Por Israel


Defendemos un ideal no a un gobierno
Síguenos en Facebook Twitter Twitter YouTube RSS Feed
| domingo diciembre 22, 2024

Ética en situación de guerra


Ezequiel Eiben

21/9/2012
5 Tishrei 5773


Una sola ética

La ética para situaciones especiales debe ser como un brazo de la misma ética que se utiliza para la vida en general. El hombre no debe tener dos o varias éticas distintas, sino una sola, desde la cual valorará las variadas situaciones que se presenten frente a él. Los principios básicos siempre deben ser los mismos, y no debe alterarlos o adulterarlos de acuerdo a los diferentes contextos en los que se encuentre. Lo que sí debe hacer es adaptar su aplicación mediante un análisis contextual. Así, el hombre evitará contradicciones, dobles discursos, y choques de valores mutuamente excluyentes. De modo que en el tema que nos convoca, más que hablar de una ética de la guerra, hay que hablar de una ética (la única) en situación de guerra. En este caso, al explayarnos sobre un fenómeno de enormes proporciones, en el que los protagonistas son individuos conformados en organizaciones, países o Estados[1], necesariamente tendremos que hablar por momentos a nivel de grupo; pero nunca entendiendo a un grupo social como una entidad supraindividual, por encima de sus miembros, sino siempre observándolo como la suma de sus individuos, como la cantidad dada de sus integrantes.

Dos alternativas


En líneas generales, hay dos grandes alternativas éticas entre las cuales tendrá que elegir un país[2] para conformar el código de valores de su ejército: el egoísmo y el altruismo. El egoísmo es la preocupación por el propio interés, que conlleva la consideración del hombre como un fin en sí mismo y no como medio para los fines de los demás. El altruismo es el posicionamiento de los demás por encima de la propia persona, o del interés de otros por encima del interés propio, que acarrea la consideración del hombre como medio para los fines de otros. La diferencia entre ambos códigos morales es crucial, y las aplicaciones que se derivan de uno y otro llevarán a resultados completamente distintos. Tan determinante es la distinción, que puede simbolizarse como la línea que se traza entre la vida y la muerte. Egoísmo y altruismo son contrarios, opuestos e irreconciliables. El encargado de delinear las ideas que regirán los movimientos de un ejército tendrá que optar irremediablemente en esta disyuntiva, y el éxito o fracaso de sus fuerzas armadas dependerá de ello.

Altruismo

 
¿Cómo opera un ejército que ha elegido al altruismo como código moral? En la práctica, ¿cómo se ven reflejadas sus premisas?
En primer lugar, el ejército no solo depende de la moral que haya abrazado, sino también de la ética adoptada por el Estado del cual forma parte. Un Estado altruista lo enviará a pelear guerras que no son de su interés, porque actuar acorde al interés propio situándolo por sobre el interés de los demás es algo típico de los egoístas, y estos últimos son condenables a sus ojos. Por lo tanto, la defensa estricta del interés nacional[3] que tuviere ese Estado no sería un determinante para pelear, sino los intereses de otros. Así, un Estado altruista escogería ayudar a otros, poniéndolos por encima, viéndolos como valores más altos que la propia conservación.

¿Qué sucede entonces con el ejército? Se convertiría en una banda militar compuesta por seres sacrificables y sacrificados que no actuarían por el interés real de su nación (de los miembros de su nación, se diría con mayor precisión desde el egoísmo individualista) sino por el cumplimiento de objetivos de otras naciones.

El propósito mismo de un ejército, que es la defensa de su país, queda de esta forma desvirtuado; este es reemplazado por la “defensa desinteresada” de otro país, y a veces por lo que es peor, el “ataque desinteresado” contra otros en beneficio ajeno. Los soldados así serían medios para los fines de otros. Lo que reinaría sería el espíritu de sacrificio.

