La crueldad jihadista puede disgustar a los occidentales bien intencionados, pero ha demostrado ser una eficaz herramienta de reclutamiento
Para los occidentales progresistas – que se esfuerzan por ser objetivos y les encanta decirnos que los terroristas de ayer bien podrían ser luchadores por la libertad de mañana – los guerreros santos que actualmente masacran infieles, entre ellos al periodista estadounidense James Foley que fue decapitado por un hombre que sonaba como un londinense, siguen siendo «militantes», una palabra inocua que no dice nada. Pero el estado de ánimo está cambiando. Cada vez más personas están empezando a temer que lo que está sucediendo en Siria e Irak pronto podría replicarse en Europa y EE.UU., cuando miles de jóvenes jihadistas regresen a casa decididos a hacer buen uso de las habilidades que adquirieron en los campos de la muerte de Medio Oriente. La idea de que, al igual que los izquierdistas que fueron a España hace tres cuartos de siglo, estas personas estarían felices acomodándose a una tranquila existencia burguesa después de un año sabático pasado luchando por la única fe verdadera, siempre fue un poco rebuscada, pero muchos han tratado de aferrarse a ella, porque la alternativa parecía demasiado alarmante de contemplar.
Los mismos jihadistas se complicaron la vida privando de excusas a los propensos a simpatizar con ellos. En lugar de intentar encubrir sus atrocidades o atribuirlas a un puñado de maníacos homicidas, continúan dándoles la máxima publicidad. Videos de «ejecuciones» en masa de prisioneros desarmados y decapitaciones son inmediatamente publicadas en Internet para advertir a los incrédulos de lo que les está reservado a menos que se rindan. En el occidente de principios del siglo XXI, tratar de aterrorizar a la gente de esta manera es considerado como «medieval», pero hasta hace muy poco era perfectamente normal. Mucho antes de que los nazis, los comunistas y los imperialistas japoneses trataran de desmoralizar a sus enemigos descuartizando a cualquiera que se interpusiera en su camino, generación tras generación de conquistadores habían hecho lo mismo, porque funcionaba.
La crueldad jihadista puede disgustar a los occidentales bien intencionados, pero ha demostrado ser una eficaz herramienta de reclutamiento. Los jovencitos musulmanes de Europa y Estados Unidos, incluyendo los últimos conversos resentidos, han acudido en masa a unirse al autodenominado Estado Islámico que les ofrece algo que los países en los que se criaron son incapaces de darles: una oportunidad para asesinar y mutilar por razones supuestamente nobles . Esto no es tan perverso como la mayoría preferiría pensar; los movimientos que proporcionan a sus seguidores una licencia para matar tienden a atraer a un gran número de jóvenes.
Hubo una vez organizaciones izquierdistas y fascistas especializadas en esto. Su lugar ha sido ocupado por los islamistas, con los más brutales emergiendo como los favoritos. A menos que se lidie con él muy pronto, «ISIS» será aún peor. No sólo en los países en los que millones de hombres y mujeres jóvenes se enfrentan a un futuro miserable, sino también en el relativamente próspero pero, para muchos, decepcionante occidente, no hay escasez de gente como el matón vestido de negro con un acento londinense que degolló a Foley y luego le serruchó la cabeza.
El desafío arrojado por el Estado Islámico sería más fácil de enfrentar si no fuera por la comprensible reticencia de los gobiernos occidentales a ofender a los musulmanes pacíficos y respetuosos de la ley. Aunque podría parecer que una creciente mayoría de europeos están hartos de ver a sus representantes removiendo cielo y tierra para ser amables con ellos, los políticos están convencidos de que las «relaciones comunitarias» deben ser lo primero y por lo tanto están dispuestos a hacer concesiones que conducen a lo que algunos dicen es la constante «islamización» del RU y otros países europeos. Eso puede ser una exageración, pero ya ha producido una reacción que se ha hecho mucho más fuerte por la carnicería en Medio Oriente.
Unos pocos jihadistas podrían ser eruditos en la tradición islámica, pero la mayoría parece saber tan poco acerca de la fe por la que están dispuestos a matar y morir, como la mayoría de los comunistas sobre los puntos más finos de la dialéctica marxista. Aunque la evidente ignorancia de muchos de los «hermanos» los ha hecho objeto de las bromas entre los sofisticados en Londres y París, esto no hace que su causa sea menos peligrosa. Siglo tras siglo, credos asesinos que son incomprensibles para los extraños, han contado con el vigoroso apoyo de juveniles infanterías felices de seguir las órdenes, no importa cuán estrafalarias, de aquellos a los que, por alguna razón, piensan que están obligados a obedecer. La mayoría de esos credos se han podrido en lo que un ideólogo autoritario, Leon Trotsky, llamó el basurero de la historia, pero el islamismo, que ha permanecido alrededor de 1.400 años, no está a punto de unirse a ellos.
Desde mucho antes de que los hombres de Osama bin Laden destrozaran las Torres Gemelas de Nueva York y un ala del Pentágono en Washington, los expertos en la materia han estado tratando de distinguir entre el Islam y el islamismo, entre los musulmanes «ordinarios» y lo que se está haciendo en su nombre. Es una tarea inútil. No sería el caso si los musulmanes pudieran hacer lo que la inmensa mayoría de los cristianos hacen, para los que la Biblia no debe tomarse demasiado literalmente, sino verla como una colección de historias que pueden, o no, ser relevantes para la vida moderna, con el resultado de que pocos creen mucho en algo; sino, como señalan los jihadistas, el Corán fue dictado por Allah hasta la última coma o su equivalente árabe. Siendo eso así, lo que era válido cuando la civilización clásica del Mediterráneo oriental y zonas adyacentes se estaba muriendo y el Islam estaba naciendo, debe ser igualmente válido hoy, un pensamiento que, dada la extrema violencia que se consideraba normal en el siglo VII y en los siguientes, apela demasiado fuertemente a los muchos jóvenes que, como la mayoría de sus antepasados, consideran a la guerra irresistiblemente atractiva.
Traducido por José Blumenfeld/Porisrael.org
Irresistible, para gente con profundos vacios y sin Dios.