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| martes noviembre 19, 2024

Algunas observaciones sobre ética y moral


Marcelo Wio

 “La ética se alimenta demasiado del Mal y del Otro para no gozar en silencio (silencio que es el revés abyecto de su palabrería)… Ya que el nudo que domina a la ética es siempre tener que decidir quién muere y quién no”, Alain Badiou

La ética judía insiste en la autonomía de la ley moral. Cada hombre es un una persona moral, de ahí que sea un agente y no una herramienta o una cosa. No se trata de un mero “deber” que demanda, sino una certeza de que el hombre “puede” hacer aquello que “debe hacer”. Esto implica una “codificación” ética positiva, determinada, en última instancia por el destino de la humanidad. De esta forma, la ética judía deduce y proclama sus demandas a partir de la libertad de voluntad del hombre.

Por otra parte, cabe señalar que la ética judía no está fundada en la doctrina del absoluto libre albedrío, sino en la libertad de elección entre motivos o motivaciones. El hombre, sostienen Kaufman Kohler y Emil Hirsh, actúa sobre los motivos; pero la educación, la disciplina, el entrenamiento mental para reconocer la influencia que los motivos tienen sobre la acción, y el poder testarlos según su concordancia o disonancia con el ideal humano de conducta, posibilita tomar mejores decisiones y eliminar todas las motivaciones más bajas. Y a su vez explican que las condiciones sociales no son permanentes; “el hombre las ha cambiado según su voluntad, bajo una visión más profunda, convirtiéndolas en la ley moral para relacionarse con otros hombres”. Puesto que la voluntad está determinada por las motivaciones, y que estas surgen de las condiciones fijadas por la herencia y el entorno; se deduce que el hombre es responsable de las condiciones que legan a la posteridad.

De esta manera, el artículo 15 de la Carta Fundacional de Hamás hace toda una declaración de intenciones, no sólo para el presente, sino a través del legado que deja para las generaciones venideras, al indicar que “es necesario instalar el espíritu de Yihad en el corazón de la nación, para que se enfrenten a los enemigos y engrosen las filas de los combatientes… Es importante que se introduzcan cambios básicos en los programas escolares, para purgarlos de los residuos de la invasión ideológica que los afectó por obra de los orientalistas y misioneros que se infiltraron en la región tras la derrota de los Cruzados a manos de Salah el-Din (Saladino)”.

Como el corpus moral y su modo de aplicación son consensuados por los miembros de una sociedad y aceptado por el resto, aquello que está mal y aquello que está bien es una interpretación de misma sociedad. Es la sociedad la que puede hacer que un acto sea criminal o un hecho que ha de ser festejado en las calles mientras el perpetrador es elevado a la categoría de mártir y héroe nacional. Esa conformidad normaliza un acto que para otra sociedad se sale de la norma, intenta subvertirla, va contra ella y por eso mismo es punible. Es, por lo tanto, como mínimo perverso que los islamistas intenten usufructuar un código moral que no reconocen como propio (y con el que están en total desacuerdo) como arma arrojadiza contra las víctimas de sus odios, contra los que se encuentran entre sus objetivos, y que por ello han de ser eliminados como un obstáculo, como una entidad sin humanidad. Esto es pérfido, pero lo es aún más que los depositarios de la concepción moral “occidental” se sumen a esa suerte de fiesta de hipocresías para poder canalizar sus propios sentimientos y conceptualizaciones hacia el mismo objetivo común: Israel, o los judíos.

Conviven, por conveniencia dos éticas (o más, según convenga), dos derechos (o más, o ninguno), porque no todos son iguales. Ni para los europeos, ni para los palestinos ni para el islamismo. Los europeos ven, por una parte, en los palestinos a seres incapaces de los que no se espera otra cosa que el comportamiento que exhiben (y que puede ser disculpado porque, convenientemente, no se les supone otra forma de canalizar su “desesperación”); y como incapacitados, necesitados del auxilio de la sociedad civilizada que, a su vez, y de esta manera, puede poner en práctica públicamente y de manera políticamente correcta su ancestral anti-judaísmo o antisemitismo y poder barrer así cuestiones nacionales debajo de la alfombra. A su vez, los palestinos se auto-perciben como seres superiores, puesto que fueron destinados por mandato divino a gobernar el mundo, a combatir el mal e implantar el reino del bien en la tierra; y mientras actúan según su propio reglamento moral se valen del occidental, a la vez, para desprestigiar a Israel y socavar su legitimidad.

