Si el viñetista de El Jueves Julio A. Serrano hubiera publicado unas tiras manipulando datos y exhibiendo afirmaciones falsas sobre la violencia de género, diciendo por ejemplo que la justicia responde desproporcionadamente ante los casos de maltrato, que las mujeres maltratadas explotan su papel de víctimas, o que su desgracia no es para tanto, todos nos habríamos apresurado a condenar, y con razón, esos comentarios sobre una desgracia que azota todos los días nuestro país y, sobre todo, habríamos aseverado por activa y por pasiva que con el sufrimiento de esas mujeres que corren peligro de muerte no se bromea, y menos aún se hacen afirmaciones sin utilizar fuentes contrastadas, sea o no el medio en donde se publican una revista satírica. Habríamos salido en tromba a decir que esto no tiene nada que ver con la libertad de expresión y que más bien obedece a una libertad de agresión. La repulsa habría sido unánime.
Pero como esas viñetas han tenido como objetivo a Israel, el Estado que los judíos crearon después de la nadería de sufrir un exterminio masivo de seis millones de individuos, todo vale. No existe rechazo unánime si son los judíos los que salen mal parados en columnas, comentarios, viñetas, informes o programas de televisión. “Los judíos lo tienen todo bien atado, amigos”, escribía Serrano en su libelo.
La realidad de los últimos años lo constata. Líderes políticos y medios de comunicación han dado cobijo a la banalización del Holocausto, a la difamación de Israel y a la difusión de prejuicios antisemitas. Antonio Gala escribió sobre los judíos que “o son malos, o alguien los envenena”; Mariola Vargas, alcaldesa de Collado Villalba, defendió su honestidad diciendo que no era “un perro judío”; el concejal del Ayuntamiento de Madrid Guillermo Zapata publicó unos chistes sobre el Holocausto para defender a Nacho Vigalondo, que quiso hacerse el gracioso diciendo que “el Holocausto fue un montaje”. El mismo El Jueves en 2002 publicó una portada en la que Ariel Sharón lucía nariz de cerdo y una esvástica. En 2009, en una mesa redonda sobre racismo y antisemitismo en la Complutense, el entonces presidente de la Comunidad Judía de Madrid fue recibido por unos piquetes que repartían panfletos en el que se le acusaba de “adicto a la usura”. El pasado verano, todo el país fue testigo de cómo se vetaba a un cantante –Matisyahu– en un festival veraniego por ser judío y defender a Israel –cuando el festival reculó, claro, fue gracias a las presiones del lobby judío.
Y todo ello ha tenido su reflejo en la sociedad: en 2010 Casa Sefarad-Israel publicó un estudio, elaborado junto al Ministerio de Educación, en el que un 34,6% de los españoles mostraba una opinión desfavorable hacia los judíos y uno de cada dos estudiantes de secundaria afirmó que no compartiría pupitre con un judío.
A propósito de los atentados de noviembre en París, Gistau escribió que hemos motivado aberraciones morales como asumir que la matanza es más llevadera si la padecen los judíos, “personas en las que es posible detectar una culpa de ser que mantiene la muerte contenida en unos límites tolerables”. Si un francés es acribillado en las calles de París, todos somos París; pero si es un judío el que muere tiroteado en las calles de Tel Aviv, es algo esperable, normal y comprensible. Igual sucede con la normalización del prejuicio hacia el judío, como si en su carnet de identidad viniera adjuntada una culpa que justificara cualquier improperio o broma que no toleraríamos contra otros colectivos o minorías.
En este sentido, las viñetas en cuestión siguen un patrón clásico: dibujar a los judíos con narices puntiagudas –”respecto a la forma de dibujar a un judío, siempre lo haces con la nariz de esa manera”, ha dicho Serrano–, minimizar el Holocausto, culparlos de la muerte de Jesús, acusarlos de controlar el mundo. Nada nuevo, pero sí actualizado. El conflicto entre israelíes y palestinosse ha convertido así en una actualización de todos esos clichés que se han repetido en los dos últimos milenios y que tenían como objetivo fomentar el odio a los judíos, según afirman expertos en el tema como Pierre-André Taguieff o Phyllis Goldstein.
Por ello, utilizando como excusa y pretexto a Israel, sale también gratis publicar un manifiestocontra las presiones del “lobby judío” –ese ente misterioso y con tentáculos en el mundo entero que dirige nuestros designios–, y reina la tolerancia si son los judíos los que se llevan los golpes. Estamos, en definitiva, ante una ominosa normalización del odio.
Ratas inmundas, y cabro-nazis