A primera hora de la mañana del 19 de julio, y tras ocho horas de debate, la Knéset [cámara legislativa] aprobó por 62 votos a 55 (y dos abstenciones) una ley que codifica el estatus de Israel como hogar nacional del pueblo judío. Presentada en un primer momento por el partido centrista Kadima, la denominada Ley del Estado-Nación se suma a la docena larga de leyes básicas que fungen como la Constitución no escrita de Israel. En líneas generales, sus 11 parágrafos reafirman los principios sobre los que se asienta la democracia israelí: el hebreo es el idioma nacional; laHatikvá, el himno; Jerusalén, la capital, e Israel es el lugar donde se ejerce la autodeterminación de la nación judía.
Uno puede encontrar sorprendente que generalidades como esas provoquen un clamor global de protesta. De nuevo, Israel y la indignación selectiva parecen ir juntos como la tostada y la mermelada. El espectro de la crítica se extiende desde las posiciones de quienes dicen que la ley es innecesaria y provocadora hasta las de quienes la ven como racista y antidemocrática. La izquierda israelí, en alianza con las minorías árabe y drusa, se ha echado a la calle. Instituciones de la diáspora judía han pedido su derogación, con lo que se han visto harto incómodamente en el mismo bando que los antisionistas y los israelófobos de la Margen Occidental y la Franja de Gaza, las capitales musulmanas, la UE y la ONU. “El espíritu de Hitler, que llevó al mundo a una gran catástrofe, ha resurgido entre algunos líderes de Israel”, declaró Recep Tayyip Erdogan.
Dejando de lado a antisemitas como el presidente turco, puede que entre la gente razonable y los amigos de Israel haya quien no vea la necesidad ni la utilidad de la Ley del Estado-Nación. Pero ese desacuerdo ha de estar basado en hechos. Y resulta que los hechos han estado clamorosamente ausentes en los últimos debates sobre Israel, por culpa de unos medios de comunicación parciales, tendenciosos y mal informados. Las instituciones mediáticas de referencia se han empapado tanto de la retórica propalestina y anti-Netanyahu, en la que Israel es parte de una tendencia global hacia un populismo nacionalista de corte autoritario, que han abdicado de la responsabilidad de presentar las informaciones sin apasionamientos y de una manera equilibrada. El ominoso resultado de esa cobertura incendiaria es la normalización del discurso y las políticas antiisraelíes y el ensanchamiento de la brecha entre Israel y la Diáspora.
Un ejemplo. En un artículo publicado en Los Ángeles Times el 18 de julio se decía que la Ley del Estado-Nación “garantiza un estatus ventajoso a las comunidades integradas exclusivamente por judíos”. Es falso: la ley no dice nada semejante. (Una versión previa del texto podría haber sido interpretada en ese sentido, pero la cláusula en cuestión fue retirada). Pues bien, LAT no corrigió el error
El día 19, en el New York Times, David M. Halbfinger e Isabel Kershner escribieron que la “incendiaria decisión” de la Knésset había sido “denunciada por centristas e izquierdistas como racista y antidemocrática”. ¿Por qué? Porque “no hace la menor mención de la democracia ni del principio de igualdad”. Pero eso es porque ya otras leyes básicas han codificado el carácter democrático e igualitario de Israel, entre ellas dos que se ocupan específicamente de los derechos humanos.
Además, la Ley del Estado-Nación, proseguía el NYT, “promueve el desarrollo de las comunidades judías, con lo que posiblemente ayude a quienes pretendan emprender políticas de adjudicación de tierras discriminatorias”. Pongan especial atención en el “posiblemente”, porque nada en el texto legal hace referencia a la referida ayuda.
La Ley del Estado-Nación no confiere derecho adicional alguno a los judíos, ni quita uno solo a los árabes. Halbfinger y Kershner llegan a decir que la ley “degrada el árabe de idioma oficial a lengua con un estatus especial”. Pero más adelante ellos mismos reconocen que se trata
- en buena medida de un gesto simbólico, porque en un pasaje posterior se afirma: “Esta cláusula no afecta al estatus concedido a la lengua árabe antes de la entrada en vigor de la ley”.
