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| sábado noviembre 23, 2024

Irán: cuidado con los clérigos reformistas


La semana pasada se informó ampliamente de la primera ejecución confirmada por el régimen iraní de un participante en la histórica oleada de protestas que actualmente recorre el país. La víctima, Mohsen Shekari, de 23 años, fue detenida el 25 de septiembre en la calle Satar Jan de Teherán y acusado de atacar con un machete a miembros de la milicia Basij, los matones oficiales de la República Islámica. Antes de ser ejecutado, pasó 75 días infernales en prisión, durante los cuales fue torturado. La agencia oficial de noticias Fars difundió un vídeo de las confesiones forzadas de Shekari en el que se le veía con moretones y cicatrices en la cara.

Al menos otros 10 manifestantes están actualmente condenados a muerte. Según la ONG Iran Human Rights, al menos 458 manifestantes han muerto a manos de las autoridades desde que estallaron las protestas en septiembre, tras la muerte de una joven kurda, Mahsa Amini, detenida por el régimen por presunta violación del código de vestimenta del hiyab. Esta cifra incluye a 29 mujeres y 63 niños, récord claramente infame para un régimen que suele lanzar acusaciones difamatorias contra Israel por el trato que dispensa a los civiles palestinos.

Sin embargo, a pesar de este baño de sangre, las protestas muestran pocos signos de debilitamiento. El anuncio de la ejecución de Shekari se produjo, observó The New York Times,

en una semana en la que empresas, comercios y bazares tradicionales de más de 50 ciudades de todo Irán participaron en una de las mayores huelgas generales en décadas, en apoyo de las protestas que exigen el fin del autoritario régimen clerical vigente desde 1979.

La ejecución de Shekari es una señal ominosa de que los mulás en el poder están recurriendo a formas más extremas de represión en su intento de aplastar las protestas, que ya han superado al histórico Movimiento Verde de 2009-10 en escala e intensidad. Hosein Ashtari, jefe de la policía del régimen, declaró sin rodeos la semana pasada que sus agentes «no mostrarán moderación a la hora de hacer frente a las amenazas contra la seguridad». En otras palabras, cualquier medio justificará el fin de cimentar el férreo control del régimen en el futuro inmediato.

Ahora, un exmandatario iraní se ha metido en esta vorágine, aparentemente del lado de los manifestantes. En una inusual declaración, Mohamad Jatamí, de 79 años, que fue presidente de la República Islámica entre 1997 y 2005, elogió la semana pasada el «hermoso lema» de los manifestantes («Mujeres, vida, libertad») e instó al régimen a atender sus demandas «antes de que sea demasiado tarde».

Jatami tiene razón al afirmar que Irán vive un momento revolucionario. Pero, en ese sentido, su consejo puede entenderse como dirigido a estabilizar el régimen, más que a reforzar la causa de los manifestantes.

No cabe duda de que Jatamí es un reformista. Las elecciones presidenciales que ganó en 1997 registraron una participación récord del 80%, con un 70% de los votos a su favor. Además, fue reelegido en 2001. Sus partidarios procedían de diversos ámbitos, eran por ejemplo estudiantes y empresarios que buscaban mayores oportunidades para el comercio exterior. También nombró a una mujer, Masumeh Ebtekar, para su Gabinete, a pesar de la prohibición oficial de que las mujeres ocupen cargos en el Gobierno.

Pero es evidente que Jatamí no busca el desmantelamiento de la República Islámica, y nunca lo hizo. Un estudio publicado por el Washington Institute for Near East Policy un año después de su elección ofrecía una observación que sigue siendo válida más de dos décadas después:

Jatamí encarna y se enfrenta a una paradoja. Podía presentarse como candidato sólo porque era miembro del clero, tenía credenciales revolucionarias y formaba parte del ‘establishment’. Sin embargo, el pueblo se ha desencantado con el ‘establishment’, y le ha votado precisamente porque era el menos ‘establishment’ de los cuatro candidatos aprobados.

En su declaración expresando simpatía por los manifestantes, Jatamí subrayó que el cambio de régimen en Irán no era «ni posible ni deseable», aunque lamentó la muerte de «decenas de personas, muchas de ellas niños y adolescentes». En septiembre, Fayaz Zahed, académico reformista, reveló en una entrevista con una emisora de la oposición que Jatamí le había dicho claramente: «Reformismo no significa oposición al sistema de la República Islámica».

Además, como el Washington Institute observó con agudeza en 1998, Jatamí ha pasado toda su carrera al servicio del régimen, aunque, por el camino, se haya distanciado de los partidarios de la línea dura reunidos en torno a la principal fuente de poder del país, el «Líder Supremo», el ayatolá Alí Jamenei. Ya en 1980, un año después de la toma del poder por los islamistas, Jatamí formaba parte del Majlis, el Parlamento iraní, antes de pasar a dirigir diferentes organismos creados por el régimen en los ámbitos de la cultura y la educación religiosa.

Bajo esas apariencias, Jatamí se plegó fácilmente a las posturas más extremas del régimen. Según un reportaje de la BBC persa publicado este verano, podría incluso haber participado en la decisión del difunto ayatolá Jomeini, fundador de la República Islámica, de emitir una fetua, o edicto religioso, autorizando el asesinato del novelista indo-británico Salman Rushdie, que ofendió gravemente al régimen con su obra seminal Los versos satánicos (1988). Horas antes de que se emitiera la fetua, en febrero de 1989, dos clérigos musulmanes británicos, Kalim Sidiqui y Ghayasudin Sidiqui, se reunieron con Jatamí en el aeropuerto de Teherán, donde discutieron la acusación de blasfemia contra Rushdie. «Me preguntó mi opinión sobre Salman Rushdie», recordó Ghayasudin. «Le dije: ‘Tiene que ocurrir algo drástico’». A la mañana siguiente, Jomeini había emitido la fetua.

Sobre la cuestión de Israel, Jatamí nunca se apartó de la postura oficial de la República Islámica de que el Estado judío debía ser eliminado de la comunidad internacional. De hecho, Israel nunca ha tenido necesidad de revisar su valoración inicial de Jatamí. Como dijo un funcionario de seguridad israelí a Haaretz en marzo de 1998: «No ha habido ningún cambio en la ayuda iraní a los grupos terroristas desde que Jatamí fue elegido presidente». El propio Jatamí se ha reunido con el líder de Hezbolá, Hasán Nasralah, y mantiene asiduos contactos con líderes de grupos terroristas». El mismo funcionario comentó que «Jatamí simplemente tiene más talento que sus predecesores para presentar los asuntos de forma que suenen mejor a oídos occidentales». Ese sigue siendo el caso hoy, y su declaración de apoyo a los manifestantes debe interpretarse exactamente de la misma manera.

La República Islámica no puede reformarse. Irán sólo tendrá un futuro brillante cuando el régimen islamista haya desaparecido para siempre.

© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio

 
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