A veces, y si uno está atento, el otoño lo sorprende con una carrera de hojas aupadas por la brisa, un giro inesperado que suena a cortezas que se raspan, un apresurado desplazamiento que tiñe las calles de rojos y de ocres danzantes. Hay una liviandad en el aire, flota sobre las hojas una etérea sensación de adiós. Aunque no lo parezca se percibe también una felicidad suelta, desarticulada, hecha de secas nervaduras en cuyo filo se recorta el día. Es ...