Y así, la ética occidental (que, reitero, los islamistas no toleran ni comparten) sirve a los palestinos como una estrategia más a usufructuar; en tanto que a la hora de actuar lo hacen de acuerdo a sus propios valores o conveniencias. Esta coyuntura les permite inferir que ninguna acción que emprendan les acarreará importantes costes políticos ni de opinión pública; por tanto, juzgan con razón estar en posición de emprender operaciones cada vez más agresivas porque, aun si estuviesen errados en este punto, saben que sólo aparecerán, a los ojos de la opinión pública, no como responsables de las consecuencias de sus actos sino como empujados a ellos por las circunstancias impuestas por Israel.

En este modelo no hay diferenciación entre lo inextricablemente injusto y lo que es injusto debido a unas circunstancias particulares. Las circunstancia, como señala la filósofa inglesa Gertrude E. M. Anscombe en su ensayo Modern Moral Philosophy, “pueden claramente hacer una gran diferencia a la hora de estimar lo justo de lo injusto… y estas circunstancias pueden a veces incluir consecuencias esperadas”. Enseguida aclara que esto no significa que lo que ordinariamente sería un acto de injusticia, pero que no es intrínsecamente injusto, pueda ser siempre tenido como justo por un cálculo razonable de las mejores consecuencias. Juzgar cada acción únicamente a partir de sus consecuencias, olvidándose del fin deseado, de la intención de dicho acto, es a la par de reduccionista, sumamente utilitarista

Cuestiones sobre la moral

“La moral – Sostiene William Frankena en su trabajo Ethics -… es un instrumento de la sociedad como un todo para el gobierno de los individuos y grupos pequeños de sujetos. Establece unas exigencias sobre los individuos que son, inicialmente, al menos, externos a ellos. Incluso si estos individuos se convierten en portavoces de estas exigencias, como usualmente lo hacen hasta cierto punto a través de lo que se llama ‘internalización’, estas demandas siguen siendo no solamente suyas ni dirigidas únicamente para ellos. Si llegan a un desacuerdo con esas exigencias… [Aún] deben hacerlo desde un punto de vista moral que de alguna manera les ha sido inculcado”.

Por ello no es de extrañar la tenebrosa política de adoctrinamiento a la que se ven sujetos los niños palestinos desde programas como Pioneros de Mañana en la cadena televisiva Al Aqsa, de Gaza. Hazim al-Sharawi, conocido como “Tío Hazim”, justificó la idea de matar a uno de los personajes de peluche del programa (Farfour) en manos de un interrogador israelí diciendo: “Queríamos enviar un mensaje a través de este personaje que encajara en la realidad palestina… La ocupación es la razón; crea la realidad. Yo sólo organicé la información”. En ese mismo programa “infantil” se ensalza la figura del mártir, de la yihad, de la muerte. Estos serán los hábitos que tendrán a la hora de crear la moral futura como instrumento de gobierno social. ¿Qué moral, pues, será esa? ¿Qué cabe esperar de las generaciones de niños que fueron adoctrinados en el odio, en la cultura del martirologio?

El conejo Assud, también de dicho programa, le dice a Saraa Barhoum, la presentadora de once años: “¿Todos somos buscadores del martirio, no es así Saraa?” A lo que la niña le responde:”Por supuesto. Estamos todos listos para sacrificarnos por el bien de nuestra tierra. Sacrificaremos nuestras almas y todo lo que poseamos por nuestra patria”. ¿A qué punto están dispuestos a llegar si este es el mensaje para sus niños? ¿A la auto-inmolación de la propia sociedad?

