Traducido para porisrae.org por José Blumenfeld
Yom Kipur está sobre nosotros, un tiempo de auto-reflexión. Desde el último Yom Kipur, ha pasado un año en el que «Hatanu, Avinu, pashanu, bagadnu» (Una oración de confesión de Yom Kipur, que significa «Hemos pecado, agraviado, cometido crímenes, traicionado») nos ha vencido gradualmente.
Comenzó antes de la Operación Margen Protector, pero desde el final del conflicto, ha ido aumentando. Se le puede llamar un «discurso de desintegración». Un diálogo que impone una atmósfera sombría sobre nosotros, que pretende ser auto-reflexiva, pero en realidad se convierte en auto-flagelante. Un diálogo cuyos principales portavoces afirman que la sociedad israelí se está convirtiendo en más tribal, extremista, racista y dividida.
No más crisol. No más fundamentos comunes. No más «nuestra nación», «nuestra tierra». El mismo presidente de Israel le dio un gran impulso al discurso de desintegración cuando pronunció su «discurso de la tribu». Cuando terminó fue aplaudido por su «coraje de decir la verdad».
¿Verdad? En lo que se refiere a las discusiones de los medios de comunicación, es verdad. Desde «Ars Poetica» hasta los hooligans de «La Familia» (el club de fanáticos extremistas del Beitar Jerusalén). Desde la extrema izquierda, a veces antisemita, hasta la jihad judía terrorista.
De los miembros de la Knesset como Jamal Zhalka hasta comentaristas de Internet que fomentan el asesinato de árabes, la sensación es de extremismo y desintegración.
Las redes sociales proporcionan un montón de pruebas para los suscriptores del discurso de desintegración. No termina ahí.
Los diarios y los periodistas están atrapados en esta conversación, y las páginas editoriales, sobre todo en determinado diario, a veces se asemejan a pashkvils (carteles tradicionales que se exponen en comunidades judías ortodoxas) anti-Israel – todo bajo el disfraz de autocrítica y reflexión nacional.
La retórica de la desintegración tiene éxito porque algunos de sus proponentes, radicales, son a menudo educados, fascinantes y desafiantes.
Una sociedad democrática, que reconoce la importancia de la libertad de expresión, escucha con entusiasmo a estas voces. Pero a veces no son voces desafiantes y enriquecedoras, sino falsas e instigadoras.
Uno de los portavoces de la conversación radical escribió en un poema que quemó los libros de un poeta ashkenazi, y esa fue la señal para un abyecto festival. Se convirtió en auténtico, original, notable.
Pasó poco tiempo, y ocurrieron dos cosas. Primero, ganó un importante premio de poesía. En segundo lugar, fue respetuosamente invitado a enseñar en la Universidad de Tel Aviv.
Ahora asumamos, sólo por un momento, que en lugar de Nathan Zach, el poeta en cuestión fuera Mahmoud Darwish. ¿Habría recibido un premio? ¿Se le habría otorgado un premio? ¿Habría sido invitado a enseñar? ¿Habría sido considerado «auténtico»?
Parece que se le dio entrada a ciertos círculos progresistas porque anunció, qué otra cosa, que es un anti-sionista. Haré una conjetura y diré: Si ese mismo poeta se hubiera atrevido a proclamarse sionista, se habría quedado totalmente al margen.
El discurso de la desintegración no es consistente, e incluye desdén por el extremismo. Pero principalmente se ha descarrilado hacia un lugar diferente: diálogo de odio. Odio hacia el Estado de Israel, hacia el proyecto sionista, hacia la opción de tener una nación judía.
Hay unos pocos miles, de la izquierda y de la derecha, mizrahi y ashkenazi, que participan en esta conversación de odio. Pero son fuertes en ciertos órganos de medios de comunicación. No tienen interés en la solidaridad social. De hecho, es todo lo contrario. Propagan el diálogo de desmantelamiento porque lo que quieren es el desmantelamiento.
