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| viernes noviembre 22, 2024

Hace nueve meses envié a mis 4 hijos y a mi nuera a la guerra en Gaza

Estamos pasando un período extremadamente difícil y doloroso, pero lo que hemos experimentado durante los últimos 75 años no es nada menos que un milagro.


Nueve meses…

Estas palabras por lo general connotan emociones de esperanza, expectativa, familia, crecimiento, felicidad y gratitud. En este momento, las palabras connotan algo diferente:

Nueve meses desde el 7 de octubre.

Nueve meses de guerra.

Nueve meses de estar cautivos.

Nueve meses desde que cambió el mundo.

Nueve meses desde que el espantoso rostro del antisemitismo volvió a aparecer de una manera que no se sintió desde 1938.

Hace nueve meses, escribí sobre mi experiencia personal al enviar a cuatro hijos y una nuera a la guerra ese fatídico Simjat Torá. Desde entonces, mi esposa y yo agradecemos a Dios cada día que nuestros hijos estén bien y trabajando duro. Durante este período fuimos bendecidos con una nueva nieta, que nació a mi hijo que volvió del campo de batalla para estar en el hospital con su esposa, que también llegó al hospital desde su base para tener a su primer hijo.

Sí, estamos experimentando un período muy oscuro, rodeados de muchas tragedias personales y nacionales que son tan dolorosas que no hay palabras para describirlas Pero al mismo tiempo, necesitamos dar un paso atrás y valorar dónde nos encontramos.

Pero hay muchas familias que no han sido tan afortunadas. Ellas recibieron el temido llamado a la puerta de los soldados que tienen la misión imposible de comunicar a una familia que su hijo, hija, padre, madre o esposo nunca regresará a casa. Mi familia y amigos han participado en muchos funerales. Mis hijos han perdido muchos amigos. Tienen amigos que han resultado heridos y que han sido testigos del lado oscuro de la guerra y de los desafíos psicológicos que vienen con ella.

Todo el tiempo me preguntan: «¿Cómo están tú y tu esposa? ¿Cómo duermen de noche?». Siempre respondo que estamos bien. Mis hijos y sus amigos están luchando con convicción. Están asumiendo responsabilidad por el pueblo judío y están dispuestos a hacer lo que sea necesario para cumplir bien su trabajo. Soy optimista y obtengo esta fuerza de mis hijos y de tener fe en que estamos haciendo lo correcto y que todo esto es parte del plan de Dios.

Me han preguntado: «Hilel, ¿Cuándo terminará esta pesadilla?» Mi respuesta es que yo no categorizaría lo que pasa hoy en Israel como una pesadilla. Mi optimismo no tiene sus raíces en la negación, sino en la perspectiva que yo creo que el pueblo judío necesita tener en mente y recordar cada día.

Sí, estamos experimentando un período muy oscuro, rodeados de muchas tragedias personales y nacionales que son tan dolorosas que no hay palabras para describirlas Pero al mismo tiempo, necesitamos dar un paso atrás y valorar dónde nos encontramos.

Vivimos en Israel, nuestra patria, que está floreciendo. La ciudad de Beit Shemesh, donde vivo, ha crecido de 25.000 a 150.000 habitantes desde que nosotros llegamos. Miren Tel Aviv, que en los últimos 23 años que yo estoy en Israel ha crecido con rascacielos de nivel internacional y se convirtió en un centro mundial de negocios durante el día y una increíble ciudad cultural de noche. Miren Jerusalem, floreciente y repleta de gente, estudiantes y turistas tratando de empaparse de su belleza y santidad. Miren el resurgimiento sin precedentes del estudio de Torá que fue sostenido por el gobierno de Israel de una manera sin precedentes en la historia del pueblo judío.