Por su parte, Alain Badiou, en Ensayo sobre la conciencia del mal, que toda intervención en nombre de la civilización exige un desprecio primero de la situación entera, incluidas las víctimas. Y es por lo que la ‘ética’ es contemporánea, después de decenios de valientes críticas al colonialismo y al imperialismo de una sórdida auto-satisfacción de los ‘Occidentales’, de la machacona tesis según la cual la miseria del Tercer Mundo es el resultado de su impericia, de su propia inanidad, en resumen, de su sub-humanidad”. Y finalizaba arguyendo que lo que “que nos es aquí ensalzado, lo que la ética legitima, es en realidad la conservación, por el pretendido ‘Occidente’, de lo que él posee”. Así, basta una mirada a la autoproclamada Flotilla por Gaza, amén de la agenda política y propagandística que perseguía.

Por ello, sobre todas las cosas, tal como certeramente manifiesta Alan Dershowitz en The Case for Israel “el contexto es esencial para llevar a cabo cualquier evaluación justa sobre el comportamiento de una Nación”. De esta manera, así juzgadas las acciones de Israel – postula – en su guerra contra el terrorismo y los ataques externos, reciben una calificación relativamente elevada. “De hecho, ninguna otra Nación que se haya enfrentado a amenazas comparables, tanto externas como internas, ha sido más proteccionista para con los civiles del bando enemigo, ni más dispuesto a asumir riesgos para conseguir la paz, ni más comprometido con el imperio de la ley”, amplía.

La diferencia moral entre los terroristas palestinos y el ejército israelí es abismal: mientras los primeros tienen como objetivo matar y herir al mayor número de civiles inocentes; el ejército de Israel avisa antes de cada ataque mediante mensajes de texto, panfletos arrojados desde aviones, a través de altavoces, y arriesgando a sus propios soldados al ponerlos en el frente de las operaciones. La grieta ética es tan evidente como la necedad de los que eligen no verla y justificar las acciones terroristas como una reacción lógica y llamar a los terroristas milicianos o luchadores por la libertad. Los mismos terroristas que, cuando estuvieron bajo la órbita de Jordania y Egipto, sin libertades ni derechos, sin estatutos de ciudadano, marginados de la vida social de esos países, reaccionaron, claro, contra Israel. Así, justificar ahora a Hamás, a la miríada de grupos yihadistas, es un acto de cinismo burdo.

¿Cómo, entonces, han de articularse las herramientas morales ante una situación como la presente, donde hay una ausencia manifiesta de equivalencia moral? ¿Cómo es posible que no se tengan en cuenta las circunstancias particulares – las motivaciones, las intenciones, los fines que se persiguen en cada caso – a la hora de hacer una evaluación, de emitir un juicio? Forzando mucho el Val KaHomer, cabría preguntarse cuántas son las restricciones morales del otro si a nosotros se nos exigen estas tantas. ¿Y si aquellos llegan al punto de despreciar la vida de sus propios hermanos, qué es, entonces, lo que se espera de nosotros? ¿Cómo justifican los atentados contra judíos no israelíes fuera de Israel?

Algunas observaciones sobre ética y moral II

Los buenos, los malos y los de más allá

Por Marcelo Wio

“El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado”, El jardín de los senderos que se bifurcan, Jorge Luis Borges.

 

Si el presente es sólo una instancia intermedia entre un pasado y un futuro ideales, un medio para el fin definitivo del paraíso en la tierra para todos los musulmanes; este presente debe estar dividido entre buenos y malos, sin matices. Los matices obligan a conciliaciones, a pensar que el presente es lo único real, que las representaciones del futuro y el pasado son sólo eso. Un maniqueísmo rampante es preciso para ubicarse en esa realidad tan particular: donde las bondades que uno representa se han exaltado más allá de lo imaginable, y la maldad de aquel que se interpone en el camino de la consumación del designio es inagotable y absoluta. Ellos y Nosotros. Fieles e Infieles. Dar al-Islam y Dar al-Harb. Una cosmovisión bipolar.

El mal encarnado en el “Otro”, implica la benevolencia del “Nosotros”. Por ello es verdad necesaria que Israel represente ineludiblemente al Mal ya que si no fuese cierta esta premisa, la idea que tienen sobre sí sería por fuerza falsa (o falsificada y fácilmente refutable).

