces, por milagro, dio a luz a Itzjak. Esto indica con claridad que más allá de este milagro extraordinario, Sará cambió con la edad, como cualquier persona.

El Rebe explica que los altibajos y los cambios que vienen con el paso del tiempo pueden revelar la constancia interna de la persona. No es a pesar de estos cambios físicos, sino a través de ellos, que la espiritualidad interna sale a relucir, atemporal y eterna, y se expresa en el ser físico.2

En este sentido, todos tenemos la oportunidad de ser como Sará. A través de las enseñanzas de la Torá podemos recuperar y conservar la inocencia en todos los ámbitos de nuestras vidas, y así cambiar los aspectos de nuestro ego que nos separan de nosotros mismos, de quienes somos en verdad.

De este modo, alcanzamos un estado en el que nuestra interioridad pura y sagrada se expresa en nuestra vida exterior y física. Seamos hombres o mujeres, parece que cambiamos con la edad, pero el hecho es que a medida que pasan los años sólo expresamos con más profundidad la integridad y la belleza que llevamos dentro. (www.es.chabad.org)

Tener un por qué

Rav Jonathan Sacks

 

El nombre de nuestra parashá parece presentar una paradoja. Se llama Jaiei Sará, «la vida de Sará», pero comienza con la muerte de Sará. Todavía más, hacia el final de la parashá, también registra la muerte de Abraham. ¿Por qué una parashá sobre la muerte recibe el nombre de «vida»? La respuesta, en mi opinión, es que (no siempre, pero a menudo), la muerte y cómo la enfrentamos, es un comentario sobre la vida y cómo la vivimos.

Lo cual nos lleva a una paradoja todavía más profunda. Un conocido comentario de Rashi sobre la frase aparentemente superflua: «los años de la vida de Sará», dice: «La palabra ‘años’ se repite para indicar que todos sus años fueron igualmente buenos». ¿Cómo puede decir alguien que los años de la vida de Sará fueron igualmente buenos? Dos veces, primero en Egipto y luego en Guerar, ella persuadió a Abraham para que dijera que ella era su hermana y no su esposa, y luego la llevaron al harem real, una situación que la ponía en peligro moral.

Hubo años en los que a pesar de la promesa repetida de Dios de que tendrían muchos hijos, ella era estéril y no podía tener ni un solo hijo. En un momento persuadió a Abraham para que tomara a su sierva, Hagar, y tuviera un hijo con ella, lo que le causó mucha angustia.(1) Todo esto contribuye a una vida de incertidumbre y décadas de esperanzas no concretadas. ¿Cómo puede ser remotamente plausible decir que todos los años de Sará fueron igualmente buenos?

Esto respecto a Sará. En lo que respecta a Abraham, el texto es igualmente sorprendente. Inmediatamente después de relatar que compró un terreno para enterrar a Sará, leemos: «Abraham era anciano, entrado en días, y Dios había bendecido a Abraham con todo» (Génesis 24:1). También esto es extraño. Siete veces Dios le había prometido a Abraham la tierra de Canaán. Sin embargo, cuando murió Sará él no tenía ni un solo terreno en donde poder enterrarla, y tuvo que someterse a una elaborada y humillante negociación con los hititas, obligado a admitir al comienzo: «Soy un forastero y temporalmente resido entre ustedes» (Génesis 23:4). ¿Cómo puede decir el texto que Dios había bendecido a Abraham con todo?

Igualmente sorprendente es el relato de la muerte de Abraham, tal vez la más serena en toda la Torá: «Abraham expiró y murió en buena vejez, anciano y satisfecho, y fue reunido con su pueblo». Le habían prometido que se convertiría en una gran nación, el padre de muchas naciones, y que heredaría la tierra. Ninguna de estas promesas se cumplió durante su vida. ¿Cómo podía estar «satisfecho»?

Una vez más, la respuesta es que para entender una muerte, necesitamos entender una vida.

