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| viernes noviembre 22, 2024

El Lobby pro Israel es positivo para los Estados Unidos


Cuando los ciudadanos estadounidenses presionan a su Gobierno en favor de Israel, algunos mandarines presumidos de la política exterior condenan tales prácticas por privilegiar –según dicen–, las estrechas prioridades de un grupo étnico sobre lo que debería ser la formulación imparcial de la agenda externa. Sin embargo, en los hechos, lobbies como el Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos – Israel (AIPAC por sus siglas en inglés) o Cristianos Unidos por Israel (CUFI) mejoran la política exterior norteamericana.

 

Uno de los peores bestsellers

 

Durante la década de 1950 los críticos de Israel culparon al «lobby judío» por obstruir una alianza antisoviética internacional. Para los años de 1970, acusaron a la robusta relación entre Israel y Estados Unidos de haber provocado el boicot árabe que causó la crisis del petróleo. En los 2000, culparon al lobby pro Israel por la guerra de Irak. Últimamente, en los años de 2010, lo criticaron por obstruir y luego por oponerse al acuerdo nuclear con Irán. John J. Mearsheimer de la Universidad de Chicago y Stephen M. Walt de Harvard son conocidos por publicar un célebre caso generalizado contra los estadounidenses pro Israel en su bestseller de 2007, publicado en español como El lobby israelí (The Israel Lobby and U.S. Foreign Policy).

En respuesta, los activistas pro Israel típicamente justifican sus esfuerzos de lobby sobre la base de dos argumentos. 1) Utilidad: Israel beneficia a los Estados Unidos. Los norteamericanos obtienen réditos con el desarrollo y prueba de armamento avanzado por parte de los israelíes, se benefician de su red de inteligencia, su tecnología hídrica de vanguardia, y del hecho que Israel constituya el Estado más fuerte y confiable en la vital pero turbulenta región de Medio Oriente. 2) Gratuidad: las relaciones entre Israel y Estados Unidos no interfieren con otros vínculos bilaterales. Antiguamente, esto se refería a las relaciones con Egipto, Irak y Arabía Saudí; mas hoy en día se refiere a Turquía, Irán y Qatar.

No obstante, estos argumentos quizás podrían perder validez en el fututo, pues la utilidad y la gratuidad podrían desaparecer. En la medida en que los liberales se distancian a sí mismos del Estado judío, una eventual presidencia bajo Kamala Harris podría rechazar lo que Israel tiene para ofrecer, y acaso suponer que las relaciones cercanas con Jerusalén obstaculizan iniciativas hacia Irán.

Anticipando semejante cambio, propongo mirar al lobby pro Israel de una manera completamente diferente, enfatizando su rol doméstico antes que su influencia externa.

 

El memorándum de Blackstone, 1891: «Palestina para los judíos».

 

Tanto israelíes como palestinos cuentan con el apoyo entusiástico de grandes comunidades que operan desde la retaguardia. Los israelíes tienen a la diáspora judía, y especialmente a sus líderes ricos y poderosos, desde Chaim Weizmann a Sheldon Adelson, y también tienen una red global de benefactores cristianos, desde Lord Palmerston y William Blackstone a Clarck Clifford y Nikki Haley. Análogamente, los palestinos han contado con los Estados árabes, musulmanes, europeos y comunistas, como son, respectivamente, Egipto, Irán, Suecia, y la Unión Soviética, además del creciente apoyo proveniente de las izquierdas globales, tal y como ejemplifica Jeremy Corbyn en Reino Unido. En efecto, como ha mostrado Steven J. Rosen, «el camino árabe hacia Washington corre por Paris, Londres y Berlín».

Durante el último siglo todas estas comunidades y plataformas han crecido, equilibrándose medidamente entre sí. Ambas surgieron durante la Primera Guerra Mundial. Mientras los sionistas británicos presionaban a su Gobierno para apoyar un hogar nacional judío en Palestina, los líderes árabes también extraían promesas de Gran Bretaña sobre Palestina, ya antes de ayudar en su esfuerzo bélico. Durante la Segunda Guerra Mundial, los judíos occidentales y sus aliados aplicaron una presión desesperada sobre Londres para que autorizara la inmigración de refugiados judíos hacia Palestina, en tanto los regentes árabes amenazaban con sabotear los esfuerzos británicos en la guerra si tal inmigración era permitida.

Luego de la guerra, los sionistas estadounidenses avanzaron hacia la línea frontal en defensa de sus convicciones, y los Estados árabes se triplicaron en número. Los sionistas convencieron exitosamente al presidente Harry Truman para que reconociera el Estado de Israel en 1948, a lo que cinco Estados árabes invadieron la flamante estatidad judía. Cada bando aprendió del otro: así como los israelíes desarrollaron un poderoso ejército, los árabes ganaron injerencia creciente en Occidente, en sus debates políticos, en sus medios de comunicación, y en los programas académicos de sus universidades. Cada bando concibió y refinó técnicas para juntar dinero de su retaguardia comunitaria, se trate del Llamamiento Judío Unido (United Jewish Appeal), o bien de las donaciones gubernamentales saudíes, kuwaitíes o de otros Estados.

Repetidamente, cuando los enemigos de Israel atacaban, sus amigos estadounidenses acudían a su defensa. Los Estados árabes boicoteaban a las empresas norteamericanas en Israel, pero los amigos de Israel daban con legislación para ilegalizar la participación en tales boicots. Los Estados árabes retenían el suministro de petróleo, pero los sionistas presionaban para no capitular frente a tales presiones. Cuando los Estados árabes reunían mayorías abrumadoras en las organizaciones internacionales, los amigos de Israel hacían lo mismo en el Congreso estadounidense. Cada base y plataforma lucha por su causa. Cada una provee apoyo diplomático, ayuda financiera y armamento.

 

Un cartel en una gasolinería durante 1973-1974: no queda petróleo debido al embargo árabe.

 

En otras palabras, los sionistas estadounidenses actúan como el principal contrapeso a los Estados extranjeros antisionistas. Los sionistas presionan a Washington desde adentro, pero los Estados lo hacen desde afuera. Se trata de una diferencia significante pero que en última instancia no es más que técnica.

Por consiguiente, el lobby pro Israel no impide la formulación de una política exterior objetiva, sino que compensa de manera constructiva la influencia antiisraelí. Argumentar a favor de Israel no solamente está bajo el amparo de la Primera Enmienda (de la constitución estadounidense), siendo por tanto algo expresamente legítimo, sino que también informa y mejora la formulación de políticas, contrarrestando influencias externas. Por ello, el lobby pro Israel es bueno para Estados Unidos.

Daniel Pipes (DanielPipes.org, @DanielPipes) es el presidente del Middle East Forum. Escribió este artículo por primera vez en 1981. © 2021 por Daniel Pipes. Todos los derechos reservados

Actualización del 28 de enero de 2021: Ha comenzado el asalto a la era Biden: David Corn de Mother Jones y Ken Dilanian de NBC News publicaron artículos sugiriendo discretamente que Anne Neuberger, asesora adjunta de seguridad nacional para ciber y tecnologías emergentes, tiene doble lealtad porque la fundación de su familia donó cerca de 500,000 dólares a AIPAC. Para ver las reacciones visite la cobertura (en inglés) que brinda el JNS.

 

Original en Inglés: The Israel Lobby Is Good for America
Traducido por Federico M. Gaon

 
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