De vez en cuando doy con un viejo artículo que ofrece interesantes perspectivas sobre la situación política actual. Pienso por ejemplo en uno que publicó Martha Gellhorn en The Atlantic en 1961 sobre los refugiados palestinos.
A diferencia de la mayoría de la gente que escribe sobre la materia, Gellhorn señaló acertadamente:
Se olvida que también los judíos son víctimas, al mismo tiempo y de la misma manera. La guerra árabe-israelí y su inmediata consecuencia produjo un doble éxodo. Casi medio millón de judíos escaparon de los países árabes en los que vivían, dejando tras de sí todo lo que poseían, para empezar una nueva vida como refugiados en Israel.
Gellhorn apuntó que los demás refugiados del mundo eran reconocidos como personas, no como meros peones. En ese momento se estimaba que había 39 millones de hombres, mujeres y niños que habían devenido refugiados, y que “todos salvo unos seis millones (…) han encontrado un lugar para sí, trabajo y una nueva perspectiva de futuro”. Sólo son refugiados a perpetuidad los palestinos, a quienes sus hermanos árabes tratan como armas en vez de como humanos.
El mundo mostró más preocupación por los refugiados palestinos que por los demás, al punto de que se creó una agencia de Naciones Unidas, la UNRWA, para que velara por su bienestar. Ningún país ha destinado más dinero a socorrer a los palestinos que EEUU. En sus primeros once años, destacaba Gellhorn, la UNRWA se gastó unos 360 millones de dólares, aportados por 61 Estados. La aportación norteamericana fue de más de 238 millones, dos tercios del total.
El presidente Donald Trump retiró la financiación a la UNRWA durante dos años, pero la Administración Biden la retomó y ha aportado casi 340 de los 1.200 millones de dólares que maneja la organización (el 28% del total). El segundo mayor donante es Alemania, con 177 millones. Desde 1950, EEUU ha destinado unos 6.200 millones de dólares al cuidado de los refugiados palestinos, que nos lo han agradecido con desdén y terrorismo.
Gellhorn ponía en cuestión que en aquel entonces hubiera cerca de un millón de refugiados palestinos. Ya en 1961 se sabía que las cifras aportadas por la UNRWA eran falsas. “La UNRWA nunca ha permitido que se haga como es debido un censo total de su población de refugiados”, comentaba la célebre periodista. Posteriormente, la ONU se ha sacado de la manga que los refugiados palestinos son 5,7 millones.
Por supuesto, los refugiados tuvieron hijos. Un funcionario de la UNRWA le explicó a la Gellhorn:
Si empezamos a hablarles de control de natalidad, también seremos acusados de querer acabar con ellos. Además, los hombres jamás lo consentirían. Quieren tener un montón de hijos, es una cuestión de honor para ellos. Y también interviene la política, como en todo. Se lo he oído decir: necesitamos tener muchos niños y que crezcan para que el mundo no se olvide de nosotros.
La UNRWA sabía que estaba siendo engañada. En uno de los campos, el 80% de los hombres tenían empleo, pero no se lo decían a la UNRWA. “Si ganan demasiado, se les saca de las listas de racionamiento”, me dijo el funcionario. “Si ganan una determinada cantidad, ya no pueden recurrir a nuestros servicios: medicamentos, asistencia sanitaria y educación gratis. Así que, obviamente, no quieren que lo sepamos”.
Mucho antes de que la mayoría de la gente empezara a hablar de la necesidad de reformarla, Gellhorn abogaba por que la UNRWA se mantuviera al margen de la política y no estuviera sujeta a supervisión árabe ni fuera utilizada con fines propagandísticos. Gellhorn creía que debería ser “fundamentalmente una institución educativa (…) una admirable escuela de formación para los jóvenes y una suerte de hogar acogedor para los mayores”.
La UNRWA era sólo parte del problema. Aquí tenemos a la Gellhorn escribiendo sobre la ocupación egipcia de Gaza:
El carcelero es el régimen egipcio. Por sus propias razones, no permite a los refugiados moverse de esta estrecha franja de terreno.
Gellhorn relataba que los refugiados estaban constantemente expuestos a la propaganda egipcia:
No es de extrañar que Gaza fuera la base de operaciones de los ‘fedayines’, bandas paramilitares denominadas ‘comandos’ por los egipcios y los palestinos y ‘gángsteres’ por los israelíes, y cuya misión era cruzar de forma inadvertida hacia Israel y cometer allí actos patrióticos de sabotaje y asesinato. Ser de nuevo derrotados de forma tan devastadora por Israel en 1956 no supuso una mejora para el estado de ánimo en Gaza, asfixiante y amargo; sólo hizo que los oradores se mostraran más sedientos de sangre.
¿Y qué decir de la denuncia de que todos los palestinos fueron expulsados?