Mas todo sofisma posee una fuerza peculiar debido a que la auto-percepción depende del mismo biunívocamente. Toda duda queda neutralizada y desactivada por la propia falsificación. Todo lo idealmente contingente depende, en última instancia, de la imposición del Islam sobre el resto de realidades: el mal explica la falta de libertad histórica que han sufrido los ciudadanos de los diversos países musulmanes y justifica la subyugación del otro frente al Islam. Es una mirada determinista y evidentemente reduccionista, pero que funciona a la perfección para el consumo interno.

Este modelo de Bien versus Mal, Fiel versus Infiel, debe ser siempre rellenado porque en un sistema binario no puede fallar ninguna de sus partes. Y, partiendo de la premisa de Kant, en su Grundlegung zur Metaphysik der Sitten, de que el Mal es aquello a partir de lo cual se define el Bien, si el Mal es el Otro, es evidente que el Bien hemos de ser Nosotros. Además, si hay un bien, una verdad, un modo acertado, como consecuencia deben existir sus opuestos y, otra vez, si los primeros se ven encarnados en Nosotros, los accesorios, por fuerza, deben estar representados en Otros (sean quienes sean ese Otros).

Según Emmanuel Lévinas (Totalidad e Infinito) la metafísica ha ordenado el pensamiento siguiendo la lógica de lo Mismo, y es imposible reunir un pensamiento auténtico de lo Otro a partir del despotismo de lo Mismo, incapaz de reconocer a este Otro. “Esta dialéctica – explica Badiou – organiza la ausencia del Otro en el pensamiento efectivo, suprime toda verdadera experiencia del otro”. Un tanto a la manera de Martin Buber, en Yo y Tú: “Para el ser humano el mundo es doble, según su propia doble actitud ante él… Doble según la duplicidad de las palabras básicas que él puede pronunciar… Una palabra básica es el par Yo-Tú”. Ese otro, afirma Badiou, es presentable únicamente si es un buen otro, es decir, “¿qué otra cosa que un idéntico a nosotros mismos?” Ergo, “nuestro” reflejo, que no es otra cosa que “nosotros mismos”, en definitiva.

Por eso mismo, como se indica en la Jewish Virtual Library, no asombra que el mundo, para los musulmanes, se divida en Dar al-Islam (la casa del islam) y Dar al-Harb (la casa de la Guerra). La primera engloba a las tierras en las cuales un gobierno musulmán rige, y donde prevalece la Santa Ley del Islam. Los no musulmanes pueden vivir en dichas tierras, sólo tolerados por los musulmanes. El mundo exterior, que aún no ha sido subyugado es el Dar al-Harb y, estrictamente hablando, se encuentra bajo un perpetuo estado de yihad (guerra santa), tal como lo indica la ley. La paz, así, sólo puede entenderse como una estrategia transitoria, que no busca la convivencia sino ganar tiempo para lograr el dominio de dicha geografía.

Actualmente los islamistas suelen englobar dentro de Dar al-islam, a toda región habitada por musulmanes o que alguna vez lo haya sido. Entre ellos España, Portugal, Chipre, Grecia, Sicilia, Israel, o los Balcanes. La paz, tal como se entiende en Occidente no es posible en esta lógica. Quien no quiera comprender esto, poco podrá entender el conflicto del que Israel toma parte, forzado por estas mismas circunstancias. No hacerlo, además, es incurrir en una negligencia a futuro, puesto que la yihad es global; los territorios que “reclaman”, vastos; y la ley que impondrán, nefasta.

Algunas cuestiones sobre ética y moral III 

Entre Tzahal y el integrismo islámico, un abismo moral

Por Marcelo Wio

 

“Los hombres y mujeres de la Fuerza de Defensa Israelí utilizarán sus armas y la fuerza sólo con el propósito de su misión; sólo en la medida necesaria; manteniendo su humanidad incluso durante el combate. Los soldados de la IDF no usarán sus armas ni la fuerza para dañar a los seres humanos que no son combatientes o que prisioneros de guerra; y harán todo lo posible para evitar causar daño a sus vidas, su dignidad y sus propiedades”, Tohar haneshek (Pureza de las armas).

Cita en la Carta Fundacional de Hamas: “Israel existirá y seguirá existiendo hasta que el islam lo aniquile, como antes aniquiló a otros.” (El Mártir, imán Hassan al-Banna, fundador de los Hermanos Musulmanes en Egipto).

