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| viernes noviembre 22, 2024

«Les golpearemos»: la Matanza de Múnich y sus consecuencias

La primera ministra Golda Meir, que había sido signataria de la declaración de independencia de Israel en 1948, se negó a negociar con [los terroristas], calificándolo de chantaje. Más tarde dijo: "Hemos aprendido la amarga lección. Uno puede salvar una vida de inmediato solo para poner en peligro más vidas. El terrorismo debe ser eliminado".


Este mes hace cincuenta años, el 5 y 6 de septiembre de 1972, el mundo vio con horror cómo los judíos eran de nuevo brutalmente asesinados en suelo alemán, en los Juegos Olímpicos de Múnich. Con el nombre encubierto de Septiembre Negro, ocho terroristas de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) torturaron y asesinaron a 11 atletas israelíes; a uno de ellos incluso lo castraron mientras agonizaba ante sus compañeros. Asaltaron el alojamiento de los atletas, mataron a dos inmediatamente y retuvieron al resto como rehenes, para exigir la liberación de 234 terroristas presos en Israel. La primera ministra israelí, Golda Meir -que había sido signataria de la declaración de independencia de su país en 1948-, se negó a negociar con ellos y habló de chantaje. Más tarde dijo:

«Hemos aprendido una amarga lección. Uno puede salvar una vida inmediatamente sólo para poner más vidas en peligro. Hay que acabar con el terrorismo.»

Berlín ofreció salvoconducto y dinero ilimitado a los terroristas, que éstos rechazaron. El día 6, en el caos de un desastroso intento alemán de emboscar a los asesinos en la base aérea de Fürstenfeldbruck, cerca de Múnich, los terroristas masacraron a los nueve atletas restantes, así como a un policía alemán, en los helicópteros que los habían trasladado hasta allí. Todos los terroristas, excepto tres, murieron en el tiroteo. La Sayeret Matkal (Unidad de Reconocimiento del Estado Mayor), unidad de élite de las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel) se había preparado para una operación de rescate, pero el Gobierno alemán se negó a permitirle entrar en el país y rechazó con arrogancia los consejos de los jefes del Mosad y el Shin Bet que se habían desplazado hasta allí.

Se les obligó a observar cómo masacraban a sus compatriotas israelíes.

Los terroristas llevaban armas introducidas en Alemania de contrabando por vía diplomática y procedentes de Libia, donde aquellos habían sido entrenados para su misión asesina. El presidente libio, Muamar Gadafi, había financiado el atentado a instancias del líder de la OLP, Yaser Arafat, que posteriormente negó cualquier implicación y dos años después fue ovacionado en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Mahmud Abás, actual presidente de la Autoridad Palestina, fue una pieza clave en los preparativos. Cincuenta años después, Abás se exhibe en la arena internacional y sigue negándose a mostrar el menor remordimiento por el crimen.

Con el ataque terrorista en curso, Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), insistió en que los Juegos debían continuar. Cuando ya habían sido asesinados dos atletas israelíes y nueve eran retenidos a punta de pistola, la primera prueba de atletismo del día se inició según lo previsto, a las 8.15 horas, con precisión alemana. Brundage sólo aceptó la suspensión 12 horas después de que comenzara el ataque, y tras una breve pausa todo siguió como si no hubiera pasado nada. «Increíblemente, siguen adelante con ello», escribió entonces Los Angeles Times; «es casi como celebrar un baile en Dachau» (a solo unos kilómetros de distancia).

En un acto conmemorativo celebrado al día siguiente de los asesinatos, Brundage, que había luchado con éxito contra un boicot norteamericano a los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 motivado por la persecución contra los judíos, se mostró indignado por el asesinato de los 11 israelíes. La petición de la Cancillería alemana de que las banderas nacionales ondearan a media asta en los Juegos fue anulada tras la negativa de los países árabes a cumplirla.

El jefe del Mosad, Zvi Zamir, testigo de la masacre, escribió:

«Vimos a los atletas israelíes con las manos atadas flanqueados por los terroristas, y todos al paso marcharon hacia los helicópteros. Era un espectáculo espantoso, especialmente para un judío en suelo alemán.»

La acción violenta contra la OLP no se hizo esperar. Dos días después de la masacre, el 8 de septiembre, aviones de guerra israelíes bombardearon diez bases de la OLP en Siria y el Líbano, matando a 200 terroristas y derribando tres aviones sirios que intentaron desbaratar el ataque. A esto le siguió una operación terrestre en la que los blindados de las FDI entraron en el País del Cedro y mataron a unos 45 terroristas de la OLP.

