La agencia de migración de Suecia en Malmö, la sureña ciudad portuaria en el borde con Dinamarca, ocupa un edificio de ladrillo cuadrado al borde de la ciudad. El día que estuve allá, 19 de noviembre de 2015, cientos de refugiados, quienes llegaron en colectivo de la estación de tren, hicieron una cola afuera en el frío para ser registrados, o esperaron sentados adentro para ser asignados a un lugar para pasar la noche. Dos filas de tiendas blancas habían sido armadas en un estacionamiento para albergar a aquellos quienes no se les pudieron encontrar un refugio. Cientos de refugiados habían sido colocados en hoteles a pocas cuadras de la autopista, y aún más en un auditorio cerca de la estación.
Cuando la crisis de refugiados comenzó el verano pasado, cerca de 1.500 personas venían a Suecia todas las semanas buscando asilo. Para agosto, el número se había duplicado. En septiembre, se duplicó otra vez. En octubre llegó a los 10.000 por semana, y quedó ahí aún cuando el clima se volvía más frío. Una nación de 9,5 millones, Suecia, esperaba aceptar alrededor de 190.000 refugiados, un 2% de la población; el doble per cápita que Alemania, que en teoría había tomado la delantera en absorber la gran ola de gente escapando de la guerra en Siria, Iraq y otros lugares.
Esa tarde, en una cafetería detrás del edificio de la agencia de migración, me reuní con Karima Abou-Gabal, un oficial de la agencia responsable del flujo ordenado de personas dentro y fuera de Malmö. Le pregunte donde irían los nuevos refugiados. “Por ahora” me dijo preocupada, “no tenemos alojamiento. No tenemos nada”.
Las agencias privadas de colocación, las cuales la agencia de migración contacta a través de todo el país, no podían ofrecer tan siquiera una cama. En Malmö mismo, las carpas estaban llenas. También el auditorio y los hoteles. Suecia, en este momento, ha llegado al límite de su capacidad de absorción. Esa tarde, Mikael Ribbenvik, un alto oficial de migraciones, me contó: “Hoy lamentablemente tuvimos que informarle a 40 personas que no pudimos encontrarles lugar para ellos en Suecia”. Se pueden quedar, pero sólo si encuentran lugar por su cuenta.
Nada de este nefasto desenlace era imprevisible; o, de hacho, imprevisto. Grandes números de buscadores de asilo habían ingresado a Suecia tanto porque los funcionarios no ponían ningún obstáculo en su camino como porque los suecos eran mucho más generosos con los recién llegados que otros países europeos. Un par de semanas atrás, el ministro de Relaciones Exteriores de Suecia, Margot Wallstrom, había declarado que si el resto de Europa continuaba dándole la espalda a los inmigrantes, “a la larga nuestro sistema colapsará”. El colapso vino mucho más rápido de lo que se había imaginado.
La gran migración de almas desesperadas de Siria, Iraq y otros lugares ha puesto a prueba la moral de manera tal que Europa no había visto desde que los Nazis forzaron a millones a abandonar sus casas en búsqueda de refugio. Europa ha fallado ante la prueba. Alemania, muy consciente de que fue la autora de la anterior gran crisis de refugiados, ha tomado una sorprendente fracción del millón de personas que buscaban asilo, quienes llegaron a Europa en los últimos 18 meses. Aún así, en víspera del año nuevo de 2016, la orgía de violaciones y robos en la ciudad de Colonia, en la cual los inmigrantes habían tomado mucha participación, pudo haber forzado a la canciller Angela Merkel a reconsiderar las puertas abiertas. Su política de generosidad ahora está siendo abiertamente atacada por sus propios ministros.
La mayor parte de Europa, y del mundo, tal como Wallstrom temió, le ha dado la espalda. Las naciones étnicamente homogéneas de Europa del Este se rehusaron totalmente a tomar refugiados; Hungría, el abanderado en este tema, ha construido cercas y vallas a lo largo de sus fronteras para evitar que pasen los refugiados. Los países balcánicos, en contraste, ayudaron a los inmigrantes a pasar a través de su territorio hacia el oeste; hasta mediados de noviembre, cuando colectivamente empezaron a bloquear a los buscadores de asilo que no estuviesen huyendo de Iraq, Siria o Afganistán.
Inglaterra ha acordado aceptar solo a aquellos que lleguen a sus costas directamente del medio este. Dinamarca ha publicado anuncios en lenguaje árabe en los diarios para avisar a los inmigrantes de que no serán bienvenidos, y ha pasado una legislación autorizando a los funcionrios a expropiar los bienes de los inmigrantes para pagar por su cuidado.
En USA, los políticos deseosos de explotar el miedo del terrorismo han encontrado una audiencia receptiva, el Congreso ha tratado de bloquear la oferta del presidente Barak Obama de aceptar a 10.000 sirios.
Y después está Suecia, un país que se enorgullece de sí mismo por su generosidad con los extraños. Durante la 2da. Guerra Mundial, Suecia tomó a los judíos de Dinamarca, salvando a una gran parte de la población. En años recientes los suecos han asilado a los iraníes que huían del Sha Reza Pahlevi. A chilenos huyendo del general Augusto Pinochet; a eritreos huyendo de la conscripción militar para pelear contra Etiopía. Aceptar a los refugiados es parte de lo que significa ser sueco. Aún así, lo que Margot Wallstrom decía, y que terminó siendo cierto, era que Alemania, Suecia y Austria y un par más no podían absorber el movimiento masivo por su cuenta. La crisis de refugiados podría, con un inmenso esfuerzo y coraje, haber sido un triunfo para Europa. En lugar de eso, se ha vuelto una derrota colectiva. Ésta es la historia del exorbitante, y totalmente intolerable costo que Suecia ha pagado por su idealismo no compartido.