Llegados a este punto conviene realizar una aclaración. Un ejército agresor, al iniciar un ataque, muestra un perverso código moral, queda inmediatamente descalificado su objetivo, y ese comienzo de la violencia es repudiable desde nuestra ética. El propósito no es analizar aquí a este tipo de ejércitos que responden a fanatismos y totalitarismos estatales, sino a aquellos que pueden tener una causa justa o un motivo válido para luchar pero que eligen la moral equivocada para hacerlo; o bien evaluar aquellos que siendo víctimas de una agresión inicial terminan pervirtiendo sus medios y fines, por tomar decisiones políticas que traicionan a los que deberían ser sus objetivos máximos. De tal manera, a partir de este momento pasaremos a considerar al ejército altruista siempre en la posición de grupo militar de defensa. 

Ahora bien, no siempre el ejército altruista caerá en la situación de pelear guerras ajenas. También se da el caso en que un Estado altruista tenga que defenderse de agresores o invasores foráneos, o bien tener que pelear en otras tierras porque las circunstancias del combate han llevado a eso. Es decir, tendríamos la situación de un Estado peleando una guerra propia. Aquí la premisa básica debería ser defenderse. ¿Esto de por sí implicaría una corrección moral en el rumbo del Estado en cuestión? No necesariamente, si el ejército lleva a la práctica sus teorías altruistas y funciona como tal. Por más que el combate fuera de autopreservación, y que el Estado quisiera sobrevivir, las ideas erradas controlando las fuerzas armadas llevarían a hacer sacrificios. Surgen en este punto preguntas: combatir ¿a qué precio? Sobrevivir ¿a costa de qué? Un país altruista o con dudas sobre sus objetivos al entrar en combate, obtiene malos resultados o inferiores a los que podría haber alcanzado de tener las cosas claras. La meta de un país puede ser salvarse, pero si su ejército emplea tácticas que exponen innecesariamente a sus soldados en aras de preservar ciertos intereses enemigos, realiza sacrificios. En un ejemplo práctico, el altruismo que ve en los hombres seres sacrificables para preservar intereses ajenos, que sacrifica valores mayores por valores inferiores, hace que en una misión en la cual se podría bombardear una base enemiga, se envíen efectivos terrestres para evitar supuestos daños colaterales. Así se exponen a los propios soldados a las balas enemigas cuando aviones podrían haber hecho el trabajo con mayor eficacia y menor riesgo; se sacrifican hombres enviándolos a una probable muerte para preservar otras instalaciones que forman parte del enemigo pero que no se querían dañar (aún cuando si se dañaran sucediera de manera involuntaria e indirecta); y el valor mayor para un ejército que son los propios combatientes es puesto por debajo de algo menor o de algo que no es un valor, como son en este caso los enemigos. La perversión en la escala de valores de las fuerzas militares que pretendan congraciarse con la ética altruista muestra en definitiva las repugnantes conclusiones de querer sobrevivir como país a costa de la muerte innecesaria de sus miembros, y de combatir a un precio elevado cuando la reducción del mismo y la eficiencia en el cumplimiento de la misión están al alcance de la mano (pero la mano no se estira para alcanzarlos, para no molestar “indebidamente” nada más ni nada menos que al enemigo agresor).

Egoísmo
Ha llegado el momento de preguntarnos por el ejército que actúa bajo las premisas del egoísmo racional. A semejanza del orden seguido para lo dicho en el subtítulo del altruismo, lo que primero debemos mencionar aquí es que un ejército que responda al código ético del egoísmo debe contar dentro del marco actual, en primera instancia, con un país que también lo haga. De tal manera, el Estado solo se enganchará en guerras que sean necesarias para la preservación del interés nacional[4] (entendiendo éste como protección de derechos de los ciudadanos), y se dejarán de lado batallas en las cuales no haya nada para ganar o conservar y algo para perder. Es el propio interés de la nación el que debe determinar si es necesario o no guerrear contra enemigos. La defensa estricta del interés nacional será la defensa estricta del país. No se peleará por el interés de otros a costa del propio, ni se incluirán de modo altruista metas en el propio interés que afecten y desvirtúen la escala de valores. El alto valor de la autopreservación no cederá frente a “ayudas desinteresadas” o asunción de compromisos con otros que pongan en jaque la seguridad nacional.

