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| sábado noviembre 23, 2024

Hezbolá juega la carta de Israel


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El secretario general de HezboláHasán Nasrala, salió la semana pasada de su madriguera para pronunciar su primer discurso público en años e instó a sus enemigos a dejar de preocuparse por su implicación en la guerra siria y a hacerlo en cambio por los judíos. “Llamadnos terroristas, criminales, tratad de matarnos”, dijo. “Los chiíes nunca abandonaremos Palestina”. 

Pero, en realidad, ya la han abandonado –al menos por ahora– y están luchando por salvar sus colectivos traseros en Siria. Si Bashar al Asad cae ante el Ejército Libre Sirio, Hezbolá perderá su enlace con Irán para el suministro de armas y se encontrará bloqueada y rodeada de enemigos.

Hezbolá necesita jugar la carta de Israel ahora más que nunca. En el pasado ya le funcionó. Y el denominado Partido de Dios jamás había estado sometido a tanta presión interna.

El mismo día en que Nasrala pronunció su discurso, el exprimer ministro Saad Hariri, líder de facto de los suníes libaneses, reiteró que se opone a la formación de un Gobierno que legitime las armas de Hezbolá. Esto, en principio, no resulta sorprendente, ya que Hariri siempre se ha opuesto a Hezbolá. No sólo defienden ideologías opuestas y forman parte de comunidades que han estado en guerra de manera intermitente durante más de mil años, sino que además, y según acusación de la ONU, Hezbolá asesinó al padre de Saad.

Sólo un día antes, el presidente Michel Suleimán había anunciado por primera vez que él no podía continuar sancionando la existencia de Hezbolá como una milicia armada en el Líbano. Y el mes pasado Michel Aoun –el político maronita bufón que llegó a un descabellado pacto con Hezbolá y el Gobierno sirio– convirtió en un espectáculo su visita a Arabia Saudí, gesto que fue ampliamente interpretado como señal de que la Alianza del 8 de Marzo, que lideraba Hezbolá, está totalmente resquebrajada.

Hezbolá necesita desesperadamente jugar la carta de Israel, pero esta vez no va a funcionar, a menos que Israel invada el país del Cedro. Y no lo va a invadir, a menos que Hezbolá inicie las hostilidades. Hezbolá, por su parte, no se atrevería a empezar algo ahora, ocupada como está en Siria. Lo último que necesita es tener abiertos dos frentes a la vez. Hezbolá no es una superpotencia. Sólo cuenta con unos miles de combatientes.

Para casi todo el mundo es obvio que Nasrala necesita un foco de distracción, y, en cierto modo, su incesante guerra contra Israel lo ha sido. No cabe duda de que su odio a Israel es real, pero le sirve para sus propósitos. Es una cortina de humo que oculta la peligrosísima brecha entre musulmanes suníes y chiíes, que ha derivado en multitud de guerras, de las que los chiitas han perdido la mayoría.

Casi todas mis fuentes libanesas, ya sean suníes, chiíes o cristianas, insisten en que Hezbolá siempre ha estado más preocupada por los suníes que por los israelíes y los judíos. Y, por supuesto, es así. Las guerras entre suníes y chiíes que se han librado desde que estoy vivo han matado a más gente (más de un millón) que el conflicto árabe-israelí. El enfrentamiento entre suníes y chiíes dura más de 1.300 años y el conflicto árabe-israelí, menos de 100.

Los chiíes sólo han entrado en el enfrentamiento entre árabes e israelíes hace 34 años. En los 70 e incluso en los 80, los chiíes de Oriente Medio eran aliados de Israel. Extraño pero cierto.

Cuando Israel invadió el Líbano en 1982 para desalojar a la Organización para la Liberación de Palestina de Yaser Arafat del Beirut occidental y de la frontera con Israel, los chiíes libaneses aclamaron casi unánimemente a los israelíes como liberadores de la opresión palestina (suní). Esta actitud empezó a cambiar cuando consideraron que los israelíes parecían haberse apalancado y cuando la Guardia Revolucionaria Iraní entró en el Líbano y creó Hezbolá, su franquicia libanesa.