La 2da. Guerra Mundial creó 40 millones de refugiados. Muchos de los cuales hicieron un peligroso viaje desde pueblos y ciudades destruidos de Europa del este y central, y fueron tratados humanamente; otros, incluyendo muchos judíos, fueron enviados de regreso a sus hogares, en general a su muerte. Cuando Europa se reconstituyó a sí misma en el período después de la guerra, la obligación de aceptar a refugiados fue incorporada en documentos fundamentales como el de la Convención de Derechos Humanos, la Convención de Refugiados, y la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Los firmantes juraron no darle la espalda a los refugiados con “un miedo bien fundado de ser perseguidos”.
Organizaciones como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados fue fundada porque quería asegurarse que los países honraran estos compromisos. El derecho de refugiarse fue entendido como un derecho universal que todos los estados civilizados deberían honrar; los europeos cumplieron este compromiso cuando recibieron a cientos de miles que huyeron de la opresión comunista en el Este de Europa. USA, por su parte, aceptó cerca de medio millón de personas que huyeron de Vietnam después de que cayó Saigón y acabó Vietnam del Sur en 1975.
Suecia no necesitaba firmar tratados; aunque, por supuesto, lo hizo; para demostrar su compromiso a los refugiados.
Par Frohnert, coeditor de un libro acerca de la política de refugiados de Suecia, cuyo título traducido es “Alcanzando el Estado de Esperanza” (Reaching the State of Hope), dice que mientras Suecia protegía celosamente su homogeneidad étnica en los años ’30, en 1942 el país empezó a admitir a noruegos huyendo de los nazis. Luego vinieron estonios y otros bálticos, y después judíos daneses.
Mientras Suecia empezaba a construir su democrático Estado social después de la guerra, la aceptación de los refugiados se volvió un símbolo del compromiso nacional para con los principios morales. Suecia construyó un sistema diseñado para extenderle a los refugiados el mismo beneficio social que los suecos se daban a ellos mismos: albergue, cuidado de salud, educación de alta calidad, licencia materna y seguro de desempleo.
En los años ’80, Suecia aceptó no solo a iraníes y eritreos, también a somalíes y kurdos. Más de 100.000 ex yugoslavos, principalmente de Bosnia llegaron en los ’90. Para ese entonces, Suecia estaba recibiendo a 40.000 refugiados al año. En años recientes, ese número había estado cerca de los 80.000; un poco mayor al ingreso en USA, país que, por supuesto, también se veía como el refugio mundial contra la tiranía, pero con una población casi 35 veces más grande que Suecia.
El sistema funcionó; o, al menos, eso decía el consenso en Suecia. En Estocolmo fui a ver a Lisa Pelling, quien estudia el tema de refugiados en Arena Group, un gabinete estratégico asociado con la unión de comercio más grande de Suecia. Pelling había trabajado, una vez, como la secretaria internacional del ala juvenil de los socialdemócratas, y hoy dirige un centro de estudios progresista orientado al consenso. “Cuando llegaron los bosnios”, aclara, “la gente pensó que traerían su guerra a los suburbios de Suecia. Había neo-nazis marchando por las calles. La economía estaba en su punto más bajo desde los ’30”. Hoy en día, ella cuenta, los bosnios “son ministros en nuestro gobierno, son nuestros doctores, nuestros vecinos”. Los suecos se sienten bastante orgullosos de haber integrado a una población musulmana. Pelling estaba segura de que a la nueva ola de sirios, iraquíes y demás le iría igual de bien. Parece casi de mala educación señalar que, en promedio, los bosnianos estaban mejor educados que los recién llegados, y practican una versión más moderada del islam.
Una columna de refugiados que atravesaron Dinamarca, en la estación ferroviaria de Hyllie, en las afueras de Malmö, Suecia.
Suecia es el único país en el que estuve donde el promedio de las personas parecen ser más idealistas de lo que soy yo. Preocupados voluntarios esperaron para ayudar a buscadores de asilo en la estación central de trenes de Estocolmo a pesar de que virtualmente todos los refugiados estaban siendo identificados en Malmö, donde la Cruz Roja operaba un establecimiento bastante más grande, detrás de la estación ferroviaria. Todo el mundo parecía calmado, alegre, organizado. Cuando me preocupé en voz alta de que el país estaba corriendo colina abajo, me aseguraron que Suecia ya había hecho esto antes, y que de alguna forma u otra lo haría otra vez. Era un hecho de que Suecia se beneficiaba de su compromiso de proveer refugio a aquellos en necesidad. Aron Etzler, secretario general del Partido de Izquierda; el ex Partido Comunista; me contó que los refugiados “nos ayudaron a construir la Suecia que queríamos”. Él se refería que tanto los refugiados se habían vuelto buenos suecos y que el modelo democrático social era impensable sin el compromiso de aceptarlos. Pero ¿el trabajo de integrar la nueva oleada de buscadores de asilo no será bastante más difícil, más perturbador y más costoso? “Un Estado fuerte puede cuidarse de muchas cosas”, me aseguró Etzler.
