Jenny Hazan
Aishlatino.com
Fue después de que Ismael Khaldi, de 39 años, visitó en el año 2006 la Universidad de California como vicecónsul de Israel para la zona noroeste de Estados Unidos, que decidió que necesitaba escribir un libro. “La gente no quería darme un apretón de manos porque estaba representando a Israel” dice Khaldi, autor del libro La Travesía de un Pastor, un relato biográfico sobre su vida como parte de una minoría en Israel. “Este encuentro, con tal ignorancia, crítica profunda y retórica hostil, ha sido por lejos el momento más impactante de mi carrera”.
Khaldi cree que buena parte del mundo occidental – incluyendo la comunidad judía – tiene una imagen torcida e inexacta de lo que es Israel.
La esperanza de Khaldi es que su libro ayude a arrojar algo de luz sobre el tema y provea una visión interna de la minoría musulmana árabe que hay en el país. “Aunque Israel es parte de la identidad judía y conecta a todo judío del mundo, el Estado de Israel no sólo es judío y sionista. Es un país de todos sus ciudadanos”, dice Khaldi. “Mi misma existencia prueba que Israel es una de las sociedades más diversas culturalmente, y la única democracia verdadera en el medio oriente”.
Khaldi, que creció como la mayoría de los 180,000 beduinos de Israel: siendo pastor y viviendo en una carpa en una aldea beduina tradicional, se transformó en el primer diplomático israelí descendiente de beduinos. Caminaba seis kilómetros ida y vuelta hasta la escuela cada día desde su pueblo Khawalid, cerca de la ciudad judía Kiryat Ata, en la región de Haifa. Al igual que la mayoría de los pueblos beduinos del norte de Israel, el suyo estableció lazos cercanos con los kibutzim vecinos, y desde 1930 había tenido relaciones amigables con los judíos israelíes, quienes jugaron un papel importante ayudando el avance de la producción tecnológica y agrícola de los beduinos. ¡La abuela de Khaldi incluso aprendió a hablar idish!
Sin embargo, a diferencia de la mayoría de los beduinos, Khaldi decidió no construir un hogar modesto cerca del de sus padres, con su propia familia y rebaño. En cambio, cuando terminó su servicio militar en el ejército nacional (un servicio que tanto él como todos sus hermanos completaron), viajó para conocer Estados Unidos. Cuando volvió, obtuvo un título en Ciencias Políticas en la Universidad de Haifa, y luego un máster en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad de Tel Aviv. Después de eso, comenzó a trabajar para la embajada de Estados Unidos en Tel Aviv, y posteriormente en el Servicio de Relaciones Exteriores de Israel, lo cual lo llevó a trabajar en el Consulado Israelí en San Francisco, y por ende al campus de la Universidad de San Francisco.
¿Estado Segregacionista?
Toda la aventura de Khaldi – el cuidar cabras en las colinas del norte de Israel, conocer voluntarios de Estados Unidos que estaban en el kibutz vecino Kfar Hamacabí, su primera incursión en Nueva York, donde inconscientemente cruzó las vías del subterráneo para llegar al lado correcto y fue casualmente “rescatado” por una familia jaredí de Borough Park, su romance a distancia con una chica beduina del pueblo vecino al de su familia, sus amistades con judíos y musulmanes religiosos y seculares en los dos continentes, y finalmente su ascenso al Servicio de Relaciones Exteriores de Israel – todo está registrado en su intrigante libro.
Khaldi le atribuye su atípica trayectoria de vida a las oportunidades que gozan las minorías en Israel. “Israel es una sociedad multicultural, multilingüe, multi-religiosa”, dice Khaldi refiriéndose a las libertades religiosas, a los derechos de la mujer, a las oportunidades igualitarias de educación, al desarrollo económico, a la libertad de prensa y a la representación legislativa. “Israel puede ser un ejemplo para toda la región y puede ayudar a facilitar la riqueza y el desarrollo regional”.
Por supuesto, Israel no es perfecto. Tiene un poco de discriminación burocrática y una distribución desigual de los recursos, tanto en bases étnicas y no étnicas. Pero, dice Khaldi, la situación de las minorías en Israel no es diferente a la situación de las minorías en Estados Unidos o en otras democracias occidentales.
“Hay diplomáticos afroamericanos representando a Estados Unidos – ahora hay un presidente afroamericano – pero eso no significa que allí no exista discriminación”, dice Khaldi. “Tampoco significa que, porque hay discriminación, los afroamericanos deban olvidarse de su país de nacimiento”.
Además, dice Khaldi, dado el hecho que Estados Unidos tiene más de 230 años e Israel apenas pasa los 60 (los cuales además han estado plagados de amenazas externas, inmigraciones masivas y conmociones internas), el estatus de las minorías en Israel es excelente, sobre todo en comparación al tratamiento que reciben las minorías en los países árabes vecinos.
Khaldi dice que es la prueba viviente de que Israel no es el “Estado Segregacionista” que algunos sugieren que es. “Puede que Israel sea el único país de medio oriente, sino del mundo entero, en donde un pastor beduino puede convertirse en ingeniero de alta tecnología, en científico o en diplomático. El cielo es el límite”.