El profesor Michael Walzer, de la Universidad de Princeton, un firme crítico de la ocupación israelí y autor del ya clásico Just and Unjust Wars, señala que: “… en la batalla, el ejército israelí regularmente acepta riesgos para sus propios hombres con el fin de reducir los riesgos que pueda plantear a la población civil. El contraste con la forma en que los rusos pelearon en Grozny, por tomar el ejemplo más reciente de guerra urbana a gran escala, llama la atención, y el indicio crucial de ese contraste es el menor número de bajas civiles en las ciudades palestinas a pesar de la dureza de los combates”.

El pensador argentino Juan Bautista Alberdi, anti-belicista, en su libro El crimen de la guerra, aseguraba: “La estadística no es un medio de probar que la guerra es un crimen. Si lo que es crimen, tratándose de uno, lo es igualmente tratándose de mil, y el número y la cantidad pueden servir para la apreciación de las circunstancias del crimen, no para su naturaleza esencial, que reside toda en sus relaciones con la ley moral… Que el crimen sea cometido por uno o por mil, contra uno o contra mil, el crimen en sí mismo es siempre el crimen”. Y se preguntaba: “¿Quién decide lo que es una acción contra el opresor y no un acto de agresión contra la población civil? ¿Cómo pueden los activistas europeos, en su mayoría sin conocimiento del conflicto, del terreno, de las gentes que habitan sobre el mismo, proclamarse en jueces y verdugos mediáticos de una realidad que no sólo no los toca de cerca sino que puede ser un espejo en el que deberían mirarse a sí mismos, a sus políticas actuales con respecto a África, con el Tercer Mundo, la constante expansión de sus empresas con la concomitante extracción de recursos; su pasado y presente belicista, las estadísticas de sus bombas (ya que gustan de números)?”. No lo escribió ayer, sino alrededor de 1870, y aún conserva su vigencia. ¿O es que a nadie le suenan sus interrogantes, y a quiénes va dirigido?

Podríamos preguntarnos, entonces, mediante qué artimaña moral se pueden siquiera ‘comprender’ los actos terroristas de Hamas y los grupos yihadistas. ¿Por medio de qué funambulismo ético se le puede negar a Israel el derecho a la auto-defensa? ¿Cómo hacerlo y, a la vez, defender la presencia de sus propios ejércitos en Afganistán, Libia e Irak? ¿Cómo hacerlo y justificar, al mismo tiempo, los bombardeos llevados a cabo por sus fuerzas aéreas en los Balcanes? El propio Alberdi podría darles una clase magistral de derecho internacional y de ética aplicada: “La guerra no puede tener más que un fundamento legítimo, y es el derecho de defender la propia existencia. En este sentido, el derecho de matar se funda en el derecho de vivir, y sólo en defensa de la vida se puede quitar la vida. En saliendo de ahí el homicidio es asesinato, sea de hombre a hombre, sea de nación a nación. El derecho de mil no pesa más que el derecho de uno solo en la balanza de la justicia; y mil derechos juntos no pueden hacer que lo que es crimen sea un acto legítimo… ¿Qué clase de agresión puede ser causa justificativa de un acto tan terrible como la guerra? Ninguna otra que la guerra misma.

Un versículo de la Torah dice: “Tu hermano vivirá contigo”. Haim Cohn vicepresidente emérito del Tribunal Supremo de Israel, sostiene en Los derechos humanos en la Biblia y en el Talmud, que esta frase puede interpretarse como que tanto uno como su hermano deben vivir tanto tiempo como sea posible, y no que uno deba morir para que viva su compañero. “Esto está, asimismo – amplía Cohn – en la base misma de los derechos humanos: cuando reclamas un derecho para ti, debes garantizar el mismo derecho para los demás. Tú no puedes utilizar tu derecho – y el derecho a la vida está incluido en este punto – a costa de negar ese derecho a otras personas”. En tanto, en la Carta Fundacional de Hamas, aparece la siguiente cita del imán Hassan al-Banna, fundador de los Hermanos Musulmanes de Egipto: “Israel existirá y seguirá existiendo hasta que el islam lo aniquile, como antes aniquiló a otros.”

