El hecho de que en la palabra hebrea para juego, misjak, encontremos a jeshek, el deseo, dice más sobre este último que sobre el primero. Sencillamente porque el juego, un juego como el ajedrez por ejemplo, puede ser serio, reconcentrado, silencioso y casi estático, en tanto que el deseo es siempre dinámico, turbulento, balbuceante y desgarrado. Entonces, ¿a qué misterioso nexo entre uno y otro, deseo y juego, debemos el parentesco lingüístico? El Zohar sostiene que las palabras no caen ...