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| viernes marzo 29, 2024

El discurso de Barack Obama


Julián Schvindlerman

Comunidades 8/6/11

El discurso del presidente estadounidense sobre Oriente Medio, pronunciado a mediados de mayo último, duró aproximadamente 45 minutos, de los cuales poco más de 10 fueron dedicados al conflicto palestino-israelí. No obstante, fue este segmento el que más atención recibió. El mismo contuvo elementos positivos y negativos desde cualquier perspectiva que se lo mire y puede ser elogiado por su esfuerzo en balancear las preocupaciones y reclamos de ambas partes. A la vez, los aspectos problemáticos del discurso son reales y dieron lugar a un público contrapunto entre Washington y Jerusalem. Vayamos por partes.

El presidente Obama fue inequívoco respecto de ciertas posturas palestinas: “esfuerzos para deslegitimar a Israel fracasarán. Acciones simbólicas para aislar a Israel en las Naciones Unidas en septiembre no crearán un estado independiente. Los líderes palestinos no conseguirán la paz o la prosperidad si Hamas insiste en un sendero de terrorismo y rechazo. Y los palestinos nunca realizarán su independencia negando el derecho de Israel a existir”. Agregó que el estado palestino deberá ser desmilitarizado y cuestionó el acuerdo de unión nacional entre Fatah y Hamas. Nada para objetar, mucho para aplaudir. Asimismo, fue claro a propósito de un asunto crucial: “una paz duradera abarcará a dos estados para dos pueblos: Israel como un estado judío y la patria para el pueblo judío, y el estado de Palestina como la patria del pueblo palestino…”. Esta definición automáticamente excluye la realización del “derecho al retorno” palestino (en rigor, es un reclamo, no un derecho) dentro de Israel, pero un repudio más explícito hubiera sido atinado.

“En cuanto a Israel”, dijo Obama, “nuestra amistad está arraigada profundamente en una historia compartida y en valores compartidos. Nuestro compromiso con la seguridad de Israel es inquebrantable… Pero precisamente por nuestra amistad, es importante que digamos la verdad: el status quo es insostenible, e Israel también debe actuar con firmeza para hacer avanzar una paz duradera”. Esta referencia al “también” es llamativa y constituye una equivalencia injusta. Desde los Acuerdos de Oslo en 1993, ha habido seis primeros ministros en Israel -Rabin, Netanyahu, Barak, Sharon, Olmert y nuevamente Netanyahu- todos los cuales han hecho importantes esfuerzos por la paz. Rabin rescató a la OLP de la extinción inminente y la erigió como un socio respetable de la paz ante el mundo entero, Barak ofreció concesiones inéditas en Camp David, Sharon retiró a Israel de Gaza, Olmert reiteró y reforzó las ofertas territoriales y las concesiones políticas, y Netanyahu se manifestó a favor de un estado palestino e incluso congeló la construcción de asentamientos por un período de casi un año. ¿Y el liderazgo palestino? Estrictamente consistió en dos personas: el mítico Yasser Arafat, quien pasó a la historia palestina como el Saladino inclaudicable y a la historia universal como el hombre que desperdició la mejor oportunidad para lograr la paz; y Mahmoud Abbas, quien, si bien luce más moderado políticamente que Arafat, en el análisis final no se apartó ni un milímetro de los reclamos nacionalistas maximalistas de su predecesor y llegó, incluso y poco tiempo atrás, a oponerse a la negociación directa con los israelíes y a condicionar las tratativas a la satisfacción de sus reclamos. A diferencia de Arafat no lanzó (¿todavía?) una Intifada, pero incorporó al movimiento fundamentalista Hamas al gobierno y está intentando obtener un estado palestino por medio de la imposición de la ONU, en vez de la negociación con Israel.

Las más polémica de las afirmaciones de Obama, empero, refirió a las fronteras entre Israel y el futuro estado palestino: “Nosotros creemos que las fronteras de Israel y Palestina debieran estar basadas en las líneas de 1967 con intercambios mutuamente acordados…”. Está ha sido una premisa diplomática de negociación presente por algún tiempo pero nunca antes un presidente estadounidense la había oficializado como objetivo de la política exterior norteamericana ni la había respaldado públicamente. Es cierto que Obama la presentó como un parámetro y no como el destino último, y habló de intercambios negociados, pero claramente explicitó la forma final que las fronteras, a grandes rasgos y en su visión, deberán tener. Estas líneas fueron definidas décadas atrás por un canciller laborista, Abba Eban, como las “fronteras Auschwitz”, y por el premier del Likud, Benjamin Netanyahu, como “fronteras indefendibles”. Para una nación que se vio atacada luego de evacuar zonas previamente ocupadas, tanto desde El Líbano como desde la Franja de Gaza, y que ve como su acuerdo de paz con Egipto de tres décadas pasó a ser cuestionado luego de pocas semanas de revueltas por el 54% de los egipcios (encuesta de Pew Global Research de abril pasado), la insistencia en la dimensión territorial de la disputa luce extraña.

Al exacerbar las aprehensiones de Israel y al potenciar la intransigencia palestina, Barack Obama terminará saboteando aquello mismo que desea estimular.

 
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