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| lunes abril 29, 2024

Extranjeros en su patria


 

Cuando el pasado jueves 11 de junio se aprobaba la nueva Ley de Nacionalidad Española para Sefardíes, creí que los diarios traerían la noticia en la portada y los noticieros televisivos en su resumen inicial. No fue así: apenas unas líneas en páginas interiores y un mutismo casi absoluto en el formato audiovisual fueron la respuesta. Había olvidado una de las reglas básicas del periodismo moderno: lo que no despierta polémica (como una Ley aprobada por unanimidad) no vende. Y lo que no vende, no vale la pena publicarlo. Aun así, y pese a las dudas que presenta la implementación de esta Ley, millones de personas en el mundo entero (sefardíes o no) sonreímos felices por el simbolismo de reparación histórica que significó. Poco (muy poco) nos duró la alegría.

No habían pasado 40 horas cuando nos enteramos por las redes sociales que el recién (justo en esos instantes) nombrado encargado de cultura en la ciudad en que se aprobó la citada Ley, había publicado unos tuits de añeja estirpe antisemita. El escándalo fue mayúsculo, hasta el punto de tener que renunciar a dicho cargo. Desde entonces, tanto su partido como sus detractores remueven sin mascarilla en el pasado de los nuevos y viejos elegidos en las últimas elecciones municipales y autonómicas buscando declaraciones, mensajes y cualquier huella social que los desacredite. Hasta aquí, todo normal. El problema es que son innumerables los casos en que los judíos somos el sujeto de estas chanzas, en un país en el que la mayoría de la gente declara no haber visto y hablado jamás con uno de carne y hueso. 

El tema del antisemitismo (con sus variantes de negación del holocausto, anti-israelismo, equiparación con los nazis, etc.) está llegando a unos niveles casi equiparables, en términos de acusación y alarma pública, a los de la corrupción. Y las explicaciones o excusas son a veces la guinda del pastel del despropósito y los prejuicios. Varios medios y entrevistados a favor y en contra de los señalados hablan de chistes “xenófobos”. Ahora bien: xenofobia es el miedo u odio al extranjero. La equiparación (o simple confusión) de la xenofobia al antisemitismo es en sí un síntoma de prejuicios antisemitas, al suponer que los judíos somos “extranjeros”. ¿Dónde? ¿En los campos de concentración, quizás por haber sido deportados allí para su exterminio desde sus extranjeros países de origen? ¿En España, en la que moraban antes de la llegada de la mayoría de sus habitantes actuales y a los que la nueva Ley justamente pretende restituir sus derechos ciudadanos injustamente arrebatados?

Esta confusión ni es nueva ni una prerrogativa de una ideología política. Revisen lo ocurrido con los judíos en la Unión Soviética y en los países bajo su influencia, y la reiterada acusación estalinista de “cosmopolitas”, que situaba al descendiente de este origen (pocos siguieron cultivando algún tipo de vínculo religioso) en la categoría de apátrida y errante, como si los que realmente sufrieron ese destino lo hicieran por su propia voluntad y no por las decisiones de los poderosos (como nuestro Edicto de Expulsión). Pero menos todavía les gusta que el meteco, el extranjero, el objeto de la “xenofobia”, reivindique y reconstruya el que fuera su hogar, dejando atrás las tierras en las que es víctima del desprecio y el mal llamado humor, que no es más que la burla del débil, al que tildan prejuiciosamente de poderoso.

 
Comentarios

El antisemitismo no tiene ninguna sustancia hoy. No lo entienden ni los que lo practican y está destinado al olvido y la vergüenza.
El anti israelismo es de origen árabe-palestino. Y germina y vive en la frustración de los derrotados. Han perdido siempre que han tratado de destruir Israel. Y aún más, aquellos que los indujeron a las guerras, hoy no los acompañan ni los consuelan, optaron por la paz.

Aquí en nuestro país sucede casi lo mismo. Nuestros vecinos de la frontera norte se metieron en una guerra contra nosotros y la perdieron irremisiblemente. Esto fue en 1879. Pero los políticos en sus países aún les excitan al odio contra el vecino. Y les enseñan desde niños a odiar. Y luego, cuando grandes emigran hacia acá para trabajar con plenos derechos y libertades. Los acogemos y los queremos. Y se curan del odio.

Es cierto que les quitamos territorios, pero cuando se apuesta se puede perder y así fue. Viven en países más grandes y ricos en recursos que nosotros. También nosotros hemos perdido territorios en litigios legales y no nos desgastamos en llorar. Nos ponemos de pie para trabajar y ser grandes, no en territorios, sino en productividad y en excelencia.

Los árabes-palestinos no tienen otra solución, e Israel les debe ayudar en cambiar el chip (como se dice acá) En este país conviven en los mismos sectores y ciudades, árabes y judíos y se saludan todas las mañanas, se ayudan, se apoyan. Esto es lo que queremos para Israel. Y pensar y actuar en positivo. Ese será el gran negocio común. JEV

Nadie se haya mas legitimado para reinvidicar y hacer valer su condicion de «españolidad» que un sefaradi, descendiente de aquellos que tan arbitraiamente e injustamente fueron expulsado de la España de entonces …
Segun la Constiucion de este pais; «Todos lo españoles estan por el hecho de serlo, sujeto a identicos derechos y obligaciones, sin exepcion de «rázas» o religiones » lo cual implica igualdad en el trato para aquello que adopten esa nacionalidad … Nadie está cierto libre de padecer los efectos de la intrasigencia, ni en España, ni tampoco fuera de ella, pero nadie tampoco debe sentirse ya estigmatizado por razones de procedencia o pertenencia, y éso es a la postre lo que debe ser valorado, en términos de avance substancial …

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