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| lunes abril 21, 2025

VAIKRÁ 5785

Israel Winicki Z.L Porisrael.org


B’H

Levítico 1:1-5:26

 

Di-s llama a Moshe a la Tienda de Reunión y le comunica las leyes de los Korbanot, ofrendas de animales y vegetales traídas al Santuario. Estas incluyen: La “ofrenda de elevación” (olá) que es totalmente incinerada para Di-s en el fuego del Altar; Cinco variedades de “ofrendas vegetales” (minjá) preparadas con harina fina, aceite de oliva y olíbano; La “ofrenda de paz” (shlamím), cuya carne era comida por aquél que traía la ofrenda, mientras que ciertas partes eran quemadas en el Altar y otras entregadas a los Kohanim (sacerdotes); los diferentes tipos de “ofrendas de pecado” (jatat) traídas para expiar por transgresiones cometidas erróneamente por el Sumo Sacerdote, la comunidad entera, el rey o un judío ordinario; La “ofrenda de culpa” (asham) traída por una persona que obtuvo beneficio de la propiedad del Santuario, o por quien tiene duda de si transgredió una prohibición divina, o por quien “traicionó a Di-s” a través de jurar en falso para defraudar.

 

HUMILDAD

La primer palabra del Jumash Vaikrá está escrita con una letra alef pequeña “ויקרא”. En la Torá existen tres clases de letras: comunes, grandes y pequeñas. ¿Cuál es el motivo por el que justamente la letra alef de Vaikrá sea una letra pequeña? El Alter Rebe (Rabí Schneur Zalman de Liadi, primer Rebe de Jabad) respondió: En el libro Dibrei Haiamim (Crónicas) aparece el nombre de Adam HaRishón (Adán) con una letra alef grande, Adam HaRishón que fue creado por la mano de Di-s se consideraba importante y por ello pecó. Moshé Rabeinu, que fue el elegido entre los profetas, y sabía de su importancia, sin embargo era humilde y no se consideraba importante. Él pensaba: Si Di-s le hubiera dado mis fuerzas a otro hombre, éste habría tenido más éxito, por lo que no tengo motivo para enorgullecerme. Por ello en la Torá el llamado de HaShem a Moshé está escrito con una alef pequeña, porque Moshé se “empequeñeció” a sí mismo y fue humilde. (מעיין חי)

 

NUNCA DICEN «LO SIENTO»

Los políticos nunca admiten sus errores ¿que opina la Tora?

Por Elisha Greenbaum

 

¿Han escuchado las noticias? Hay una situación política amenazadora, que puede o no derivar en un escándalo. Parece que algunos políticos pueden haber dicho o hecho algo que puede o no ser correcto, depende de las circunstancias del momento, y/o nuestra comprensión de la ley.

¿Inocuo dicen? Es el encubrimiento que los sumerge siempre. La prensa lo recoge, comienzan a volar las preguntas; ¿quién sabe qué, cuándo? Es designada una comisión y se inicia un proceso de investigación. Una lenta filtración de información comienza a surgir. Se presentan cables diplomáticos, se examinan mails, los testigos son repreguntados para ver si son confiables. Arenques rojos, armas humeantes, descubrimientos; abundancia de lugares comunes. El escándalo domina los medios de comunicación.

¿Suena familiar? No me estoy refiriendo a ningún contratiempo en particular; sino que este es un patrón de todo escándalo político. Es un juego; lo hacen mal, lo niegan; tratamos de atraparlos en una mentira. El más afortunado sigue adelante con ello, mientras que el menos afortunado «se retira para pasar más tiempo con su familia».

Me pregunto, si un líder tiene el coraje de mirarnos colectivamente a los ojos, admite un error y promete cuidarse mejor en el futuro, no sería mejor al corto o al largo plazo. El electorado es realista, sabemos que todos cometen un desliz ocasionalmente y la mayoría de nosotros perdonaremos y olvidaremos frente a una admisión honesta.

La lectura de la Torá de esta semana estudia la situación en la que un líder o un rey accidentalmente hacen algo incorrecto, admiten su pecado y desean rehabilitarse a los ojos de su pueblo y a los ojos de Di-s. Es fascinante, a diferencia de los funcionarios electos contemporáneos que se retuercen, giran y niegan cualquier error, aun al extremo de destruir sus carreras en el proceso, un líder judío públicamente reconoce su error y ofrece un sacrificio a Di-s como penalidad.

El rey, como cabeza de la nación utilizaba esta oportunidad para demostrar públicamente su continuo compromiso con los Mandamientos, y el pueblo se emocionaba al saber que su líder reconocía sus propias imperfecciones y abiertamente deseaba dirigirse a ellos.

En ocasiones todos nosotros nos salimos del carril, tanto en nuestro matrimonio, asuntos financieros o relaciones. Tenemos la opción de negar el pasado y rehusarnos a dedicarnos al futuro, o actuar como un verdadero líder y enfrentarnos a nosotros mismos. La tentación se desliza sigilosamente en el inquieto espacio de la vida, y el engaño y la soberbia en nuestro camino sobrepasan el problema. Sin embargo esta liviana opción sólo nos llevará más dentro de la suciedad, como el encubrimiento acrecentó el pecado original.

