Mario Satz
Si el mundo árabe en general no fuera tan ciego, tan torpe y tan retrógrado en muchos aspectos, ¡Hace años que podía haberse liberado de su rémora de tiranos y dictadores! Lo dijo Ben Gurión y lo repitió hasta la saciedad Golda Meir: el día que los universitarios árabes tengan la educación que se merecen comprenderán qué es Israel y qué significa, en el Oriente Medio, su existencia. Pensamiento tan optimista ha resultado ser, al menos en parte, profético. Los jóvenes que de Túnez a Libia están protagonizando la revuelta son casi todos universitarios y emplean, tal vez sin saberlo, en sus ordenadores y teléfonos, inventos israelíes. Más aún, y aunque no lo parezca, la libertad de pensamiento y la calidad de vida del pequeño país de los judíos ha tenido sobre el mundo islámico una influencia que va más allá de lo aparente pese a que sus dirigentes lo han vituperado, negado y odiado su mera existencia. Algún clérigo iraní rezagado todavía llama a los sionistas y a Israel un cáncer ignorando que si hay un país en el mundo que ha luchado y lucha denodadamente para combatir esa enfermedad, ese país es el minúsculo estado judío.
Nosotros, que en la Pascua comemos pan sin leudar, hemos sido sin embargo la levadura de tantos países y culturas que sería difícil encontrar un campo en el que la influencia judía sobre la civilización no se haya hecho notar. En primer lugar la medicina, luego la música y en las últimas dos décadas la alta tecnología, pasando por el cine y la sociología, la economía y las terapias no agresivas o correctivas como el método Feldenkrais. La levadura no aspira a ser el pan entero ni, mucho menos, a comérselo. Está allí para levantar la masa, para elevarla y afinar sus aspiraciones. Debe ser ésa la razón por la cual, y no sin envidia, De Gaulle dijo de los judíos que eran un pueblo orgulloso y elitista. ¡Oh, sí, mi querido general! ¿Y de los franceses qué me dice? Se acabó la época en la que los judíos éramos propiedad de la Iglesia o estábamos sujetos a la buena voluntad de los nobles o los grandes burgueses. Hoy, Israel nos dignifica a todos, en Sión y en la Diáspora, y está dispuesto, como estado libre y soberano, a tender una mano franca y abierta a esos jóvenes musulmanes, coptos o lo que sean, que no quieren oír más mentiras y ansían dirigir su destino con justicia y voluntad de cooperación.
No sucederá pronto, aunque las cosas se precipitan con más rapidez de lo esperado. El ejemplo en el que los árabes pueden mirarse está en el Africa negra de los sesenta del siglo XX, cuando técnicos judíos ayudaron a miles de personas a mejorar la calidad de sus cultivos y aprovechar mejor sus recursos hídricos capacitando a una generación de hombres y mujeres que no tardarían mucho en escupir la mano que les dilató el menú. No importa, la verdad acabará prevaleciendo y la fraternidad entre los pueblos superará la torcida y perversa obra de algunos de sus dirigentes, para que se cumplan por fin los proyectos más bellos de la Torá, entre los cuales está la conversión de armas en arados. El pueblo judío no espera aplausos o recompensas por ser la levadura de otros. Como minoría no aspira más que al respeto y la tolerancia que hasta ahora no han sido suficientes. Como minoría, le alcanza con su propio esfuerzo para extraer tesoros de su propia tradición y de una naturaleza que siempre ha visto como la obra de un Creador trascendente, que no está muerto como certificó Nietzsche, ni mora en otro sitio que en corazón de los hombres de buena voluntad.
Difusion: www.porisrael.org
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