Decenas de miles rasgaron sus vestiduras. Llantos y clamores de dolor llenaron la ciudad. Ancianos tristes comentaban que «desde que Jerusalén fue fundada por el Rey David, nunca se vio algo igual como el día en que nos quedamos sin Marán».
Cientos de miles de todo Israel, judíos, árabes, civiles, militares, laicos, religiosos, sefaradíes, ashkenasíes, ricos, pobres, ancianos y niños, dejaron por unas horas todos los argumentos que los separan o discriminan para despedir a Marán, una de las mayores fuentes de sabiduría en la halajá, el Rabino Ovadia Yosef.
Marán es un título religioso considerado muy exclusivo en el judaísmo ya que debe ser concedido por 200 rabinos como mínimo. «Marán» son las siglas en hebreo de «Reconocido por 200 rabinos», y para tener una idea de la magnitud del Rabino Ovadia, basta con decir que el último «Grande de la Torá» reconocido como Marán, fue el Rabino Yosef Caro, autor del «Shulján Aruj», considerado hasta hoy el código básico de dictámenes de la halajá, que fue impreso en Venecia en 1565, hace 538 años.
Cuando Ovadia emigró con su familia de Irak a Jerusalén, tenía cuatro años e Israel no figuraba en los mapas. Como muchos otros judíos de Oriente Medio, su padre, dueño de una tienda de ropa, algo fuera de lo común en las dinastías halájicas, decidió probar suerte en esa vieja ciudad en la cual los judíos podían rezar junto al Muro de los Lamentos.
El joven Ovadia estudió en una yeshivá en el Barrio Judío de la Ciudad Vieja y a los 16 años comenzó a dar clases y a escribir sus interpretaciones de la ley judía, que quedarían recopiladas en los 10 tomos que conforman su obra póstuma, «Iabía Omer».
Una vez fundado el Estado de Israel, en el contexto de sus primeros gobiernos y grandes guerras, el Rabino Ovadia trascendió su persona para convertirse en un mito, indiscutible para sus fieles, polémico para los judíos laicos y para la población árabe. Curiosamente del mundo árabe y persa procedía la base que encumbraría a Marán, la de los judíos sefardíes que durante décadas, incluso hasta hoy, se sienten discriminados por la «aristocracia» asquenazí.
Fue elegido Gran Rabino Sefardí de Israel. Fundó el partido Shas, que representa a los sefardíes en el Parlamento, y creó la red de educación ultraortodoxa El Hamaayán que acoge a decenas de miles de niños de familias humildes que residen principalmente en localidades periferiales del Estado hebreo.
Marán era un dictaminador que se relacionaba a la Torá de acuerdo a la concepción talmúdica «todos sus caminos son delicias y sus senderos irradian paz». Llegó a afirmar que, según la ley judía, Israel puede devolver territorios ocupados si ello evita víctimas y conduce a verdaderos acuerdos de paz. Sin embargo, la sangrienta segunda Intifada lo llevó a perder el pragmatismo que lo caracterizaba.
Se opuso a la retirada unilateral de Gaza y maldijo al liderazgo israelí que la aprobó así como a los palestinos que siguieron lanzando misiles hacia poblaciones civiles luego del abandono de la Franja.
Salvo el Ejército, en Israel es prácticamente imposible lograr el consenso de 850.000 personas sobre algo o alguien. Es famoso el dicho «dos judíos, tres opiniones». La figura del Rabino Ovadia traspasó esa línea.
Aquellos que lo critican, con razón, por sus provocaciones y ofensas, dirigidas a veces a víctimas del Holocausto, son los mismos que olvidan que el Profesor Yeshayahu Leibowitz, uno de los eruditos judíos más grandes del siglo XX, llegó a calificar a los soldados israelíes de «judeo-nazis».
La vida nos enseña que ni aun el genio más grande iría muy allá si tuviera que sacarlo todo de su propio interior.
En muchos lugares de Israel, y del pueblo judío, el sentimiento es de orfandad. «Nos quedamos sin Marán»; «se fué nuestro padre»; «¿A quién consultaremos?»; «¿Quién nos guiará ahora?».
¿Tendrán que pasar otros 538 años?
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