Sólo cuando estamos preparados para enfrentar a nuestros demonios, y honesta y públicamente nos comprometemos a mejorar, demostramos nuestra capacidad de auto invención, re vigorización y verdadero liderazgo. (www.es chabad.org)

La perspectiva profética de los sacrificios

Rav Jonathan Sacks

Los sacrificios, el tema de la parashá de esta semana, eran fundamentales en la vida religiosa del Israel bíblico. Esto lo vemos no sólo en el espacio que le dedica la Torá, sino también en el hecho de que ocupan su libro central, Vaikrá.

Desde la destrucción del Segundo Templo hace casi 2.000 años no tenemos el servicio de los sacrificios. Sin embargo, lo que es profundamente relevante hoy en día es la crítica de los sacrificios que encontramos entre los profetas del Primer Templo. Esa crítica fue aguda y profunda y formó muchos de sus discursos. Uno de los primeros fue dirigido por el profeta Samuel: «¿Acaso Dios se complace en holocaustos y sacrificios tanto como en la obediencia de los mandamientos de Dios? He aquí que obedecerle es mejor que sacrificar y la obediencia [vale más] que el sebo de los carneros» (Samuel I 15:22).

Amós dijo en nombre de Dios: «Aunque me ofrezcan holocaustos y ofrendas vegetales, no los aceptaré. Y tampoco aceptaré sus sacrificios de animales cebados… Pero que la justicia suba como las aguas y la rectitud como una impetuosa corriente» (Amós 5:21-24). Y Hosea dijo: «Porque deseo misericordia, no el sacrificio; obediencia a Dios antes que los holocaustos» (Hosea 6:6).

Encontramos críticas similares en varios Salmos. «Si Yo tuviese hambre no te lo diría, porque el mundo entero es Mío, y todo lo que él contiene. ¿Acaso como la carne de los toros o bebo la sangre de los machos cabríos?» (Salmos 50:8-15). «Dios, abre mis labios y mi boca anunciará Tu alabanza, porque Tú no te complaces en sacrificios, de otro modo yo te lo habría ofrecido. Con los holocaustos no te alegras. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado, el corazón quebrantado y contrito» (Salmos 51:17-19).

 

Jeremías parece sugerir que el orden de los sacrificios no fue la intención inicial de Dios: «Porque Yo no hablé a sus padres ni les ordené en el día que los saqué de la tierra de Egipto, con respecto a ofrendas o sacrificios, sino que esto les ordené diciendo: ‘Escuchen Mi voz y Yo seré su Dios y serán Mi pueblo, sigan el camino que Yo les ordeno, para que todo les vaya bien» (Jeremías 7:22-23)

Lo más fuerte de todo es el pasaje al comienzo del libro de Isaías que leemos en Shabat Jazón antes de Tishá BeAv: «‘¿Para qué sirven tantos sacrificios que Me hacen?’, dice Dios. ‘Ya estoy harto de holocaustos de carneros y de sebos de animales cebados. No me complazco con la sangre de toros, ni de ovejas ni de machos cabríos. Cuando vienen a presentarse ante Mí, ¿Quién les ha pedido eso, ese pisoteo de Mis atrios? ¡No traigan más oblaciones vanas! Su incienso es detestable para Mí'» (Isaías 1:11-13).

Toda esta línea de pensamiento, en tantas voces y sostenida durante siglos, es extraordinaria. El pueblo es criticado no por desobedecer la ley de Dios sino por obedecerla. Los sacrificios habían sido ordenados. Sus ofrendas eran un acto sagrado efectuado en un lugar sagrado. ¿Qué era entonces lo que despertaba el enojo de los profetas y su reproche?

No era que ellos se opusieran al sacrificio como tal. Jeremías previó el día en que «La gente llegará de los pueblos de Iehudá y los alrededores de Jerusalem… trayendo holocaustos y sacrificios, ofrendas de harina e incienso, y llevando ofrendas de agradecimiento a la Casa de Dios» (Jeremías 17:26).

Así también Isaías: «Los llevaré a Mi monte sagrado y los dejaré regocijarse en Mi casa de plegarias. Sus holocaustos y sacrificios serán bienvenidos sobre Mi altar y Mi casa será llamada una casa de plegaria para todos los pueblos» (Isaías 56:7).

Los profetas no estaban criticando la institución de los sacrificios. Criticaban algo tan real hoy como en ese entonces. Lo que los angustiaba profundamente era la idea de que se puede servir a Dios y al mismo tiempo actuar con desdén, crueldad, injusticia e insensibilidad o crueldad hacia otras personas. «Lo único que importa es estar bien con Dios». Ese era el pensamiento que encendía de indignación a los profetas. Ellos parecen estar diciendo: Si eso es lo que piensas, no has entendido a Dios ni a la Torá.