Entonces, ¿cómo describimos a este ejército egoísta racional? Es un grupo militar que se entrena y pelea por la defensa del país, compuesto por personas que son fines en sí mismas y no bestias sacrificables, cuya máxima aspiración es la realización del interés nacional y no el interés ajeno. En él, reina el espíritu de autodefensa y autoestima.

De modo que reafirmamos que un ejército egoísta racional es un ejército defensivo cuya causa justa es la preservación de los derechos de aquellos a quienes representa. Este ejército no pelea en guerras ajenas que no tengan que ver con el país, y de las cuales no se puedan esperar resultados beneficiosos pero sí se puedan reportar perjuicios. La premisa básica es la defensa, refiriéndonos a ella en términos filosóficos (observando los  hechos de la realidad), ya que el ejército egoísta no inicia agresiones o amenazas, sino que responde frente a las mismas ejecutadas en su contra. En términos de estrategia, el ejército no es defensivo, en el sentido de recluirse dentro de las propias fronteras, no avanzar cuando puede hacerlo, caer en la pasividad y renunciar a una respuesta letal contra el enemigo. Por el contrario, el ejército egoísta marcha hacia adelante, atacando y disuadiendo a su rival de continuar su ofensiva.

El empleo de ideas correctas para cumplir con la defensa permite satisfactorias respuestas a los interrogantes sobre el precio del combate y los costos de sobrevivir. El precio del combate que se paga es el necesario, dentro de la consideración racional, para sobreponerse y obtener la victoria; los costos de sobrevivir, nunca son más elevados que el costo que implica la muerte por negligencia o impericia, la desaparición, la derrota de irrecuperables y catastróficos efectos. Las teorías aplicadas por el ejército en su proceder, que van en consonancia con el código moral expuesto, permiten tener la oportunidad de alcanzar óptimos resultados, superiores a los que pretende un ejército altruista. La salvación del país como meta, se encauza en un empleo táctico y estratégico según el cual el intento de salvación de los soldados es un tópico sumamente contemplado. No hay sacrificios altruistas arriesgando innecesariamente a los propios efectivos en aras de no perjudicar el interés del enemigo, siendo este último interés precisamente el de acabar con el país. Además, el agresor es culpable e irracional por definición, y no puede ampararse en razones sino en excusas ilegítimas, por lo que la preservación del interés enemigo no debe ser un impedimento o un freno para que la víctima despliegue sus fuerzas con el fin de protegerse. Como sucede con un individuo que es atacado por otro y debe actuar en legítima defensa, para el ejército racional la protección del país es un imperativo moral, y ningún valor inferior o interés fuera de su escala puede hacer que se mueva de su objetivo. De ahí que su cumplimiento va de la mano de tácticas y estrategias que, como se dijo, no comprometen inútilmente a los encargados de conseguirlo. No hay soldados sacrificados. El ejército egoísta elige su mejor opción, y actúa para conseguir sus metas y reducir o evitar costos (que en la guerra se miden nada más ni nada menos que en vidas humanas). En la práctica, reconociendo la legitimidad de la autodefensa y afirmando que los destrozos son a cuenta de quien inició la agresión, prefiere el bombardeo seguro a una instalación enemiga antes que el sometimiento de soldados terrestres al riesgo de sufrir el irreparable daño de perder la vida por cuidar que el rival no sufra un supuesto “daño de más”. La mayor eficacia y el menor riesgo del avión son motivos que se tienen en cuenta a la hora de preparar el procedimiento. La preservación de los propios efectivos, y la elección de las mejores estrategias para la victoria (no solo aunque sean más destructivas, sino precisamente por ser así) demuestran la rectitud en el código ético del ejército en cuestión. Las conclusiones alcanzadas por esta visión son lógicas y legítimas: la defensa del país y la protección de sus ciudadanos se alcanzan mediante procedimientos que salvaguardan precisamente a los encargados de tan importante misión. Se considera a los soldados como personas integrantes del país a salvar y por lo tanto dignos de preservación, en vez de verlos como animales de sacrificio; se los reconoce como merecedores de ser dirigidos a través de métodos que busquen cuidarlos dentro del contexto de un razonable riesgo asumido, en vez de mirarlos como si debieran cuidar ciertos intereses del enemigo aún a costa de arriesgar la propia vida por algún tipo de “corrección política”[5]. ¿Cómo sería pedir la defensa de un país y no pedir por la seguridad de los miembros que están encargados de ella? El país orgulloso y egoísta sabe que la mejor forma de proteger su interés es por medio de la acción eficaz.       