Tengo sentimientos mezclados respecto a Friedrich Nietzsche. Él fue uno de los pensadores más brillantes de la era moderna, y también uno de los más peligrosos. Él mismo era ambivalente respecto a los judíos y negativo con relación al judaísmo.(2) Sin embargo, una de sus declaraciones más famosas es tanto profunda como verdadera: «El que tiene un por qué en la vida puede soportar casi cualquier cómo».(3)

(En este contexto debo agregar algo que él dijo en «La genealogía de la moralidad» y que no he citado antes. Tras criticar otras Escrituras sagradas, él escribió: «el Antiguo Testamento, bueno, eso es algo bastante diferente: ¡Todo el respeto por el Antiguo Testamento! En él encuentro grandes hombres, escenarios heroicos y algo de suma rareza en la tierra. La incomparable ingenuidad del corazón fuerte. Todavía más, encuentro un pueblo».(4) Por lo tanto, a pesar de su escepticismo respecto a la religión en general y a la herencia judeocristiana en particular, él tenía un genuino respeto por el Tanaj).

Abraham y Sará se encuentran entre los ejemplos supremos de toda la historia de lo que es tener un por qué en la vida. Todo el curso de sus vidas tuvo lugar como respuesta a un llamado, a una voz Divina que les dijo que dejaran su hogar y su familia, que partieran hacia un destino desconocido, que se fueran a vivir a una tierra donde serían extraños, que abandonaran toda forma de seguridad convencional y tuvieran fe para creer que al vivir de acuerdo con los estándares de rectitud y justicia estarían dando el primer paso para establecer una nación, una tierra, una fe y una forma de vida que sería una bendición para toda la humanidad.

Como dijo Eric Auerbach, la narrativa bíblica está «llena de trasfondo», lo que significa que gran parte de la historia no se expresa. Tenemos que adivinarla. Por eso existe el Midrash, que llena los vacíos narrativos. En ninguna parte esto es más evidente que en el caso de las emociones de las figuras claves. No sabemos qué sintieron Abraham o Itzjak mientras caminaban hacia el Monte Moriá. No sabemos qué sintió Sará cuando entró en los harenes, primero del faraón y luego de Avimélej en Guerar. Con algunas notorias excepciones, apenas sabemos lo que sintieron los personajes de la Torá. Por eso son tan importantes las dos declaraciones explícitas sobre Abraham: que Dios lo bendijo con todo, y que terminó su vida anciano y satisfecho. Y cuando Rashi dice que todos los años de Sará fueron igualmente buenos, le está atribuyendo lo que el texto bíblico atribuye a Abraham, es decir, una serenidad ante la muerte que proviene de una profunda tranquilidad en la vida. Abraham sabía que todo lo que le ocurría, incluso las cosas malas, eran parte del camino al que Dios lo había enviado con Sará, y tuvo la fe de caminar por el valle de la sombra de la muerte sin temer ningún mal, porque sabía que Dios estaba con él. Eso es lo que Nietzsche llamó «el corazón fuerte».

En el año 2017 hubo un libro inusual que se convirtió en un éxito de ventas. Una de las cosas que lo hizo inusual fue que su autora tenía noventa años y ese era su primer libro. Otra cosa fue que ella no sólo era una sobreviviente de Auschwitz sino también de la Marcha de la Muerte al final de la guerra, lo cual en ciertos aspectos fue todavía más brutal que el campo mismo.

El libro se llamó «La bailarina de Auschwitz», y su autora fue Edit Eger.(5) Ella llegó a Auschwitz con su padre, su madre y su hermana Magda, en mayo de 1944, una de los 12.000 judíos transportados desde Kosice, Hungría. Sus padres fueron asesinados ese mismo día. Una mujer le señaló el humo que salía por la chimenea y le dijo a Edith que le convenía empezar a hablar de sus padres en tiempo pasado. Con increíble coraje y fuerza de voluntad, ella y Magda sobrevivieron el campo y la marcha. Cuando los soldados norteamericanos eventualmente la sacaron de entre una pila de cadáveres en un bosque de Austria, ella tenía fiebre tifoidea, neumonía, pleuresía y la espalda fracturada. Después de un año, su cuerpo sanó, se casó y se convirtió en madre. La curación de la mente llevó mucho más tiempo, y eventualmente se convirtió en su vocación en los Estados Unidos, donde vivió.

