Estimado rabino:
Hay veces en que la vida te golpea en la cara con mucha fuerza. La semana pasada visité a mi madre, que se encontraba en el hospital, y me confesó que era judía. Le pregunte por qué nunca me lo había contado antes, pero no quiso explicarme los motivos. Lo que sí me contó fue que sus padres habían sido sobrevivientes del Holocausto. Estaba bastante claro que todo eso no era un invento.
Me puse en contacto con un amigo judío y le conté lo ocurrido, y él me comentó que si mi madre es judía entonces yo también lo soy.
Lo cierto es que la mayoría de mis amigos son judíos. Y siempre me interese en las cuestiones judías. Pero ser judío, es algo completamente diferente. Siento que primero debo averiguar exactamente en que consiste. ¿Por dónde empiezo?
Estimado judío:
Resulta llamativo el hecho de que nadie se sorprende si su madre es coreana, eslovena o incluso originaria de alguna tribu perdida de África, por más interesante que esto pueda parecer.
Por otra parte, no resulta posible enterarse de pronto que uno es musulmán, bahaí o budista, ya que estas son religiones, y si uno no cree en ellas, ¿cómo se es parte? Sin embargo, suele pasar bastante seguido que una persona se despierta un día y descubre que es judía.
Existe algo bastante único acerca de esto. Y creo que es precisamente a lo que te refieres. ¿Qué es tan particular acerca del judaísmo que uno puede descubrir que pertenece no por creencia o afiliación, ni por elección o inclinación, o siquiera por crianza o comunidad de pertenencia? Resulta bastante raro. Uno puede descubrir su judaísmo simplemente porque su madre se despierta un día y dice “¿adivina qué?, soy judía, entonces tu también lo eres”. (Desde luego, se necesitan pruebas fehacientes de esto.)
La respuesta es que los judíos somos una gran familia, todos hermanos y hermanas, todos hijos de Abraham y de Sará, de Itzjak y de Rivka, de Iaacob y de Rajel y Lea. Si tu madre es judía, eres parte de esta familia. (En caso de serlo tu padre pero no tu madre, o si lo es el padre de tu madre pero no su madre, puedes leer el siguiente artículo: Al hijo de padre judío)
Hay quienes dirán, “de acuerdo, pero toda la humanidad es como una gran familia”. A lo que mi respuesta será que los judíos somos una gran familia cuyos miembros están pegados entre sí con un adhesivo superresistente. Un adhesivo divino que dura por siempre. Estamos enlazados eternamente por un pacto eterno y una misión en común que nuestros ancestros asumieron en el monte Sinaí.
El pacto es con el creador de los Cielos y la Tierra, quien nos liberó de la opresión de nuestros amos para que cumpliéramos con su voluntad con amor y alegría, para que heredásemos la Tierra de Israel en paz. Nuestra misión es ser la luz que guíe a las naciones del mundo, para que ellas también puedan cumplir su rol de colmar al mundo de paz, libertad y armonía, conforme su creador lo ideó. Ese pacto y esa misión nos amalgaman en un solo ser, con muchos cuerpos pero una sola alma.
Tanto el pacto como la misión están representados en los cinco libros de Moshé y en el resto de la Biblia hebrea, junto con un compendio extenso de comentarios y debates milenarios, los cuales en su conjunto se llaman Torá, que quiere decir “la enseñanza”. La Torá nos enseña cómo vivir de forma divina aquí en la tierra, en todos los tiempos y en cada situación. Las normas prescriptas en la Torá se conocen como mitzvot. Las instrucciones prácticas se llaman halajá, que significa “el modo”. Y todo esto funciona de forma sincronizada para mantener a toda nuestra familia alrededor del mundo unida en tiempo y espacio.
Transcurrieron casi 4000 años desde que Abraham, el primer judío, comenzó a enseñarle al mundo que Di-s se preocupa por su mundo y sus criaturas. Y han pasado más de 3300 años desde que los hijos de Abraham aceptaron el pacto en el monte Sinaí.