    

Principios


La ética, para cumplir exitosamente su propósito de enseñarle al hombre las conductas que requiere su existencia, debe basarse en principios objetivos. Nos asentamos en la ética objetivista de la ilustre filósofa Ayn Rand, por ser la que logra identificarlos y enunciarlos. En palabras de la autora: “El patrón de valores de la ética objetivista, la norma por la cual uno juzga qué es bueno y qué es malo, es la vida del hombre o, en otras palabras, aquello que se requiere para la supervivencia del hombre como tal” (1).

La ética en situación de guerra, como brazo de la misma y única ética individualista, egoísta y racional que proponemos, esta apoyada sobre la base de los mismos principios morales contextualizados para la ocasión. Las normas del código moral son las formulaciones abstractas de los principios que van a servir como reglas para guiar las decisiones de los hombres. Ahora veremos la enunciación de ellos[6] y su desarrollo en la situación de guerra.
1) Principio individualista: El hombre debe preocuparse por su propio interés. El hombre debe fijar sus propias metas de acuerdo con su propio criterio racional. Sus acciones deben estar encaminadas a lograr sus valores, y él debe ser el beneficiario de las mismas.

Es menester una transición lógica entre la moral del hombre individual y la moral de un grupo (formado por una cantidad de hombres individuales), en este caso un grupo militar. El ejército debe fijar metas valiéndose de su propio juicio, debe obrar para conseguir el triunfo, y beneficiarse al conseguirlo. El propósito del gobierno (de existir uno) debe ser la protección de sus ciudadanos (de su vida, libertad y propiedad). El ejército, como fuerzas armadas y de seguridad dentro de la órbita del gobierno, debe encaminarse por lo tanto a cumplir la función de defensa de los derechos de aquellos que se encuentran bajo su manto protector.   

2) Principio social: El hombre es un fin en sí mismo, y no un medio para los fines de otros. El hombre vive por y para sí mismo, y no es un animal de sacrificio constreñido a satisfacer deseos ajenos. Por lo tanto, primero que nada debemos traspasar este principio al hecho básico antes de la guerra que es la constitución de las fuerzas armadas. El ejército, siguiendo esta línea, debe ser voluntario. Un ejército forzoso integrado por soldados que no quieren pertenecer a ese grupo militar es una violación del principio por imponer servidumbre involuntaria. Si la voluntad del hombre es pertenecer al ejército, puede hacerlo y es una decisión moral; si se lo obliga a formar parte contra su voluntad, se lo está tratando como un medio para los fines de quienes lo someten a la servidumbre y eso es una inmoralidad.

En conexión con lo anterior, el respeto por el valor de la libertad individual del hombre es ineludible a la hora de conformar las fuerzas armadas de un país. El hombre debe ser libre de elegir si quiere pelear. No debe ser coaccionado a hacerlo. Y si pelea en un ejército racional, lo hace para defender su libertad en base a un principio rector de justicia. No pelea por causas que impliquen esclavizar inocentes, asesinar a no agresores, o invadir otros pueblos que vivan en libertad. 
Considerando ahora el principio a nivel nacional, las guerras en las que se vea inmerso el ejército tienen que ser para cumplir un objetivo racional de protección del país por el cual pelean los soldados. El ejército que pelea una guerra en la cual no hay ningún interés de su país en juego que merezca protección (y nuevamente: entiéndase esto como intereses de los ciudadanos), está siendo un medio para los intereses de otros.

El ejército compuesto por hombres libres, debe pelear por la libertad de su país, o la libertad de otros países en tanto y en cuanto haya un interés racional por alcanzar en esto último.