La resistencia contra Israel fue la gran causa suní del momento y la guerra civil libanesa, el contexto. Al adoptar la causa suní como propia, los chiíes del Líbano, Irán y Hezbolá mediante, consiguieron respeto y protección armada de los suníes.

El profesor Fouad Ajami, de la universidad Johns Hopkins, procede de la zona del Líbano que actualmente controla Hezbolá y entiende perfectamente esta dinámica poco intuitiva.

Los chiíes del sur del país han soportado el poder palestino; el surgimiento de un Estado palestino dentro del Estado. Los pistoleros y panfletarios palestinos han dirigido esa parte del país. Nacionalistas árabes de zonas distantes alababan ese santuario palestino. El petróleo árabe lo pagaba. El alivio de los chiíes en 1982, cuando Israel entró en el Líbano e hizo añicos ese dominio, era la prueba que necesitaban los nacionalistas árabes de que los chiíes eran unos traidores. Entonces, un movimiento chií militante, Hezbolá, surgió para desafiar a Israel. Sus terroristas suicidas, sus políticas de “virtud y terror”, absolvieron a los chiíes libaneses ante los ojos de los árabes.

Una dinámica similar opera en Teherán, donde la idea de Hezbolá vio por primera vez la luz.

Los judíos han habitado entre los persas durante miles de años. Judíos y persas no es que se hayan llevado a las mil maravillas, pero nunca han estado a la gresca como los judíos y los árabes. Antes de la revolución de 1979, Irán e Israel eran aliados. Tenía sentido para ambas partes. Israel necesita tener socios en la región y la mayoría de los persas, como los kurdos, no están interesados en alinearse con sus viejos enemigos árabes ni contra los judíos ni contra cualquier otro. El conflicto árabe-israelí se llama así por algo. Y hasta 1979 era estrictamente un conflicto entre árabes suníes e israelíes.

Jomeini hizo todo lo que pudo para cambiar esto. En parte porque él realmente odiaba a Israel, pero también porque le era útil para sus intereses estratégicos. Irán no podría ser la potencia hegemónica del Levante mediterráneo y el Golfo Pérsico si tenía en contra a todo el mundo árabe. Pero si se pudieran dejar a un lado las viejas disputas étnicas y sectarias y surgiese un frente común contra Israel, Irán podría, al menos en teoría, ser la potencia dominante.

En su libro The Persian Night (La noche persa), Amir Taheri parafrasea así el mensaje de Irán al mundo árabe:

Olvidad que Irán es chiita y recordad que a día de hoy es la única potencia capaz de hacer realidad vuestro más anhelado sueño: la destrucción de Israel. Los suníes Hermanos Musulmanes os prometieron en 1948 que echarían a los judíos al mar, pero fracasaron. El nacionalismo panarabista que encabezaba Naser os condujo a un fracaso estrepitoso que culminó con Jerusalén en manos de Israel. Los baazistas liderados por Sadam Husein os prometieron “quemar Israel”, pero acabaron trayendo a infieles americanos a Bagdad. Yaser Arafat y los patriotas palestinos prometieron machacarlo, pero se acabaron convirtiendo en colaboradores en nómina del Estado judío. A Osama ben Laden y Al Qaeda nunca les importó un comino Palestina, se centran en operaciones espectaculares en Occidente con las que conseguir publicidad. El jeque Ahmed Yasín y Hamás hicieron todo lo que pudieron para destruir a Israel, pero no tenían suficiente fuerza. Son como moscas atacando a un elefante. La única potencia que actualmente está dispuesta y puede ayudaros a hacer realidad vuestro sueño de un Israel quemado y los judíos ahogados es la República Islámica que creó Jomeini.

Los líderes de Hezbolá saben perfectamente que Israel no va a invadir el Líbano un día cualquiera, sin más ni más. Se lo dicen a sus electores, y también dicen que la capacidad militar de Hezbolá disuade a los israelíes. Pero mienten, y lo saben. Al contrario: la amenaza de Hezbolá es un imán para las invasiones israelíes. 

Nasrala está engañando igualmente a sus compatriotas libaneses al decirles que se centren en Israel, mientras que él ignora a Israel y lucha en Siria. No le va a funcionar.

World Affairs

 
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