El 10 de septiembre, una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU en la que se pedía a Israel que detuviera sus operaciones militares en Siria y el Líbano sin hacer la menor mención a la masacre de Múnich fue vetada por Estados Unidos, ante las fuertes protestas de la Unión Soviética y China. El embajador soviético señaló que equiparar las incursiones israelíes con los sucesos de Múnich era como «condonar la política agresiva de los maníacos israelíes». Por supuesto, la propia URSS tenía las manos manchadas de sangre en Múnich, dado que creó la OLP y la dispuso a practicar el terrorismo en Europa, financiando y apoyando atentados.

El embajador de Estados Unidos ante la ONU, George HW Bush, dijo que la resolución ignoraba los hechos y ponía el foco en el efecto, no en la causa. Y añadió que el «silencio sobre el desastre de Múnich» invitaba a más terrorismo. Abordando el tema más amplio de la violencia palestina, agregó:

«Buscamos y defendemos un mundo en el que unos atletas no tengan que temer a unos asesinos y los pasajeros de los aviones no tengan que temer los secuestros.»

Las palabras de Bush en Nueva York fueron bien recibidas en Israel, pero no fueron suficientes para una nación traumatizada que acababa de ser testigo de la salida de 11 féretros del aeropuerto de Lod en una flota de vehículos de las FDI, y cuya angustia había aumentado por la decisión de que los Juegos prosiguieran, como si la matanza de judíos en Europa pudiera de nuevo volver a ser simplemente ignorada.

Correspondió a Golda Meir convertir las palabras de Bush en hechos: era su pueblo el que estaba en el punto de mira.

Para ello, las incursiones militares en Siria y el Líbano no eran suficientes. Hacer frente a la amenaza de los países de Oriente Medio era una cosa y enfrentarse al terror en Europa, algo muy distinto. Antes de Múnich, la inteligencia israelí había facilitado en repetidas ocasiones a los Gobiernos europeos información sobre células terroristas y planes de atentado en sus países. Pero, como dijo Meir a la comisión de asuntos exteriores de la Knéset: «Les informamos una, dos, tres o cinco veces, y no pasa nada» (v. Rise and Kill First, Ronen Bergman, 2018). La reticencia europea a servirse de la inteligencia [israelí] y antagonizar a los terroristas palestinos y sus patrocinadores árabes posibilitó una oleada de ataques letales. En los tres años anteriores, sólo en Alemania Occidental, 16 personas murieron y resultaron heridas en siete ataques terroristas contra objetivos israelíes y judíos.

Ante la inacción en Europa, el Mosad había propuesto anteriormente ataques directos contra los terroristas en el continente. Meir, comprometida con el respeto a la soberanía de los países amigos, se había negado y había autorizado a que se actuara sólo en los países de Oriente Medio hostiles a Israel. Todo eso cambió con Múnich. Seis días después de la masacre dijo ante la Knéset:

«Nos comprometemos a golpearlos en cualquier lugar en el que estén tramando un complot, en el que se estén preparando para asesinar a judíos, a israelíes, a judíos de cualquier lugar.» (v. Rise and Kill First, Ronen Bergman, 2018).

Con esas palabras, Meir lanzó una de las operaciones antiterroristas más exitosas que el mundo haya visto jamás.

Antes de presentar su decisión al Gabinete, Meir se había atormentado, comprensiblemente, por motivos morales y políticos. Más tarde confesó:

«No hay diferencia entre quien mata y el que toma decisiones que harán que otros maten. Es exactamente lo mismo, o incluso peor.»

También le preocupaban los jóvenes israelíes a los que iba a exponer a los mayores peligros físicos y psicológicos. Sabía que si un hombre puede cazar, también puede ser cazado. «Se encuentran justo ante las fauces del enemigo», afirmó.

El Mosad llevaba preparándose para una operación de ese tipo desde 1969, y envió inmediatamente a Europa equipos de ejecución bajo el nombre en clave de Bayoneta. El primero de varios golpes tuvo lugar menos de dos meses después de Múnich, el 16 de octubre y en Roma: el representante de la OLP en Italia, Wael Zwaiter, primo de Yaser Arafat, fue acribillado. Siguieron otras ejecuciones en Francia, Chipre, Grecia y otros lugares, pero se suspendieron luego de que en julio de 1973 se abatiera a un hombre inocente confundido con un terrorista de la OLP en Lillehammer, Noruega. Se reanudaron cinco años más tarde, en 1978, con el primer ministro Menájem Beguín.