El magistrado israelí concluye que el respeto por la vida de los demás no puede prevalecer sobre el derecho a la defensa propia y el precepto de salvarse. Y aún así se acusa a Israel de los crímenes más peregrinos; se señala al Estado judío como blanco único de críticas reiteradas, generalizadas, no focalizadas en un hecho o política puntual. Críticas que, así formuladas y articuladas, exceden la misma definición de la palabra y pasan a convertirse en un acto de discriminación y deslegitimización. Etiquetar va creando, sin duda alguna, en aquellos que lo hacen, hábitos mentales que, a su vez, crean inevitablemente hábitos morales, o hábitos de interpretación moral.

Raymond Ibrahim, director asociado del Foro de Oriente Medio, en su ensayo War and Peace – and Deceit – in Islam, señala que el internacionalmente reconocido historiador y filósofo musulmán Ibn Khaldun manifestaba: “En la comunidad musulmana la guerra sagrada [yihad] es un deber religioso debido al universalismo de la misión musulmana y a la obligación de convertir a todos al Islam, ya sea mediante la persuasión o la fuerza… El Islam tiene la obligación de obtener el poder sobre las otras naciones”. Ibrahim también reproduce la declaración de un nuevo grupo islámico asociado a Hamás, Jaysh al-Umma (El ejército del Islam), en la que manifestaban, otra vez, que los musulmanes de todo el mundo están obligados a luchar contra los israelíes y contra los infieles hasta que el Islam rija sobre el mundo.

Luego de conocer estas doctrinas, ¿cuál puede ser la diferencia entre un moderado y un radical? ¿Acaso los primeros utilizan más comúnmente la estrategia de las treguas, la dialéctica de la paz, el victimismo como arma; en tanto los segundos son más explícitos? Si es así, el fin no deja de ser el mismo. Las consecuencias de ese objetivo tampoco. Pretender, entonces, aplicar la ética “occidental”, emanada de unos ciertos hábitos particulares, a un ambiente totalmente diferente – del que a su vez, por lógica consecuencia surgen conceptos y hábitos distintos; incluso muchas veces opuestos – es un acto de indolencia y temeridad. Además pensar que se tiene el derecho y, es más, la obligación de intervenir en un conflicto del que no se conocen todos sus aspectos, es una actitud propia de la herencia colonialista, habituada a que se haga y crea todo lo que esa sociedad promulgue.

Y aún así, como señala Denis MacEoin, en Tactical Hudna and Islamist Intolerance, en el Middle East Quarterly, existe una tendencia en algunos comentaristas y periodistas occidentales a transmitir una equivalencia moral en nombre del equilibrio. “Un artículo – ejemplifica – de 2005 de The Guardian argüía que tanto israelíes como palestinos debían reconocer el daño que habían provocado y conceder que ambas partes merecían ser culpadas. Más recientemente, el menor número de víctimas en Sderot era ‘balanceado’ contra el mayor número de pérdidas palestinas en Gaza, a pesar de que las primeras son el resultado del terrorismo contra la población civil y las últimas debidas a acciones de defensa de un estado soberano”. A la vez que advertía que la prensa occidental puede haberse acostumbrado a tales mensajes. Lo cual crea un hábito y, retomando las teorías de génesis de moral, crean un patrón de comportamiento que en definitiva es un generador ético.

 

Algunas observaciones sobre ética y moral IV

¿Apartheid y genocidio? No

Por Marcelo Wio

 

Durante la guerra de independencia argelina, entre 1954 y 1962, que enfrentó a Francia y Argelia, tal como grafica Ben Dror Yemini (A Homemade Genocide), “no hay duda de que los franceses mataron a cerca de 600 mil musulmanes. Y estos eran los franceses, que no cesan de sermonear a Israel, el mismo Israel que en toda la historia de su conflicto con los árabes no ha siquiera alcanzado una décima parte de ese número”.