Aún así, el pasado puede ser una pobre guía para el presente. Los 160.000 buscadores de asilo quienes vinieron a Suecia el año pasado son el doble del número que jamás hayan aceptado los suecos. Me encontré con muchos críticos quienes estaban preparados para hacer preguntas descorteses de si podría Suecia costear los espléndidos y generosos beneficios a una población tan grande, si podría integrar a tantos recién llegados con un nivel tan bajo de habilidades laborales e intelectuales, si es que un país progresista y extremadamente secular podría socializar a una generación de recién llegados musulmanes conservadores. Y eso fue antes de que sucediera lo de Colonia, Alemania.
Diana Janse, una ex diplomática y ahora la mayor asesora de política exterior del Partido Moderado (el cual los suecos ven como conservador), me señaló que algunas recientes generaciones de refugiados suecos, incluyendo a somalíes, habían fallado notablemente en ingresar al mercado laboral. ¿Cómo les irá, se preguntaba, a los 10.000 a 20.000 jóvenes afganos quienes entraron a Suecia como “minorías no acompañadas”? ¿Cómo se comportarán con la virtual ausencia de jóvenes mujeres afganas? Pero ella apenas podía presentar estas preguntas en un debate político. “Tenemos esta expresión en Suecia, ‘asiktskorridor’” me dijo. “Significa “opinión de pasillo”, las visiones que uno no puede sacar de adentro de”. El siquiera preguntar si Suecia podría integrar a los afganos en el siglo 21 tal como lo hicieron con los bosnianos 2 décadas atrás era arriesgarse a que me acusen de racista.
En las semanas anteriores a que llegara a Suecia, el gobierno había empezado a hacer ajustes modestos a su política de refugiados. A pesar del régimen jurídico del Acuerdo de Schegen (por el que varios países de Europa suprimieron los controles en las fronteras interiores de la Unión Europea), permitiendo el libre viaje entre 26 países, Suecia instituyó un programa temporal (y por eso Schegen se quejó) para chequear los documentos de todos los que llegaran a sus fronteras por ferrocarril, y una fracción de los que ingresaran en automóvil. Esto no tuvo efecto en el número de refugiados, aunque sí tuvo una virtud burocrática de canalizar virtualmente a todos a través de Malmö, la primera ciudad en Suecia para cualquiera que llegue por auto o tren desde Dinamarca.
Los refugiados fueron recibidos en Hyllie, la primera estación a través de la fronteradanesa, por docenas de oficiales de policía de fronteras, desarmados, hombres y mujeres, impecables en el manejo del idioma ingles e increíblemente amables. Ahí, los refugiados fueron escoltados a una línea de micros que los estaba esperando, y los llevaron a la oficina de la agencia de migración en Malmo. La oficina cuenta con un planel de ayudantes jóvenes, como también traductores que hablan árabe, dari, pashto, somalí y tigre (la lengua principal de Eritrea).
Los nerviosos refugiados agitaban arrugados papeles a cualquiera que pareciera un oficial. Le hablé a un iraquí, Walid Ali Edo; o más bien, le hablé al tío de Edo, Fares Krit, que había emigrado a Suecia años atrás y traducía por él. Edo era un Yazidi, de Mosul (Irak). Los Yazidis practican una fe sincrética que ISIS consideró una herejía mucho peor que el judaísmo o el cristianismo. Cuando los extremistas del ISIS llegaron al área, en junio de 2014, empezaron a matar sistemáticamente a los hombres Yazidi y a violar y esclavizar a sus mujeres.
Edo, su esposa y sus 3 hijos más chicos huyeron de la ciudad y recorrieron 50 millas (80,4 Km.) al norte, hasta Dohuk, en el Iraq Kurdistán. A través del año siguiente, ellos hicieron camino hacia Diyarbakir, en el sureste de Turquía, pagaron US$ 3.000 para ser contrabandeados por bote a Grecia, y después cruzaron Europa a pie, auto y tren. Krit los convenció de ir a Suecia.
Le pregunté a Edo por qué no se quedó en Diyarbakir. Krit transmitió mi pregunta, y después respondió en un susurro: “Él dice, ‘No puedo vivir con musulmanes’”. Le señalé que Diyarbakir era principalmente una ciudad kurda. Krit, asombrado, me dijo: “Tenés al perro negro, y al perro blanco, pero ambos son perros”. Dada la hipersensibilidad de hacer estereotipos de etnias en Suecia, espero que Edo no haya usado esa expresión en su entrevista de asilo.
Cuando llegué a la Oficina de Inmigración pasado el mediodía, más de 50 personas estaban paradas en una cola que salía del edificio para ser entrevistadas, mientras otros 200 a 300 buscadores de asilo estaban parados o sentados dentro, esperando que les asignaran una cama para pasar la noche. Algunos recién llegados debían esperar 1 o 2 días; no más; para ser procesados.
Los refugiados en Alemania habían empezado unos disturbios en las colas de la comida, mientras que las condiciones en los campos de refugiados en Calais, Francia, conocida como “la jungla” eran notoriamente deprimentes. Pero la atmosfera en Malmo, en contraste, era increíblemente calmada y tranquila. Nadie gritaba, no recuerdo haber escuchado el llanto de algún chico. Los suecos eran eficientes y extraordinariamente protectores en sus cargos. Yo había tenido que convencer a varios funcionarios sólo para tener el derecho de hablar con los refugiados, cuya privacidad, ellos temían, yo violaría. La cola de entrevistas se movía inteligentemente. Los oficiales abandonaron un primer esfuerzo por obtener información de origen de los interesados; ahora los entrevistadores simplemente preguntaban su nombre, fecha de nacimiento, país de origen y tomaban una fotografía y un par de huellas digitales.