Más allá de Europa, el 9 de abril de 1973, la operación Primavera de la Juventud, incursión conjunta de las FDI y el Mosad en Beirut comandada por Ehud Barak (que más tarde se convertiría en primer ministro), acabó con la vida de tres dirigentes de la OLP y de unos 50 terroristas más. Al día siguiente, Walter Nowak, embajador alemán en Beirut, condenó el asalto. Escandalosamente, sólo seis meses después de Múnich se había reunido con uno de los líderes de Septiembre Negro eliminados en el raid de las FDI, Abu Yusef, organizador de la masacre, para explorar la posibilidad de crear «una nueva base de confianza» entre la OLP y el Gobierno alemán. Este incidente dio cumplida cuenta de los dos enfoques: mientras Alemania apaciguaba a los terroristas, Israel los eliminaba.

Los asesinatos selectivos ordenados por Golda Meir tenían como objetivo detener los ataques terroristas contra israelíes que se llevaban a cabo en y desde Europa y no, como se suele suponer, vengarse por Múnich: la mayoría de los asesinados no estaban directamente relacionados con la masacre de las Olimpiadas. Zvi Zamir aclara: «No nos dedicamos a la venganza». Continúa explicando: «Lo que hicimos fue prevenir. Actuamos contra los que pensaban seguir perpetrando actos de terror».

Se trataba de anticiparse y poner freno a los ataques terroristas contra ciudadanos israelíes en países en los que las autoridades nacionales se habían mostrado poco dispuestas a actuar. También se trataba de disuadir, de hacer entender a los terroristas que el precio de sus acciones sería elevado, preferiblemente demasiado. Esto explica la forma dramática en que se llevaron a cabo algunos de los ataques, lo que incluyó el uso de explosivos en vez de medios más quirúrgicos o incidentes que podrían hacerse pasar por accidentes. El Mosad quería que los terroristas no tuvieran ninguna duda de por qué se mataba a sus compañeros y quién lo hacía. Por razones políticas, esto tuvo que equilibrarse con la negación plausible, principio constante de numerosas operaciones antiterroristas israelíes antes y después. Salió mal en Lillehammer, donde seis agentes del Mosad fueron detenidos y juzgados.

Lo imperativo de los asesinatos selectivos israelíes se confirmó de nuevo menos de dos meses después de los Juegos Olímpicos, cuando un vuelo de Lufthansa de Beirut a Frankfurt fue secuestrado por palestinos que exigían la liberación de los tres terroristas que habían sobrevivido en Múnich. El Gobierno alemán pagó inmediatamente un rescate de 9 millones de dólares y liberó a los hombres, que fueron trasladados en avión vía Zagreb a Libia, donde fueron recibidos como héroes.

Lo último que quería Berlín era juzgar a esos asesinos, y sus servicios secretos advertían de que habría más actos terroristas para forzar su liberación. Por lo tanto, ese giro de los acontecimientos fue muy conveniente y algunos expertos, incluido el jefe del Mosad en aquel entonces, acusaron al Gobierno alemán de pagar a la OLP para que escenificara el secuestro y así dar cobertura a la liberación de los terroristas. Esta versión también fue confirmada en una entrevista por el líder confeso de la masacre de Múnich, Abu Daúd.

Después de que los terroristas fueran liberados, el jefe del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán escribió un memorando a la oficina del canciller en el que se leía: «Debemos congratularnos de que todo se haya calmado lo suficiente». Lo cual reflejaba una actitud predominante en toda Europa, tanto entonces como posteriormente. En 1977, las autoridades francesas detuvieron a Abu Daúd. Preguntaron a Bonn si quería su extradición, pero los alemanes se negaron. El Gobierno francés, preocupado por la posibilidad de que se produjeran atentados en su territorio como consecuencia de su retención, permitió a Daúd volar a Argelia unos días después, ante las fuertes protestas de Israel y Estados Unidos y los elogios de la Unión Soviética. Hasta su muerte, Daúd se jactó de la masacre que había organizado.

Además del temor al terrorismo, el apaciguamiento de los terroristas árabes por parte de los Gobiernos europeos estaba motivado por la preocupación de que un alineamiento demasiado estrecho con Israel en materia de seguridad perjudicara sus relaciones con los países árabes y pusiera en peligro el suministro de petróleo y los contratos de exportación.

Los líderes estadounidenses y europeos se mostraron a menudo críticos con la política de asesinatos selectivos de Israel, lo que en ocasiones afectó al intercambio de información y a las relaciones diplomáticas y comerciales. Algunos acusaron a Israel de recurrir a tácticas terroristas. Golda Meir dijo:

«No es lo mismo la persona que amenaza con un arma que la que se defiende para que no le disparen.»