En el caso del Tribunal Superior de Justicia de Israel (Bagatz) 6698/95, del 8 de marzo de 2000, la Suprema Corte corroborando el derecho a la igualdad en el caso específico tratado, decidió a favor de Aadel e Iman Kaadan, ciudadanos israelíes árabes, declarando que el Estado no estaba autorizado a otorgar tierras del país a la agencia judía a efectos de que ésta creara un poblado comunitario en Katzir discriminando entre judíos y no judíos. ¿Existe una sentencia siquiera similar del Apartheid de Sudáfrica? La respuesta es no.

De hecho, como relata Thomas Friedman, en su artículo Suicidal Lies, en el New York Times, el propio Ismail Haniya, un líder de Hamás declaró en el Washington Post que los palestinos tienen a los israelíes acorralados porque han descubierto su punto débil: los judíos, dijo, “aman la vida más que ningún otro pueblo, y prefieren no morir”. Pero, a la hora de vender su propaganda, parece que los judíos, de pronto, desprecian la vida. Mas no importa, las contradicciones se pasan por alto con una facilidad pasmosa.

Cómo puede hablarse de Apartheid a la hora de mencionar a Israel si, como bien indica Alan Dershowitz en The Case for Israel, su Corte Suprema ha desautorizado al ejército y al gobierno y los ha hecho operar bajo el imperio de la ley. El New York Times, en mayo de 2003, sostenía que “uno de los aspectos más inusuales de la ley israelí era el rápido acceso de los peticionarios, incluidos los palestinos, a la Corte Suprema Israelí”. Igual que Irán, en China, en Arabia Saudita, en Rusia o en Somalia. Exactamente el mismo proceder que durante el Apartheid en Sudáfrica. Incluso Raji Sourani, director del Centro Palestino para los Derechos Humanos en Gaza, y un estridente crítico de Israel, según señala Desrshowitz, ha declarado que continúa asombrándose “por los altos estándares” del sistema legal israelí.

Y si recién nombraba a China, es interesante recordar que cuando el gobierno chino mató a los manifestantes en la Plaza de Tiananmen en 1989, Arafat fue, según detalla Dershowitz, la primera persona en congratular a Jiang Zemin, entonces Secretario General del Partido Comunista Chino, por sofocar la manifestación. Así lo expresaba Arafat: “Me gustaría aprovechar esta oportunidad para expresar mi extrema satisfacción de que haya podido restablecer la normalidad luego de los recientes incidentes en la República Popular China. Le deseo a usted, y a sus amigos íntimos, un mayor progreso en su esfuerzo por lograr los deseos, metas, aspiraciones, estabilidad y seguridad de nuestros amigos, el Pueblo Chino”.

La filósofa Jean Bethke Elshtain, de la Universidad de Chicago, escribió: “Si no podemos distinguir entre la muerte de combatientes del blanco intencionado de civiles pacíficos, vivimos en un mundo de nihilismo moral. En un mundo así, todo se reduce al mismo matiz de gris y no podemos hacer distinciones que nos auxilien en nuestros rumbos políticos y morales”. Dershowitz explica que “este fracaso a la hora de comprender – o peor aún, de comprender pero de no reconocer – alienta a aquellos que deliberadamente emplean el asesinato de civiles como medios para alcanzar una ‘igualdad moral’ con sus enemigos, más humanos, en la corte de la opinión pública. La cruel ironía es que para algunos fanáticos, Israel no es siquiera considerado como un equivalente moral de sus enemigos terroristas”. Hay diferencias cualitativas entre los errores (o el mal) no intencionado y el mal intencionado. De hecho, como bien acota el propio Dershowitz, ninguna sociedad civilizada considera el asesinato en primer grado como moralmente equivalente al homicidio negligente.

 

Y así y todo, ¿Cómo es posible que se hable de Apartheid contra los árabes cuando cuentan con representación en el Parlamento israelí? Cuando tienen acceso a la educación, a la sanidad y al mercado laboral en igualdad de condiciones que cualquier israelí. Cuando su lengua es lengua oficial del Estado de Israel. Cuando gozan de libertades civiles y religiosa. Cuando, en definitiva, son ciudadanos de pleno derecho. Sólo mediante una retorcida pirueta retórica e hipócrita puede tildarse a Israel de estado segregacionista, sólo con el fin de deslegitimizarlo.

 
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