La cosa es que el discurso de la desintegración se basa en una mentira – de acuerdo a toda medición objetiva, la sociedad israelí está cada vez más unida y solidificada – y es cada vez menos extremista. El presidente habló de cuatro tribus con dolor, no con odio.
Pero el motivo no hace correcto al que habla. La gente haredi, por ejemplo, se ha convertido en mucho más asimilada en la última década. Hay un aumento en el porcentaje de personas haredi que se alistan en las FDI y, no menos importante – más gente haredi se une a la fuerza laboral.
En 2010, sólo el 40 por ciento de los hombres haredi estaban empleados. En 2013, estaban empleados más del 55 por ciento. También hay un marcado aumento en el porcentaje de personas haredi que buscan grados académicos.
Cada evento haredi negativo, como los ataques contra mujeres en Beit Shemesh, logran atención amplificada. El mundo haredi ha estado pasando por una revolución en los últimos años. Cada vez es más moderado, menos extremista y excluyente. Pero la impresión que se obtiene es la contraria.
La segunda tribu en el foco son los árabes israelíes o los palestinos con ciudadanía israelí. De acuerdo a la opinión popular, están distanciándose cada vez más del Israel judío democrático.
¿Es eso así? La última encuesta realizada por el instituto democrático dice que el 39 por ciento de los árabes está «orgulloso de ser israelí», y que el 29 por ciento, el cielo nos ayude, está «muy orgulloso». Es cierto que hay fluctuaciones debidas a eventos de creciente tensión. Una encuesta de este tipo, realizada durante un conflicto, tendría diferentes resultados que el de una encuesta en tiempo de paz.
Sin embargo, estas fluctuaciones no pueden ocultar el hecho de que la tribu árabe, como la tribu haredi, está pasando por un proceso de israelificación. Eso no significa que los árabes ahora son sionistas, sino que tanto los árabes como los haredim, los dos grupos supuestamente fuera de los valores de la mayoría – que es necesaria para cualquier sociedad – en realidad están atravesando procesos que fortalecen lazos más amplios.
Lo mismo ocurre con la tribu Mizrahi. La mayoría de esta tribu, por cierto, no se auto-identifica como tal. Pero muy pocas personas, que son demasiado radicales, obtienen demasiada atención. Si extraterrestres de otro planeta vinieran a la tierra y leyeran las obras de algunos escritores, tendrían la impresión de que los judíos mizrahim y ashkenazim se pelean a golpes de puño en las calles israelíes. En realidad, ¡Sorpresa, sorpresa! Las brechas en realidad se están reduciendo.Según un estudio realizado por el profesor Momi Dahan, publicado el año pasado, las brechas en el ingreso individual promedio entre judíos ashkenazim y mizrahim, se ha reducido en un 15 por ciento. Eso es un uno por ciento anual. La gran razón de esta disminución son las universidades privadas. A diferencia de lo que se predijo en un principio, las universidades privadas se han convertido en un camino para que la gente mizrahi entre en la academia, y a través de ella a las profesiones mejor remuneradas. Ese proceso está en curso.
¿Y qué decir de las élites? Pues bien, según la investigación de Dahan la parte de la población mizrahi dentro del 5 por ciento superior del ingreso está en proporción con su tamaño en la población general. Se puede agregar a esto el hecho de que el 70-80 por ciento de los adultos mayores en Israel tienen nietos que son de ascendencia mixta mizrahi-ashkenazi.
Eso no significa que ya tengamos motivo para celebrar. Todavía hay brechas, no hay justicia distributiva, y hay necesidad de tomar medidas. Pero al final del día, el ya elogiado crisol está demostrando ser un éxito a fuego lento, en contra de sus críticos.
Las protestas de los israelíes de origen etíope, que han estado en los titulares de este año, ha creado la impresión de que los judíos etíopes han sido dejados atrás. No existe mayor falsedad. El porcentaje de etíopes nacidos israelíes que reciben su diploma de escuela secundaria es del 53 por ciento. Eso es sólo un pequeño porcentaje por debajo de la cantidad en la población general.