De allí, los refugiados serían enviados a una instalación temporal en Malmo hasta que se dispusiera de un lugar para un plazo más largo, un periodo que se ha extendido hasta 2 semanas. En ese punto ellos serían enviados a un hotel, dormitorio, instalación deportiva, o barraca en algún lugar de Suecia hasta esperar la adjudicación de su pedido de asilo.
Karima Abou-Gabal, de la agencia de migración, me contó que empezaron a mandar a asilados a Boden, en el remoto norte sueco. “Cada vez está más oscuro y frio”, admitió. Sin embargo, Suecia prometió cuidar a todos los refugiados mientras su pedido de asilo estuviera pendiente; la acumulación de trabajo con los refugiados creció a un punto que ese proceso puede tomar hasta 1 año. Durante ese período, de acuerdo a la página web de la agencia de migración, “el postulante recibe un lugar de permanencia, si no puede conseguir uno por él mismo, apoyo financiero si no tiene dinero, y acceso a emergencias médicas y cuidado de salud e higiene dental que no podrá ser pospuesto”. Los niños tendrán acceso a la educación y cuidado sanitario igual al que de los niños de Suecia.
La agencia de migración de Suecia es responsable de decidir quiénes sí y quiénes no reciben asilo. La agencia asume que cualquiera que huye de Siria tiene un miedo bien fundado de persecución y muerte, y por esto aceptan automáticamente la solicitud. Grandes mayorías de iraquíes y afganos también son aceptados. Suecia no acepta a migrantes por motivos económicos; por esta razón, las autoridades le niegan el pedido de asilo a casi todos los inmigrantes de Albania o Kosovo.
Al mismo tiempo, Suecia ha hecho esfuerzos modestos para asegurarse que los aplicantes rechazados se marchen a otro territorio. Muchos; nadie parece saber por qué, se quedan, viviendo en las sombras. Eso ahora puede cambiar. A fines de enero, el ministro de Interior instruyó a la agencia de migración para deportar aproximadamente a la mitad de los solicitantes que fueran rechazados. Personas como Diana Janse cree que Suecia debe mantenerse firme para ejecutar tales órdenes, si quiere cuidar bien a aquellos que se quedan.
Suecia tradicionalmente interpretó los estándares para asilo en forma mucho más liberal que la mayoría de sus vecinos.
Desde 2005, Suecia ha aceptado a aquellos que escapaban de la persecución tanto de actores no estatales como gubernamentales, y les han permitido a todos los asilados traer a un amplio rango de familiares. Esta regla también ha sido acortada.
La agencia de migración acepta la solicitud de miles de personas de Eritrea, una nación que es autócrata pero actualmente pacífica. Cuando le pregunté a Pierre Karatzian, un vocero de la agencia de migración, por qué motivo los eritreanos estaban calificados para el otorgamiento de asilo, él me respondió que muchos eritreanos huían del país para no enfrentarse a que los reclutaran para la guerra; si Suecia los devolvía serían arrestados. Esta situación le permite al gobierno eritreano jugar un juego cínico: los ciudadanos pueden huir y después les demandan que paguen un impuesto a sus ganancias relativamente lujosas en el exterior, un tipo de giro involuntario. Me dijeron que las embajadas eritreanas rastrean a los ciudadanos en el extranjero y demandan el pago.
Los afganos son un tema particularmente más complicado. Los afganos últimamente se han tragado el gran río de buscadores de asilo. El país es tan inseguro que muchos de sus 32 millones de ciudadanos pueden presentar un colorido reclamo de asilo. Alemania, horrorizado de los nuevos millones a venir, ha dicho que no le dará asilo a quienes vinieran de lugares relativamente seguros de Afganistán. Sin embargo, hoy acepta un poco menos que la mitad de los interesados afganos. Para fines de 2015, muchos más afganos que iraquíes pedían asilo en Suecia; muchos eran menores de edad no acompañados, que son protegidos en una categoría especial.
Suecia tiene leyes de protección extraordinarias para las minorías: los refugiados que llegan sin parientes son tomados por la burocracia de los servicios sociales del país, operada por cada municipalidad pero financiada por el gobierno central.
Mientras estaba en Malmö, hice varias visitas a un grupo de remolques justo detrás de la estación central de trenes, donde la Cruz Roja instaló un centro de bienvenida para los menores. Uno de los voluntarios era un farsí que hablaba iraní, que trabajaba como traductor para los afganos. Muchos de ellos, me dijo, habían crecido en el noreste de Irán, y sus familias habían huído en años recientes para escapar a la violencia de Afganistán. Allí vivían como gente sin nación, generalmente incapaces de encontrar trabajos o ir a la escuela.
Lisa Pelling, la abogada de refugiados, me contó que Irán forzaba a los afganos a servir en la guerra en Siria. Otros repetían esta historia. Esto parecía poco probable, ya que pocos de los refugiados parecían ser chiítas, y los mandatarios chiítas de Irán difícilmente les darían armas a afganos suníes, especialmente para luchar contra suníes sirios. Sin embargo, un reporte reciente de la vigilancia de los derechos humanos concluye que Irán le ha pagado a algunos inmigrantes para luchar en Siria, y ha amenazado a otros con la deportación si no aceptaban hacerlo.