3) Principio político: Ningún hombre tiene el derecho de iniciar el uso de la fuerza física contra otro. Aquí el valor en juego para la víctima de un ataque violento es la autodefensa. El hombre que es agredido tiene el derecho a repeler la agresión y defenderse legítimamente. Cuando alguien pretende su destrucción, la legítima defensa es un imperativo moral en aras de la conservación de la propia vida.

El ejército que practica el egoísmo racional, subrayamos nuevamente, es  filosóficamente hablando un ejército defensivo. Su misión es proteger al país y población que representa. Su imperativo moral es la conservación de las vidas a su cargo, tanto de la población defendida, como de los combatientes que lo integran (dentro del señalado marco de riesgos asumidos y responsabilidad individual al aceptar ser parte de un grupo militar en el cual la vida se pone en juego).

Aplicación
La aplicación de estos principios en el campo de batalla, logrando unificación de teoría y práctica, hará que el ejército obre de manera virtuosa (entendiendo la virtud como la acción para la obtención y conservación de valores). El ejército egoísta va a desarrollar su plan de acción con apoyo en las siguientes conclusiones lógicas a las cuales se llega de las premisas sostenidas:
1) No se puede jugar a la defensiva contra los enemigos. Se debe llevar la guerra sobre ellos. Este principio es enunciado por el Dr. Yaron Brook (2). Aquí apuntamos a que las fuerzas armadas de un país no deben esperar guardadas fronteras adentro a que los enemigos la ataquen en su propio territorio, porque eso es una fórmula para la derrota y el fracaso. Llevar la guerra sobre los enemigos es mostrar una imagen de fortaleza, una actitud de no reclusión: deben ser los oponentes que amenazan o atacan quienes sufran los daños materiales de la contienda y quienes retrocedan ante el avance del ejército egoísta racional. Esto no es solo una posición moralmente sostenible sino que el hecho de salir de la pasividad y el encierro importa beneficios estratégicos para conseguir el éxito militar.

El argumento moral es que la guerra fuera de las propias fronteras implica cumplir con el propósito de protección de los derechos de los ciudadanos, al evitar que la destrucción llegue al país y amenace sus vidas y propiedades. La evitación de daños materiales es un aspecto fundamental y necesario en la preservación de la integridad del país, respecto de personas y bienes. Además, es importante impedir estos posibles menoscabos también desde el costado psicológico y anímico, para que los propios ciudadanos no tengan que vivir aterrorizados y paralizados esperando que una bomba o misil estalle sobre sus cabezas, y para prevenir que el pánico generalizado no inmovilice la actividad productiva.

La pelea no iniciada debe ser llevada al territorio enemigo porque los civiles del país agredido no merecen sufrir la violencia comenzada por quienes pretenden su exterminio. Los daños que se produzcan en las tierras donde el enemigo agresor se asienta, son a cargo de este por haber iniciado la contienda. Hay una gran diferencia entre víctima y victimario: no es culpa de la primera que el segundo haya desatado la agresión y haya decidido así poner en riesgo su propia población[7] al haber asumido una eventual respuesta del agredido.

El estándar de valor es la propia vida, por lo tanto en la escala de valores del país la protección de la propia población debe encontrarse en lo alto. De allí que la conservación de la vida y la existencia del país deben conseguirse por medio de una defensa radical de los valores.

2) Se debe causar el máximo daño que sea necesario al enemigo y procurar que no hayan bajas propias. El principio de la retaliación, implica que la fuerza se utiliza como represalia y solo contra quienes iniciaron su uso. La legitimidad en este caso del empleo de la fuerza proviene de su carácter defensivo contra el inicio de una agresión. Ahora bien, ¿cuál es la medida en que esa fuerza debe emplearse?