Pero lo que es más importante es el increíble aumento de estas cifras – los nacidos en Etiopía siguen disminuyendo, pero los nacidos en Israel están llegando a ser casi su totalidad. Esta no es una historia de fracaso, sino de un éxito espectacular.Pero sólo escuchamos sobre policías violentos. Ocurren fenómenos racistas, pero cuando se oye solamente sobre ellos y se ignoran los logros y la disminución de las brechas, el resultado es básicamente un fraude.
Incidentes violentos aislados, dos de ellos especialmente repugnantes – la quema de un adolescente y el incendio de una casa, con una familia durmiendo en su interior – se han convertido en otra pieza de evidencia de una sociedad racista y violenta.
¿Es eso así? Entre 2005 y 2010 la tranquila y pacífica Holanda, por ejemplo, vio 117 casos de incendios provocados contra mezquitas. Mucho más que Israel. Incluso un solo caso de incendio, sólo uno, debe ser condenado. Pero 117 casos no convirtieron a Holanda en un país racista. En nuestro caso, un número mucho menor de acontecimientos conduce a un sinnúmero de artículos sobre una sociedad violenta y racista.
La tribu nacionalista-religiosa ha absorbido la mayor parte de las críticas con respecto al aumento del extremismo nacionalista. Pero el intento de conectar la «etiqueta» hooligans (el nombre dado a ciertos actos de vandalismo dirigidos contra palestinos por nacionalistas judíos), o a los responsables de los dos asesinatos mencionados, con el más amplio público religioso es poco convincente.
Hay una tendencia de los judíos religiosos nacionales que están siendo cada vez más haredim, pero también hay un fenómeno más amplio de personas religiosas liberales. Hay cada vez más sinagogas ortodoxas que están ampliando la igualdad para las mujeres. Hace una década el líder de un partido político nacional-religioso no se habría atrevido a hablar de igualdad de derechos para las personas con diferentes orientaciones sexuales. Hoy está sucediendo. E incluso un repugnante asesino en el desfile del orgullo no cambia la tendencia subyacente.
Entonces, ¿por qué se siente diferente? ¿Por qué el discurso de desintegración se convierte en un consenso, tan poderoso que el presidente de Israel fue atrapado en su trampa? Sobre todo porque se trata de un «discurso», no de un hecho. El investigador George Gerbner encontró que hay una gran diferencia entre lo que la gente piensa de la realidad en que viven y los hechos reales. Llamó a esta diferencia el «infame síndrome mundial». Cuantas más personas están expuestas a los medios de comunicación, explicó Gerbner, más aceptan lo que absorben. Y los medios de comunicación, como es su naturaleza, acentúan lo negativo. Los resultados son predecibles.
El mundo está siendo cada vez mejor a escala mundial, a diferencia de lo que las impresiones podrían indicar. De acuerdo con estadísticas del Banco Mundial, en 1990 había 1,91 miles de millones de personas que vivían con menos de $1,25 por día. En 2011 era sólo mil millones. Y la reducción de la pobreza continúa. La jihad global está arruinando un poco el panorama, difundiendo destrucción y opresión, y creando millones de refugiados. Pero aun así, afecta a decenas de millones, no a miles de millones.
Vivimos con un síndrome similar. El síndrome de desintegración. Los medios de comunicación no se limitan a informar sobre acontecimientos negativos, como el asesinato en Duma, sino que también dedican una parte mucho mayor de su tiempo a las voces radicales, que se convierten en agentes de la realidad.
A veces, estas voces expresan desaliento. A veces son voces que toman los fenómenos racistas, que existen en la periferia, y los aplican a toda una sociedad. Las redes sociales amplifican esto.
En el plano político, no hay ninguna prueba objetiva de que la sociedad israelí está cada vez más dividida o es más extremista. Por el contrario, los últimos resultados de las elecciones, así como los de las que la precedieron, demuestran que los partidos con elementos racistas en ellos no obtienen representación en la Knesset. La gente está abandonando los márgenes y va hacia la corriente principal. Eso es lo contrario del tribalismo y el extremismo.Hay disputas políticas que son una expresión de una democracia vibrante, pero los valores colectivos son mucho mayores, y siguen creciendo. Y a pesar de esto, el síndrome de desintegración se las arregla para hacer que lo contrario parezca cierto. No es que las disputas entre diferentes facciones, diferentes opiniones, sean cada vez más graves. Es solo que las voces más extremistas y los fenómenos marginales reciben una cantidad exagerada de atención.
