Ustedes perdonarán señores que no me una al coro de alabanzas a la ONU.
Ustedes perdonarán que no aplauda la decisión de recordar en esta fecha a las víctimas judías de la Shoa.
Ustedes perdonarán que repudie este hecho.
No, no soy un negador del Holocausto, al contrario, se que ocurrió, y me duele que haya ocurrido.
Lo que ocurre es muy simple: ODIO LA HIPOCRESIA.
El mundo sabía lo que estaba ocurriendo en la Europa ocupada.
El mundo sabía de los ghettos y los campos, de los trenes de la muerte y de las cámaras de gas, de las fosas comunes en Ucrania y las deportaciones en Polonia. El mundo sabía y se mantuvo en silencio.
La Cruz Roja visitaba ghettos y campos.
Gran Bretaña cerraba las puertas de Israel a los que lograban escapar del infierno nazi.
USA presionaba para que el «Saint Louis» volviera a Alemania.
Francia colaboraba con los nazis.
Ucranianos, letones, lituanos y estonianos eran guardianes en los campos.
Los polacos vendían a los judíos.
Los húngaros asesinaban.
Los bombarderos aliados sobrevolaban las vías férreas que conducían a Auschwitz, pero ninguna bomba cayó sobre ellas.
Hay fotos aéreas de las cámaras de gas, muchas fotos, se ven las chimeneas humeando, pero no las volaron.
Argentina, Chile, Paraguay, Brasil, abrían sus puertas a los criminales nazis prófugos, pero las cerraban para los sobrevivientes de la matanza.
El Vaticano cerró los ojos.
Y así podría seguir, país por país.
Todos supieron. Nadie actuó.
Señores de la ONU, guárdense sus homenajes y sus declaraciones rimbombantes, guárdense su hipocresía.
Nosotros, los judíos, los hermanos de esos 6.000.000 de mártires, somos los únicos autorizados a recordarlos, y en cuanto a homenajes, ya les levantamos dos monumentos.
Uno es nuestra memoria.
El otro es Israel.
Simplemente, excelente.