Cuando su hijo de 27 años murió en Siria, Rima se sintió más furiosa que triste. Desgraciadamente, no podía expresar en alto lo que quería decir. Habían mandado a su hijo a luchar a Siria sin el consentimiento de la madre y sin haberle dado un entrenamiento adecuado. Ella quería culpar a alguien –principalmente a quienes le habían convencido de que se uniese a los combatientes en Siria–, pero no podía. Su comunidad había celebrado su muerte como un sacrificio, ...