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| martes noviembre 19, 2024

De un gas a otro


Mario Satz

Que sesenta años después del Holocausto que se llevó consigo millones de vidas judías inocentes en las siniestras cámaras nazis de la muerte Israel pueda emplear ahora gas, su propio gas para alumbrar sus hogares y mejorar la calidad de vida de sus habitantes, es uno de esos misterios que los cristianos gustan llamar teológicos y los judíos tomamos como moneda corriente. Como suele decirse en Jerusalén: naasé ve-nishmá. Actuemos y veamos los resultados, pongámonos en marcha y el camino se abrirá. Tamar y su yacimiento submarino son sólo el comienzo de un cambio energético de proporciones gigantescas que humillará a los países productores de petróleo tradicionalmente enemigos del pueblo judío. El ejemplo de ese empecinamiento por ser independientes debería ser seguido por otros países, de tal modo que en una década la pesadilla del poder árabe e islámico ( el uno alimenta al otro), quedara atrás o, cuando menos, no fuera tan determinante. Hace años que los petrodólares están ensuciando en mundo mientras las blancas chilabas de los jeques se lavan bajo los grifos de oro de sus lavabos de Marbella.

Es casi seguro que algunos de los que trabajan en la plataforma de extracción situada frente a las costas de Haifa establecerán una relación entre el gas de la muerte y el gas de la vida, entre la maldad ajena que se abatió sobre nosotros y el bien propio que beneficiará a incontables personas. No es el mismo tipo de gas, por supuesto, pero la comparación no es un mero hecho retórico, un vacuo juego verbal. Se trata de una amarga ironía con final feliz, al menos por ahora. Israel no sólo podrá aprovecharse de esas milagrosas reservas sino que gastará fortunas incalculables en su defensa, pues una cosa es la cúpula de hierro activa en tierra y otra salvaguardar nuestros tubos de conducción bajo el agua durante largos kilómetros, con lo que eso implica de vigilancia permanente, lanchas de abordaje rápidas y sensores espaciales y submarinos. Si los palestinos tuvieran algo más que resentimiento y fuego en sus cabezas harían bien en apurarse a compartir los beneficios de ese gas, abaratando también ellos el costo de su vida doméstica y aprovechando la ocasión para crecer y desarrollarse. Claro que para ello hay que trabajar, un verbo que los árabes, seamos sinceros, conocen de lejos. No me refiero al campesino o al pescador, al artesano o panadero, a los hombres de a pie que luchan cada día para obtener su sustento, sino a todos esos personajes delirantes de la política, a los grupúsculos armados maltratadores de su propia gente, que prefieren matar, asesinar y morir antes que dar el brazo a torcer en el honrado esfuerzo de llevar una vida meramente civilizada.

El dolor de aquellas vidas gaseadas sigue allí, agazapado en el inconsciente judío, lastre difícil de asumir y cuyo peso sólo los siglos disminuirán. Pero ahora, desde hace días, otro gas viene en nuestro socorro para liberarnos poco a poco de la dependencia de las grandes corporaciones. Llega de la mano de cientos de ingenieros y técnicos, judíos y no judíos, que se levantan con el orgullo de estar llevando a cabo una proeza y se acuestan con la sensación de que la paz es posible si tú asumes la responsabilidad que te compete, si tú haces la parte de trabajo que de ti se espera. Si tú quieres, en suma, vivir por todo antes que morir por nada.

PorIsrael.org / DiarioJudio.com

 
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