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| viernes noviembre 22, 2024

Que los refugiados permanezcan dentro de su región antropológica


El paréntesis de confianza engañosa en la crisis de las armas químicas ofrece la posibilidad de desviar la atención al enorme flujo de refugiados que abandonan Siria y reconsiderar las premisas erróneas a tenor de su futuro.

Alrededor de la décima parte de los 22 millones de residentes de Siria han unido atravesando una frontera internacional, en su mayoría con destino al vecino Líbano, Jordania o Turquía. Incapaces de hacer frente a la situación, sus gobiernos limitan la entrada, suscitando la inquietud internacional por la tesitura de los sirios. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, António Guterres, sugiere que su agencia (según le parafrasea el Guardian) «busque la forma de reasentar a decenas de miles de refugiados sirios en el seno de países en mejor posición para permitirse alojarlos», recordando el programa de realojo iraquí post-2003, cuando 100.000 iraquíes se establecieron en Occidente. Otros miran espontáneamente a Occidente en busca de una solución; la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, por ejemplo, ha llamado a los estados occidentales «a hacer más» por los refugiados sirios.

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Refugiados sirios en el aeropuerto de Beirut camino de Alemania.  

El llamamiento ha sido escuchado: Canadá se ha ofrecido a alojar a 1.300 refugiados sirios y Estados Unidos a 2.000. Italia ha acogido a 4.600 refugiados sirios vía marítima. Alemania se ha ofrecido a aceptar (y ha empezado a acoger) a 5.000. Suecia ha ofrecido asilo a los 15.000 sirios que ya se encuentran en aquel país. Colectivos locales se preparan por todo occidente para acoger un flujo de entrada sustancial.

Pero estas cifras palidecen al lado de una población que se cuenta en millones, lo que significa que Occidente no puede resolver por sí solo el problema de refugiados sirios. Además, muchos en países occidentales (sobre todo en los europeos como Holanda o Suiza) se han mostrado reacios a aceptar poblaciones musulmanas que no se asimilan, sino que en su lugar aspiran a reemplazar las costumbres occidentales con el régimen de la ley islámica, la sharía. Tanto la canciller alemana Angela Merkel como el primer ministro británico David Cameron han tachado de fracaso el multiculturalismo, y su hincapié en el valor equivalente de todas las civilizaciones. Lo que es peor, están prosperando movimientos fascistas como el griego Amanecer Dorado.

Y es probable que muchos más refugiados musulmanes sigan sus pasos. Además de los sirios, habría bangladesíes, paquistaníes, afganos, iraníes, iraquíes, libaneses, palestinos, egipcios, somalíes y argelinos. Se unirían pronto a sus filas otros nacionales (yemeníes y tunecinos, por ejemplo).

Afortunadamente, hay una solución próxima.

Para afincar a los sirios «en el seno de países en mejor posición para permitirse alojarlos», en las delicadas palabras de Guterres, simplemente hace falta desviar la atención del Occidente de mayoría cristiana en favor de la vasta y vacía superficie del fabulosamente rico Reino de Arabia Saudí, así como de los estados más pequeños pero todavía más ricos en algunos casos de Kuwait, Baréin, Qatar o los Emiratos Árabes Unidos. Para empezar, estos países (que llamaré Arabia) son mucho más convenientes a la hora de repatriar a Siria que, pongamos, Nueva Zelanda. Residir allí también significa que no hay que soportar difíciles climas gélidos (como en Suecia) ni aprender idiomas difíciles que hablan unos cuantos (como el danés).

Más importante es que los musulmanes de Arabia mantienen estrechos vínculos religiosos con sus hermanos y hermanas sirios, de forma que alojarlos allí evita las tensiones de la vida cotidiana en Occidente. Consideremos algunos de los elementos haram (prohibidos) que evitarían los refugiados musulmanes viviendo en Arabia:

Las mascotas caninas (61 millones en Estados Unidos solamente). Un recetario con profuso uso del cerdo y una vida social empapada en alcohol. Loterías nacionales y emporios del juego al estilo Las Vegas. Mujeres vestidas de forma indecente, el ballet, concursos de belleza en traje de baño, mujeres solteras que viven solas, piscinas mixtas, búsqueda de pareja y prostitución legal. Locales de lesbianas, desfiles del orgullo y matrimonio homosexual. Postura relajada hacia los alucinógenos, con ciertos estupefacientes de consumo legal dentro de determinadas jurisdicciones. Novelas blasfemas, políticos anti-Corán, colectivos de musulmanes apóstatas y un pastor que pública y reiteradamente prende fuego a ejemplares del Corán.

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No hay peligro de toparse con un desfile del orgullo gay así en Arabia Saudí.  

En lugar de eso, los musulmanes que residen en Arabia pueden disfrutar dentro de un régimen de ordenación que (a diferencia de Irlanda) permite la poligamia y (a diferencia de Gran Bretaña) permite el matrimonio con menores. A diferencia de Francia, Arabia permite la defensa pública de la violencia doméstica y no es demasiado crítica con la ablación femenina. A diferencia de Estados Unidos, la trata de blancas no acarrea penas de cárcel y los parientes varones pueden cometer crímenes de honor contra sus parientes féminas sin miedo a la pena capital.

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Una imagen cotidiana de Riad, Arabia Saudí, muestra los atractivos urbanos del país.  

El ejemplo de los sirios y Arabia insinúa un extremo más genérico: con independencia de la afluencia, los refugiados deben poder permanecer y ser animados a quedarse dentro de sus propias zonas antropológicas, en las que encajarán con la mayor facilidad, podrán practicar sus tradiciones de la forma más fiel y alterarán lo menos posible la sociedad anfitriona, desde la que volverían a su país con la mayor facilidad. Así, la población oriunda de Asia Oriental debería establecerse en general en Asia Oriental, los de Oriente Próximo en Oriente Medio, los africanos en África y los occidentales en Occidente.

Que las Naciones Unidas tomen nota: menos hincapié en Occidente y más en el resto.

A los saudíes: Es hora de acoger con los brazos abiertos a los correligionarios musulmanes que atraviesan momentos delicados.

Original en Inglés: Let Refugees Remain in Their Own Culture Zones

 
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