Ahora que palestinos y jordanos ponen el grito en el cielo sobre los peligros de judaizar Jerusalén conviene recordar que su intransigencia es producto directo de su ignorancia. Desde los días del rey David en el siglo XI antes de nuestra era, la ciudad fue hebrea, la plataforma desde la que unas décadas después del período del rey músico su hijo Salomón llevaría, incluso siendo una pequeña polis, a su esplendor con caballerizas y baños públicos, terrazas y jardines. Pero sobre todo con la construcción del Primer Templo. Pasajes del libro Reyes de la Biblia detallan su tamaño y función social. Todo este escandaloso y estúpido reclamo palestino/ jordano nace de la pura envidia y el dolor musulmán por ver su tercer lugar sagrado en manos de los judíos, después de todo sus primos hermanos. Israel no tiene reclamos sobre todos los lugares que habitó, o si los tiene no dejan de ser tibios. Pero los musulmanes aún piensan que recuperarán Al-Andalus. No puede aceptar sus pérdidas ni son objetivos sobre la realidad que les toca vivir.
Para mí, que he vivido en la ciudad en la década de los setenta del siglo pasado, judaizar significó mejorar el trazado urbano, devolver su apariencia histórica a las pequeñas sinagogas convertidas en establos y trasteros, limpiar Jerusalén para conferirle la dignidad que merece. La vi antes y después de las mejoras, ¡qué diferencia! No he observado que se destruyese ninguna mezquita ni, por supuesto, se avasallase o disminuyese a las dos grandes mezquitas situadas en el Monte del Templo. Pero, en fin, no importa lo que hagamos los judíos, nunca será del gusto de los musulmanes. Por eso mismo es necesario continuar judaizando, israelizando una ciudad que es casi un sinónimo de la identidad de nuestro pueblo. Aquellos que no pueden admirar tampoco pueden, en última instancia, respetar. El hecho de que Europa no comprenda bien y hasta minimice el pasado judío del lugar, demuestra cuan lejos está de sus propias raíces y qué fantasmagórica es, ahora, la realidad de sus símbolos. Los antropólogos culturales saben que cuando se evaporan los emblemas de un pueblo se debilita su carácter.
La posibilidad de que Arabia Saudita pase a ser, reemplazando a Jordania, custodio de los lugares sagrados del Islam en Jerusalén, es un feliz idea: está lo bastante lejos como para compartir un espacio con judíos y cristianos sin que eso le afecte demasiado. De hecho, creo que Jordania merecería perder esa potestad. Poco y nada ha hecho con la paz que Israel le ha ofrecido todos estos años. En cuanto a los palestinos, si no adoptan una buena disposición, es poco y nada lo que pueden ofrecer. Su declive será inevitable. En cuanto a si habrá o no un estado binacional y cuál será entonces el destino de Jerusalén, la opción no es buena ni recomendable. Nadie quiere convivir con quien lo odia y descalifica. Básicamente, y en términos israelíes, judaizar significa mejorar. Para eso hay leyes urbanísticas que deben respetarse y no hay que temer por su incumplimiento. Como dice la misma Torá, muchas enseñanzas saldrán de nuestra Jerusalén.
Mario Satz. Excelente artículo. Pero aclaro 2 cosas. Los q vos llamas palestinos son mayoritariamente jordanos principalmente, formaban parte de la Palestina que después le dieron a jordania. Los auténticos palestinos son los judíos que eran los únicos que vivían en esa región cuando Roma le cambió el nombre en 138. Yo los llamo neopalestinos en todo caso. Q decís? La cosa que aclaro, Es que la mezquita dorada se hizo sagrada después de la creación por tercera vez del estado de Israel en el mismo lugar y sólo por razones políticas. Antes estaba abandonada.