Las ilusiones no tienen nada de malo mientras no las confundamos con la realidad. Los políticos y los legisladores tienen la responsabilidad profesional de resistir tal tentación.
Sí, estoy pensando en algo en concreto: en una carta que 131 congresistas enviaron hace unas semanas al presidente Obama, en la que le instaban a “aprovechar la oportunidad potencial que ha surgido tras las recientes elecciones presidenciales en Irán”. ¿A qué “oportunidad potencial” se refieren? Según ellos, el recién elegido presidente, Hasán Ruhaní, “hizo campaña prometiendo ‘perseguir una política de reconciliación y paz’ y se ha comprometido a ‘una interacción constructiva con el resto del mundo’”.
¿No deberíamos esperar que, precisamente, los políticos americanos mostraran, al menos, un leve escepticismo cuando se refieren a “promesas” realizadas por un político iraní? ¿Y cuánto hay que investigar para descubrir que Ruhaní no ha dicho nada que permita concluir que se opone al apoyo que Irán presta al terrorismo en el extranjero (incluidos los intentos de hacer saltar por los aires aviones y restaurantes en los Estados Unidos), a importantes violaciones de los Derechos Humanos en su propio país, a amenazas de genocidio contra los israelíes y, por supuesto, a su programa ilegal de armamento nuclear?
Hay muchas cosas que desconocemos de Ruhaní, pero hay algo que debería ser obvio: es un clérigo-político y un leal acólito de Alí Jamenei, el Líder Supremo de Irán, que se autoproclama la “sombra de Dios en la Tierra”. Si no fuera así, Jamenei no habría permitido que Ruhaní se convirtiese en presidente de Irán. Conviene recordar que en las últimas elecciones hubo 686 candidatos registrados y solo a ocho se les permitió concurrir. Dos de los requisitos eran la lealtad al Líder Supremo y la adhesión a su ideología/teología. Jamenei también dejó claro a los afortunados finalistas que en ningún caso se iban a “hacer concesiones a los enemigos”.
Hay aspectos en los que Ruhaní es diferente de los apparatchiki yihadistas iraníes comunes y corrientes. Habla nuestro idioma; estudió en Escocia y conoce la psicología específica del occidental, lo que explica por qué, cuando era el negociador del programa nuclear iraní hace ya una década, consiguió robarles la merienda a quienes estaban sentados al otro lado de la mesa.
Alí Alfoneh, un miembro de la Foundation for Defense of Democracies, se ha tomado la molestia de leer lo que Ruhaní ha escrito a lo largo del tiempo, y me confirmó que el iraní había indicado que “uno de los objetivos de su diplomacia nuclear era abrir una brecha” entre los Estados Unidos y sus aliados europeos, de manera que Irán pudiera importar tecnología nuclear evitando las sanciones. Es decir, justo el planteamiento contrario al de su predecesor, Mahmud Ahmadineyad, y al de su negociador en materia nuclear, Said Jalili, quienes no hicieron sino levantar ampollas en Occidente y conseguir que Irán fuera duramente sancionado.
En otras palabras, la moderación de Ruhaní ha sido en las formas, no en el fondo. Las pruebas indican que para él una “interacción constructiva” consiste en persuadir al enemigo para que baje la guardia.
Eso es esencialmente lo que los congresistas están proponiendo, justo después de haber dicho a Obama que Ruhaní ha “expresado públicamente que conseguir armamento nuclear podría ser contraproducente para los intereses estratégicos de Irán”.
No, en realidad, lo que Ruhaní ha dicho es que es mejor para los intereses estratégicos de Irán desarrollar la capacidad de fabricar docenas de armas nucleares que tener “un” arma nuclear. Para lograrlo es necesario el centrifugado y almacenamiento de uranio enriquecido hasta que haya suficiente como para poder fabricar armas con él (o con plutonio reprocesado) a tal velocidad que ni los inspectores de la ONU ni las agencias extranjeras de inteligencia sean conscientes de que se está haciendo.
Este enfoque no es nuevo. Alfoneh me comentó que eso mismo lo había propuesto en su día Abdalá Ramezanzade, uno de los portavoces de Mohamed Jatamí, el que fuera presidente de Irán entre 1997 y 2005. En 2008, Ramezanzade afirmó en defensa de la postura de Jatamí sobre el programa nuclear:
Tenemos una política pública, que es la de la negociación y el fomento de la confianza, y una política encubierta, que consiste en continuar con nuestras actividades.