Lo absurdo es que el síndrome de desintegración tiene sus raíces en la libertad de expresión. El que escriba un poema o un artículo más radical es más probable que sea invitado a actuar en la radio, la televisión o el mundo académico (con la condición de que sean izquierdistas, siempre izquierdistas).
Pero el creciente resaltado de voces extremistas no es la verdadera expresión de la libertad de expresión. La mayoría de los derechistas religiosos no son pro Torat Hamelech (un libro escrito por extremistas, que dice que es permisible, en algunos casos, matar a no judíos); la mayoría de la gente mizrahi no son partidarios de la quema de libros, o incluso de la acción colectiva basada en el origen étnico; y la mayoría de los izquierdistas no son anti sionistas.
Pero cuando los representantes mizrahi son personas Ars Poetica (un evento de poesía mizrahi, considerado bastante radical por algunos), y los representantes de la izquierda son Gideon Levy y Yair Garbuz, el resultado es el pisoteo de la mayoría en nombre de la libertad de expresión. El resultado es una conversación sesgada. El resultado es el síndrome de desintegración.
Israel ha sufrido de enfermedades crónicas durante décadas. El primero fue el conflicto árabe-israelí. Un estado que ha absorbido enormes olas de inmigración y recibió comunidades de decenas de lugares, y que experimenta conflictos políticos profundos.
Viendo todo esto, los hechos son que la violencia política es casi inexistente, las brechas entre las poblaciones mizrahi y ashkenazi se están reduciendo, y cada vez más personas haredim y árabes se están acercando a la corriente principal.
Hay que recordar la violenta elección de 1981, las protestas de los años noventa, el asesinato del Primer Ministro Yitzhak Rabin, y el hecho de que los judíos etíopes comenzaron con casi nada – y mirar donde estamos hoy. Debemos mirar hacia la dirección que estamos señalando: No más racismo, sino menos, no más violencia, sino menos.
No nos engañemos a nosotros mismos. Hay conflictos, hay fenómenos racistas. Pero la dirección es positiva. El Israel de hoy es un lugar un poco más decente de lo que podríamos pensar. El discurso de desintegración es sólo un discurso. Crea una ilusión en todo el país, que haríamos bien en destrozar.
Hemos pecado y hecho daño. No debemos ocultar eso. E incluso con nuestros pecados, en este Yom Kipur, somos dignos de ser inscritos en el libro de la vida para siempre.
Israel se debe en conjungar, su caracter eminentemente judio, con la pertenencia a una sociedad plural y democrática, en la cual son respetados los derechos de las minorias, un equilibrio no siempre facil de alcanzar, si atendemos a las tensiones que en ocasiones se producen entre los diferentes colectivos que conforman una sociedad tan poliedrica como la israeli …
Solo en los regimenes totalitarios y absolutistas, aquellos en los que impera el «ordeno y mando» tales disyuntivas no se dan, por razones óbvias … Israel forma parte del primer mundo, ocupando por derecho própio, un lugar privilegiado entre las democracias mas avanzadas de nuestro tiempo, algo que incluso sus mas ácerrirmos detractadores, parecen en disposicion de admitir …
Lo importante en todo esto, es no perder el sentido de la orientacion, aquel que dá origen y proposito a la existencia misma del Estado de Israel, algo que es preciso llevar a cabo desde los principios (democraticos, morales ect..) y no pese a ellos …
La perfeccion permanece hoy como ayer una utopia en el marco de cualquier sistema democratico, pero el esfuerzo de una sociedad por alcanzarla, otorga grandeza a la nacion a la que ésta pertenece, y a ello es llamado Israel a aplicarse, haciendo honor a su infatigable y admirable busquedad de la excelencia …