En una guerra, el enemigo agresor de un país busca dañarlo. Desprecia los derechos de los ciudadanos atacados, lo que equivale a negar su humanidad. El enemigo comete lisa y llanamente una violación contra los derechos individuales. Como la base moral de los derechos es la propia naturaleza del hombre (y el enemigo también se compone de hombres capaces de entender los principios éticos objetivos), la inmoralidad de la agresión a otros hombres constituye una negación de la naturaleza en la cual se asientan los derechos; esto incluye como derivación lógica la negación del enemigo de su propia naturaleza humana. Por ende, el enemigo no puede moralmente ampararse en la naturaleza humana que ha decidido corromper. Los agresores no reconocen el derecho a la vida de otras personas y atentan contra ellas, ergo pierden la posibilidad de resguardarse en su propio derecho a la vida, que ha sido desvirtuado. Es el agresor, y no la víctima, quien niega derechos con su obrar, por lo que es el agresor, y no la víctima, quien no puede alegar la humanidad negada. Nadie puede invocar para sí un derecho que no está dispuesto a respetar en los demás: en este caso, el derecho fundamental a la vida. Es así que se arriba a la conclusión de que el enemigo debe ser dañado, y más concretamente, debe ser destruido. Ha perdido los derechos que tenía desde el momento en que decidió convertirse en un violento negador de derechos. Debe ser dañado al máximo, como retribución por su obrar criminal, como castigo por su conducta antihumana, como respuesta por los derechos que negó. Y debe ser dañado todo lo que sea necesario, a los fines de detenerlo: primero contrarrestando sus ataques, segundo haciendo que cese la agresión, y tercero impidiendo su reconstitución para agresiones futuras[8]. Este daño completo, máximo y necesario para garantizar la propia seguridad, implica la destrucción del enemigo. La eliminación de su capacidad de agresión, la eliminación de toda la estructura desde la cual amenazó o causó efectivamente daños. Como no puede ampararse en la vida como derecho, la medida del uso de la fuerza como retaliación en la guerra permite llegar al punto de liquidar al agresor.

El procurar que no haya bajas propias es consecuencia de la norma de protección de los propios soldados y civiles del país con el propósito de resguardar sus vidas. Los civiles y sus propiedades son estrictamente objeto de protección de un ejército, y reiteramos que los protectores (soldados) también deben quedar a resguardo de exposiciones innecesarias dentro de su riesgo asumido al formar parte de un grupo militar. Como se dijo, un ejército racional no sacrifica sus propios efectivos en beneficio de quienes promueven la hostilidad. Si un ejército no protege todo lo posible a sus civiles, no cumple su función, mancha la razón de su existencia, y es una indigna entidad que deja a la población a merced del enemigo. Es más, se transforma indirectamente en colaborador de los objetivos de este último, por no oponer la debida resistencia. Si un ejército no resguarda dentro del contexto estratégico la integridad de sus soldados, y por el contrario los coloca en un compromiso prescindible con posibilidades de sufrir daño enemigo, traiciona a sus miembros y termina complementando el trabajo del enemigo, que es el de maniobrar para provocar bajas, permitiendo que esas bajas sucedan. Ni un solo soldado del bando propio debe caer por causa de operaciones altruistas o cobardes que buscan preservar en cierta medida al bando ajeno, en lo civil o militar. Ni siquiera por civiles políticamente dependientes del enemigo[9] debe sacrificarse un solo soldado propio.
3) A la guerra se entra para ganarla. No para transigir, que es perderla. Movilizar un ejército para entrar en combate tiene que tener un solo propósito: el triunfo. Este debe entenderse como el cumplimiento de la misión de ganar la guerra. La nombrada misión debe ser ambiciosa, incluyendo el objetivo de destruir al enemigo.
Quién esté a cargo de fijar las metas militares del ejército defensivo debe reconocer el hecho de que vidas humanas dependen de él, y de que la única forma en que la actuación de los soldados sea provechosa y ellos no se transformen en mártires que dan su vida en vano, es que la intención y acción estén dirigidas al triunfo. Es preciso aclarar que las vidas humanas dependientes de su planificación son las de los soldados y civiles propios; las vidas de los combatientes y civiles del ente agresor dependen de este último, y la destrucción que recaiga sobre ellos es de su responsabilidad por haber iniciado la violencia.
Si el país participa en la guerra, el objetivo planteado entonces debe ser el de hacer cesar el daño o eliminar la amenaza de destrucción causados por el enemigo, erradicando su capacidad y potencialidad bélica. El país debe ir en busca de sus metas, en busca de la obtención de los valores que requiere para restablecer su situación de paz y seguridad. El riesgo que se asume en la guerra, puede solo ser recompensado con la victoria. Si no se entra a una guerra para ganarla, los soldados son utilizados meramente como carnada para otros objetivos oscuros, que seguramente no serán dados a conocer al público por la autoridad debido a su inconveniencia política[10]. Si se da este desagradable caso mencionado, las pérdidas en vidas humanas y la destrucción material del país, no habrán sido el precio de un triunfo destinado a ponerle fin a la agresión que seguiría provocando devastación de no haber sido frenada. Serán consecuencias negativas pagadas sin la obtención del resultado positivo necesario. Las estrategias que no apunten a dar lo mejor del ejército para la defensa del país, dejan abierta una posibilidad mayor de perder, y no precisamente por superioridad del rival, sino por la mentada “corrección política”, cobardía o altruismo de los propios dirigentes.
Transigir en la guerra con los objetivos del enemigo, es equivalente a perder. Es dar aceptación y tolerancia a sus ambiciones de destrucción. La batalla moral se pierde de arranque con semejante posición, desde la cual se le brinda legitimidad a los reclamos del enemigo. Si el agresor niega la humanidad de la víctima, el consentimiento de esta última respecto de los reclamos del primero avala su propia deshumanización. La batalla militar planteada en consecuencia llevará a los resultados negativos de que mueran los propios soldados en vano, no por una causa justa de eliminar la fuente de amenaza existencial, sino para contener brevemente y ponerle paños fríos a la agresión. Transigir es consentir y rendirse frente a los daños ocasionados por el rival, a la par que se le otorga un cheque en blanco para que continúe con confianza su agresión a la espera de una nueva transigencia de quien ya demostró debilidad, falta de autoestima e incapacidad para desarrollar una categórica autodefensa. Transigir es la traición a los propios soldados, a la propia población, al objetivo de protección del país. Es traición a los principios éticos. El único propósito de entrar en combate, para no cometer traición moral a los que participen y a los que dependan del resultado dentro del bando propio, debe ser ganar la guerra.

