No usaba uniforme, o quizás si.
Se llamaba Otto, o Franz, o Lisa, o Inga.
Era abogado, o comerciante, o quizás trabajaba en una fábrica, o era empleada de limpieza, o quizás una simple ama de casa.
Una vida simple, oscura quizás.
En 1932 votó a Hitler, y no lo culpo, si yo hubiera vivido en Alemania en esa época, quizás habría hecho lo mismo. Había inflación, faltaba trabajo, los partidos políticos eran demasiados y el caos reinaba en el país.
Pero aquí comienza su culpa.
En 1934 se inició el boicot contra los judíos, y él o ella miró para otro lado.
Se dictaron las leyes raciales, y no se atrevió a protestar.
Cuando la “Noche de los Cristales” se llevó a su casa pieles y telas valiosas, mientras sus bolsillos rebosaban de joyas, todo ello proveniente de las casas y comercios judíos saqueados.
Cuando comenzaron a deportar a los judíos de Alemania se mantuvo en silencia (cuando no denunciaba a los judíos ocultos).
Vivía cerca de Bergen Belsen, Buchenwald, Dachau, Flossenburg, Dora Mittelbau. El olor a corrupción hería día a día sus fosas nasales y el humo del crematorio era una vista diaria. Pero no sabían nada.
Y cuando Eisenhower los obligó a entrar a esos campos para que contemplaran el horror, se llevaban las manos a la cabeza, derramaban lágrimas de cocodrilo y decían que no sabían nada.
Y cuando los pocos sobrevivientes judíos solicitaron en un pueblo cercano a un campo de personas desplazadas permiso para organizar las ceremonias religiosas de las Altas Festividades en algún salón del pueblo vecino, los representantes de los habitantes del pueblo fueron a solicitar que no se permitiera para no ofender los sentimientos de los pueblerinos (el comandante de las fuerzas aliadas en el lugar concedió el permiso y participó de las ceremonias porque… ¡¡¡EL TAMBIÉN ERA JUDÍO!!!)
Y cuando aquellos judíos que pudieron regresar quisieron recuperar lo que les fuera arrebatado, solo enfrentaron la hostilidad de sus antiguos vecinos, los mismos que antes del nazismo habían compartido fiestas y duelos con ellos.
Si, en Nüremberg faltó un acusado, el simple ciudadano alemán que con su indiferencia, y, por qué no, por su ambición y odio visceral al judío, permitió que la bestia nazi llevara a cabo su obra de exterminio.
Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.
¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.