Ya sea de Afganistán o Irán, estos seguían siendo niños que ya han experimentado un mundo de sufrimiento. Valdana Anderson, una funcionaria de la agencia de servicios sociales de Malmö, me contó que muchos dijeron haber sido sexualmente abusados por hombres mayores como parte de la tradición afgana de “bacha bazi” o “niño juguete”. ¿Los calificaba eso para un statu-quo de asilo? Legalmente no importaba, ya que Suecia provee asilo a virtualmente cualquiera que llegue en condición de menor no acompañado.
Algunos de ellos, sin embargo, ciertamente no eran menores. Ya que ellos llegaron sin documentos, los oficiales simplemente aceptaron su palabra acerca de su edad. Dinamarca, entre otros, implementa pruebas de edad con un sistema algo áspero que usa la medida de densidad de los huesos. En Suecia, sin embargo, los doctores en su mayoría rechazaron aplicar esa prueba, argumentando que es inexacta y que, en muchos casos, tales pruebas constituyen una invasión a la privacidad. Anderson me contó que un “menor” que parece de 30 años será informado así: “No podés compartir una habitación con los niños. Debés ir a la agencia de Migración y pedirles una (nueva) habitación”.
De vuelta en la estación de la Cruz Roja, la opinión era sorprendentemente anti-refugiados, incluyendo entre los voluntarios. El traductor dijo que no creía que muchos de los recién llegados pudieran algún día integrarse a la sociedad liberal e individualista de Suecia. Un policía de frontera me contó: “El verano pasado, mi abuela casi se muere de hambre en un hospital, pero los inmigrantes tienen comida gratis y asistencia médica. Yo creo que el trabajo de un gobierno es cuidar de su propia gente primero y después, si tenés de sobra, ayudar a los demás”. Yo había escuchado el mismo punto de vista un par de meses atrás en Hungría, el país de Europa más conocido por ser hostil con los refugiados; el anti-Suecia. Europa no ha experimentado un crecimiento económico en casi una década. Uno difícilmente puede pensar en un peor momento para pedirles a sus ciudadanos hacer sacrificios por extranjeros, donde el crecimiento ha sido más robusto: la fuente de caridad también se ha secado.
Resultó que yo había llegado a Suecia en el momento justo cuando el suministro de buena voluntad se estaba acabando. Una encuesta a principios de noviembre encontró que el 41% de los suecos pensaban que el país estaba tomando demasiados refugiados, un 29% más que en septiembre. Otras inspecciones encontraron que los más ancianos y las personas menos educadas tenían una visión más negativa de los refugiados que los jóvenes y los más educados.
Un par de extremistas han tomado el asunto en sus propias manos: en octubre, pirómanos atacaron 5 estructuras separadas de albergue de refugiados. Las autoridades suecas se volvieron tan nerviosas que no me permitieron ver ninguna de las instalaciones para los menores en Malmo, por miedo a que brindara pistas inadvertidas acerca de sus ubicaciones.
Cuando le dije a Paula Bieler, una parlamentaria del movimiento democrático anti-inmigrante de Suecia (el partido de extrema derecha se llama Sverigedemokraterna y quiere decir Demócratas de Suecia), que casi todos los suecos parecían darles la bienvenida a los refugiados, ella replicó: “Mayormente suecos que no los han conocido. Son los principales políticos y periodistas que viven en Estocolmo”. Eso es hiperbólico: los suecos han probado tener una gran voluntad de aceptar el peso que la mayoría de los europeos desean evitar. Sin embargo, la intelectualidad generalmente ve a los refugiados como una nueva contribución al tapiz de diversidad, mientras que los suecos ordinarios pueden pensar de forma más prosaica.
La reacción contra los refugiados ha puesto viento en popa a los de Sverigedemokraterna, tal como toda la extrema derecha en Europa. Los partidos de derecha están a la cabeza en las encuestas de Francia, Suiza, Austria y otros países. Una encuesta en agosto 2015 encuentra que más suecos más se identifican con los Sverigedemokraterna. Esto ha horrorizado a los socialdemócratas (Socialdemokraterna) y al Partido Moderado (Moderaterna), quienes han forjado una estrecha alianza para mantener a los Sverigedemokraterna fuera del poder.
Tal como otros partidos de derecha en Europa, los de Sverigedemokraterna han tratado en los años recientes abandonar sus orígenes matones y cuasi-fascistas. Bieler, hija de judíos polacos, retrocedió cuando comparé a su Sverigedemokraterna con el Frente Nacional de Francia, un partido empapado en antisemitismo. Pero los “demócratas” suecos han tomado una línea dura hacia los refugiados. En noviembre, un grupo de miembros del partido viajó a Lesbos, la ciudad griega que sirve como principal punto de tránsito para refugiados que vienen de Turquía, a repartir panfletos que contradecían el abrazo de bienvenida de Suecia. Los panfletos advertían que la sociedad sueca nunca aceptaría matrimonios forzados o poligamia – algo frecuente para el Islam-. También que los refugiados serían hospedados en tiendas y después deportados. Esta última predicción podría ser cierta.
