En febrero de 1937, mientras recorría los paisajes que rodeaban Salónica, el botánico y helenista Hans Brenner de Dresde, escuchó cantar en griego clásico a la maestra y bibliotecaria Daphne Sasón. Estaba paseando con sus alumnos por el campo. Tenía una voz suave y honda. En apenas unos segundos el alemán reconoció las frases de Homero. Intercambiaron unas palabras, el extranjero repartió unas galletas inglesas entre los niños y luego los acompañó a la escuela. En el camino él vio las ...