Es decir, continuar con el programa armamentístico.
Ramezanzade concluía: “Hoy en día, a la hora de transmitir confianza, Japón es el país más avanzado del mundo, pero Japón puede fabricar una bomba nuclear en menos de una semana”. Exacto: en el momento en que los políticos den la orden.
Los congresistas indicaban a la Casa Blanca que “sería un error no comprobar si la elección del doctor Ruhaní supone una oportunidad real para caminar hacia un acuerdo verificable con Irán sobre su programa nuclear, que garantice que el país no obtendrá armamento nuclear”. Estupendo, pero, contra toda lógica, no se sugiere examinar a Ruhaní. Lo que proponen es más bien una especie de examen a los Estados Unidos. Washington, según ellos, debe ser “cuidadoso para no adelantarse a esta oportunidad potencial participando en acciones que deslegitimen al presidente electo y debiliten su posición ante la línea dura del régimen”.
¿Pero cómo diablos se podría “deslegitimar” a Ruhaní si los negociadores americanos iban a dejar claro que sería juzgado por sus acciones, no por su retórica, y que la oferta que se puso sobre la mesa durante las negociaciones de primavera en Kazajistán no será suavizada ni edulcorada a cambio de su sonrisa?
Como si fuera tan difícil comprender que si damos un paso atrás ahora y mostramos una actitud apaciguadora Ruhaní podrá decir: “¿Veis qué sencillo? ¿Comprendéis por fin que se cazan más moscas con miel que con vinagre? ¿Y entendéis que, si lo hacemos a mi manera, las moscas están más calmadas y son más fáciles de aplastar cuando nos parezca que es el momento?”.
Si la carta de hace unas semanas supone un mal consejo, entonces ¿qué es lo que le deberían estar diciendo los congresistas a Obama? Que se mantenga firme, cosa que ellos también deberían hacer. De los 131 firmantes de la carta, 86 son coautores del proyecto de ley que encabezaron Ed Royce y Eliot Engel –los portavoces de los partidos Republicano y Demócrata en el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes–, que establece un embargo de petróleo contra Irán así como una reducción importante en volumen del comercio (se exceptúa la ayuda humanitaria).
El impacto de las sanciones es difícil de calcular con precisión, porque Teherán oculta hechos económicos básicos. Por ejemplo, si el actual nivel de acceso a divisas extranjeras de Irán es de más de 100.000 millones de dólares, el régimen puede resistir durante bastante tiempo. Pero, si tal y como algunos analistas creen, los iraníes sólo tienen en sus arcas unos 20.000 ó 30.000 millones de dólares, con una alta tasa de agotamiento, podrían enfrentarse al colapso económico de manera inminente.
Ruhaní tendrá más influencia sobre el Líder Supremo si le puede advertir de que se avecina un embargo de petróleo y de que éste golpeará su país con dureza. Después de eso, tal y como el economista Nuriel Rubini y el analista de la Foundation for Defense of Democracies John Hannah escribieron recientemente, “el tiempo de las opciones pacíficas para impedir que Irán desarrolle armamento nuclear se acaba”.
Ruhaní tiene que ser convencido de que el uso de la fuerza es una opción posible. Conviene recordar que en 2004 él persuadió al Líder Supremo para suspender temporalmente el enriquecimiento de uranio mientras los soldados americanos sacaban de su madriguera a Sadam Husein en el vecino Irak. En los próximos meses (y no años), los líderes americanos tendrán que decidir si van a permitir que, mientras ellos están al cargo, el mayor patrocinador mundial del terrorismo, un régimen que se define como revolucionario y yihadista, y que denomina a América “la encarnación de Satán”, consiga el armamento nuclear que necesita para dominar Oriente Medio y remodelar el orden mundial.
Sería maravilloso que, dentro de la élite política iraní, hubiera un moderado que anhelase evitar esta confrontación y establecer unas relaciones cordiales. Pero esa no es la realidad. Si los deseos fueran caballos, 131 miembros del Congreso estarían galopando por Pennsylvania Avenue estos días. Su trabajo consiste en bajarse de su montura y apoyar los pies firmemente en el suelo.
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