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| lunes diciembre 23, 2024

La infelicidad árabe


Mario Satz

Porisrael.org

Mientras las encuestas dan a Israel como uno de los países más felices del mundo a pesar de sus muchos problemas sin resolver, problemas conocidos por todos, no ocurre lo mismo en su entorno. Los judíos son más felices que los árabes y sin duda a causa de sus mujeres, madres, amigas o amantes. La división tajante que el Islam hace entre los derechos de las féminas y los de los hombres, la tendencia a castigarlas y agredirlas, tiene, sin duda, que ver con esa dificultad para ser felices o al menos es una de sus causas profundas. La segunda es que, cuando ven lo que sucede a su alrededor, cuando perciben algún éxito fuera de sus fronteras, les corroe la envidia y la furia, los azuza el resentimiento y salen a la calle a condenar a Estados Unidos y a Israel de todos sus males. Su incapacidad crítica es tan grande que asombra que aún haya quien pueda creer que sin ese talento se pueda evolucionar, es decir salir del marasmo de la mediocridad y desuncirse de la noria de la repetición. Cuando Europa se alejó del duro yugo de la Iglesia y empezó a plantearse, en el Renacimiento, absolver al cuerpo humano de la culpa innata, comenzó también a respirar con amplitud. Un Renacimiento que los árabes están lejos de haber tenido.

Claro que tal vez la felicidad, y sobre todo la felicidad individual, no sea uno de los proyectos que el Islam albergue en su seno. Observando lo que hoy ocurre en Egipto y las preocupaciones de los extremistas religiosos por ceñir la vida cívica con el estrecho anillo de la vida religiosa, se comprende aún más que la felicidad de la que hablamos se aleje a pasos agigantados de sus buscadores. Los incipientes brotes de libertad, el anhelo democrático y la libertad de expresión reculan hacia la clandestinidad. Aquellos que estaban en las primeras filas de las manifestaciones reclamando derechos y  condenando el orden establecido, se tienen que ir del país o sentarse en las polvorientas terrazas de El Cairo a fumar el narguile de la decepción. Pronto la marea negra del fundamentalismo manifestará su iconoclastia, el ala militar más cerca del salafismo desplazará a los generales más abiertos y tolerantes y habrá, al igual que en  Turquía, un creciente retroceso de la sociedad civil a favor de la sharía. Se diría que el motor emocional que hace temblar al mundo árabe es la nostalgia saladínica, el viejo gusto por la babucha y las barbas teñidas de rojo, y  no el proyecto de un futuro abierto y en consonancia con el resto del mundo, léase China, la India y todas aquellas zonas del planeta que luchan por unirse a la civilización planetaria en la que ya vivimos.

            Algo tan sencillo y, a la vez, tan delicuescente como la felicidad, no interesa en los ambientes humanos que optan por el ocultamiento y el rechazo del cuerpo libre. Roguemos que el ánimo estricto y el gusto por la intolerancia no contagien demasiado a Israel, que también tiene sus negros integristas mordiendo un trozo del pastel del poder. Y roguémoslo en voz bien alta. El bueno de Bashevis Singer solía decir que cada año en el exilio había agregado al judío una nueva prohibición. Olvidó decir también que cada año de existencia y triunfo de la vida en Israel eliminó esas dramáticas y pesadas prohibiciones liberando tanta energía creadora que cada día tenemos mil y un motivos de asombro para felicitarnos por ser contemporáneos de ese milagro. El milagro llamado Israel.

 
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