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| lunes mayo 6, 2024

PESAJ 5784. Shabat Jol Hamoed


B’H

 Éxodo 12:21-51

¿El Éxodo es un Mito?

Por Aron Moss

 

¿Cuán auténtica es la historia del Éxodo de los judíos de Egipto? De los aztecas a los atenienses, cada nación tiene mitos sobre sus orígenes. ¿La historia del Éxodo no es sólo una leyenda judía, en un esfuerzo de nuestra nación por glorificar sus principios?

 

Respuesta:

La mitología es un gran propulsor de la imagen. No hay nada como una buena leyenda para alzar la confianza de una nación. Eso es por que la mayoría de las personas del mundo exige tener antepasados poderosos, como grandes reyes y guerreros heroicos. Algunos van tan lejos como para decir que sus antepasados eran semidioses, nacidos de matrimonios mixtos cósmicos entre seres divinos y humanos. Estas historias son auto- suficientes, con poco parecido a la historia real. Pero son útiles. Por lo menos durante los puntos más bajos de la historia de una nación, se puede hablar de reminiscencias de su pasado noble y poderoso.

Pero ¿puede imaginar una nación que exige venir de orígenes humildes e innobles? ¿Qué propósito habría allí? ¿Por qué inventarían una leyenda penosa sobre ellos mismos? Sin embargo, los judíos declaran orgullosamente un comienzo poco digno: empezamos como una nación de esclavos. Todos los años repetimos la saga del Éxodo, y decimos:

«Nosotros éramos esclavos del Faraón en Egipto». Ciertamente no es una gran genealogía.

Ni siquiera el escape de Egipto puede acreditarse a nuestro propio poder: «Di-s nos sacó de allí con una mano poderosa y un brazo extendido». Di-s tuvo que sacarnos de allí. ¡Qué herencia antiheroica! Los pueblos no componen historias como esas sobre sí mismos. Debe ser verdad. Y podemos estar orgullosos de ello. No hay ninguna necesidad de cubrir nuestros principios humildes. La creencia judía es que esa grandeza no es cosa de nuestro pasado; sino que permanece delante. La historia judía tiene el poder de inspirar, no vanagloriándose de un pasado ilustre, sino prometiendo un futuro más luminoso. Fuimos esclavos, pero tenemos el destino de traer la libertad al mundo.

Los hijos de semi-dioses son hoy asuntos para arqueólogos e historiadores.

Los hijos de Israel, descendientes de simples esclavos, están vivos y lozanos. No importa de dónde usted viene y cuán bajo pueda ser su punto de arranque, Di-s puede extenderle la mano. Usted puede trascender sus limitaciones, y ser libre.(Extraído de www.es.chabad.org)

El nacimiento del odio mas antiguo

Rav Jonathan Sacks

«Ve y aprende lo que Labán el arameo quiso hacerle a nuestro padre Iaakov. El faraón emitió un decreto sólo contra los varones, mientras que Labán quiso destruirlo todo». Este pasaje de la Hagadá de Pésaj, evidentemente basado en la parashá de esta semana, es muy difícil de entender.

En primer lugar, es un comentario sobre la frase que encontramos en Deuteronomio: Aramí oved avi. Como señalan la gran mayoría de los comentaristas, el significado de esta frase es «mi padre fue un arameo errante», una referencia a Iaakov que escapó hacia Aram (Siria, una referencia a Jarán, donde vivía Labán) o a Abraham, quien salió de Aram cuando Dios le dijo que viajara a la tierra de Canaán. Esto no significa «un arameo (Labán) intentó destruir a mi padre». Algunos comentaristas lo leen de esta forma, pero casi con certeza lo hacen sólo por este pasaje en la Hagadá.

