Mohammad Aslam
Jpost.com
12/06/2011
Aunque, de ninguna manera, exclusivos de los dictadores de Medio Oriente, el delirio y el gobierno absolutista tienen una larga historia en la región.
El efecto del liderazgo terminal sobre el comportamiento político, nunca es más grave que cuando un desmoronado déspota se niega a admitir que su pueblo pueda vivir sin él, al menos tan bien.
El momento cumbre fue cuando un tirano les exclamó, a los padres de adolescentes revolucionarios, que sus hijos habían sido alcoholizados y drogados. Otro tirano habló de fuerzas externas y agendas ocultas. Su homólogo advirtió sobre el caos, en el caso de que abandonara el poder y, finalmente, otro advirtió sobre una explosión de conflictos sectarios y religiosos, instigados por conspiraciones extranjeras.
Cuando el «crimen» de los disidentes resulta ser una protesta por un cambio democrático, no se puede dejar de considerar la aparición del pensamiento delirante.
Aunque, de ninguna manera, exclusivos de los tiranos de Medio Oriente, el delirio y el gobierno absolutista tienen una larga historia. La gente como Hitler, Stalin y Pol Pot, entre muchos otros, tuvieron carreras en el poder que fueron sinónimo de delirios, que tuvieron devastadoras consecuencias para sus respectivas naciones, mucho después de que se hubieran ido.
Pero el mundo árabe es un caso especial. Incluye 22 países, 360 millones de personas, y el lugar de la mayor concentración combinada de reservas de petróleo y gas del mundo. El único inconveniente es que, con dos excepciones, todos los países de la región tienen el dudoso honor de ser gobernados por algunos de los gobernantes más tiránicos jamás conocidos.
Como lo ilustran los recientes acontecimientos que barren el mundo árabe, no es, meramente, la magnitud de la muerte y la destrucción a la que los tiranos han descendido, sino la evidente indiferencia hacia los acontecimientos lo que amenaza ahora a sus gobiernos – gobiernos que creen que son irreversibles, inmortales y sólo amenazados como resultado de maquinaciones extranjeras.
El dictador derrocado de Túnez se quejó de que los «terroristas» debían ser culpados por los disturbios pero, al mismo tiempo, expresó su profundo e inmenso pesar por la muerte de manifestantes. Hosni Mubarak de Egipto amenazó con penas máximas disuasivas a los que persiguieron a los jóvenes rebeldes, aunque él mismo fue responsable por haber ordenado la represión. Un miembro prominente de la realeza saudita desestimó las protestas del «día de ira» como una «tormenta en un vaso de agua», afirmando que la mayoría de la gente en las calles portaban banderas expresando su amor por el rey. Por último, Muammar Gaddafi de Libia juró morir como un mártir luchando contra las «cucarachas, cobardes y traidores» que servían al diablo sublevándose en su país.
Aparentemente, sugirió que estas «bandas» representaban sólo el uno por ciento de la población, aunque expresó un deseo surrealista de buscar el martirio, eliminándolos.
Seguramente se podría argumentar que éstos son signos de mentalidades emocionalmente intemperantes, frustradas y en progresivo deterioro.
Descifrar al tirano asediado, la agudeza de su juicio y el desafío político, no es difícil cuando su inminente derrota – e incluso su muerte – le preocupa.
Hablar de una guerra de 1.000 años, del amor que el pueblo del tirano le tiene, y cómo él es el depositario de la gloria de la nación, no deben ser vistos simplemente como la excentricidad de la autoconfianza. Estas palabras proceden de la mente cautiva de los gobernantes absolutos.
El inicio de la derrota puede manifestarse en un sentido tanto de omnipotencia como de megalomanía.
En este sentido, la mente delirante es víctima de su propia intuición.
Entonces, ¿cómo debemos abordar la mentalidad delirante de estos gobernantes? En resumen, los días de un tirano están contados cuando él mismo se desilusiona de sus propios delirios. Incluso si el credo es «supervivencia a toda costa», su mundo desciende, lentamente, en parte hacia la manía y en parte hacia la paranoia.
Distorsionar la verdad, culpar de las deficiencias a amigos y enemigos por igual, y arremeter contra conspiraciones enemigas, es típico de la mentalidad de un gobernante que se desmorona.
El final involucra ya sea escapar, la capitulación o reconciliarse con una muerte horrible.
En un mundo que ha entrado en una era de dispensas populares, donde la voluntad colectiva del pueblo es la única garantía de poder político, la coerción con la que, durante mucho tiempo, gobernó el tirano, ha comenzado a erosionarse. Gobierno de tipo tribal, medidas de seguridad represivas, megalomaníaca terquedad y concentración individual del poder para someter a la población, es una forma de gobierno que está siendo rápidamente relegada a los cubos de basura de la historia. Estos gobernantes no pueden seguir funcionando con el persistente aislamiento nacional e internacional, una mentalidad de asedio y una actitud diabólica hacia la civilización moderna.
Cada tirano árabe deberían observar los acontecimientos de al lado cuidadosamente. Su exagerada autoimagen, sus distorsiones cognitivas y su arbitraria toma de decisiones, sólo lo colocarán aún más en el camino de la desconfianza generalizada, la traición y la autodestrucción. A medida que los pueblos de la región se levantan y el efecto dominó que derroca a los tiranos gana impulso, su inseguridad llegará al punto de la desarrollada paranoia sádica; el asesinato de potenciales enemigos para frustrar a los reales.
En este escenario no habrá puerta de escape; el tiempo no será su compañero en un mundo claramente del lado de los oprimidos.
El escritor es un estudiante de doctorado en estudios de violencia política en el departamento de Medio Oriente y Estudios Mediterráneos, King’s College de Londres.
http://www.jpost.com/Opinion/Op-EdContributors/Article.aspx?id=224701
Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld
Difusion: www.porisrael.org
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