Reclamo de solicitantes de asilo en el puesto de control en Malnö, Suecia.
A diferencia de los estadounidenses, los suecos no levantan el tema del terrorismo cuando preguntan por las virtudes de aceptar a buscadores de asilo. Llegué al país unos días antes del ataque terrorista en París, y esperaba escuchar una batalla reñida sobre los peligros de seguridad nacional. Casi nadie levantó el tema. Suecia no ha sufrido un ataque serio en su territorio, aunque el humor nacional podría cambiar muy rápido si esto ocurriese. Pero el tema que sí se ha levantado, en Suecia, tal como en Alemania, Hungría y toda Europa, es la integración nacional. ¿Cómo añadir a 150.000 refugiados de culturas muy diferentes a la de Suecia?
Paula Bieler, de Sverigedemokraterna, se describe a sí misma como una “nacionalista” que teme que si Suecia aumenta su multiculturalidad se expone al peligro de perder su identidad; “el sentimiento de vivir en una sociedad que también es tu hogar”.
Bieler objeta, no a los inmigrantes en sí, sino a la ideología estatal oficial de integración, que le pide a los suecos, tal como también a los recién llegados, que se integren en un mundo que celebra la diversidad, y por ende expone a Suecia como un hermoso mosaico. ¿Deben los suecos de origen pensar que su propia cultura de miles de años extraordinariamente estable es simplemente una de muchas identidades nacionales? Thomas Gur, un crítico de la política de puertas abiertas de Suecia, dice que es precisamente esta reacción la que concede popularidad a Sverigedemokraterna.
Hay miedos más viscerales, los que no pueden ser hablados en un ‘pasillo de opiniones’. “Uno no puede hablar de los conceptos de matrimonio, vergüenza y honor”, dice Gur. “No podés hablar de confianza social”, el miedo de que la reciente generación de asilados se aisle de la vida sueca, tal como ha pasado en Francia con los del norte de África, la “banlieues”, los barrios precarios que se han vuelto incubadoras de marginación para muchos inmigrantes.
Gur dice que hace 20 años, Suecia solo tenía 3 áreas residenciales donde un número significativo de ciudadanos no trabajaba y no tenía acceso a buenas escuelas, el instrumento indispensable para la movilidad social en la economía de alta tecnología de Suecia. Ese número, él dice, ha llegado ahora a 186. Yo visité muchas de estas áreas en Malmo, y se ven mucho más limpias y pequeñas y seguras que cualquier ciudad del interior de USA. Pero para Suecia es algo nuevo y preocupante.
Lo que es verdaderamente cierto es que a los refugiados les toma mucho más tiempo unirse a la fuerza laboral y permanecen desempleados en números mucho más grandes que los suecos nativos.
Tino Sanandaji, un economista y crítico de la política de refugiados cuyo trabajo se ha vuelto tan controversial en los medios suecos que me pidió que no nombrara a su universidad, dijo que el 82% de los suecos adultos están en la fuerza laboral pero el porcentaje abaja a 52% entre los inmigrantes de países no occidentales; una brecha que crece rápidamente.
Ya que virtualmente todos los inmigrantes llegaron en condición de refugiados, ambas palabras se usan como sinónimos.
Mientras que sólo 20% de los suecos fallan en graduarse de la secundaria, el número para los inmigrantes es 33%. Sanandaji señala las consecuencias para el generoso Estado de Bienestar vigente en Suecia: los inmigrantes recargan 60% la seguridad social. Sanandaji predice que a los nuevos refugiados se les hará mucho más difícil integrarse que lo que les costó a sus inmediatos predecesores. A pesar de que amplios reportes aseguran que los refugiados sirios vienen principalmente de la educada media clase, estadísticas compiladas por la agencia de migración de Suecia muestran que 50% de los recién llegados no tienen el secundario completo, y 33% no ha progresado más allá del 9no. grado de primaria. Los números son mucho más altos para los menores afganos.
Una observación que se da por hecho en USA -que los valores importan, que son transmitidos culturalmente, que solamente pueden ser cambiados parcialmente por las instituciones sociales- en Suecia es considerada una forma de racismo, como también una implícita admisión del fracaso. Bajos niveles de cumplimiento no están en “el ADN de la gente”, dijo Aron Etzler,del Partido de la Izquierda (Vänsterpartiet). “Las personas cambian, las culturas cambian. La sociedad está ahí para darle a las personas las herramientas necesarias”.
Los suecos tienen una buena razón para tener fe en su modelo socialdemócrata, y parecen estar seguros de que pueden hacer otra vez lo que hicieron antes. Virtualmente todos con los que hablé del lado que apoyan a los refugiados insisten en que Suecia no está pagando un precio por su compromiso ilimitado hacia los refugiados sino que están ganando un beneficio, aunque a largo plazo.
Generalmente pregunto de qué trabajaría esta nueva generación de recién llegados. Suecia no tiene espacio para trabajadores no calificados. Nunca he visto una economía más automatizada. No solo te das el chek-in vos mismo en los hoteles sino que te inspeccionás tu maleta.
La respuesta fue siempre la misma: “la población más anciana” de Suecia requiere de vastos puestos de trabajo en el cuidado personal de su salud. Tal vez sea cierto, aunque las personas con edad en Suecia parecen autosuficientes.