En segundo lugar, en ninguna parte de la parashá encontramos que Labán de hecho tratara de destruir a Iaakov. Lo engañó, trató de aprovecharse de él y lo persiguió cuando huyó. Estuvo a punto de alcanzar a Iaakov, pero Dios se le apareció en un sueño en la noche y le dijo: «Guárdate de hablar con Iaakov, ni bien ni mal» (Génesis 31:24). Cuando Labán se quejó de que Iaakov tratara de escaparse, Iaakov le respondió: «Veinte años he permanecido en tu casa. Catorce años trabajé para ti por tus dos hijas y seis años por tus rebaños; pero tú cambiaste mi paga decenas de veces» (31:41). Todo esto sugiere que Labán se comportó escandalosamente con Iaakov, tratándolo como a un trabajador no remunerado, casi como un esclavo, pero no que trató de «destruirlo», de matarlo como el faraón intentó matar a todos los niños varones israelitas.

En tercer lugar, la Hagadá y el servicio del Séder del que forma parte el texto, trata sobre cómo los egipcios esclavizaron y pusieron en práctica un lento genocidio contra los israelitas y cómo Dios los salvó de la esclavitud y la muerte. ¿Por qué tratar de disminuir toda esa narrativa diciendo que en realidad el decreto del faraón no fue tan malo, y que el de Labán fue peor? Esto no parece tener sentido, no en términos del tema central de la Hagadá ni en relación con los hechos reales, tal como fueron registrados en el texto bíblico.

¿Cómo debemos entenderlo?

Quizás la respuesta es esta. El comportamiento de Labán es el paradigma de los antisemitas a lo largo de las épocas. La Hagadá no se refiere tanto a lo que Labán hizo, sino a lo que su comportamiento dio lugar siglo tras siglo.

Labán comenzó presentándose como un amigo. Él le ofreció a Iaakov refugio cuando huyó de Esav, quien había jurado asesinarlo. Sin embargo, resultó que su comportamiento era menos generoso que calculado y basado en sus intereses personales. Iaakov trabajó siete años por Rajel. Pero en la noche de la boda, Labán sustituyó a Rajel por Leá. Por lo tanto, para casarse con Rajel Iaakov tuvo que trabajar otros siete años. Cuando Rajel dio a luz a Iosef, Iaakov intentó partir. Labán protestó. Iaakov trabajó otros seis años, hasta que entendió que la situación era insostenible. Los hijos de Labán lo acusaban de enriquecerse a costa de Labán. Iaakov sintió que Labán también se estaba volviendo hostil. Rajel y Leá estuvieron de acuerdo y dijeron: «¿Acaso no somos consideradas por él como extrañas, puesto que nos vendió y además ha consumido totalmente nuestro dinero?» (31:14-15)

Iaakov comprendió que no había nada que pudiera hacer o decir para persuadir a Labán para que lo dejara marcharse. No tenía más opción que escapar. Entonces Labán salió a perseguirlo, y si no fuera por la advertencia de Dios la noche antes de que lo alcanzara, sin duda hubiera obligado a Iaakov a regresar y vivir el resto de su vida como su empleado sin pago. Como Labán le dijo a Iaakov al día siguiente: «Las hijas son hijas mías; los hijos son hijos míos; los rebaños son mis rebaños y todo lo que tú ves es mío» (31:43) Resulta que todo lo que supuestamente le había dado a Iaakov, en su mente nunca lo había dado.

Labán trata a Iaakov como si fuera su propiedad, su esclavo. No es una persona. A sus ojos, Iaakov no tiene derechos ni existencia independiente. Él le dio a Iaakov sus hijas para que se casara, pero sigue sosteniendo que ellas y todos sus hijos le pertenecen a él, no a Iaakov. Él hizo con Iaakov un acuerdo respecto a los animales que serían su paga, pero sigue insistiendo en que «los rebaños son mis rebaños».

