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| jueves abril 25, 2024

No es enajenación al volante, es terrorismo


Daniel Pipes

National Review Online
3 de Abril de 2012
http://es.danielpipes.org/11505/rashid-baz-terrorismo
Original en Inglés: It’s Not Road Rage, It’s Terrorism

 

El 25 de febrero de 1994, Baruch Goldstein, un facultativo israelí de origen estadounidense, acudió a la mezquita de la Cueva de los Patriarcas de Hebrón y asesinó a 29 musulmanes con un arma de fuego automática antes de ser reducido y asesinado. Esta masacre suscitó disturbios y teorías conspirativas en círculos musulmanes, incluyendo acusaciones de que el gobierno de Israel respaldaba a Goldstein, una alegación que las denuncias francas de su ataque no disuadieron.

Rashid Baz, que atacó un objetivo judío en el municipio de Nueva York en 1994.
El día 1 de marzo, cuatro días más tarde, Rashid Baz, un transportista de origen libanés en Nueva York, disparaba dos armas de fuego contra una camioneta que transportaba menores judíos hasídicos por una salida al Puente de Brooklyn, matando a Ari Halberstam, de 16 años, estudiante de yeshiva. Baz fue capturado rápidamente, declarado culpable y condenado a 141 años de cárcel.

 

Las pruebas circunstanciales apuntaron una relación entre los dos acontecimientos, dado que Baz estaba inmerso en la cobertura mediática en árabe del ataque de Goldstein, asistía a los sermones del incendiario Centro Islámico de Bay Ridge, y estaba rodeado de musulmanes que condonaban el terrorismo contra los judíos. Más que eso, sus amigos indicaron que Baz estaba indignado de forma obsesiva por el ataque de Hebrón, y el psiquiatra de su defensa, Douglas Anderson, dijo bajo juramento que «estaba enajenado» por él. «Estaba absolutamente fuera de sí… si no fuera por lo de Hebrón, toda esta tragedia de Nueva York no habría tenido lugar».

 

Pero la relación aparentemente evidente entre Goldstein y Baz no pudo demostrarse porque Baz explicaba su violencia aludiendo al estrés postraumático del Líbano. Y por eso, a pesar de la abundancia de pruebas, la Oficina Federal de Investigaciones adoptó la maniobra engañosa del propio Baz y consideró lo del Puente de Brooklyn un acto de «enajenación al volante». Solamente después de años de esfuerzos por parte de la madre de Halberstam, el FBI volvía a clasificar de terrorismo el ataque de Baz en el año 2000.

 


Mohammed Merah, que atentó contra un objetivo judío en Toulouse en 2012.

Y así quedaron las cosas hasta hace unos días, cuando la confesión de Baz en el año 2000 se hizo finalmente pública a través de un artículo del New York Post. En ella, Baz reconoce el impacto de la atrocidad de Goldstein en su persona, admitía haber puesto sus miras concretamente en los judíos, y confesaba haber seguido un transporte de niños judíos hasídicos durante unos cinco kilómetros desde el Manhattan Eye and Ear hasta el puente. Preguntado si habría disparado un transporte lleno de niños negros o latinos, respondía: «No, yo sólo abrí fuego porque eran judíos».

 

Esta confesión con retraso evidencia un problema recurrente entre los políticos, las fuerzas del orden y la prensa con el terrorismo islamista: su reticencia a la hora de dejarlo claro y achacarle el crimen.

Más recientemente, este rechazo levantaba su fea cabeza en el caso de Mohammed Merah en Toulouse, Francia, donde la reacción inmediata de la institución política fue dar por sentado que el autor material de los crímenes de tres soldados y cuatro judíos era un no musulmán. Como destaca mi colega Adam Turner en el Daily Caller, «la élite de los funcionarios públicos occidentales y las especulaciones de los medios en torno al verdadero autor material, antes del descubrimiento de su identidad, ponían el acento claramente (también aquí y aquí y aquí) en el supuesto de que era un europeo blanco neonazi». Sólo cuando el propio Merah se jactó de su crimen delante de la policía llegando a enviar grabaciones de sus acciones a Al-Jazira las demás teorías desaparecían por fin.

 

Los ejemplos de Baz y Merah encajan en un patrón mucho más extendido de negar el terrorismo islamista que remonto hasta el asesinato en 1990 del rabino Meir Kahane en el municipio de Nueva York a manos de El Sayyid Nosair, atentado achacado inicialmente por el detective del departamento de policía a «una receta o consistente con una depresión». Desde entonces, una y otra vez, las autoridades han conjurado excusas cogidas igualmente con alfileres para el terrorismo islamista, incluyendo «disputas laborales», «relaciones familiares tormentosas», «el medicamento Roacután», un «problema con la autoridad» o «soledad y depresión».

 

 

 El Sayyid Nosair, que atentó contra un objetivo judío en el municipio de Nueva York en 1990.

 

Lo más llamativo, sin embargo, es la tendencia a achacar el terrorismo islamista a una capacidad mental perturbada. Como destaca Teri Blumenfeld en el último número del Middle East Quarterly, «Los musulmanes que matan en nombre de su religión escapan con frecuencia al castigo en los tribunales occidentales declarándose mentalmente incapacitados o enajenados de forma transitoria». En los tribunales occidentales, en la práctica, la defensa atribuye de forma rutinaria los delitos yihadistas a la demencia.

Ignorar los orígenes religiosos e ideológicos del terrorismo islamista acarrea un precio elevado; no investigar en profundidad el asesinato de Kahane se tradujo en pasar por alto pruebas que habrían evitado el atentado del World Trade Center en 1993; y la detención de Merah antes habría salvado vidas. El islamismo tiene que ser acorralado para salvarnos de futuros actos de violencia.

 
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