El conflicto entre Hamás e Israel desatado luego del indefendible ataque del 7 de octubre, generó varios efectos colaterales.
Uno de ellos es el renacimiento de un antisemitismo visceral y latente, a la espera del catalizador que lo haga salir del capullo.
Muchos de estos antisemitas recientemente florecidos no se asumen como tales y, enmascarados bajo el rótulo de ANTISIONISTAS, sostienen a viva voz que no se trata de lo mismo.
Querido lector, intentaré en las siguientes líneas mostrarte la falsedad de tal afirmación.
De acuerdo a la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA, por sus siglas en inglés), «El antisemitismo es una cierta percepción de los judíos que puede expresarse como el odio a los judíos. Las manifestaciones físicas y retóricas del antisemitismo se dirigen a las personas judías o no judías y/o a sus bienes, a las instituciones de las comunidades judías y a sus lugares de culto».
Para hacerlo más simple aún, entendamos que el antisemitismo es el odio al judío, sus bienes o sus instituciones.
El término antisemitismo no es del todo feliz, dado que ‘semita’ alude a la familia de lenguas surgidas en Mesopotamia y Próximo Oriente con anterioridad al primer milenio antes de Cristo, es decir, hay varias lenguas de ese origen. Cuando el Sr. Willhelm Mahr lo acuñó en Alemania a fines del SXIX, solo tenía en mente a los judíos a quienes odiaba con toda su alma. Pero para él el término ‘antijudaismo’ tenía una connotación religiosa. Él consideraba que los judíos eran extranjeros y se resistía a considerarlos tan alemanes como él. No le molestaba que se dedicaran a rezar o a comer Kosher, pero sí que reclamaran igualdad de derechos.
A ese odio generalizado en distintos países del occidente europeo, que llegaron al clímax durante el affaire Dreyfus en Francia, debe sumarse la inseguridad de la vida judía en la Rusia zarista. Desde 1881, los judíos vivían confinados en una zona denominada de exclusión, de la que no podían salir. En ella estaban constantemente expuestos a Pogroms, ataques provenientes de los Cosacos con libertad para dañar personas y cosas, matar indiscriminadamente y violar mujeres, dejando a sus víctimas sin posibilidad de resarcimiento alguno.
Estos fenómenos generaron el convencimiento que los judíos jamás podríamos vivir tranquilos mientras no tuviésemos un hogar nacional que nos cobijara.
En un mundo que poco a poco reconocía el derecho a la autodeterminación de los pueblos, el pueblo hebreo entendió que era el momento de reivindicar el suyo dentro de su tierra ancestral.
Jamás dejó de haber población judía en Medio Oriente. En algunos momentos de la Historia existieron dificultades para establecerse en Jerusalén, pero no así en Safed, por ejemplo.
Para fines del SXIX, existía una población judía estable en el territorio que desde el Imperio Romano se conocía como Palestina.
Una tierra dura y difícil cuyos dueños eran, por lo general, grandes propietarios que no vivían en la zona y a quienes poco a poco los judíos de la diáspora fueron comprando legalmente cada una de las parcelas en las que luego se establecieron
Ese movimiento de autodeterminación nacional del pueblo judío en su tierra ancestral es el denominado Sionismo. No es una mala palabra ni un insulto. No es una posición política ni refleja una ideología demoníaca o destructiva.
Para el fin del Mandato Británico en 1947, una comisión de Naciones Unidas elaboró un Plan de Partición tomando como base las poblaciones judías y árabes existentes en el territorio, plan que contó con la aprobación de dos tercios de los estados que la componían.
Los judíos aceptaron. Los árabes no.
El día que los británicos se fueron en 1948, los judíos declararon la creación del Estado de Israel dentro de los límites que se le habían adjudicado.
El Sionismo es hoy el movimiento que defiende la existencia de un hogar nacional judío y el sostenimiento de ese estado.
Es en ese Estado donde vive la mayor comunidad judía del mundo.
Negar la legitimidad y existencia de ese Estado es ser antisionista.
Si una persona dice defender el derecho a la autodeterminación de todos los pueblos del mundo menos de uno solo, significa que tiene problemas con ese uno. Y si ese uno es el pueblo judío, no queda más que aceptar que es un antisemita.
Obviamente, estos antisemitas no se reconocen como tales y alegan ser tan solo antisionistas como si fuera posible separar ambos conceptos. Pero el abusador nunca va a reconocer que abusa, el violador nunca va a sostener que no tuvo consentimiento y el estafador nunca va a reconocer que es un delincuente.
Si es antisemita quien odia al judío, sus cosas, y sus instituciones, dado que el país hebreo es la institución judía por antonomasia, si la odias, sal del armario y reconócete como tal.
*Ariel Gelblung es director del Centro Simon Wiesenthal para América Latina
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