Lo que despierta su enojo, su ira, es que Iaakov mantiene su dignidad e independencia. Al enfrentar una existencia imposible como el esclavo de su suegro, Iaakov siempre encuentra una forma de seguir adelante. Sí, lo engañaron para que no se casara con su amada Rajel, pero él trabajó para poder casarse también con ella. Sí, lo obligaron a trabajar por nada, pero usó su entendimiento superior sobre la reproducción animal para proponer un acuerdo que le permitiera armar su propio rebaño para poder mantener lo que ya era una gran familia. Iaakov se negó a darse por vencido. Rodeado por todos los lados, encontró una forma para seguir adelante. Esa es la grandeza de Iaakov. Sus métodos no son los que hubiera elegido en otras circunstancias. Tiene que burlar a un adversario extremadamente astuto. Pero Iaakov se niega a ser derrotado, aplastado y desmoralizado. En una situación aparentemente imposible, Iaakov mantiene su dignidad, su independencia y su libertad. Iaakov no es esclavo de nadie.

En efecto, Labán fue el primer antisemita. Época tras época, los judíos buscaron refugio de aquellos que, como Esav, quisieron matarlos. Las naciones que les dieron refugio, primero parecieron ser los benefactores. Pero exigieron un precio. Ellos vieron a los judíos como personas que los volverían ricos. A todos lados donde fueron los judíos, llevaron prosperidad a sus anfitriones. Sin embargo, los judíos se negaron a ser meros bienes muebles. Se negaron a ser propiedad de alguien. Tenían su propia identidad y su forma de vida; insistieron en el derecho humano básico de ser libre. Finalmente, la sociedad que los había acogido se volvía contra ellos. Declaraban que los judíos los estaban explotando, tergiversando lo que en realidad estaba sucediendo, que era que ellos explotaban a los judíos. Y cuando los judíos tuvieron éxito, los acusaron de robo: «Los rebaños son míos, todo lo que ves es mío». Olvidaron que los judíos habían contribuido ampliamente a la prosperidad nacional. El hecho de que los judíos salvaran algo de respeto por sí mismos, cierta independencia, que hubieran prosperado, les provocaba no sólo envidia, sino también ira. Allí fue cuando se volvió peligroso ser judío.

Labán fue el primero en manifestar este síndrome, pero no fue el último. Ocurrió con los griegos y los romanos, con el imperio cristiano y el imperio musulmán en la Edad Media, con las naciones europeads en el siglo XIX y comienzos del XX, y después de la Revolución Rusa.

En su fascinante libro «El mundo en llamas», Amy Chua sostiene que el odio étnico siempre será dirigido por parte de la sociedad anfitriona hacia cualquier minoría notoriamente exitosa. Deben estar presentes tres condiciones. (1) El grupo odiado debe ser una minoría, porque de lo contrario la gente temería atacarlo. (2) Deben ser personas exitosas, porque de lo contrario no los envidiarían sino que simplemente los despreciarían. (3) Deben destacarse, porque de lo contrario no les prestarían atención. Los judíos tienden a responder a estos tres criterios. Por eso son odiados.

Y todo comenzó con Iaakov durante su estadía con Labán. Él era una minoría, suprrado numéricamente por la familia de Labán. Era exitoso y se distinguía: esto podía verse en sus rebaños.

Ahora queda claro lo que los Sabios dijeron en la Hagadá. El faraón fue un enemigo de un momento, pero Labán existe, de una u otra forma, en todas las épocas. El síndrome sigue existiendo en la actualidad. Como señala Amy Chua, Israel dentro del contexto del Medio Oriente es una minoría notoriamente exitosa. Es un país pequeño, una minoría, es exitoso y es conspicuo. De alguna manera, un pequeño país con pocos recursos naturales ha superado a sus vecinos. El resultado es la envidia que se convierte en ira y se transforma en odio. ¿Dónde comenzó todo? Con Labán.

Después de explicar esto, comenzamos a ver a Iaakov bajo otra perspectiva. Iaakov representa a las minorías y a las naciones pequeñas. Iaakov es la negación a dejar que loa grandes poderes aplasten a los pocos, los débiles, los refugiados. Iaakov se niega a definirse a sí mismo como esclavo, como la propiedad de otro. Él mantiene su dignidad interna y su libertad. Él contribuye a la prosperidad de otras personas, pero rechaza cada intento de ser explotado. Iaakov es la voz que dice: yo también soy humano. Yo también tengo derechos. Yo también soy libre.