Lo primero que la Torá nos dice sobre la humanidad es que cada persona fue creada a imagen y semejanza de Dios mismo. Por lo tanto, si haces algo malo a un ser humano, estás abusando de la única creación en el universo sobre la cual Dios ha puesto Su imagen. Un pecado contra cualquier persona es un pecado contra Dios.

En la primera declaración de misión del pueblo judío, Dios dijo sobre Abraham: «Pues lo he elegido porque él encomienda a sus hijos y a su casa después de él a que guarden el camino de Dios para hacer rectitud y justicia» (Génesis 18:19). El camino de Dios es actuar con justicia y rectitud hacia tus semejantes. En contexto, esto implica que Dios estaba invitando a Abraham a rezar en beneficio de los habitantes de Sodoma, a pesar de saber que eran malvados y pecadores.

Es especialmente en el libro de los sacrificios, Vaikrá, donde encontramos los mandamientos de amar a tu prójimo como a ti mismo y amar al extranjero (Levítico 19:18. 33-34). Los sacrificios que expresan nuestro amor y reverencia a Dios deben llevarnos a amar a nuestro semejante y al extranjero. Debe haber una transición perfecta de los mandamientos entre nosotros y Dios y los mandamientos entre nosotros y nuestros semejantes.

Amós, Hosea, Isaías, Miqueas y Jeremías fueron testigos de sociedades en las que la gente era puntillosa a la hora de llevar sus ofrendas al Templo, pero vivían con sobornos, corrupción, perversión de la justicia, abuso de poder y explotación de los indefensos por parte de los poderosos. Los profetas vieron en esto una profunda y peligrosa contradicción.

El acto mismo de llevar un sacrificio estaba cargado de ambigüedad. En la antigüedad, los judíos no eran los únicos que tenían templos, sacerdotes y sacrificios. Casi todo el mundo los tenía. Era precisamente aquí donde la religión del antiguo Israel se parecía más, exteriormente, a las prácticas de sus vecinos paganos. Pero los sistemas de sacrificios de otras culturas se basaban en creencias completamente diferentes. En muchas religiones, los sacrificios se consideraban una forma de aplacar o apaciguar a los dioses. Los aztecas creían que las ofrendas alimentaban a los dioses que sostenían el universo. Walter Burkhart especuló que los antiguos griegos se sentían culpables cuando mataban animales para comer, por lo que ofrecían sacrificios como una forma de apaciguar sus conciencias.

Todas estas ideas son ajenas al judaísmo. Dios no puede ser sobornado ni apaciguado. Tampoco podemos llevarle nada que no le pertenezca. Dios mantiene el universo, el universo no lo mantiene a Él. Y los males corregidos con sacrificios no excusan otros malos actos. Por lo tanto, la intención y el estado mental son esenciales en el sistema de los sacrificios. El pensamiento de que «Si yo llevo un sacrificio a Dios, Él dejará pasar de largo mis otras faltas», (en efecto, la idea de que puedo sobornar al Juez de toda la tierra), convierte un acto sagrado en un acto pagano, y produce precisamente el resultado opuesto de lo que pretendía la Torá. Eso convierte el culto religioso de un camino hacia lo recto y bueno en una forma de calmar la conciencia de los que practican lo que es malo e incorrecto.

Servir a Dios es servir a la humanidad. Ese es el punto que resaltó Miqueas: «Te han dicho, Oh hombre, lo que es bueno y lo que Dios exige de ti: Hacer justicia, amar la bondad y caminar humildemente con tu Dios» (Miqueas 6:6-8). Jeremías dijo del rey Josías: «Juzgó la causa del pobre y del necesitado; entonces le fue bien: ¿no fue esto conocerme?, dice Dios». (Jeremías 22:16). Conocer a Dios, dijo Jeremías, significa preocuparse por los necesitados.

Maimónides en esencia dijo lo mismo al final de «La guía de los perplejos» (III, 54). Él citó a Jeremías: «Sólo en esto hay que gloriarse: en que Me comprenden y Me conocen y saben que Yo soy el Eterno, que ejerzo la bondad, la justicia y rectitud en la tierra, porque en tales cosas Me complazco’, dice Dios» (Jeremías 9:23). Conocer a Dios es saber lo que es actuar con bondad, justicia y rectitud.

Los Profetas dicen que el peligro del sistema de sacrificios es que puede llevar a la gente a pensar que hay dos dominios, el Templo y el mundo, servir a Dios y preocuparse por nuestros semejantes, y que estas dos cosas están desconectadas. El judaísmo rechaza el concepto de dos dominios desconectados. Halájicamente son diferentes, pero psicológica, ética y espiritualmente son parte de un único sistema indivisible.

Yo creo que amar a Dios es amar a tus semejantes. Honrar a Dios es honrar a otros seres humanos. No podemos pedirle a Dios que nos escuche si no estamos dispuestos a escuchar a los demás. No podemos pedirle a Dios que nos perdone si no estamos dispuestos a perdonar a otros. Conocer a Dios es tratar de imitarlo, lo que implica, tal como dijeron Jeremías y Maimónides, ejercer bondad, justicia y rectitud en la tierra. (Aishlatino.com)

 
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