La familia Fares no tiene la impresión de haber aprendido mucho. Después de un curso de tres días, requisito que deben cumplir los refugiados sirios que llegan a Alemania, una ensalada de conceptos, todavía confusos, se amontona en sus cabezas. «En Alemania no se puede sobornar a funcionarios. Quien intenta sobornar a un funcionario puede ser llevado ante los tribunales», les ha enseñado pacientemente la profesora Zeinab Artel, que ha tenido que insistir mucho en que cualquier «regalo» que en Siria sería entendido como necesaria cortesía, en Alemania debe ser evitado.
Alemania recibe al mes más de mil peticiones de asilo político desde Siria y hasta el momento ha aceptado ya más de 10.000. Los refugiados llegan a un campo de tránsito en Göttingen, donde permanecen dos semanas. En ese tiempo reciben clases de introducción tanto al idioma alemán como al país. Después son distribuidos entre los diferentes estados federados alemanes y los servicios sociales se encargan de intentar encontrarles un puesto de trabajo adecuado a su formación.
El idioma, curiosamente, no es la principal dificultad en el proceso de integración que espera a estas familias. Los hábitos de corrupción profundamente arraigados amenazan con dar al traste con la nueva vida que emprenderán en Alemania, por lo que incluso la Organización Internacional para la Emigración (IOM) les prepara en cursos intensivos en Beirut, antes de que tomen el avión. «Por supuesto, mis alumnos no son capaces de entender lo que significa la vida sin corrupción, no sabrían desenvolverse porque aquí todo está construido sobre esas prácticas, es la única manera que conocen de hacer las cosas«, describe uno de los profesores que instruye a los refugiados, Anas Fares, que acompaña a los sirios en este viaje definitivo hacia occidente.
Ulrike Putz, una reportera de ‘Der Spiegel’ que ha asistido a uno de estos cursos en Beirut, constata cómo un grupo de 25 adultos, en el que las mujeres no dejan de observar de refilón a los niños que, en la habitación adjunta, colorean dibujos de objetos que no podrían identificar, se esfuerzan por entender la esencia de la ‘alemanidad’. «Les hablan de burocracia, de búsqueda de empleo, del cuidado de la salud, de cosas de las que nunca antes habían oído hablar: como que, en Alemania, la policía está de su parte, que les ayudará», relata.
La formación continúa después en Göttingen, en los denominados ‘Cursos de Orientación’, en los que se enfrentan al reto de un test donde vuelven a ver las mismas cartulinas que ya habían estudiado en Beirut y que tienen que asociar con los conceptos «permitido» y «prohibido». Los tarjetones fáciles son los que muestran imágenes de robos, drogas y violencia contra la mujer. Eso se lo saben. Pero después la cosa se complica: una oveja degollada. «Ni en la casa, ni en el balcón ni en la calle pueden ser sacrificados animales», es la respuesta correcta.
La poligamia, prohibida
La prohibición de la poligamia es fuente de acaloradas discusiones, al igual que el tarjetón en el que se ve a dos hombres dados de la mano. «La homosexualidad está permitida, forma parte de la libertad individual que es respetada en Alemania. Si en la calle o en una cafetería ves a dos hombres que manifiestan su homosexualidad, no está permitido mostrar tu disgusto«, reza la respuesta.
Se les instruye también sobre la necesidad de la puntualidad, sobre la separación de residuos, sobre qué castigos a los niños son permisibles y cuáles no, «pero solo cuando el profesor sostiene en alto una tarjeta con la esvástica nazi sobre fondo rojo la confusión llega a su estado perfecto», describe Putz. Los alumnos se preguntan por qué no puede mostrarse la bandera nazi, no entienden cómo es posible que los alemanes no estén orgullosos de su historia. La persecución a los judíos sigue siendo meritoria en recovecos de la cultura árabe y a Hitler se le sigue admirando en Oriente Próximo… «Alabar a los alemanes por este motivo es muy mala idea, deben evitarlo», se esfuerza por explicar la profesora Zeinab. «Hitler, los nazis, el Holocuasto… sencillamente ¡olvídenlo! Los alemanes son muy sensibles ante estos temas», les sugiere.
Cursos parecidos a este, sin el carácter de intensivo al que obliga el inminente traslado, se imparten en Alemania a los inmigrantes no europeos que desean quedarse a trabajar en este país. Desde enero de 2005, en virtud de la integración y además de los necesarios conocimientos de la lengua alemana, estos cursos obligatorios de 45 horas instruyen sobre la estructura del Estado de la República Federal alemana, la democracia, la Constitución, los derechos fundamentales, los deberes de los habitantes y la UE, además de ofrecer nociones básicas sobre la economía social de mercado, la historia del país y temas del ámbito cultural como «la imagen del hombre», «la comprensión del tiempo», «separación de la esfera privada y la profesional» y los «símbolos», contenidos desarrollados por la Oficina Federal de Inmigración y Refugiados.
«Para nosotros todo esto es muy confuso», dice el jefe del clan de los Maaz, que acaba de llegar de Siria, «pero nuestros hijos lo aprenderán todo desde niños y no tendrán problemas».
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