Desde entonces, el pueblo judío ha tenido un impacto inmensurable en la forma en que las personas se piensan a sí mismas y al mundo que habitan, encendiendo la llama con ideas que en su momento fueron radicales y revolucionarias pero que ahora son universalmente aceptadas. Por ejemplo:
· El concepto de libertad (referido en el Éxodo)
· Una visión de la paz mundial (observemos el mural de las Naciones Unidas con la cita de Ieshaiau: “…y tornarán sus espadas en instrumentos para arar”).
· La santidad de la vida humana sin discriminación.
· El derecho de todos los hombres a poseer propiedad privada.
· La necesidad de educar a todos los niños.
· La igualdad ante la ley.
· La supremacía de la ley por sobre la monarquía.
· El deber del gobierno de asegurar el bienestar social.
· La tolerancia para con el extranjero que no comparte tu religión
· El concepto de progreso a lo largo del tiempo, que nos conduzca a un mundo donde percibamos lo divino en su totalidad “como el agua colma los océanos”. Quiera este tiempo llegar antes de lo que imaginamos.
Trajimos estas ideas al mundo no por medio de la espada ni la fuerza ni la amenaza, sino por medio del ejemplo y la perseverancia a través de las mayores dificultades, para que pudieran llegar a muchas personas como un río del que se bebe el conocimiento hasta que forma parte de nuestro ser.
Dicho de otra forma, ciertos pueblos están determinados por su geografía. Nosotros, los judíos, estamos determinados por la Torá y su relato acerca de nuestro pueblo: la historia de nuestros antepasados, del éxodo de Egipto, la entrada a Canaán, los exilios posteriores y la dispersión por el mundo. Pero también estamos determinados por nuestro estudio incesante de la Torá, hasta que podamos ser uno con ella. Del mismo modo que un Italiano es tal porque ha nacido en Italia, un judío es considerado como tal por haber nacido como parte de esa historia (o porque ha ingresado por adopción a esta gran familia, a través de la conversión).
Reclamamos la tierra conforme atravesamos su conjunto en la Torá que estudiamos y en los rezos que decimos a diario. Y dentro de esas extensas fronteras encontramos quienes somos verdaderamente: un árbol que no puede ser consumido por las más feroces llamas de la historia; una luz en la oscuridad que no puede extinguirse ni por los más intensos e incesantes cambios, porque estamos unidos de forma inexorable a nuestra misión divina.
Así que eso somos, y tú eres uno de nosotros, y dondequiera que vayas, sea cual fuere el lugar del mundo, serás parte de esta familia. Puedes ir a cualquier sinagoga o comunidad judía y decir “Hola, recién descubrí que soy judío”, y te recibirán como un hermano perdido hace tiempo.
Y precisamente eso es lo que sugiero que hagas ahora. Acércate a la sinagoga tradicional más cercana. Únete y celebra nuestras fiestas, disfruta de una cena de shabat en comunidad, porque nuestras celebraciones ahora también te pertenecen, y nuestro shabat también es tu shabat.
Cuando comiences a adoptar las practicas judías, deberás hacerlo paso a paso. No se trata de hacer todo o nada. Un buen punto de partida son las diez mitzvot de la campaña iniciada por el Rebe, rabí Menajem M. Schneerson, de bendita memoria.
Y aprende. Puede que no estés de acuerdo con todo lo que aprendas, pero eso no debe impedir que sigas estudiando y cuestionándote las cosas. Porque el estudio y el dialogo en relación con la Torá es lo que, más que todas las otras cosas, nos ha unido en nuestro destino común a lo largo de los milenios. Y es por medio de ella, de la Torá que Di-s nos entregó, que nos descubrimos como un ser eterno.
Ademas de todo esto, reconocete a ti mismo como judio en cualquier circunstancia, sin abdicar de ello jamas, ten presentes los valores que consagra tu condicion, y dan soporte a tu identidad, aceptando como válido el principo segun el cual, existen tantas formas de ser judio como judios hay en el mundo …
Desecha complejos, prejuicio y victimismos, que a nada conducen, sino a mermar tu autoestima, y malbaratar tu camino en la vida …
Sientete partícipe de una historia única, y consecuentemente portador , de un legado que eres llamado a trasmitir, acompasando a él tu linea de conducta, en armónica coherencia …