Tras hablar con un refugiado de Yafo, Gellhorn relató:
Nadie dijo que subió a un camión (o a un barco) a punta de pistola; nadie refiere haber sido expulsado de su casa por judíos armados; nadie recuerda una amenaza extra en forma de ataques enemigos mientras huía.
Un maestro de escuela musulmán residente cerca de Acre le dijo a Gellhorn que en 1948 “aquí nadie disparó contra los judíos y los judíos no nos dispararon a nosotros”. La escritora informó de que en la localidad vivían 900 refugiados.
Gellhorn veía increíble que unos palestinos residentes en Palestina fueran considerados refugiados.
“Aquí no hubo lucha”, dijo el maestro, “pero la gente se asustó, así que huyeron a las aldeas drusas, donde sabían que estarían a salvo, porque los drusos siempre han estado a buenas con los judíos, y después vinieron aquí. El Gobierno israelí no les dejará volver a sus aldeas. El Gobierno les ofreció otras tierras, pero no las tomarán”.
El profesor dijo que algunos palestinos huyeron presa del pánico tras oír que se había producido una matanza en Deir Yasin. “Según su propio código ético y su manera de hacer la guerra”, anota Gellhorn, “Deir Yasin debe parecer un presagio natural sobre el futuro de los árabes. Ellos pretendieron masacrar a los judíos; si los judíos salieran victoriosos, obviamente masacrarían a los árabes”.
Algunas conversaciones de Gellhorn parecen surrealistas. Así, el jefe de campo con el que habló en Gaza era un negacionista del Holocausto que decía que los judíos eran peores que Hitler y que creía que de hecho los propios judíos habían conspirado con el dictador alemán para matar a 36.000 israelitas débiles y decrépitos y hacer así que “los otros [emigraran] a Palestina”.
Gellhorn habló también con árabes israelíes. Un maestro de escuela cristiano residente en una aldea próxima a la frontera con el Líbano le dijo:
Los ingleses dieron armas a los países árabes, y estos nos las dieron a nosotros. En esta aldea estábamos bien armados; todos disparamos contra los judíos, cada uno de nosotros. Pero nuestra munición no era buena; los ingleses dieron mala munición a los árabes. Cuatro de cada cinco balas estaban en mal estado. Cuando nos percatamos, huimos al Líbano durante dos semanas y después regresamos.
Gellhorn entonces le preguntó:
Si las cosas hubieran sucedido al revés, si los judíos hubieran iniciado la guerra y la hubieran perdido, si hubierais ganado la guerra vosotros, ¿habríais aceptado la partición? ¿Habríais entregado parte del país para permitir que regresaran los 650.000 judíos residentes en Palestina que hubieran huido de la guerra?
“Ciertamente, no”, le respondió de inmediato. “Pero no habría habido refugiados judíos. No tenían un lugar a donde ir. Habrían muerto todos en el mar”.
Mucho antes de la cosa woke e interseccional, Gellhorn percibió que la opinión pública occidental contemplaba la cuestión de los refugiados como un “llamamiento a la toma de conciencia”.
Ahora bien, el profesor ayudó a Gellhorn a entender por qué los palestinos no eran merecedores de su simpatía:
Es difícil sentir pena por quienes sólo se apenan de sí mismos. Es difícil tener piedad de los despiadados. Para entristecerse realmente, quienes claman justicia han de ser inocentes. No pueden haber deseado la victoria en una guerra de rapiña, culpar a todo el mundo por su derrota y seguir libres de culpa.
“Tras escuchar a los árabes israelíes, nadie puede pensar que los refugiados palestinos se van a contentar o a ser ciudadanos leales de Israel”, concluía Gellhorn, para la cual Israel no debería ser empujado a “suicidarse” acogiendo a una “plaga letal de langostas enemigas”.
Gellhorn podría escribir un artículo aparecido hoy en día, aunque cuesta imaginar que los editores de The Atlantic se lo consintieran:
Los árabes se atiborran de odio, se revuelcan en él, lo respiran. Los judíos están en lo más alto de su lista del odio, pero cualquier forastero es igualmente odioso. Además, los árabes se odian entre sí (…) Sus políticos cambian el curso de su odio como de camisa. La prensa rebosa de viñetas saturadas de odio; en sus informaciones se describe el odio como algo notable y conveniente. La radio es un largo clamor de odio, un llamamiento al odio. En las escuelas enseñan a los niños a odiar. Deben amar el sabor del odio, es su pan de cada día. ¿Y qué han conseguido con eso?
Si actualizara su artículo, Gellhorn debería modificar también la conclusión, pues la original se reveló muy cándida:
Si la civilización perdura, en una generación los refugiados palestinos se diluirán en las naciones árabes, porque los jóvenes insistirán en vivir vidas reales en lugar de en una espera interminable. Si podemos mantener la paz, por problemática que sea, los hijos de los refugiados palestinos se encontrarán como en casa entre los suyos, en sus tierras ancestrales.
© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio
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