A pesar del bombo que la Administración ha dado a la histórica conversación telefónica de 15 minutos entre el presidente Obama y el aparentemente moderado presidente iraní Hasán Ruhaní, de la inminente perspectiva de un compromiso directo con el régimen de Teherán sobre su programa de armamento nuclear, y de todos los demás síntomas de ruhanofilia que invaden Washington, la Casa Blanca asegura que no se dejará engañar por los iraníes. Los aliados de Estados Unidos no se lo creen.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, hizo público su escepticismo hace dos semanas en su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, cuando afirmó que la forma de tratar con los iraníes y con su programa nuclear es “desconfiar, desmantelar y verificar”. Los aliados estadounidenses del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) -Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Baréin, Qatar y Omán- están siendo más cautos que los israelíes, y transmiten sus quejas a la Administración en circunstancias menos públicas. Al fin y al cabo, tienen a Irán justo al otro lado del golfo Pérsico.
Tariq al Homayed, columnista de Asharq al Awsat, el diario panárabe de capital saudí con sede en Londres, me dijo:
No hay declaraciones públicas en las que el CCG especifique su postura. Sus representantes son todos muy diplomáticos, pero cuando hablas directamente con alguno de ellos, te lo dice claramente. Consideran el acercamiento de la Administración a Irán en el contexto de su confusa política siria. Pregunté a un destacado miembro del CCG lo que pensaba de dicha política, y me contestó: ‘¿Qué día y hora es?’ Porque dentro de media hora la Casa Blanca tendrá otra postura’. Respecto a Irán, les preocupa que la Administración esté dejándose enredar en el juego del régimen [de Teherán], y lo que ven los pone muy nerviosos.
La idea de que Obama se esté tomando en serio la supuesta fetua de Jamenei contra las armas nucleares es manifiestamente absurda para los vecinos árabes de Irán.
Los aliados estadounidenses en Oriente Medio no confían en la Administración Obama, pero, como dice Michael Doran, experto de la Brookings Institution,
se refrenan a la hora de manifestarlo públicamente. Su temor es que, si muestran abiertamente lo mucho que desconfían de la Casa Blanca, probablemente obtengan todavía menos de lo que quieren. Así que, oigamos las críticas que oigamos, elevémoslas a diez y así nos haremos una idea de dónde están nuestros aliados.
Entre bambalinas, el CCG se prepara para la posibilidad de que, tras 70 años de dominio, Norteamérica se retire del Golfo. Los árabes, al igual que muchos representantes israelíes, asumen ahora que Estados Unidos se está marchando de la región, al menos de momento, y puede que de forma permanente. Algunos Estados del Golfo están tomando las riendas al respecto. “La idea es que lo hicimos con Egipto”, explica Homayed, refiriéndose al apoyo y dinero que los Estados del CCG enviaron a El Cairo después de que el general Abdel Fatah al Sisi derrocara a Mohamed Morsi, mientras que la Casa Blanca se negaba a adoptar una postura. “Así que, ¿por qué esperar a Obama respecto a Siria?”, dice Homayed.
Así, desde que se hizo cargo del Consejo de Seguridad Nacional saudí, el príncipe Bandar ben Sultan, antiguo embajador en Washington, se ha afanado por hacer valer los intereses saudíes. Con una Casa Blanca que deja un vacío en Siria, Bandar ha arrebatado a Qatar el control de las fuerzas rebeldes y ha reclutado a los Emiratos Árabes y a Jordania como útiles aliados. Ésa es, justamente, la forma de forjar alianzas que, hasta ahora, había sido tarea de Estados Unidos.
Si bien en la Administración -incluido el presidente- hay quien considera que estos hechos son positivos, que ya era hora de que los árabes aprendieran a asumir sus responsabilidades, lo cierto es que éstos saben que no pueden arreglarse solos, y la Casa Blanca también debería saberlo. El CCG pudo ocuparse de Egipto, como dice Homayed, y está intentándolo con Siria, pero con Irán necesita a Estados Unidos. Sin Washington, los árabes intentan minimizar sus riesgos. Por ejemplo, según ciertas fuentes, Kuwait ha reservado algunos miles de millones de dólares como futuro regalo con el que congraciarse con Irán o Rusia, dependiendo de quién acabe ganando la lotería regional, ahora que Estados Unidos no quiere jugar.
Incluso Bandar parece comprender que hay un límite en lo que los árabes pueden hacer por su cuenta. Su reciente visita a Moscú, muy publicitada, en la que se ofreció a comprar armas rusas por valor de 15.000 millones de dólares si Vladímir Putin reducía su apoyo al presidente sirio Bashar al Asad, en buena medida tenía como finalidad captar la atención de Obama. Los saudíes reconocen que, incluso aunque Putin haya reforzado su posición a costa del presidente estadounidense, no tiene capacidad (ni una Armada preparada para el combate en alta mar) para sustituir a Estados Unidos. Además, dado que Rusia está contribuyendo a promover los intereses iraníes en Siria, no es probable que en el golfo Pérsico actúe en contra de Teherán y a favor de los intereses saudíes.