Incluso antes de que Suecia se frenara, parecía que el país se estaba presentando a sí mismo la cuestión de los refugiados como una prueba que podía superar, y no admitía que no lo superaría aún cuando el costo financiero, incluso para uno de los países más ricos de Europa, era desalentador. En refugiados, Suecia esperaba gastar el 7% de su presupuesto anual de 100.000 millones de euros. El número real es un poco más alto, ya que el costo de educar y entrenar a aquellos que ya han recibido asilo no está incluido en ese número. En todo caso, es el doble que en el presupuesto de 2015.
¿De dónde vendrán los fondos adicionales? No estaba claro todavía, pero desde que el costo de cuidar a los refugiados es considerado una forma de asistencia al desarrollo, Suecia ya ha cortado el 30% de su muy generoso presupuesto de ayuda extranjera, el cual en gran parte va a fortificar los mismos países de los cuales las personas están huyendo. Otros donantes europeos, incluyendo Noruega, han hecho lo mismo.
El tema de los refugiados ha dividido el gentil consenso de Suecia como ninguna otra pregunta lo ha hecho hasta ahora. Ivar Arpi, un columnista del diario matutino Svenska Dagbladet, es un crítico empedernido de la política de refugiados del país, y me dijo: “La gente ha perdido amigos por esto; las familias se dividen. He tenido discusiones agonizantes con mi madre y mi pequeña hermana”.
Es muy difícil encontrar un punto medio entre “debemos” y “no podemos”. Unas de las pocas personas con las que hablé y que estaba buscando el equilibrio era Diana Janse, del Partido Moderado (Moderaterna). Le pregunté si temía que Suecia estuviese en el proceso de cometer suicidio. “Es una pregunta abierta”, me respondió. Le preocupaba que el costo de la generosidad de Suecia sólo empezara a crecer, y que a nadie le preocupara.
Ella acababa de enterarse que el derecho de 450 días de licencia paternal por hijo, consagrado por las leyes suecas, también se aplicaría a las mujeres que llegaban al país con hijos menores a 7 años, que los refugiados podrían calificar para beneficios maternales igual que las mujeres suecas desempleadas. Estaba convencida de que Suecia necesitaba dejar la práctica de los pagos sociales a los refugiados, no sólo porque no es sostenible, sino porque Suecia no tiene interés en sobrepasar a sus vecinos en una seducción a los refugiados.
Al principio el gobierno sueco hizo muchas concesiones muy modestas a esta fea realidad. En noviembre 2015, el primer ministro Stefan Lofven divulgó que a los inmigrantes no se les daría asilo permanente, y por ende no serían elegibles para los masivos paquetes de beneficios sociales que vienen con esa condición.
Los solicitantes de asilo, de ser aprobados, recibirían un permiso de residencia temporal de 3 años, con posibilidad de renovación. Los refugiados podrían seguir trayendo a sus cónyuges e hijos bajo la política de “reunificación familiar”, pero esos parientes no calificarían para los beneficios sociales. A fines de diciembre, Suecia tiró la toalla al ring-side. A partir de ahora, a nadie se le permitiría entrar a Suecia sin los documentos de identidad apropiados. Las nuevas regulaciones, ya no descritas como temporales, violaban el régimen del Acuerdo de Schengen; poco después, Austria impuso normas similares. La crisis de refugiados, al menos temporalmente, ha eliminado el libre movimiento entre fronteras, uno de los logros principales de la Unión Europea.
Ya que muchos refugiados llegan sin pasaporte u otras formas válidas de identificación, las nuevas leyes redujeron marcadamente el número de buscadores de asilo que llegan del exterior a quienes se le permitiría el acceso al país. El cruce de inmigrantes en las fronteras ha llegado a casi detenerse. Suecia sólo acepta a aquellos refugiados que vienen de Turquía, Líbano y Jordania, y aceptados por la agencia de refugiados de Naciones Unidas. Después de tomar a 160.000 refugiados; 30.000 menos del máximo que había proyectado, a Suecia se le acabó el espacio, el dinero y la paciencia. Incluso ese no fue el último síntoma de la regresión increíble de Suecia, ya que en enero ocurrió el anuncio de que deportarían a 80.000 refugiados.
Es literalmente imposible imaginar una solución a la crisis. A menos que la negociación que se está llevando a cabo entre el régimen de Bashar al-Assad y los rebeldes sirios milagrosamente tenga éxito, el movimiento de refugiados de Siria no disminuirá. El bombardeo ruso de centros civiles en Siria aumenta la cantidad de asilados, tal como la campaña iraquí para retomar las regiones sunníes; y sobre todo Mosul, controlada por ISIS. La ola de refugiados puede que todavía no haya llegado a su punto más alto. A pesar de las aguas congeladas y grandes olas, 67.193 inmigrantes cruzaron el Mediterráneo para llegar a Europa en enero 2016; 13 veces más que el año pasado. Las muertes en el mar en Grecia e Italia llegaron a un total de 368. Con toda probabilidad, más gente cruzará a Europa, y más morirá tratando de hacerlo que en 2015. El Fondo Monetario Internacional estima ahora que alrededor de 1,3 millón de inmigrantes llegarán a Europa entre 2016 y 2017.
Un tipo de catástrofe hidráulica se está armando sobre Europa y el Norte de África. Las válvulas de admisión de refugiados en Europa y USA se cierran mientras que las griferías de Medio Oriente están totalmente abiertas. El movimiento se está acumulando en Grecia, donde miles de refugiados han quedado atrapados. Grecia y otros estados balcanes están, al menos en forma intermitente, permitiendo a refugiados de Siria, Iraq y Afganistán que continúen su camino hacia el oeste. Pero ellos no encontrarán una bienvenida allí.
