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| viernes noviembre 22, 2024

Judeofobia aquí y ahora

«Estremece pensar que aquel artefacto ensamblado por la Ojrana, urdido para justificar los pogromos en Rusia, sigue circulando a estas alturas por las redes sociales en pequeñas e inagotables pildoritas, como corresponde a las entendederas de quienes tienen en Twitter o en Facebook su principal fuente de información»


En el ranking de infamias de este joven siglo ocupa un lugar destacado la contumaz vigencia del antisemitismo, normalmente presentado como antisionismo. Yo les pregunto a esos antisionistas: ¿Están ustedes en contra de algún otro Estado? ¿Algún otro entre los dos centenares cuya existencia les suponga un problema, un agravio? ¿Ninguno? ¿Que ni siquiera se lo ha planteado? Ya me parecía.

En Occidente, la judeofobia anida, se cobija y se mantiene calentita en instituciones cuyo teórico fin es preservar y difundir el conocimiento y/o buscar y revelar la verdad: Universidad y medios de comunicación. Es desolador constatar la regular aparición de viñetas en la prensa europea -la española no es una excepción- que reproducen los groseros trazos del mito judeófobo. Todo ello un siglo después de que Der Stürmer, luego Die Fackel y muchos otros medios, comenzaran a diseñar formas de propaganda satírica innovadoras para el viejo monstruo que durante tantos siglos había perseguido al pueblo judío.

El humor gráfico de principios del siglo XX contribuyó de manera decisiva a crear la atmósfera y el imaginario del nazismo. Como observa el gran Paul Johnson en La historia de los judíos: «La atmósfera de violencia real que alimentó al nazismo estaba a su vez sostenida por la creciente violencia verbal y gráfica en los medios de difusión. A veces se sostiene que la sátira, incluso la más cruel, es un signo de salud en una sociedad libre, y que no deben imponérsele restricciones. La historia judía no confirma este criterio. Los judíos (…) saben por larga y amarga experiencia que la violencia impresa es solo el preludio de la violencia sangrienta».

Desolador, sí, que nuestra prensa insista, so capa de legítima crítica al Gobierno israelí de turno, en el grotesco judío deformado y perverso: en vez de manos tendrá garras que lucirán a menudo manchadas de sangre, la mirada abyecta, la nariz ganchuda, tipos barrigones o diabólicamente delgados, rodeados de billetes, siempre engañando, siempre conspirando o sojuzgando al prójimo. El mito bestializante salta una y otra vez de su cloaca, rebota de siglo en siglo con sus propios libelos de sangre ligeramente actualizados. Tampoco mucho. Consideren los principales Mitos sobre los judíos recogidos por Maria Luiza Tucci Carneiro y observen que solo el primero ha caído en desuso. Estos son: Mataron a Cristo, forman una entidad secreta, controlan la economía mundial, no los hay pobres, son avaros, no tienen patria, son racistas, son parásitos.

Mitos inveterados que perviven en el conjunto de la extrema izquierda, en gran parte de la extrema derecha, en el socialismo británico y en el (des)conocimiento convencional de una masa indeterminada pero amplia. Muy amplia. Un mismo poso de envidia y frustración, sumado al mecanismo del chivo expiatorio, subyace en los leves aggiornamenti del estigma. La indeterminada masa judeófoba europea ignora que su convicción acerca de una sociedad secreta desde la cual los judíos controlarían el mundo bebe directamente de la envenenada fuente de Los protocolos de la Sabios de Sión, que sigue publicándose, con especial entusiasmo en algunos países musulmanes, sin mencionar, por supuesto, que el libelo fue confeccionado en París por el servicio secreto del Zar a finales del siglo XIX valiéndose de retales del Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, escrito por Maurice Joly con intenciones propagandísticas de muy distinta índole.

Estremece pensar que aquel artefacto ensamblado por la Ojrana, urdido para justificar los pogromos en Rusia -el mismo plagio convenientemente redirigido que fue adoptado, propagado y exprimido como verdad indiscutible por Hitler (y por Henry Ford)-, sigue circulando a estas alturas por las redes sociales en pequeñas e inagotables pildoritas, como corresponde a las entendederas de quienes tienen en Twitter o en Facebook su principal fuente de información.

Acaba de explicarnos Ramón Pérez-Maura en estas páginas cómo el pasado martes un grupo organizado reventó en el Hotel Intercontinental de Madrid un acto público, con ponentes judíos y árabes, consagrado a analizar fórmulas de paz y convivencia. Entre los asaltantes había miembros de Podemos, Ahora Madrid, Izquierda Unida y FPLP, incluido por la UE en la lista de organizaciones terroristas. Entre los conferenciantes, líderes musulmanes palestinos, mujeres árabes e intelectuales israelíes. Un jeque sufí fue amenazado de muerte. Como recuerda Pérez-Maura, el movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), de alcance mundial y alentado aquí principalmente por Podemos en decenas de ayuntamientos, no ha dejado de sufrir derrotas judiciales en España.

He ahí un signo de buena salud de nuestro sistema, que, dotado de la adecuada información y mediando las pertinentes acciones judiciales y la vigilancia política de los partidos que no quieren verse involucrados en las nuevas formas de antisemitismo, no se deja engañar por el enésimo disfraz de la lacra. Fue asimismo esperanzador que el Parlamento alemán condenara a mediados de este año el movimiento BDS a iniciativa de la CDU de Merkel. Lo más significativo, lo que mejor retrata el carácter de estas supuestas campañas de ayuda a los palestinos, y lo que debería dar que pensar a los que dudan es que haya sido justamente en el país que provocó el Holocausto, allí donde no pueden permitirse el olvido, donde los legisladores han recordado lo evidente: «Las pegatinas “no compres” del movimiento BDS sobre productos israelíes recuerdan al eslogan nazi de “No compres a los judíos” y otras pintadas en fachadas y escaparates»

Cortesia de ACOM

 
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