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| sábado noviembre 23, 2024

Los tres vivientes


 

Leemos en el Séfer yetzirá o Libro de la formación de  fecha incierta pero seguramente alejandrino en su origen, y tan antiguo como para que en el siglo X Saadia Gaón lo comentase, que a más de las letras hebreas, sus valores y misterios,  hay tres vivientes: el Dios vivo, el agua viva y el árbol de la vida. Esa relación entre el lenguaje y las citadas entidades se constata hoy más que nunca, ya que no sólo Israel produce, en sus plantas desalinizadoras, un agua muy viva y útil, sino que es uno de los pocos países del mundo en los  que la masa forestal crece por obra de la actividad humana. Durante siglos y en el exilio los judíos tenían a su Dios vivo, pero, como cuenta con curiosidad Cioran en uno de sus ensayos, había escasa vegetación en los guetos en los que solían estar confinados, para no hablar del agua que , excepto en el centro de Europa, no era un bien que abundase en los países mediterráneos,  bien del que los hebreos no siempre tuvieran  suficiente como para colmar sus baños rituales. Es notable que lejos de su tierra madre, de su vaso cultural, se conservase la memoria de la relación o nexo sagrado entre lo divino, el agua y el árbol. Las ironías cristianas sobre el judaísmo como una religión fósil o bien como una sinagoga ciega-que aún percibimos en la entrada a Notre Dame de París-, son, por tanto, no sólo falsas sino estúpidas, ya   que sin el precedente de la Torá, sus ramas, hojas y frutos talmúdicos, sin la capacidad innata de estudio, Israel no podía haber resucitado como lo ha hecho en las últimas décadas. Este pueblo de profetas siempre estuvo vivo, en su tierra y en el exilio.

El motivo por el cual los palestinos tienen, a la larga, que reconocer la evidencia del profundo y perenne lazo que une al viejo Israel bíblico con el estado judío actual, es que cada día surgen más pruebas históricas-monedas antiguas, sitios arqueológicos, topónimos-, y más datos culturales sobre la extraordinaria fidelidad de nuestro pueblo a su solar y crisol geográfico. Fidelidad a los tres vivientes y su dinámica existencia. La Torá y el Talmud fueron nuestras tierras psíquicas, las barcas de papel en las que cruzamos innúmeras tormentas y mares. Pero eso, que constituía nuestra fuerza, también conformaba nuestra debilidad. Teníamos las leyes del cielo, pero sin tierra propia, sin destino ligado a una geografía defendible, fuimos víctimas de los celos e inquinas de otros pueblos. Las leyes de la tierra, lo queramos o no, son leyes de fronteras y exclusiones, vados, montañas o valles de separación. De ahí que hayamos tenido que aprenderlas de nuevo y luchar por el topos como antes lo hicimos por el ethos. Esa polaridad entre el sitio y el sentido sigue, por parte, muy viva en el país, alineándose  la derecha con el primero y preocupados los izquierdistas por el segundo.

Con frecuencia, la intención del Dios vivo es difícil de entender, pero sobre el agua y los árboles sabemos cada vez más. Pueda la contigüidad entre los tres vivientes hacernos alguna vez entender del todo las intenciones divinas. Como decía un maestro jasídico: “Lo que quiero no es que me ahorres los sufrimientos sino que me expliques para qué sufro.”

 
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