Integración Árabe-Israelí
Hay que reconocer que la mayoría de los miembros de las minorías de Israel no llegan hasta donde Khaldi llegó. Pero él dice que esto no tiene tanto que ver con las oportunidades que el país ofrece como con la resistencia a integrarse, algo que Khaldi llama “una barrera auto-impuesta a la integración completa a la vida moderna”.
La mayoría de los beduinos lucha entre un deseo de abrazar la modernidad y al mismo tiempo de preservar su herencia y costumbres. Khaldi no es la excepción. “En muchos aspectos, estoy atrapado entre dos mundos”, dice. “Somos un pueblo muy tradicional y conservador, nos es difícil integrarnos, y en particular a la moderna y liberal sociedad secular israelí”.
Interesantemente, es por esto que Khaldi dice que se siente más cómodo en compañía de judíos religiosos, cuya cultura y valores tienden a ser mucho más conservadores.
Khaldi recuerda cuando desembarcó por primera vez en el aeropuerto internacional de Nueva York, donde se sorprendió al encontrarse con una mezcla tan caótica de personas y grafitis, de autos y motores de avión. “De repente me sentí exhausto y ansioso. Sentí como si el mundo a mi alrededor estuviera colapsando, y lloré desconsoladamente”, escribe.
Entonces de pronto, como un rayo de luz, divisó a un jasídico en el terminal, un piso arriba de donde él estaba. “Mi corazón se distendió y mi humor mejoró inmediatamente. Sentí como si hubiera estado perdido en el mar, y de repente hubiera divisado un faro de luz”. Fue aquel jasídico quien lo orientó en dirección al barrio “Borough Park”, donde rápidamente encontró refugio con otra familia jasídica.
Khaldi está seguro de que la resistencia a integrarse de las minorías israelíes se disolverá con el tiempo. La generación de jóvenes de beduinos ya está mucho más integrada y modernizada que la anterior. Lo mismo se puede decir de otras minorías musulmanas en Israel, aunque en general el nivel de resistencia entre los otros árabes israelíes es más fuerte que entre los beduinos.
A diferencia de los beduinos, que por lo general son leales a Israel, muchos otros árabes israelíes se interesan más por la política y se alinean con los palestinos y con sus aspiraciones nacionales. ¿Qué genera la diferencia?
Khaldi explica que los beduinos, que según la leyenda son hijos del viento (debido a su naturaleza nómade), no sienten lazos fuertes con ninguna tierra en particular, y nunca los tuvieron. Por otro lado, los fellahin (‘campesinos’ árabes) son agricultores y territoriales por naturaleza.
Khaldi comprendió esta diferencia cuando iba a la escuela primaria en el pueblo cercano Ras Ali, y luego en la escuela secundaria en el Colegio Ortodoxo Árabe de Haifa, donde fue castigado por su lealtad a Israel.
“Siempre me consideré árabe, hasta que fui a la escuela con árabes que me dijeron que no lo era, que era israelí y beduino. Mientras que (los beduinos) nos consideramos primero israelíes y luego árabes, ellos se consideran a sí mismos árabes que, por casualidad, viven en Israel”, dice.
Una de sus memorias más amargas es de su primer Día del Recuerdo (en el que se conmemora a los caídos en las guerras de Israel), en el Colegio Ortodoxo Árabe en Haifa, donde atrajo mucho la atención cuando salió de su clase para respetar el minuto de silencio. “Eso indignó a mis compañeros de clase, quienes se burlaron: ‘Los beduinos que apoyan a Israel son traidores’, recuerda Khaldi, cuyos hermanos Hamudí y Amín estaban haciendo el servicio militar en el ejército de Israel en ese momento. “Me sentí miserable, pero me quedé en el lugar. Después de todo, estoy orgulloso de ser beduino”.
Encontró el mismo tipo de segregación en los miembros de otras comunidades musulmanas. “Aunque soy árabe musulmán, a menudo otros árabes musulmanes sospechan de mí. Me ven primero como israelí”, dice Khaldi, quien ahora trabaja como consejero político para el ministro Avigdor Libeman.
Sin embargo, las cosas están cambiando. Khaldi dice que, al menos entre los campesinos árabes israelíes, aquel sentimiento está empezando a marchitarse y que, al igual que los beduinos, están empezando a integrarse.
“El mundo está cambiando. Las nuevas generaciones están mucho más expuestas a otros valores y a otras culturas, y las diferencias entre ellos están desapareciendo”, dice él. Khaldi destaca el número creciente de chicas árabes de escuela secundaria que están participando actualmente del servicio nacional (Sherut Leumí).
Este es sólo uno de los muchos ejemplos que Khaldi dice que lo llenan de esperanza por el futuro de Israel y de sus poblaciones minoritarias. “Soy un orgulloso israelí de tercera generación. Y mientras que preservar nuestra cultura continuará siendo un desafío, mi deseo es educar a una nueva generación que sea aún más israelí que yo”, dice. “Tenemos diferencias de tradición y religión, pero al final del día somos todos ciudadanos israelíes”.
Difusion: porisrael.org
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