SIN DISFRACES
Cierta vez en una expedición de caza el rey se extravió en el bosque. Deambuló todo el día, hambriento y sediento. Cuando ya estaba en el límite de sus fuerzas divisó una luz. Haciendo acopio de sus pocas energías restantes avanzó en dirección a ésta. Así llegó a la cabaña de un guardabosque. Desfalleciente golpeó a la puerta. Como en un sueño sintió que unos brazos fuertes lo hacían entrar, lo acomodaban en una silla, y, de pronto vio ante sí un cuenco con sopa humeante, una hogaza de pan y una jarra de agua fresca. Comió con apetito, y una vez satisfecho fue acompañado hasta un lecho, donde quedó profundamente dormido. Por la mañana, tras el desayuno, el guardabosque le indicó como llegar hasta la ciudad..
De regreso en su palacio, el rey quiso recompensar al hombre, y para ello lo nombró jefe de todos los guardabosques reales, instalándolo en la corte.
Pasó el tiempo, y el hombre se vio envuelto en una de las tantas intrigas palaciegas y fue condenado a muerte. El día de la ejecución, a la que iba a asistir el rey, el condenado pidió que le permitieran vestir sus viejas ropas de guardabosque. Cuando el rey lo vio con esas vestimentas, recordó como el hombre había salvado su vida y anuló la sentencia.
Durante todo el año vestimos ropajes que no son los nuestros, ropajes prestados. Pero en Rosh HaShaná nos presentamos ante el Rey de reyes con nuestras propias vestimentas. Dejamos de ser José, Pedro, Dora, Ana y recuperamos nuestra identidad. Somos Iosef, Pinjas, Débora, Jana. Y le decimos al Rey: “¡Míranos! ¿Nos reconoces? Somos nosotros, tus hijos, los que te hallamos en el desierto y te reconocimos como nuestro Rey. Por piedad, escucha nuestra súplica, y que cualquier decreto malo que hayas pensado para nosotros se transforme en un decreto para bien. Danos un año de paz, salud, prosperidad y satisfacciones de nuestros hijos”. Y como el Rey nos reconoce ahora que no estamos disfrazados con ropas prestadas, recuerda quienes somos y seguramente nos inscribirá y sellará para un buen año. ¡¡¡SHANA TOVA!!!
SHABAT SHUBA
El Shabat posterior a Rosh HaShaná es conocido como “Shabat Shuba” (Shabat del Retorno), por la haftará (pasaje de los Profetas que se lee después de la lectura de la Torá), que comienza con las palabras “Shuba Israel (retorna Israel)…”. Es Di-s mismo que nos está diciendo en este Shabat: “Hijos míos, los estoy esperando, retornen a Mi con todo su corazón. No Me vean como un Juez, ni como un Rey, sino como un Padre que siemprfe espera el retorno de sus hijos, aun aquel que está mas alejado”.
No desperdiciemos la oportunidad. Nuestro Padre nos espera para bendecirnos con un año pleno de cosas buenas. Sólo hace falta una cosa: VOLVER A EL.
La Revelación
Por Tzvi Freeman
Estaba en el día sagrado de Rosh HaShaná, pero no estaba en la sinagoga. Estaba en un hospital- en una mañana muy húmeda, en un estéril y deprimente departamento de rehabilitación de geriatría, dónde unas abuelas viejitas se habían reunido para oír el sonido del Shofar.
Todos los años hago esto, hago sonar el Shofar en los hospitales. Todos los años por lo menos una persona llora.
Este año había una abuela que no parecía tan anciana. El sólo hecho de ver un Shofar la llenó de excitación. Ella vertió en mí los recuerdos de su niñez. Parecía que el pasado se había despertado en ella. Había crecido rodeada del calor y el espíritu del Jasidut, e incluso aquí en Vancouver éste nunca la había dejado. Ella recitó la bendición y yo empecé a soplar el Shofar, suave pero claramente. Las lágrimas empezaron a salir. Estoy acostumbrado a ello. Pero cuando terminé, era obvio que Di-s estaba allí en el cuarto. Porque ella estaba hablando con él.
“¡Oy, ziser G-o-t! ¡Taire, ziser G-o-t! ¡Main zizer G-o-t!”
Estaba llorando y estaba sosteniendo a Di-s en sus manos. Las manos de una anciana que sostiene a un infinito y eterno Di-s.
Ella lo llamó “zis” (dulce). Yo nunca había oído algo semejante. Había oído “Zis” aplicado a los postres y a los nietos. Los Salmos del Rey David y el Cantar de los Cantares hablaban sobre el Omnipotente de esa manera. Pero ésta era una anciana. Su voz tenía ese tono de amor y compasión, y sin embargo estaba llena con temor. Ella lloraba con aflicción, con alegría, con dolor, con anhelo y sus palabras eran dulcemente exultantes.
No puedo traducir las palabras que dijo. No funciona en español: “Mi estimado dulce Di-s”. No sucede nada.
Porque en español usted no habla con Di-s de la manera que una esposa habla con su amado esposo, un marido que se marchó en un largo viaje y que nunca supo si volvería, y usted ahora está de repente en sus brazos. Como una madre habla con sus pequeños y dulces hijos. Como la charla de una hija con su padre, que sabe que nunca la abandonará. Todos en uno. En español no hay tal cosa. Pero en el idish de su niñez, ella podía decirlo.
Para mí, sus lamentos quebraron las más profundas exploraciones de los filósofos, haciéndolos estallar como un niño hace estallar las burbujas en el aire, como las sombras desaparecen en la solana. No tenían ningún significado aquí. Son sólo ideas. Éste es Di-s. La cosa real. Ésta fue la revelación. Algo que las ancianas bobes recuperaban. Algo que habíamos perdido. Casi.
Tenía que irme a la sinagoga. Ella todavía estaba empapada en lágrimas. Descubrí que yo estaba sonriendo. Usted pensará que soy insensible, pero estaba indefenso ante esta profunda y estimulante alegría que brotaba desde adentro.
Ella lloraba. Yo estaba lleno de alegría. ¿Por qué no?
Yo había visto a Di-s cara a cara.
Al Unzer zisser G-o-t (a nuestro dulce Di-s).
(Extraído de www.es.chabad.org)
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