Conclusión


La coherencia de un individuo, y de una cantidad de individuos reunidos en un grupo, exige una sola ética basada en principios innegociables. El ejército como organización armada de defensa de un país, debe asentar su conducta en un código moral contextualizado para la situación de guerra que se base en el egoísmo racional: la preocupación y defensa del propio interés del país que representa. El ejército debe estar compuesto por soldados voluntarios, que prestan su consentimiento a la actividad y metas militares del mismo, y que dentro del marco de la organización son considerados personas con derechos, fines en sí mismos, y no animales sacrificables sometidos a servidumbre involuntaria. Este ejército es de defensa del país, no inicia agresiones inmorales, sino que actúa contra los daños o amenazas de daños iniciados por enemigos. Que sea un ejército de defensa en términos filosóficos (con referencia al hecho de la realidad de que responde a la violencia en vez de iniciarla), no implica que en términos estratégicos actúe a la defensiva, sino que por el contrario buscará avanzar posiciones, moverse de manera ofensiva, alejar la guerra del propio territorio y trasladarla al territorio enemigo. Cuando entra a la guerra, el ejército egoísta racional lo hace para ganarla. La transigencia con el enemigo es la traición de su razón de ser. La protección de los derechos individuales de los ciudadanos del país, es el objetivo sobre el cual no hay flexibilidad posible. 

      

Fuentes
1- Rand, Ayn; “La Virtud del Egoísmo”, Editorial Grito Sagrado, página 33.
2- Dr. Yaron Brook of the Ayn Rand Center on the Glenn Beck program
https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=RQbDtWgLEjg#!



[1] Escribiremos sobre ejércitos que conforman fuerzas armadas de Estados, por ser esto una situación de hecho actual, por tratarse de lo que se da en la mayoría de los casos, y para proporcionar elementos de análisis en este contexto; pero sin sugerir que tal situación sea natural ni que necesaria e indefectiblemente deba darse. Excede el marco y propósito del presente ensayo la realización de un tratamiento exhaustivo sobre el funcionamiento, eficacia y justicia de ejércitos privados en un mundo sin Estados.

