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| viernes marzo 29, 2024

¿Puede haber democracia en naciones sin ciencia?


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La situación actual en muchos Estados árabes, en los que el pueblo y sus dirigentes se encuentran enfrentados, debe cesar. Las repercusiones negativas originadas por los fallidos intentos de cambiar el statu quo deben mitigarse cuanto antes, mientras que muchos de los conflictos políticos parecen irresolubles actualmente. El odio, los prejuicios y el derramamiento de sangre han invadido Oriente Medio, y los denodados esfuerzos por provocar cambios hasta ahora han sido en vano. No hace falta mirar más allá de mi sectaria patria, el Líbano, donde el absurdo y las disputas políticas se han convertido en algo cotidiano, y opositores bienintencionados aún luchan por desafiar de forma efectiva el dominio de los sectarios señores de la guerra.

No debería suponer una sorpresa enterarse de que la democracia liberal no prosperará en esta volátil región en un futuro inmediato. Semejante transformación política no puede producirse en ausencia de cambios sociales más fundamentales. Es una creencia generalizada que la revolución científica producida entre los siglos XV y XVII fue el hito fundamental que condujo a la democracia occidental contemporánea. No voy a invocar una “revolución científica” en el mundo árabe, pero creo que el cambio largamente buscado, y que se refleja en la actual ola de protestas, no tendrá lugar hasta que se sienten las bases para dicho cambio, y eso viene acompañado de una nueva forma de pensar.

Mi argumento se basa en el del estudioso norteamericano Timothy Ferris, que, en su libro de obligada lectura, The Science of Liberty: Democracy, Reason, And The Laws of Nature (“La ciencia de la libertad: democracia, razón y las leyes de la naturaleza”), defiende que “dos transformaciones, una científica y otra democrática” han cambiado “el pensamiento y el bienestar de la especie humana” en los últimos siglos, y que ambas se originaron simultáneamente. Ferris afirma que “la revolución democrática fue desencadenada (…) por la revolución científica”, y añade que “la ciencia sigue fomentando la libertad política hoy en día”. Pero, ¿por qué la ciencia, concretamente? Porque, como sostiene el autor, es “intrínsecamente antiautoritaria”, en el sentido de que cada proposición o hipótesis debe ser probada antes de que se pueda confirmar, y este procedimiento implica una meticulosa observación y el empleo de la prueba y error. La ciencia es también “una forma de pensar”, antes que una disciplina, como dijo en una ocasión el astrónomo norteamericano Carl Sagan. Éste explicó elegantemente esta nueva forma de pensamiento en su libro The Demon-Haunted World (“El mundo y sus demonios”), en el que escribía:

El modo científico de pensar es, al mismo tiempo, imaginativo y disciplinado. Eso es fundamental para su éxito. La ciencia nos invita a admitir los hechos, incluso cuando no se ajustan a nuestras ideas preconcebidas. Nos aconseja desarrollar mentalmente hipótesis alternativas, y ver cuál de ellas se ajusta mejor a los hechos. Exige de nosotros un delicado equilibrio entre una apertura sin límites a las nuevas ideas, por heréticas que sean, y el más escéptico y riguroso de los escrutinios para todo: nuevas ideas o saber establecido. Esta forma de pensamiento es también una herramienta fundamental para una democracia en una época de cambio.

Además, la ciencia es un lenguaje universal, que puede aplicarse en cualquier lugar, independientemente de las circunstancias religiosas o políticas. Por eso creo que los científicos pueden desempeñar papeles influyentes tanto en la política como en la diplomacia. Pueden ayudar a cerrar divisiones entre Estados rivales. De hecho, esta clase de diplomacia se puso en práctica tras la II Guerra Mundial entre científicos del Instituto Weizmann de Israel y de la Sociedad Max Planck de Alemania. La cooperación científica entre ambas instituciones en los años 50 ayudó a allanar el camino para el establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países en 1965 (para más información al respecto, ver el artículo de Daniel Zajfman On Peace).

Actualmente se está construyendo un sincrotrón generador de radiación en Alan (Jordania), situada en la región de Balqa, al oeste de Amán. Cuando sea plenamente operativo, a finales de 2015, se convertirá en “el primer gran centro de investigación internacional de Oriente Medio”. El proyecto, llamado SESAME (Synchrotron-light for Experimental Science and Applications in the Middle East – “Radiación de Sincrotrón para Ciencia y Aplicaciones Experimentales en Oriente Medio”), fue denominado por la BBC como “el proyecto más imposible del mundo”, pues trata de reunir a científicos de diferentes países, incluidos Irán, Pakistan, Turquía, Chipre, varios Estados árabes, los territorios palestinos e Israel. Esos científicos compartirán conocimientos y llevarán a cabo experimentos en un idioma común, de la misma forma que científicos de todo el mundo colaboran en el CERN (La Organización Europea para la Investigación Nuclear). SESAME podría demostrar si la ciencia puede funcionar en la práctica como instrumento efectivo para la diplomacia.

En el mundo árabe ya hay actualmente una serie de autores sobre temas científicos que merecen ser alabados por destacar la importancia de la ciencia, como Mohamed Yahia, editor de la edición de Nature en Oriente Medio. En una de las entradas de su blog escribe:

La Primavera Árabe trajo muchas esperanzas de un renacimiento científico que impulsaría el desarrollo en una región que ha estado estancada demasiado tiempo.

Sin embargo, señala que “para los países que derribaron sus regímenes, esto aún no se ha materializado completamente, debido a la inestabilidad y el caos vigentes”. Si se examinan los últimos acontecimientos en Egipto, se descubre que esa esperanza se ha visto sofocada debido a la incesante violencia que azota las calles y plazas del país. Pero, como argumenté anteriormente, el ansiado cambio no llegará a menos que se produzca un cambio aún más fundamental en el modo de pensar.

La voz de la ciencia lleva mucho tiempo dormida en Oriente Medio, y hay muchas formas de despertarla. En mi opinión, es fundamental centrarse en reforzar la comunicación científica y el periodismo en la región, a sabiendas de que periodismo no es sólo informar sobre las tensiones políticas, la inestabilidad y los desacuerdos sectarios, ni sobre el pronóstico del tiempo, la economía o los famosos.

De vuelta a mi argumento principal, creo que la mayoría de los problemas de los países árabes tienen varias soluciones, pero el reto es encontrar la que sea más viable. El desafío es hallar la solución sin perder de vista que no vivimos, y nunca lo haremos,  en un mundo perfecto; en otras palabras, el reto es hacer a un lado las ideas que no sean prácticas y los barrocos principios igualitarios, y afrontar las cosas como son y no como querríamos que fueran. Por ejemplo, cuando la democracia  no puede aplicarse hoy en día a un país concreto, ¿por qué, entonces, se insta a la gente a que la adopte antes de que de los pasos previos necesarios para llegar a ella? De nuevo, el desafío consiste en adoptar una nueva forma de pensar que pueda allanar el camino hacia la democracia, y la ciencia puede ser esa forma.

Nicolás Maquiavelo dijo en una ocasión: “No hay nada más difícil de emprender, más peligroso de llevar a cabo y con menos garantías de éxito que tomar la iniciativa en la introducción de un nuevo orden de cosas”. No será fácil, pero creo que un nuevo orden de cosas sólo se podrá introducir una vez que se forje y experimente una nueva forma de pensar.

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