Los Estados del CCG también reconocen quién más contempla la región del mismo modo que ellos: Israel. Cuando Netanyahu anunció, en su discurso ante Naciones Unidas, que si su país tenía que evitar por sí solo un Irán nuclear, “estaremos defendiendo a muchos, muchos más”, se refería, entre otros, al CCG. Las relaciones entre los israelíes y los Estados árabes del Golfo (especialmente Arabia Saudí y los Emiratos) nunca han sido más cordiales; al parecer, representantes árabes fundamentales (aunque anónimos), han visitado Jerusalén para celebrar consultas de alto nivel respecto a Irán. Homayed afirma:
Israel es, ahora mismo, el jugador más importante de Oriente Medio, por lo que se refiere a Irán. Es capaz de persuadir al Congreso, y, si alguien puede convencer a Obama, ése es Israel. Trazaron la línea roja respecto a Irán, y eso, en la región, hace feliz a todo el mundo.
Esta convergencia estratégica se lleva fraguando desde hace mucho. Dore Gold, presidente del Jerusalem Center for Public Affairs, y antiguo embajador ante Naciones Unidas, explica que las relaciones entre Israel y el CCG debe considerarse en un marco más amplio:
Si nos remontamos a finales de los 90, Arabia Saudí era la principal fuente de financiación de Hamás. Treinta años antes, había ofrecido refugio a miembros de los Hermanos Musulmanes que huían de Egipto y Siria. Pero, en 2005, Irán la había sustituido como principal financiador de Hamás, y destacados miembros de la familia real, como el príncipe Nayef, repudiaron a la Hermandad. Eso supuso un gran giro en la política saudí, que redujo el grado de enfrentamiento que tenía con Israel.
Cuando la amenaza iraní se hizo todavía más evidente, los intereses árabes e israelíes convergieron aún más, explica Gold, cuyo trabajo académico se ha centrado en Arabia Saudí:
Los países del CCG afrontan una situación muy parecida a la de Israel, que está rodeado por insurgentes apoyados por Irán: Hezbolá al norte y Hamás al sur. Así, el CCG se enfrenta a una insurgencia respaldada por los iraníes en Yemen, y a un Gobierno chií -también apoyado por ellos- al frente de Irak, el vecino del norte de Arabia Saudí; a su vez, la oposición de Baréin cuenta con el respaldo de Teherán, una situación con implicaciones para la comunidad chií de la provincia oriental saudí.
La guerra de 2006 entre Israel y Hezbolá, según Gold, supuso un importante punto de inflexión:
Mientras que gran parte de los Hermanos Musulmanes apoyó fervientemente a Hezbolá, los Estados del Golfo guardaban silencio o bien se oponían a lo que éste hacía.
Si alguien bromea diciendo que el legado de Obama en Oriente Medio será haber hecho que Israel y al CCG se lancen uno en brazos del otro, lo cierto es que no está claro cuánto puede durar esa relación. Después de todo, la tan cacareada alianza estratégica entre Turquía e Israel que se forjó en los 90, basada en vínculos militares y de seguridad, demostró ser más frágil de lo esperado, y se desmoronó por la ambición del primer ministro Recep Tayyip Erdogan por liderar la región.
Ciertamente, como explica Homayed, “la postura de Israel y la árabe son una sola: no puede permitirse que Irán tenga un arma nuclear”. Pero no está claro lo que supone eso en la práctica. Incluso el mismo Homayed reconoce que, si bien Israel es ahora mismo el jugador más importante de la región, aún necesita a la Casa Blanca a su lado contra Irán. Según su punto de vista, la relevancia de Jerusalén es que sólo él tiene capacidad para defender su causa ante el Congreso y el presidente; al igual que los árabes, Israel no puede hacerlo solo.
“Hay verdaderos límites para lo lejos que puede llegar la relación entre el CCG e Israel”, afirma Doran, que fue director para Oriente Medio en la Casa Blanca de George W. Bush; existen límites culturales y operativos:
Los libros de texto saudíes están llenos de material antisemita. La coordinación que haya deberá ser clandestina, porque, de ser pública, Riyad se vería atacada a nivel regional y doméstico por hacer causa común con gente a la que, de forma habitual, se describe como enemiga del islam.
Además, Doran se pregunta: “¿Cómo es la cooperación? ¿Que pueden dar los saudíes a los israelíes que éstos no tengan ya?”
No es evidente que los saudíes tengan algo que Israel necesite verdaderamente, aparte, quizás, de conceder permiso tácitamente para que los aviones israelíes sobrevuelen su territorio cuando vayan de camino para atacar las instalaciones nucleares iraníes, y de dinero para algunos proyectos clandestinos. Lo que Jerusalén quiere, ante todo, a falta de un ataque estadounidense a las instalaciones iraníes, es la clase de influencia política y diplomática que sólo Washington puede ejercer. Sin embargo, al abrazar a Ruhaní como aliado para resolver la cuestión nuclear, Obama ha alzado, a todos los efectos, un sistema de defensa antimisiles en torno a las instalaciones atómicas iraníes. Si Netanyahu da orden de actuar, Israel no sólo estará interviniendo sin Estados Unidos; también estará perjudicando lo que para Obama es una prioridad.
Desde luego, sería un extra contar con el apoyo silencioso del CCG en caso de un ataque. Pero ¿qué pasará después? Estos dos aliados norteamericanos se han visto obligados a unirse por culpa de una realidad que aún no ha empezado a hacer sentir sus efectos. Una superpotencia con la que contaban desde hacía décadas se ha perdido, quizá para no volver jamás.
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