Tomamos una tierra desolada que el mundo pensaba que era inhabitable y la convertimos en uno de los países más prósperos, bellos y poderosos del mundo. Y lo hicimos en apenas 75 años, bajo las circunstancias físicas, psicológicas y de seguridad más desafiantes. Cada día, cuando viajo por el increíble túnel hacia Jerusalem que atraviesa dos montañas, o cuando viajo en el tren súper rápido a Tel Aviv o voy de vacaciones a las verdes montañas y valles del norte, digo: «¡Huau! Estamos viviendo la era de oro de la historia judía».

Si tomáramos a cualquier judío que haya vivido en los últimos 3.000 años y lo pusiéramos hoy en Israel, estaría completamente asombrado de lo que vería.

Las cosas están lejos de ser perfectas. Estamos atravesando un período extremadamente difícil y tenemos mucho trabajo por delante. Pero lo que tuvimos el privilegio de ver y experimentar estos últimos 75 años no es nada menos que un milagro. Si tomáramos a cualquier judío que haya vivido en los últimos 3.000 años y lo pusiéramos hoy en Israel, estaría completamente asombrado de lo que vería. Se sentiría privilegiado de poder disfrutar de la belleza de Israel y poder por primera vez en 2.000 años, defendernos a nosotros y a todo el pueblo judío de nuestros enemigos.

La tragedia de perder un ser querido en la guerra y los sentimientos de tener a un ser amado como rehén por cualquier período de tiempo (que todos sean rápidamente rescatados y liberados) es algo inimaginablemente doloroso. Iosef Malaji, el hijo de mi amigo y vecino David Guedalia, murió combatiendo contra los terroristas de Hamás el 7 de octubre. En una entrevista reciente, David dijo: «Si pienso en nuestro dolor individual, es interminable y no hay forma de describirlo. Pero cuando pienso en la experiencia nacional y podemos entender que Iosef vivió en Israel, formando parte de este enorme proceso histórico, eso nos da fuerzas para salir de casa cada mañana y continuar nuestro día».

Lo que David describe es la sensación significativa de ser parte de una cadena ininterrumpida de la historia judía y de desempeñar un papel integral en el plan de Dios. Eso les da a él y a su familia fuerzas para seguir adelante, a pesar de la terrible pérdida.

El rejuvenecimiento del espíritu nacional judío y el milagroso retorno a nuestra patria no pueden darse por sentado. Nuestro aprecio y gratitud a Dios deben celebrarse cada día. El pueblo judío ha llegado muy lejos en los últimos 75 años, pero nuestro viaje no ha terminado. El camino que tenemos por delante está lleno de lágrimas y alegría. Cuanto más crecemos como nación y logramos mayores alturas, más sentimos la caída en tiempos difíciles. Dios nos prometió Su Torá, Su Tierra y Su amor. Pero no nos prometió que sería fácil. Es fundamental tener presente que estamos contribuyendo a una parte de un largo proceso, el despliegue del destino judío, donde podemos ver cómo las palabras del Rey David cobran vida: «Los que siembran la tierra con lágrimas, recogerán la cosecha con alegría».

Durante los últimos nueve meses hubo demasiadas lágrimas por cada alma hermosa y valiosa que hemos perdido y por cada rehén que vive en el infierno y anhela volver a casa. Pero por primera vez en 2.000 años, mis hijos, junto con todos los valientes soldados de nuestro increíble ejército, tuvieron la oportunidad, la capacidad y el privilegio de arriesgar sus vidas y hacer todo lo que está a su alcance para traer de regreso a casa a cada rehén y asegurar la seguridad de los judíos en Israel y en el mundo. Cuando logremos la victoria en esta guerra y ellos regresen a construir nuestra nación y nuestro país, tendremos el privilegio de debatir y entender cómo los judíos de todos los rincones del mundo, con diferentes culturas y prioridades, pueden vivir con armonía, prosperar y crecer, y seguir siendo una verdadera luz para las naciones.

Que nuestra fe se refuerce valorando todos los regalos que hemos recibido, y que los próximos nueve meses y muchos años por delante estén asociados con la esperanza, la expectativa, el planeamiento, la familia, el crecimiento y la felicidad.

 

 
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