Cuando estaban camino a Auschwitz, la madre de Edith le dijo: «No sabemos a dónde vamos, no sabemos qué va a pasar, pero nadie puede quitarte lo que tú pones en tu mente»: Esa frase se convirtió en su mecanismo de supervivencia. Inicialmente, después de la guerra, para ayudar a mantener a su familia, ella trabajó en una fábrica, pero eventualmente fue a la universidad, estudió psicología y se convirtió en psicoterapeuta. Ella aprovechó sus propias experiencias de supervivencia para ayudar a otros a sobrevivir las crisis de la vida.

Al comienzo de su libro ella hace una importante distinción entre victimización (lo que te sucede) y victimismo (cómo respondes a lo que te sucede). Esto es lo que dice sobre lo primero:

Todos podemos ser victimizados de algún modo en el transcurso de nuestras vidas. Todos, en algún momento, padeceremos algún tipo de desgracia, calamidad o abuso, provocados por circunstancias, personas o instituciones sobre las que tenemos poco o ningún control. Así es la vida. Y eso es la victimización. Viene del exterior.

Y esto sobre lo segundo:

En cambio, el victimismo procede del interior. Nadie puede convertirnos en víctima excepto nosotros mismos. Nos convertimos en víctimas, no por lo que nos sucede, sino porque decidimos aferrarnos a nuestra victimización. Desarrollamos una mentalidad de víctima; una forma de pensar y de ser rígida, culpabilizadora, pesimista, atrapada en el pasado, implacable, castigadora y sin límites o fronteras saludables.(6)

En una entrevista tras la publicación de su libro, ella dijo: «Aprendí a no buscar la felicidad, porque eso es externo, Naciste con amor y naciste con alegría. Eso es interno. Siempre está allí».

Esta increíble mentalidad la aprendemos de sobrevivientes del Holocausto como Edith Enger y Viktor Frankl. Pero en verdad, ha estado presente desde el comienzo, desde Abraham y Sará, que sobrevivieron a todo lo que el destino les presentó, sin importar cuánto eso parecía desviar su misión, uy a pesar de todo encontraron serenidad al final de sus vidas. Ellos sabían que lo que hace una vida satisfactoria no es externo sino interno, un sentido de propósito, de misión, una vocación, o comenzar algo que será continuado por aquellos que vengan después, de traer algo nuevo al mundo a través de la forma en que vivieron sus vidas. Lo que importa está en el interior, no en el exterior; su fe, no sus circunstancias que a menudo fueron tan complicadas.

Yo creo que la fe nos ayuda a encontrar el por qué que nos permite soportar casi cualquier cómo. La serenidad de la muerte de Sará y de Abraham fue el testimonio eterno de cómo ellos vivieron.(aishlatino.com)

Shabat Shalom


Notas

  1. Deliberadamente omití la tradición (Targum Ionatán sobre Génesis 22:20) que dice que en el momento del sacrificio de Itzjak se le apareció el Satán y le dijo que Abraham había sacrificado a su hijo, dándole un shock que le provocó la muerte. Esta tradición moralmente es problemática.
  2. El mejor estudio más reciente es el de Robert Holub, Nietzsche’s Jewish Problem, Princeton University Press, 2015.
  3. Friedrich Nietzsche, Twilight of the Idols, Maxims and arrows, 12.
  4. Friedrich Nietzsche, The Genealogy of Morality, Cambridge University Press, 2009, 107.
  5. Edith Eger, The Choice (La bailarina de Auschwitz), Rider, 2017.
  6. Ibid., 9.

 

 

 
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