El 26 de enero de este año recordamos que se cumplen, según el calendario hebreo, cien años desde el fallecimiento de Aarón David Gordon, el filósofo judío más original e importante del Siglo XX.
Nacido en Podolia (Ucrania) en 1856, inmigró a la Tierra de Israel en 1904, como uno de los pioneros de la Segunda Aliá, y falleció en el Kibutz Degania en 1922. Desde su llegada a la Tierra de Israel empezó Gordon a desarrollar y publicar su pensamiento; lo hizo en primer lugar para responder a la problemática difícil que debían enfrentar aquí todos los pioneros – en su mayoría mucho más jóvenes que él- , para fortalecer sus espíritus.
A este fin, ubicó su análisis de la crisis que afectaba entonces la vida de los pioneros en la Tierra de Israel, y también de los judíos en la Diáspora, dentro de su visión de la crisis vivida en ese momento a su entender por la humanidad en general, crisis provocada en su opinión (especialmente en la época moderna) por el proceso de separación cada vez más intenso entre el ser humano y la naturaleza. Este proceso trajo como consecuencia, a su entender, la creación de una civilización alienada en todos sus aspectos, en la cual el ser humano no puede vivir una vida auténtica ni realizarse plenamente como individuo que es parte integral y orgánica de la naturaleza y del cosmos. Se ha establecido así una manera de vivir en la cual el trabajo se convirtió en un instrumento destinado solo a satisfacer necesidades económicas sin constituir, como debería de serlo, el camino principal para vivir en profundidad una vida creadora en la que el individuo pueda realizarse íntegramente en solidaridad con los otros seres humanos –de su pueblo y de todos los pueblos de la humanidad- así como con todo lo viviente en el universo entero.
Desarrollando su pensamiento premonitorio señaló Gordon hace más de cien años que, debido a que el progreso científico y tecnológico del presente no estaba acompañado de un progreso moral paralelo en la vida humana, la continuación de este proceso podría desembocar en futuras catástrofes terribles en la vida de la humanidad. Comprendiendo que la separación entre el hombre y la naturaleza se expresa también en las relaciones entre seres humanos -pues la vida del individuo se vacía de los valores morales que le dan significado positivo, como ser el amor verdadero entre los integrantes de la pareja o entre padres e hijos-, diagnosticó Gordon que se había afectado ya gravemente la capacidad humana de vivir una vida de solidaridad, respeto y aceptación de la mutua responsabilidad en la relación entre cada persona y sus semejantes dentro de su familia, de su pueblo, dentro de la humanidad en general y en relación al cosmos entero.
A pesar de lo difícil de la situación Gordon creía, sin embargo, que todavía era posible corregir esta realidad enferma y encontrarle remedio. Todo depende del individuo, señaló, de su comprensión de la crisis y de su voluntad de cambiar su manera de vivir y de volver a la naturaleza y a la corriente de la vida para curar la herida abierta en su alma, la herida que lo separa de la naturaleza y de sus semejantes volviendo a una vida de trabajo y de creación dentro del mundo y en relación de amor, amistad y solidaridad verdadera con sus semejantes, siendo parte de un proceso general de renovación de la vida auténtica de cada individuo en su medio y como integrante de su familia, de su comunidad, de su pueblo y de la humanidad toda.
Gordon aplicó esta concepción general a la comprensión de la situación de los judíos en su momento. Analizó en detalle el sueño que lo trajo a la Tierra de Israel a él y a sus compañeros, los jóvenes pioneros de la Segunda y Tercera Aliá, y lo explicó como el ideal valioso de renovar la vida del individuo judío y del pueblo de Israel en su tierra y en relación con su cultura original. Gordon insistió en señalar que, a pesar de las muchas dificultades, era posible realizar aún este sueño a través del retorno del individuo judío a la Tierra de Israel, como retorno físico a la naturaleza en que se formó el alma de este pueblo para trabajarla y, a la vez, como su retorno espiritual a su idioma original, el hebreo, y al estudio y continuación de la creación de las fuentes de esta cultura, en primer lugar, por supuesto, del Tanaj, la Biblia Hebrea, base de la identidad judía, asumiendo para realizarlos los valores morales universales expresados en los libros proféticos.
Según Gordon, el pueblo judío que volvía a su tierra debía también –para ser consecuente con el ideal profético original- cumplir una función pionera en el marco de la historia humana general, enseñando con su ejemplo a otros pueblos en situaciones críticas cómo era posible encarnar en su propia vida la realización de los valores universales de su cultura buscando la justicia social y aceptando la responsabilidad superior que todos los seres humanos tenemos en relación a nosotros mismos, a nuestros semejantes y a la vida entera en el universo.
Aunque Gordon desarrolló su pensamiento respondiendo con sus artículos cada vez, concretamente, a problemas específicos de su momento en su vida y en la de sus compañeros, muchos de quienes estudiamos su filosofía creemos que gran parte de los contenidos de su obra siguen siendo relevantes para nuestra vida actual, no sólo para los judíos –los que vivimos en Israel y también los que no viven aquí- sino también para los no-judíos que toman conciencia cada día sobre la crisis material y moral que afecta actualmente a la humanidad entera, algo sentido en especial en estos años de pandemia, que han despertado un interés cada vez mayor por los problemas ecológicos que se vuelven cada vez más agudos y exigen corrección. En este sentido, conocer el pensamiento de Gordon constituye, a mi entender, un aporte muy valioso para todos los que nos preocupamos por la situación actual – no sólo para los jóvenes israelíes que en estos días vuelven aquí a estudiar su obra y tratar de realizar sus ideales- sino para todos los que comprendemos el valor de su exhortación al cambio posible en nuestras vidas como individuos y como integrantes de distintos pueblos y, justamente porque sabemos cuán lejos estamos de realizar los objetivos individuales, colectivos y universales que él señaló podemos, al mismo tiempo, aceptar y tratar de realizar en la medida de lo posible su idea de que el futuro depende de cada uno de nosotros y de nuestra voluntad de reparar errores cometidos y asumir nuestra responsabilidad por la mejora de la realidad, cada uno en su propio marco y medio. «Bendita sea su Memoria».
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