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| jueves marzo 28, 2024

Por los judíos muertos. Y por los vivos

En el 75 aniversario de la liberación de Auschwitz muchos lamentan las víctimas del pasado al mismo tiempo que denigran al Estado de los judíos vivos.


El 27 de enero conmemoramos internacionalmente el Día de Recuerdo del Holocausto, que coincide con la fecha de liberación del campo de exterminio de Auschwitz. En ese infierno fueron masacrados un millón y medio de los seis millones de judíos asesinados en la Shoá. La Shoá constituye la industrialización del odio absoluto y la crueldad insondable con fines genocidas y Auschwitz es su máxima expresión, con capacidad para eliminar a veinte mil seres humanos cada día, aparte de los que morían como consecuencia de palizas, enfermedades o hambre.

Yo no he visitado Auschwitz. Hasta ahora me he resistido. No me veo con fuerzas de confrontar directamente e in situ el recuerdo del mal absoluto. Incluso escribir de ello me causa pudor. ¿Qué decir? ¿Qué adjetivos podría aportar para reflexionar sobre la pesadilla que llevó a sociedades avanzadas, a ciudadanos formados de naciones desarrolladas, a países enteros con sus instituciones y sus sistemas educativos, a participar en esta carnicería criminal? Y no me refiero sólo a los que perpetraron los asesinatos en los campos, los que operaron las cámaras de gas, los torturadores. Me refiero a los colaboradores, muchos de países ocupados. Me refiero a los que delataron a los judíos, los que ayudaron a cazarlos. Y también a todos aquellos que asistieron en connivencia silenciosa a todo lo que ocurría ante sus narices.

A día de hoy el pueblo judío es el único que no se ha recuperado demográficamente de la pérdida de vidas que constituyó la Segunda Guerra Mundial. Y tampoco lo hará nunca del todo cultural y socialmente del desastre que diezmó comunidades enteras, con sus costumbres, sus idiomas, sus liturgias y sus templos.

De este trauma histórico emerge una realidad judía nueva. La del pueblo judío que reconoce mayoritariamente la necesidad de ser capaz de defenderse sin la voluntad o la protección de otros. La del judío asertivo preparado para confrontar a sus enemigos en el campo del saber y la razón y también en el campo de batalla. Tras el trauma de la Shoá se asienta definitivamente la aceptación prácticamente universal en la diáspora de la necesidad de un estado fuerte que permita al pueblo tener un país en igualdad de condiciones con todos los demás, que proteja a sus ciudadanos y ofrezca un hogar a todos aquellos judíos que quieran buscar allí su hogar y su refugio.

Y, con todo ello, se asienta el compromiso de los judíos del mundo de apoyar a ese estado que nos ofrece el último y definitivo refugio contra odio ancestral que pervive contra nuestro pueblo. De ahí que la lealtad compartida que sentimos muchos judíos españoles hacia nuestra patria, España, y hacia el estado de los judíos, a pesar de lo que quieran hacer ver los antisemitas conspiranoicos, no sólo no es conflictiva, sino perfectamente natural y complementaria, pues se retroalimenta de la fidelidad a dos estados democráticos, con valores compartidos e intereses alineados. Por mucho que pretendan forzarnos a la falaz disyuntiva de confesar si queremos más a papá o a mamá.

Y como ha evolucionado la realidad de los judíos desde el Holocausto, también el antisemitismo ha adoptado nuevas formas desde las que expresar su obsesión ancestral y enfermiza. Una inquina ahora reforzada por lo que los que odian a los judíos más temen y detestan: los judíos que tienen los medios y la voluntad de defenderse y el compromiso de un estado que asegura el fin de la impunidad de los que ejercen violencia contra ellos, dondequiera que se produzca .

Cuando después del intento de exterminio perpetrado por los nazis pocos se atrevían a reconocerse como antisemitas, las conductas que históricamente han mostrado aquellos que aborrecen a los judíos, como su deshumanización y demonización, se comenzó a aplicar de un modo más socialmente aceptable, a un nuevo sujeto objeto de su rencor: el judío colectivo, Israel, que garantiza la libertad y seguridad de sus ciudadanos, la mitad de los judíos del mundo.

No hay que escarbar ni un poco para encontrar la terminología, la narrativa y los métodos, tales como el boicot, los libelos y la aplicación de normas discriminatorias y excluyeres que con tanta saña aplicaron los nazis tras su ascenso al poder, adoptadas hoy por los antisemitas que ponen en la diana a Israel y todos los que lo apoyamos.

Esos antisemitas son fácilmente identificables ahora: en España han conseguido puestos en el nuevo gobierno, han sido financiados por una la teocracia chita que busca la destrucción de Israel y sus ciudadanos y fomentan campañas para la exclusión social, política y económica de los amigos del estado judío aquí, Gobiernan la segunda ciudad de España y desde los consistorios y parlamentos regionales en los que participan aprueban declaraciones y disposiciones que nos convertirían en ciudadanos de segunda en nuestro propio país. Fomentan la discriminación a nuestra minoría desde las instituciones que deberían velar por nuestros derechos y libertades. Se llaman Podemos y el movimiento BDS. Operan en connivencia con la izquierda secesionistas, el yihadismo internacional y aliados de grupos extremistas de la llamada interseccionalidad. Y comparten sin rubor pancarta con neonazis racistas, pues los extremos se tocan y se alienan en su odio contra los valores occidentales que la tradición judía e Israel representan.

En este 75 aniversario de la liberación de Auschwitz asistimos a una condena prácticamente universal del genocidio que cometieron los nazis contra los judíos y el intento de exterminio de otros colectivos. Asistimos al consenso generalizado en los medios, la academia y la política de lamentar las atrocidades que llevaron al asesinato de un millón y medio de niños judíos indefensos. Lloran el recuerdo de los judios muertos. Pero muchos lo hacen a la vez que denigran, atacan e incluso jalean a los que buscan destruir al estado de los judios vivos, eliminar a sus ciudadanos y hostigar a los que los apoyamos. No nos engañan. Con diferente careta, son los mismos.

 

 
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