[2] A lo largo del escrito, intercambiaremos las palabras “país” y “Estado”. No son conceptos sinónimos ni pretendemos hacerlos pasar epistemológicamente por tales. La finalidad de su utilización indistinta en este caso es meramente narrativa para evitar reiteraciones.

[3] Los conceptos que se utilizan bajo la óptica de la ética altruista tienden a ser expresiones de colectivismo. Por lo tanto, “interés nacional” debe entenderse dentro del contexto colectivista como un interés grupal por encima de los intereses individuales de los miembros del conjunto. El grupo es considerado como una entidad superior a la suma de las partes que lo componen. Por eso, se pueden ver casos de países altruistas que envían sus ejércitos a combatir en guerras que no son del interés de los habitantes considerados individualmente, pero estas consideraciones sobre personas concretas quedan al margen frente a la consideración de un interés colectivo situado por encima. Más adelante nos referiremos al mismo concepto entendido desde la ética del egoísmo.

[4] Dentro del contexto de la ética individualista del egoísmo, el concepto de “interés nacional” expresa la suma de intereses individuales de las personas que componen el grupo llamado “nación”. No se sitúa a la nación por encima de sus miembros, ni se conceptualiza un colectivo superior a la suma de individuos que lo componen.  En consonancia, el ejército que se basa en la ética individualista solo pelea en guerras para proteger los intereses individualmente considerados de las personas que debe cuidar, sin indefiniciones características de las éticas colectivizadas al expresar lo que significa un interés grupal.

[5] La “corrección política” es un anti-concepto empleado en numerosas ocasiones: 1) para indicar por aproximación lo que supuestamente constituye un recto proceder en el ámbito de la política, a la par que se esconden o disfrazan verdaderas intenciones u opiniones; 2) para expresarse durante un discurso público de manera suave y sutil sobre un determinado tema que en la esfera privada e íntima merece enérgicos repudios, pero que no hay valentía o conveniencia para manifestar esas críticas a viva voz; 3) para obrar de manera que no ocasione perjuicios u ofenda a enemigos, aún cuando está justificado hacerlo por haber sido previamente agredido.

[6] Los nombres y la enumeración otorgados a los principios corresponden a nuestra identificación de los mismos, y no necesariamente coincide con el modo de exponerlos que utilizaba Ayn Rand en sus escritos.

[7] En las guerras que tienen a un Estado como participante, se produce una identificación entre el gobierno y la población del mismo, al actuar el primero supuestamente como representante político de la segunda. Lo cierto es que ni el gobierno es lo mismo que la población, ni siempre actúa en beneficio e interés de esta. Pero en este contexto del Estado-Nación, la represalia que sufra un gobierno por su obrar criminal contra población ajena es su culpa, y los daños que se provoquen en la población civil bajo su cargo son de su responsabilidad. En una sociedad sin Estado, una banda criminal que agrediera a otros no detentaría el título de “gobierno” ni podría reclamar representación política sobre población civil en un territorio dado a la usanza del Estado, y podría ser combatida por fuerzas defensivas que la fijaran como blanco con mayor facilidad, sin asociarla a una población supuestamente bajo su representación. La escala de destrucción y el riesgo de muerte de inocentes serían considerablemente menores en tal contexto.

[8] El orden señalado es pedagógico y expositivo, no necesariamente cronológico.

[9] El gobierno agresor es responsable no solamente por las muertes que provoque en el bando contrario, sino también por las muertes en el bando propio. Dentro de estas últimas se incluyen las muertes de civiles inocentes, que son aquellos ajenos a la contienda y que no apoyan a su gobierno criminal. Ahora bien, si hay civiles que voluntariamente prestan su apoyo al gobierno criminal agresor, ellos ya no están fuera de la contienda sino involucrados, se identifican con el gobierno, y no son considerados inocentes. El carácter de “civil” aquí no define la inocencia o culpabilidad, sino el apoyo o rechazo al crimen del gobierno por la guerra de agresión desatada.

[10] Para el análisis de los manejos políticos de trasfondo, remitimos a la explicación sobre la “corrección política”.

 
Comentarios

Aún no hay comentarios.

Deja un comentario

Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.

¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.