El día 22, el New York Times llevó a primera plana un artículo de Max Fisher titulado “Israel antepone la identidad a la democracia. Otros países podrían seguir sus pasos”. Curiosa manera de presentar una ley que cuenta con el respaldo de la mayoría, que ha seguido el cauce legislativo pertinente en una cámara elegida democráticamente. El texto del artículo es del mismo cariz que el titular, así como otras ocho piezas informativas y de opinión publicadas por el NYT hasta el momento en que compuse esta nota. En todas ellas democracia quiere decir “lo que diga el consejo editorial del NYT”, y la autocomprensión nacional de Israel entra irrevocablemente en conflicto con la forma democrática de gobierno.
La columna del intérprete Fisher empieza con una anécdota en la que recuerda cómo David ben Gurión “volvió de su retiro en julio de 1967” e “insistió en que Israel entregara los territorios que había conquistado” tras repeler, el mes anterior, la invasión de tres ejércitos árabes. Por desgracia para Fisher, ese dramático episodio parece ser apócrifo. Tras una exhaustiva investigación, el historiador Martin Kramer concluyó:
- “No hay evidencia alguna que Ben Gurión advirtiera a los israelíes de que su victoria había ‘sembrado las semillas de la autodestrucción’, ni en julio de 1967 ni más adelante”. Pero Fisher sigue en lo suyo.
No quedan ahí los elementos cuestionables de su texto. “La calidad de la democracia israelí viene decayendo notablemente desde principios de la década de 2000”, prosigue Fisher. Se trata de una época caracterizada por, qué casualidad, la emergencia de estadistas israelíes detestados por Fisher y los politólogos que cita. Asimismo, Fisher menciona la “oleada terrorífica de violencia conocida como Segunda Intifada, que mató a más palestinos que israelíes [y] comprendió impactantes ataques terroristas en enclaves israelíes previamente seguros”. Pero ¿De dónde vino esa violencia? ¿Quién perpetró esos ataques impactantes? No lo dice.
Denegar la responsabilidad árabe es un hábito muy asentado entre los críticos de Israel. Y ha de ser muy tenido en cuenta al analizar las reacciones histéricas a la Ley del Estado-Nación, que está siendo utilizada como mera plataforma para una denuncia de mayor calado contra el carácter judío de Israel. Para estos escritores, éste no es un debate sobre la bandera de Israel, sino sobre el nacionalismo judío y, por extensión, sobre el conflicto israelo-palestino.
En una pieza para el “Ideas” de Time del 24 de julio, Ilene Prusher escribió:
- “No queda claro si la igualdad delineada en la visión consignada en la declaración de los fundadores [esta es la manera progresista de aludir a la Declaración de Independencia de Israel] sigue siendo un objetivo. Desde luego, está lejos de ser una realidad”. “La nueva ley”, prosigue Prusher, “procura argumentos legales para una discriminación que de hecho ya se produce” y –ahora cita a un profesor de Derecho izquierdista de la Universidad Hebrea– “esencialmente convierte la discriminación en constitucional”.
No, de hecho no lo hace. En vez de especular, los críticos de la ley deberían leérsela, porque no dice absolutamente nada de discriminar a nadie. Como comentó recientemente Eugene Kontorovich, “todo puede ser pervertido, pero eso no quiere decir que todo sea perverso”.
Lo cierto es que la democracia avanza en Israel, así como muchos de los valores que uno asocia normalmente a… ¡Bingo!, el New York Times. Israel es el único país del Medio Oriente que celebra desfiles del Orgullo LGTB. Noah Ephron, crítico con la Ley del Estado-Nación, destaca que la proporción de mujeres en la Knésset es superior a la del Congreso norteamericano y similar a la del Parlamento Europeo. En Israel hay sanidad pública universal. “En la última década, [y a diferencia de lo ocurrido en las demás democracias occidentales], en Israel los sindicatos han crecido y se han hecho más fuertes”. Las minorías tienen garantizados los mismos derechos que los judíos. Y estos logros están sustentados en el carácter y las tradiciones judíos de Israel.
El NYT cita a Avi Shilón, historiador de la Universidad Ben Gurión, que dice despectivamente: “Netanyahu y sus colegas actúan como si aún estuviéramos en 1948, o en una época anterior”. A tenor de las reacciones falaces, paranoicas, febriles e intolerantes que ha suscitado la Ley del Estado-Nación, Bibi tendría buenas razones para pensar que Israel sigue librando la batalla de 1948, y que aún se defiende contra los ataques a la mera idea de un Estado judío.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
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