Mario Satz
Un caso real y conmovedor.
Yoshiro Tamashi, discípulo del famoso hebraísta japonés Setsuzo Kotsuji, descendiente de sacerdotes Shinto y reputado maestro de meditación, entró en la Alianza del Pueblo del Libro con el nombre de Noé, Noé Tamashi, tras estudiar cuatro años y dos meses en la perfumada soledad de un jardín de Kioto el Séfer yetzirá o Libro de la formación y llegar a la conclusión de que la universalidad de la luz no es menor que la experiencia mística del relámpago que la transmite. Como un ábaco de múltiples combinaciones la Torá le había permitido navegar por el tiempo y por el hiperespacio del dolor y el éxtasis. Un consuelo magro, si se piensa que descendía de una familia que pereció en las radioactivas cenizas de Hiroshima. Cuando leyó en el Yetzirá el pasaje que sostiene que ´´los diez números corresponden a los diez infinitos: su percepción se parece al relámpago y, en definitiva, se dirigen hacia el infinito,´´, y volvió a repasar sus letras dos, tres veces más, atónito, temblando como una hoja de papel de arroz, le vinieron a la boca los versos del poeta Bashô:
Admirable
aquél que ante el relámpago
no dice: la vida huye
Un mismo, impresionante resplandor da vida a incontables soles y consume una inocente porción de la tierra para siempre. Un mismo brillo precede a la muerte y anuncia el renacimiento. Noé Tamashi se miró las manos, contó sus dedos y en un simple parpadeo vio allí los diez infinitos de su iluminación. Sintió entonces un amor tan grande, una compasión tan enorme por todo lo viviente que fue a croarles a las ranas del estanque de un templo suspiros y jadeos, monosílabos y sollozos de gratitud, pues descubrió que convertirse es volver al punto de partida.
Cuando los verdes anuros se callaron, comprendió hasta qué punto lo habían oído.
Efectivamente el Séfer yetzirá o Libro de la formación dice, en su capítulo II, que tal es el carácter de la percepción suprema, sugiriendo a los estudiantes de Kábala que el relámpago es una danza entre campos magnéticos, el beso de dos mundos que se reconocen, una rajadura celeste a través de la cual el cielo muestra su auténtico rostro de ilimitada energía. Por otra parte, como sucede que, por su valor numérico, la habraká o iluminación (hqrbh = 312 ) equivale a un retorno, shib ( by& = 312 ), quien llega a iluminarse retorna, quien retorna es donde está, y quien es, sólo por ese simple hecho está, ya, implícitamente realizado.
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