Si Labán es el paradigma eterno del odio hacia las minorías notorias y exitosas, entonces Iaakov es el paradigma eterno de la capacidad humana de sobrevivir al odio de los demás. En esta forma extraña Iaakov se convierte en la voz de la esperanza en la conversación de la humanidad. Él es la prueba viva de que el odio nunca gana la victoria final, sino que siempre gana la libertad.

 

.PESAJ-UNA LOCA HISTORIA

Por Tzvi Freeman

Soy bastante escéptico cuando una persona dice «¿Sabe qué es especial sobre nuestro sistema de creencias que nadie más tiene?»…

Las personas comparten. Ideas, historias, experiencias —todo lo que esté relacionado con ser persona. Es por ello que soy bastante escéptico cuando una persona dice «¿Sabe qué es especial sobre nuestro sistema de creencias que nadie más tiene?»

El hecho es que, si es filosofía, alguien ya pensó sobre eso o pidió prestado algunos conceptos y los rediseñó, o directamente plagió todo y los presentó como su propia visión del mundo. Más aún si es una leyenda o un mito —sobre la creación, sobre los héroes, sobre cómo las cosas llegaron a ser como son— en cualquier parte, otras personas tienen alguna otra historia paralela. Después de todo, siempre hablamos del mismo mundo con los mismos cuerpos. Y tendemos a compartir las cosas, también.

Excepto por una, una historia muy enigmática. Desafiaré a cualquiera que encuentre, en cualquier parte del mundo y en cualquier época, un pueblo —esquimal o indonesio, mitología nórdica o leyendas de Navajo, griegos o alemanes— que tenga una historia algo similar a esta. La gente cuenta maravillosas e imaginativas leyendas. Hay naciones que descienden de los dioses, de los ángeles, del pez y de las águilas. Incluso de los monos (¡!). Hay gente que llegaron donde están, debido a la ayuda de osos o dragones, barcos mágicos o grandes volcanes. Pero muéstrenme otra gente que les diga a sus hijos: «Nosotros éramos los esclavos a un tirano terrible, en una tierra poderosa, y nuestro Di-s, Amo del Universo, nos sacó de allí con una mano poderosa y un brazo extendido.»

Nadie; en ninguna parte. Si cuentan esa historia, lo hacen sobre los judíos. Y nadie pensó en pedirla prestada para sí mismo.

Quizás ésa sea la prueba más grande de que realmente así debió haber pasado —porque nadie pudo haber inventado semejante historia. La prueba es: nadie más lo hizo. ¿Y por qué querrían hacerlo? ¿Quién quiere descender de los esclavos? ¿Y quién quiere dar todo el crédito a su Di-s, dejando sin heroísmo a sus antepasados? No sólo que nadie nunca hubiera inventado semejante historia, sino incluso nadie quiso pedirla prestado.

Pero incluso sin el hecho de la esclavitud y la falta de batallas heroicas y matanzas de monstruos, la historia tiene hechos milagrosos que parecen estar en contra del sentido común humano. ¿Por qué la gente (y los libros de texto) niegan hoy el hecho de que todo eso existió alguna vez. Aun cuando se cree en un Creador, esta historia es difícil. ¿Qué quiso expresar Moshé cuando dijo: «Pregunten a las generaciones anteriores, desde el momento en que se formó el mundo…?». ¿Hubo alguna vez algo en el mundo como que Di-s sacaría a una nación de otra con señales y toda clase de milagros…?»

En otras palabras: suena imposible. No porque la imaginación humana sea limitada para imaginar los milagros más locos y sorprendentes. Sino porque va en contra de la clase de cosas que la mente humana le gusta imaginar. Es «contra-sentido común». Disonancia cognitiva.

