Roxana Levinson
Periodista, comunicadora, conferenciante y editora
Latinoisrael.com
Cuando éramos pequeños solíamos jugar a los «Congelados». Todos se mueven hasta que – repentinamente y sin previo aviso – alguien da la orden y la escena se detiene, hay que quedarse congelado. Después, todo vuelve a empezar hasta la siguiente vez en que –de acuerdo con las reglas del juego – hay que volverse a congelar.
El que da la orden decide también durante cuánto tiempo y con qué frecuencia los jugadores se volverán a congelar. Lo que no está claro – como sucede por lo general en los juegos de niños – es quién decide en qué momento se termina el juego.
Todo parecido con la vida de los israelíes bajo el asedio de los misiles Qassam en el sur del país, es un reflejo de la realidad. Sólo que no es ningún juego de niños.
Los niños del sur son más conscientes
Una nueva «ronda» de ataques con misiles Qassam, ataques en respuesta del ejército israelí, y más ataques de una y otra parte, parece estar finalizando con el acuerdo de Israel y Hamás de un cese de fuego.
Las ciudades del Neguev retoman, poco a poco, la normalidad. Los niños vuelven a clases, con miedo – sobre todo durante el camino de ida y vuelta – pero con la tranquilizadora sensación que produce la rutina a esa altura de la vida.
Para Valeria Sviderski (22), oriunda de Rosario que vive con su novio en el Kibutz Nir Am, los últimos días – con algo así como 80 misiles y morteros disparados hacia Israel – han resultado difíciles.
«Lo de ayer no fue fácil, hubo mucho ruido», dice en diálogo con LatinoIsrael.com. «Fue la primera vez que escuché tantas explosiones juntas me asusté mucho, estaba sola en la casa, pero no algo que me haga arrepentirme de haber venido para acá», asegura.
Valeria estudia criminología en la ciudad de Ashkelón y asegura haber elegido el sur por «el ambiente familiar en el que se vive». También trabaja en la guardería infantil del kibutz en el que vive, con niños de entre 5 meses a 2 años de edad. «No se dan mucha cuenta de lo que pasa. Tenemos dos refugios en la guardería, y cuando suena la alarma «Tzeva Adóm» (Color Rojo), no entienden qué pasa, miran extrañados porque entre las maestras empezamos a sacar a un montón juntos», explica.
«Con chicos más grandes con los que trabajé, de primer y segundo grado, relata Valeria, «es diferente». «Son más conscientes. Por un lado reaccionan bien, saben que lo que tienen que hacer es ir tranquilos al refugio y esperar, pero cuando salen se nota que quedan con adrenalina, con angustia. No es algo que se les pasa con tanta facilidad, algo de ese momento les queda. Lo que acostumbrábamos hacer cada vez que salíamos del refugio era dejarlos gritar. Hacíamos un, dos, tres y todos gritaban, para descargar los nervios y después seguían, cada uno en lo suyo».
Cuesta creer que no quieran salir todos corriendo e irse a sus casas, pero – según lo explica Valeria Sviderski – «Los niños están acostumbrados, saben que en unos minutos se termina. No van a parar o dar por terminado el día porque hubo una alarma. Es algo normal en la vida cotidiana de ellos».
«Por supuesto que saben que eso no es una vida normal, están acostumbrados, pero saben que no todo el mundo vive así», aclara Valeria. «Son chicos que quizás si le preguntas a un chico del centro, no saben tanto de lo que pasa en el país como saben ellos, tienen más consciencia, quién dispara los misiles y por qué, saben también que Israel devuelve, no son ingenuos. Crecen con menos ingenuidad en ese aspecto, están más abiertos a todo ese mundo y a todo lo que pasa», agrega.
«Lleva un tiempo acostumbrarse»
Quienes estamos lejos de Sderot, el kibutz Nir Am, y – en general- del sur del país, más de una vez nos preguntamos cómo se puede vivir así y si es posible acostumbrarse. Para Valeria Sviderski, la respuesta es sí. «Llega un momento en que te acostumbras, te sentís seguro porque estás en tu casa», afirma.
«Me tocó dos veces que me tembló la casa», cuenta Valeria, «que realmente se movió todo, se sentía las ventanas moviéndose. La primera vez – suena raro, pero fue así – creo que no reaccioné. Por el mismo impacto, estaba shockeada y no me di cuenta de lo que acababa de pasar. La segunda vez, que fue ayer, me asusté más, fui más consciente del peligro».
Resulta difícil imaginar cómo reaccionaría cada uno en esos momentos. «Agarré el teléfono, llamé enseguida a mi novio y me puse a hablar con él. No es que me fuera a ayudar en algo, pero me tranquilizó, sentí que estaba acompañada. Tengo un refugio en mi casa, incluso es mi propia habitación, a propósito», relata Valeria.
Para la joven inmigrante argentina, ni siquiera esos momentos, ni los que seguramente vendrán, son motivo suficiente como para pensar en abandonar el lugar. «Hay muchas cosas que, juntas, tienen más peso que un misil Qassam. El ambiente familiar, el lugar, el paisaje, el aire que no es el mismo que corre en la ciudad. En el kibutz mismo, ves el cielo, ves las estrellas, a mí me transmite tranquilidad haber venido del ruido de la ciudad, me dio mucha paz». Aunque hay quien insiste en perturbar su tranquilidad.
Las reglas del juego
Ahora se habla de cese de fuego, se dice que a Hamás no le conviene una nueva escalada de violencia que provoque una reacción israelí que podría desencadenar el Operativo Plomo Fundido II. A Israel, en plena campaña electoral, mucho menos. Nadie sabe bien qué harán la Yihad Islámica y otras facciones, aunque es de esperar que interrumpan los ataques con motivo de la festividad musulmana de «Eid Al-Adha».
Y después, quién sabe. Cuando a alguna de las agrupaciones nuevamente le resulte beneficioso, conveniente y/o políticamente rentable, los misiles volverán a caer sobre los pobladores del Neguev, que serán – una vez más y de acuerdo con las reglas del juego – quienes paguen el precio.
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