Después de que los terroristas islámicos empezaran a apuntar sus armas contra los ciudadanos occidentales, esas objeciones de principio se disolvieron por necesidad, y Estados Unidos y sus aliados se vieron obligados a recurrir con frecuencia a una política inspirada en la de Israel. Estados Unidos y Gran Bretaña utilizaron agencias de inteligencia, fuerzas especiales, aviones no tripulados y ataques aéreos para llevar a cabo asesinatos selectivos de terroristas en Yemen, Pakistán, Afganistán, Irak y Siria. Dos días después de los atentados terroristas de 2015 en París, las fuerzas armadas francesas, apoyadas por Gran Bretaña, lanzaron una oleada de ataques aéreos contra bases del Estado Islámico en Siria, en la estela de los ataques de Israel en el Líbano y Siria en los días posteriores a Múnich.

No es de extrañar que, cuando las tornas cambiaron, cada vez que el Mosad proporcionaba a los países europeos información sobre planes terroristas en sus territorios, no necesitaba decirlo «dos, tres o cinco veces». Con sus propios ciudadanos en el punto de mira, los europeos rápidamente tomaron medidas que no tomaron en la década de 1970, cuando eran los israelíes los que estaban en la mira.

Con demasiada frecuencia, a pesar de sus rechazos, condenas y, a veces, hostilidades, las naciones occidentales se han visto obligadas a transitar el camino que Israel se vio obligado a seguir antes para proteger a su pueblo. Las respuestas estadounidenses y europeas a los ataques yihadistas en sus territorios, especialmente después del 11-S, son un ejemplo de ello.

Actualmente estamos viviendo otro ejemplo: la amenaza nuclear iraní. Los líderes israelíes han advertido en repetidas ocasiones de que el programa nuclear de Teherán representa un grave peligro no sólo para su propio país, sino para toda la región y el mundo. Al igual que en Múnich, Israel está llevando a cabo una campaña encubierta para detenerla, incluso mediante asesinatos selectivos. Mientras tanto, Estados Unidos y los países europeos andan apaciguando a los mulás de Teherán, al igual que hicieron con los terroristas palestinos en la década de 1970, y están a punto de llegar a un acuerdo que allane el camino hacia la capacidad nuclear iraní. Esta vez, ignorar las advertencias israelíes tendrá consecuencias aún más nefastas y de mayor alcance.

La vigorosa campaña de Israel después de Múnich fue un éxito. Convenció al mundo árabe de que el Mosad podía atacar dónde y cuando quisiera, infundió temor en los terroristas y les obligó a huir y esconderse en lugares donde antes habían actuado con impunidad, y algunos Gobiernos árabes moderados llegaron a presionar a la OLP para que detuviera sus ataques. La ofensiva no puso fin a todo el terrorismo árabe contra los israelíes en Europa y, como ocurre con las operaciones antiterroristas en todas partes, hubo algunas consecuencias gravemente negativas. Pero las acciones del Mosad en el continente y la operación Primavera de la Juventud en Beirut convencieron al líder de la OLP, Yaser Arafat, de poner fin de los ataques de Septiembre Negro contra objetivos fuera de Israel, a finales de 1973. Como dijo Meir:

«No avanzamos gracias a las acciones militares. Las acometemos porque tenemos que hacerlas y, gracias a Dios, somos eficaces.»

A veces se considera que Múnich es el 11 de Septiembre de Israel. Cincuenta años después, el trauma de la masacre de 1972 sigue grabado en la mente de todos los israelíes y de muchos otros que la vieron desarrollarse con una angustia desgarradora. No cabe duda de que los 11 israelíes que perecieron en Múnich ocupan un lugar destacado en la mente de los valerosos hombres y mujeres que desempeñaron su papel en la campaña que pretendía evitar que se repitieran los horrores a los que se habían enfrentado los atletas. De nuevo Golda Meir:

«Quizá llegue el día en que las historias de heroísmo e ingenio, sacrificio y devoción de estos guerreros se cuenten en Israel, y sucesivas generaciones las relaten con admiración y orgullo, como un capítulo más del bagaje de heroísmo de nuestra nación.»

En memoria de:

David Berger
Anton Fliegerbauer
Ze’ev Friedman
Yosef Gutfreund
Eliezer Halfin
Yosef Romano
Amitzur Shapira
Kehat Shorr
Mark Slavin
Andre Spitzer
Yakov Springer
Moshe Weinberg

 

Traducción del texto original: ‘There We Will Strike Them’: The Munich Massacre and Its Aftermath
Traducido por Voz Media

 
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