La mente humana está enamorada de los sistemas simples y organizados: Superior e inferior, antes y después, simple/complejo, muchos/pocos. Es una cosa de supervivencia: una vez que ha organizado su mundo de una manera, es mucho más fácil manejarlo. De manera que, donde podemos crear orden, lo creamos. Donde el orden nos desafía, nosotros lo imponemos. Y si se niega a obedecer, simplemente ignoramos los datos y nos engañamos creyendo que está allí de todas maneras.

Ésta es la manera en que la filosofía humana trabajó la mayoría de la historia, arribando a sólo descubrimientos parciales con el empirismo científico moderno. Cuando Einstein proclamó: «Es cierto, las cosas deben hacerse tan sencillas como se pueda —pero sin simpleza!». El buen Alberto estaba haciendo eco de los Sabios de su herencia judía, que, de maneras distintas declaraban el mismo llamado al empirismo. Como lo entendió Maimónides: «las opiniones no afectan la realidad. La realidad hace las opiniones.»

Pero para la mayor parte de la historia, la intuición humana hizo las cosas más simples que la realidad.

Como cuando se trata de los dioses y el orden natural. Las personas asumen que debe haber una jerarquía. El Supremo, el gran Di-s que hizo todo en primer lugar, tenía que estar por encima, muy lejos de todo, de modo que Su prístina supremacía no se mezclase con este mundo desarreglado que salió de Él. Los dioses menores podrían estar a cargo de las fuerzas de la naturaleza, y algunos más inferiores de las mundanas crisis humanas —siempre y cuando los humanos pudieran darle una buena «coima».

Ordenadamente, con sentido común. El plano material está abajo, el infinito en la cima, y toda una jerarquía compleja entre los dos. El problema que realmente no se pueda «puentear» de lo infinito a lo finito –ningún orden realmente puede llevarlo tan lejos, no importa cuánto tiempo lleve—no era una preocupación. Después de todo, el infinito estaba tan alto y tan lejos que no importaba en absoluto.

Ésa era la manera en que el Faraón miraba las cosas, y también todos sus consejeros. Hasta que apareció Moshé y presentó al Faraón algo radical: que cuando se trata del Ser Supremo Infinito, no hay ninguna jerarquía. El infinito está en todas partes—porque es infinito e ilimitado. En el río, en los animales, en el viento, en el fuego, en el granizo y el sol, en la vida y en la muerte. El Infinito está completamente más allá de las limitaciones del mundo, y al mismo tiempo, íntimamente involucrado en él. Tan involucrado, que incluso el Infinito hará milagros para redimir a una multitud de esclavos de su opresor.

Así es como nacimos y esto es lo que somos: una contradicción a todo lo que la mente humana desea creer.

El judío es el que dice que el Infinito no está «arriba del mar o en los cielos», algo intangible que no puede tocarse, demasiado etéreo para ser real, demasiado lejos para relacionarse con nuestras vidas. El Infinito es aquí y ahora, en el momento en que se encuentre en su vida, en la situación en que se halle, siempre hay algo simple que pueda hacer y unirse con el Infinito. De hecho, ésto es un judío: El punto de la conciencia humana donde el mundo material y finito se encuentra con la infinidad Divina. Y ésto es una mitzvá: El acto de fusionar.

Éste es el por qué ellos nunca nos han entendido. Nosotros existimos contra el sentido común de ellos. «¿Por qué,» ellos se preguntan, «ustedes buscan a Di-s en lugares extraños? ¿No saben acaso que a Di-s lo encontrarán en lo universal, lo celestial, en aquello tan general como toda la humanidad? ¿Cuál es su obsesión con la minucia de los rituales materiales y los objetos físicos?»

Pero ésto somos nosotros. Ellos buscan a Di-s arriba en lo alto. Nosotros Lo encontramos en los cordeles de lana que cuelgan de nuestra ropa, en la luz de una vela y una copa de vino, en el sonido de las voces de niños que leen Su Torá, en la mordida y deglución de una matzá la noche de Pesaj. (www.es.chabad.org)

 

 

 
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