Un plan de UE de distribuir 160.000 refugiados equitativamente entre los países miembros ha fallado tan miserablemente que apenas 272 fueron trasladados en los últimos 4 meses de 2015. Sólo Alemania sigue aceptando grandes números; pero la canciller Ángela Merkel, quien personalmente ha defendido la política de puerta abierta, de a poco se va aislando dentro de su país, inclusive dentro de su propio partido. El rápido movimiento hacia la derecha de las políticas europeas ha convencido a muchos centralistas y líderes políticos de la izquierda que una política generosa a los refugiados les costará sus cargos.
O se cierran las griferías, o las válvulas se abren. El resultado más probable es que Europa cierre sus fronteras a los refugiados que lleguen por tierra, aceptando sólo a aquellos que aprueben los oficiales de Naciones Unidas y los que vengan en avión directo desde Turquía, Jordania y Líbano, tal como Canadá aceptó hacerlo en noviembre. ¿Y el resto? Se mantendrán en varias fronteras europeas. Los recién llegados serán bloqueados en Turquía. Esto es precisamente lo que la mayoría de los críticos en Suecia promueven. También es lo que la UE misma ve como la mejor solución al problema. A fines de este año, la UE aceptó pagar a Turquía 3.200 millones de euros para ampliar el cuidado a los refugiados y detener su movimiento. Turquía ya le da refugio a más de 2,5 millones de refugiados, y no se puede esperar que siga absorbiendo más.
Simplemente no hay forma de darle vuelta al hecho de que si un país declara que está completo en su capacidad de absorber refugiados, miles de personas serán atrapadas en el torbellino de Siria e Iraq, mientras incontables otros continuarán arriesgando su vida en un desesperado intento de cruzar el Mediterráneo.
Los suecos respondieron porque no podían aceptar ese desenlace. Se comportaron admirablemente; incluyendo la hipocresía del progresismo ideológico; puede haber sido un complemento indispensable al sacrificio nacional. Entonces, por consecuencia, fueron inundados, forzados a dar un paso atrás en sus principios morales. ¿Podemos culparlos? No más que a un individuo que declina cometer un acto heroico.
Aun así no necesitaba terminar de esta forma. Si sus vecinos se hubiesen sumado, Suecia hubiese podido afrontar el precio de su remarcable generosidad. En el foro de Davos en enero, el primer ministro de Suecia, Stefan Lofven, dijo abruptamente, “Somos un continente de 500 millones de personas, podríamos fácilmente manejar ese asunto si cooperamos, si nos encontramos con esto como una unión y no como miembros de estado individuales”. Pero Europa no cooperó. Y las leyes Schengen yacen en pedazos. La crisis de refugiados amenaza las fundaciones europeas como no lo hiso la reciente euro crisis. “Si no podemos manejar esto como la Unión Europea” -Lofven siguió prediciendo, “La propia Unión Europea estará en riesgo”.
Algo aún más grande está en riesgo. La Europa que surgió después del cataclismo de la 2da. Guerra Mundial se entendía a sí misma no sólo como una colección de pueblos, blancos y cristianos, sino como una comunidad de valores compartidos. La crisis de refugiados ha forzado a los europeos a elegir entre el universalismo moral que profesaban y la identidad ancestral que habían heredado. La Europa del Este ya ha afirmado su condición como una patria blanca cristiana; como mucha gente en el Medio Oriente ha reclamado las identidades sectarias que parecen preparados para desechar.
Ahora la Europa donde el iluminismo nació puede estar tomando la misma decisión. El influjo de musulmanes amenaza el consenso liberal y secular de Europa, pero rechazar a los refugiados también hace temblar a uno de los pilares más grandes de ese consenso. Europa puede fallar en ambas: quitar a los refugiados de sus fronteras y sucumbir ante el movimiento de derecha nacionalista. USA no tiene razón para ser complaciente ante lo que ocurre. Es muy posible de que hagamos lo mismo.
Europa hace tan solo 70 años masacró a 6000000 de judíos europeos. Se desprendió así de una población pacífica, progresista, altamente educada, sumamente activa en materia económica, y plenamente integrada a los valores seculares, propio de las sociedades más modernas y civilizadas de esa época. Debido a la gran baja en el índice de natalidad que pone en peligro la continuidad de su crecimiento intelectual, económico, social y ético moral, Europa occidental decidió facilitar la inmigración de grandes masas de población de una cultura absolutamente divergente con la de los principios cristianos que la rigen. Bueno, he aquí los resultados de dicha política de reemplazo de una población por otra. Desde dentro mismo de las sociedades europeas occidentales, las segundas y terceras generaciones de dicha inmigración, nacidos en Europa, buscan y buscarán extender la cultura intolerante y propia del Medioevo característica del Islam, por medios violentos si no lo consiguen por la vía pacífica. Ya que este artículo se refiere a la ciudad de Mälmo, hace tres años atrás los suecos judíos con siglos de residencia en dicha localidad fueron instados a irse de su ciudad, aún a otros países, porque la autoridad policial no estaba en condiciones de proteger a la comunidad judía frente a los ataques permanentes que sufrían de inmigrantes musulmanes.